16 enero 1996

Pierce Brosnan será el nuevo James Bond en la película ‘Goldeneye’ que inaugura una nueva saga de filmes del célebre espía

16 Enero 1996

Excelente mediocridad

Baltasar Porcel

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¿Es Pierce Brosman el arquetipo masculino de moda? Que interprete a James Bond parece suponerlo. Es joven, de talla y rostro correctos, de un agraciado adusto. Todo normal, nada de un Sean Connery a la brava o de un Roger Moore sofisticado. El triunfo del tipo medio, la democracia avanza. Pero la chica, Izabella Scorupco, que sin duda es mona, ya pertenece al género común: nada en ella, ni su arte, será recordado por algún aliciente particular. Ni el filme ofrece novedades, sino recuerdo mal: en Moonraker ya se lanzan con mucho lío desde un avión; en Goldfinger, un sabio majareta también hace de las suyas, en ‘Desde Rusia con amor’ corrían ya alocados en coche… En ‘Goldeneye’, además, lo de meterse en el avión en vuelo queda torpón y el convertir al jefe M en mujer sale tontorrón. Pero ¡son casi 20 James Bond los que han fabricado! La originalidad será escasa, pero la marca funciona y la película entretiene. Quizá su mejor momento es el inicial, cuando el doble de Brosnan se echa al vacío en la gran presa.

En cambio fatiga, y además ha sido escenificado sólo convencionalmente, el rosario de explosión que acumula el filme. Ahora se dan mucho en el cine. Yo he prometido a mi ángel custodio que no veré ninguna cinta más que se base poco o mucho en ellas. Constituyen ya la necedad máxima, el grito, el estallido por sí mismo, turbulencia del vacío. Lo que, en cambio, se ofrece curioso es el malo, Sean Bean, que resulta abocado evidentemente a la maldad por los criminales comunistas y por los aprovechados británicos. Y, además, todo relacionado con los pueblos minoritarios y destruidos por el omnipotente Estadonación. Un planteamiento muy similar trazaba el argumento del último Le Carré, ‘El nostre joc’ (Edicions 62). Los anglosajones andan el día entero con problemas de conciencia política. Los rusos no la tienen, les gusta aplastar. Ni los latinos nos olvidamos del asunto, el confesor lo perdona todo. Sin embargo, no deja de chocar que inleses y americanos, que han masacrado y despreciado con tanto y tan circunspecto placer a las etnias diferentes y más débiles, se anden ahroa con remordimientos por aprovecharse de su superioridad. ¿Hipocresía puritana, temor a perder la partida?

Pero repesquemos lo agradable. Estos géneros que uno sabe lo que le darán, si son realizados con buena técnica, se convierten en agradable pasatiempo. Y como la industria cinematográfica – y hasta la literaria, a pesar de partir del individualismo – necesita cada vez más espectadores porque resulta cada día más cara, nos dirigimos, o ya estamos en ello con la ficción y la creación, hacia el imperio de la plena y excelente mediocridad.

Baltasar Porcel