14 diciembre 1986

Polémica en prensa entre el escritor derechista Jaime Campmany (ABC) y el humorista progresista José Luis Coll (DIARIO16)

Hechos

El 14 de diciembre de 1986 D. José Luis Coll publica un artículo en DIARIO16 para replicar a otro de D. Jaime Campmany en ABC.

Lecturas

El cómico progresista José Luis Coll, famoso por su participación en el dúo televisivo ‘Tip y Coll’, fue colaborador del periódico Diario16 publicando columnas durante la legislatura 1986-1989. Desde esa condición polemizó con el columnista de ABC, Jaime Campmany.

El 11 de junio de 1986 Jaime Campmany publicó la columna ‘La Caída de ojos’ en ABC en el que acusaba a José Luis Coll de hacer publicidad al PSOE de Felipe González en sus colaboraciones en Diario16. El día 15 de junio de 1986 Coll respondió a Campmany desde Diario16 calificando además al periódico de Prensa Española de ‘viejo y rancio’.

El 12 de diciembre Jaime Campmany volvió a publicar en ABC un artículo en el que citó a José Luis Coll con el título de ‘La Acrópolis’ en el que le mencionaba como integrante del ágora personal de Felipe González en La Moncloa conocido como La Bodeguilla.

El 14 de diciembre José Luis Coll publicaba su réplica desde Diario16 con el título ‘La Necrópolis’ en el que se refería irónicamente a Campmany como “nunca bien ponderado, exquisito, irónico y sutil”.

No obstante el tono de aquellos cruces entre Campmany y Coll fue extremadamente respetuoso en comparación con los otros enemigos de columna de Campmany. De hecho José Luis Coll publicaría otro artículo sobre Campmany el 28 de junio de 1992, dentro de una colección de artículos dedicados a los grandes columnistas españoles, en la que se mostraba muy elogioso y respetuoso hacia la figura de Campmany.

11 Junio 1986

LA CAÍDA DE OJOS

Jaime Campmany

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El directo y predilecto, mirado y admirado, vivales y frescales amigo José Luis Coll, chaparrito y corto como tantos grandes hombres, no sé, Napoleón, Mickey Rooney y el juez Lerga, ha escrito uno de esos artículos de incitación electoral que tanto agradece Helga Soto, la rubia teutona que manda en el PSOE como si fuera una sobrina de Willy Brandt, y que tan celebrados son en las veladas de La Bodeguiya.

Ya se sabe que Tip y Coll son una pareja de genio igual y figura diversa. Tip es alto y Coll es bajo. Tip gasta chistera y Coll usa el hongo. Tup se deja bigote y Coll se lo afeita. Tipo vota a Fraga y Coll a Felipe. Eso, respecto de la figura. En cuanto a genio, tanto monta, monta tanto. La gracia está en el contraste y en el juego de planos, como sucedía con aquella pareja gloriosa del gordo y el flaco. El contraste entre Stan Laurel y Oliver Hardy era a lo ancho, y en Tip y Coll es a lo largo. En los amores políticos también.

Tip se subió a una escalera con una brocha y un caldero para pegar carteles de Fraga, y así salió en la portada de ÉPOCA y ahora Coll escribe un artículo para invitarnos a votar a Felipe. Como Coll es un espíritu fino, alejado de los vulgar y lo zafio, enemigo de lo obvio, no ha escrito un eslogan ni ha dado un grito publicitario.

El artículo de Coll se titula ‘La Mirada’. Uno empieza a leer el artículo, llega a la mitad, se traga los dos primeros tercios, y allí no aparece la política por ninguna parte. Sólo al final, con técnica de suspense, se vislumbra a un Felipe no nombrado, propuesto a la imaginación, y adornado de ese encanto que tiene la adivinación de lo misterioso. Parece que uno estuviese leyendo una meditación filosófica sobre ‘La Mirada’, su secreto y su significación. Pues ya está, dice para sí el lector. Bergson escribió de la risa, y Coll escribe de la mirada. Pero no. Al final ¡zas! Sale Felipe, sin salir, como cando se resuelve una charada.

Dice Coll que a los candidatos hay que mirarles a los ojos. Se ponen todas las fotografías de los candidatos en el abanico y ‘miráis sus miradas’. En seguida se comprende que, entre todas, sólo hay una que intenta decir la verdad. Y este es el momento en que el lector despabilado da con la clave de la adivinanza y exclama satisfecho: ¡Felipe! Como quien acierta: ¡La gallina!

O sea, que hay que elegir presidente del Gobierno por la caída de ojos. El elector consciente debe detenerse ante los carteles electorales, y hacer, uno a uno, a los candidatos la vieja pregunta embelesada: “¿Qué tienes en la mirada?” Seguramente Felipe tiene en la mirada el encanto de los ojos moros y gitanos, una mezcla de sueño de jardines con música de agua y de picardía de feria de burros con aguaderas sobre las mataduras. Fraga tiene ojos célticos claros y lejanos, que se le duermen bajo el castaño de la siesta, y que parece que estén mirando siempre más allá, además de un largo paisaje de lacones y lampreas. La caída de ojos más melancólica es la de Roca. Roca tiene ojos de atardecer de otoño, y parece que estuviese leyendo continuamente un poema de Salvador Espríu. Tiene la mirada fría y apagada, y el párpado a medio entornar, como para ver las cosas en un eterno crepúsculo. Don Santiago Carrillo tiene los ojos de cuco, inquietante y escrutadores, los ojos más peligrosos de nuestra política. Los de Gerardo Iglesias son mucho más inocentes, aunque penetran un punto de impenetrabilidad perturbadora. ¿Y los ojos de don Adolfo? ¡Oh! ¡La caída de ojos de don Adolfo!

Lo que no se puede decir, creo yo, es que en los ojos de Felipe haya que buscar y encontrar la única intención de decir la verdad que han puesto en los carteles electorales. Y si con los ojos no estuviese diciendo la verdad, una cosa son los ojitos y otra los morritos. Con los morritos, dice el nene tantas trolas que hay que ponerle acíbar en la lengua. ¡La verdad en Felipe! Eso sólo se le ocurre al frescales de Coll. Eso no es una caída de ojos. Eso es una caída de pluma.

Jaime Campmany

15 Junio 1986

La otra mirada

José Luis Coll

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Mi dilecto directo, mirado y remirado, mortales y calentales amigo, Jaime Campmany, poco chaparrito, aunque regordete, me ha dejado con el culito al aire, desde su eterna columna del viejo y rancio ABC – viejo por lo antiguo y rancio por lo rancio – al descubrir mi treta de mensaje subliminal pro Felipe. Compara mi humilde estatura con la de grandes hombres como Napoleón, Charlot, Mickey Rooney y el juez Lerga, siendo este último la guinda que corona tan sutil rechifla a la que nos tiene muy acostumbrado nuestro Quevedo con seltz, o Quevedo lights. Y es verdad que todos tenemos paralelos comparativos, como él mismo, por su nombre con don Jaime I, don Jaime de Mora e, incluso, Jaimito, que no es menos Jaime a tener en cuenta.

Asimismo, mi mortales amigo me llama frescales y vivales. Y, según la señora Moliner, ‘frescales’ es ‘dicho sin enfado y, a veces, en tono afectuoso, fresco: despreocupado y desenvuelto’. Pero no nos habla de ‘vivales’, mientras que sobre esta singular palabra el Diccionario Enciclopédico Universal dice que vivales es ‘persona desaprensiva y vividora’.

Ya sé bien que a tan culto escritor, de o en periódicos, no le hace falta alguna que le transmita tales definiciones, porque se supone – en qué cabeza cabe lo contrario – que está harto de conocerlas.

Y me ha hecho meditar sobre mí mismo. Nunca supuse que yo era un ser desaprensivo y vividor. Pero está visto que no hay nadie como estos diestros para destrozar con destreza. Uno se cree demasiado listo y escribe un artículo con soterrado mensaje, elíptico o sobreentendido. Que es a lo que uno de los de este lado viene estando acostumbrado desde hace más de cuatro décadas. Pero, naturalmente, no hay manera de eludir la perspicacia, la rápida mirada barredora del siempre alerta bajo los luceros. ¡Cachis la mar! ¡Casi se la cuelo! Pero no, que va. El adorable profesional zumbón dice ¡zas, te pillé, conejo, caíste en el cepo! ¡He descubierto tu charada! ¡Y ahora lo podré comentar, al igual que haces tú en La Bodeguiya, en un viejo despacho de la calle Serrano, con mi misógino director [Luis María Anson], bajo la mirada imperturbable de algún Luca [de Tena].

Que pena, señores, estar siempre y siempre todavía detrás del punto de mira. Qué pena que el santuario no se rinda nunca y siga pujando y empujando por sus tradicionales derechos, últimamente tan torcidos. Qué reconfortante debe ser para ciertos ánimos cruzarse con el colega de turno, guiñarle pícaramente un ojo, darle con el codo y musitar con inefable sorna: “¿Leíste lo que le dije ayer a Fulano? Pues eso no es nada para lo que pienso decir”. Como, por ejemplo, cuando al final del eructo literario, y refiriéndose a nuestro presidente del Gobierno, apunta: “con los morritos dice el nene tantas trolas que hay que ponerle acíbar en la lengua. ¡La verdad en Felipe! Eso sólo se le ocurre al frescales de Coll”.

Estoy seguro de que tal frase la guarda desde que se la dijo a don Luis Carrero.

Y es que no escarmentaremos nunca los zocatos. Está más claro que el agua, que nunca, nunca, nunca, pero nunca jamás, daremos una a derechas.

José Luis Coll

12 Diciembre 1986

LA ACRÓPOLIS

Jaime Campmany

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Por otra parte, este viaje de nuestro presidente del Gobierno a Grecia estaría suficientmenete justificado por la conocida pasión de don Felipe hacia la Antigüedad clásica. Al fin y al cabo, ¿qué es La Bodeguiya, sino un ágora donde José Luis Coll ejerce la mayéutica al estilo socrático y ayuda a que la cabeza de nuestro presidente alumbre ideas? ¿Qué otra cosa es la anunciada ética socialista, sino una devoción irrefrenable hacia la doctrina aristotélica? ¿Cómo, sin tener puestos los ojos del espíritu en Grecia, habríamos podido alcanzar la Olimpiada para la ciudad de Barcelona? ¿Habría podido explicar don Felipe González la conversión de su promesa de ochocientos mil puestos de trabajo en un millón de parados si no fuese tan profundo conocedor de las aporias de Zenon de Elea, en las que Aquiles, el de los pies ligeros jamás alcanza a la tortuga? Pues ¿y don Alfonso Guerra? ¿Habría llegado a la cumbre de la dirección escénica sin haberse quemado las pestañas en la lectura de Sófocles y Eurípides? ¿Qué sería de nuestro Parlamento sin el cultivo diario de Aristófanes por parte de esos chicos? ¿Sería posbile que don Guillermo Galeote pronunciara sus famosas frases parlamentarias dignas de ser esculpidas en bronce, ¿qué digo en bronce?, en oro puro sin haberse embebido en la oratoria del gran Demóstenes? ¿Habría podido decir don Felipe González su definitiva frase, compendió del saber humano ‘no siempre he sido sabio sin visitar frecuentemente el oráculo de Delfos?

No sé a qué habrá ido a Grecia don Felipe. Pero conociendo como conozco sus inclinaciones hacia la cultura clásica, es cosa que no debe extrañarme. Ese viaje habría alanzado un objetivo importantísimo sólo con haber enseñado a los griegos actuales el gran descubrimiento que nuestro presidente hizo en Coria. “Héctor es un nombre bíblico”. Ya lo sabe usted, Papandreu. Y si Homero dice otra cosa, es que estará ciego. Como diría don Alfonso Guerra, usted, don Andreas, no tiene de esto ni zorra idea.

Jaime Campmany

14 Diciembre 1986

LA NECRÓPOLIS

José Luis Coll

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Mi nunca bien ponderado, exquisito, irónico, sutil y mil cosas más amigo Jaime Campmany, en el ABC del pasado viernes 12, alude a mi persona, arrogándome unas facultades de extremada valía de las que no soy mínimante digno ni aproximadamente acreedor. Dice textualmente: “Al fin y al cabo, ¿qué es la Bodeguiya sino un ágora donde José Luis Coll ejerce la mayéutica a que la cabeza de nuestro presidente alumbre ideas?”.

Pero, mi querido don Jaime esa triste verdad que usted derrama desde su ABC, tal venga su origen – ¡oh, bumerang! – en ‘aquellos señores’, obedientes a un único señor, tenedor y guardador de todas las llaves y conocedor único de todas las claves, oidor único de sus propias voces, fiel a sí mismo hasta el propio borde de la vida.

Sé que es triste, terrible y desazonador la incuria mental de nuestros gobernantes acerca de todo lo concerniente al mar Egeo, y por ende, de la construcción de la Acrópolis, en aquel siglo V, hermana de los Propileos, el Partenón, el templo jónivo de la Nike Aptera, el Erection, el Odeón y el teatro de Dionisio.

Pero creo que es más desazonador tener que conocer ahora la necrópolis.

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