22 diciembre 2004

Polémica entre Luis María Anson (LA RAZÓN) y el anciano Jaime Campmany (ABC) por el uso de la palabra ‘alipori’

Hechos

El artículo del 22 de diciembre de 2004 de D. Luis María Anson en LA RAZÓN respondía al del 17 de diciembre de 2004 de D. Jaime Campmany.

Lecturas

El 1 de octubre de 2004 el periódico La Razón publica un artículo de D. Luis María Anson Oliart poniendo de relieve a Jaime Campmany Díez de Revenga había citado a San Juan de la Cruz con un error. Jaime Campmany responde en diciembre de 2004, el día 17 de diciembre de 2004, desde ABC asegurando que Luis María Anson ha citado mal el día antes la palabra alepori, que respaldaba Juan Manuel de Prada Blanco desde ABC el día 18. El día 22 Luis María Anson replicaba desde La Razón en su calidad de académico aclarando que no había cometido ningún error y que la palabra usada por él era correcta.

30 Septiembre 2004

VERSOS Y VERSOS

Jaime Campmany

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«ME tomaré un descanso por la grama», escribió el poeta de Orihuela al que yo siempre llamo «pastor de cabras y de endecasílabos». Dejo hoy la política y me refresco un poco por la grama escribiendo de versos. Acudo a Gerardo Diego, el gran poeta del 27, para empezar: «Versos en los anversos y en los reversos de los papeles sueltos y dispersos. Versos para los infieles, para los apóstatas, para los conversos, para los hombres justos y para los inversos». Parece que el poema lo hubiese escrito Gerardo ayer noche.

Leo en un comentario periodístico que mi querido amigo Enrique Múgica ha citado unos versos de Juan Ramón Jiménez. El Defensor del Pueblo hablaba de la Constitución, ésa que quieren modificar sus compañeros de partido. Y se socorrió de la cita famosa de Juan Ramón. Dijo: «No la toquéis ya más, que así es la rosa». Pocas veces he visto correctamente escrita esa cita. Ahora tampoco. Supongo que será error del comentarista transcriptor. Es un poema mínimo, de reducción casi imposible, que Juan Ramón incluye en el libro «Piedra y cielo». El poema se titula precisamente así: «El poema», y dice sólo esto: «No le toques ya más que así es la rosa». El «le» nos indica que el autor se refiere al propio poema. Según Juan Ramón, lo que no hay que retocar ni manosear más es el poema.

Fernando Fernán Gómez, ese ínclito personaje arisco y genioso, escribe un artículo, por cierto excelente, sobre madrigales y epigramas, y cita estos versos terribles y conocidos de Antonio Machado: «Castilla miserable, ayer dominadora, envuelta en sus andrajos, desprecia cuanto ignora». Con frecuencia, en la cita de ese poema, epigrama cruel aunque tal vez justiciero, he encontrado cambiados los «andrajos» del original por unos «harapos» inventados o no sé si de otra versión circulante. No tiene mayor importancia, porque el sentido del verso no cambia y «harapos» y «andrajos» tienen las mismas sílabas y hasta las mismas vocales. Me tranquilizó comprobar la cita correcta en el artículo de Fernán Gómez.

No hace mucho encontré citados por un colega columnista de muy buena letra unos versos de Calderón, desde luego insospechados en su autor, y que el columnista atribuía a Rafael Alberti, sin duda porque Alberti los toma como título de su libro de poemas sobre el cine. Los versos dicen: «Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos». Es el bufón llamado «Chato» de «La hija del aire» de don Pedro Calderón de la Barca quien en un momento de la comedia confiesa eso de que lo que ha visto le ha hecho dos tontos.

No hace mucho, mi admirado e inalcanzable Paco Umbral ha citado unos versos de Neruda del «Canto a Stalingrado». Estos: «Guárdame un trozo de violenta espuma, guárdame un rifle, guárdame un arado, y que los pongan en mi sepultura junto a una roja espiga de tu Estado, para que sepan, si hay alguna duda, que he muerto amándote y que me has amado, y si no he combatido en tu cintura, dejo en tu honor esta granada oscura, este canto de amor a Stalingrado». Umbral se comió los versos referentes al Estado de la roja espiga. Bien hecho, coño.

 

01 Octubre 2004

Canela Fina

Luis María Anson

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Un inciso para terminar: excelente columna, ayer, de Campmany sobre versos mal citados en los periódicos, refiriéndose entre otros, tal vez, a Ussía. El propio Campmany no es ajeno a esos errores: en su artículo de anteayer citaba mal a San Juan de la Cruz, adornándole con un adjetivo posesivo que el santo no escribió. No es un reproche, porque nos pasa a todos.

15 Diciembre 2004

Zapatero y los mamporreros

Luis María Anson

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Lo que me produjo alepori, lo que resultó de vergüenza ajena, fue la actuación de los mamporreros. Dio la sensación de que las preguntas estaban pactadas, los discursos preparados, todo para mayor lucimiento de Zapatero I, el de las mercedes. Lo del comunista Llamazares fue el delirio. Habría que crear el premio al mejor mamporrero del Reino y otorgárselo al líder del Partido Comunista por aclamación. Sus intervenciones producían náuseas. ¡Qué manejo el suyo por el botafumeiro! ¡Que entusiasmo mamporrero para facilitar el trato!

17 Diciembre 2004

ACERCA DE ALIPORI

Jaime Campmany

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Le debo a Luis María Ansón la caridad de haber señalado un error mío al citar una conocidísima lira de San Juan de la Cruz, aquella que dice: «Mil gracias derramando / pasó por estos sotos conpresura, /y yéndolos mirando, / con sola su figura / vestidos los dejó de «su» hermosura». Le añadí el posesivo «su», que no lo lleva. Me traicionó el instinto de la métrica, porque entonces «hermosura» se pronunciaba «fermosura» y deja el endecasílabo con sus necesarias once sílabas. Yo le añadí el «su» para evitar la cojera métrica al pronunciar «hermosura» y hacer sinalefa con el «de».

Ahora tengo ocasión de devolverle a Ansón la fineza. Dice que la actuación de los mamporreros de Rodríguez Zapatero en la Comisión parlamentaria del 11-M le produjo vergüenza ajena, que él llama «alepori». Eso del «alepori» no lo había leído ni escuchado en toda mi puñetera vida. Otra cosa son el «lipori» y el «alipori», ambos conla misma significación de «vergüenza ajena». Unos autores lo escriben con la «a» delante y otros sin la «a». Julián Marías y Rafael García Serrano, por ejemplo, escriben «lipori», y Eugenio d´Ors, Gil de Biedma y otros muchos después, entre ellos Juan Manuel de Prada y yo mismo, escribimos «alipori».

Mi paisano y amigo García Baró se irrita cada vez que yo uso el «alipori», y asegura que la palabra correcta es «lipori», y que la otra fue un capricho, o un invento o una errata de Eugenio d´Ors. No sé, no sé, porque no conozco a ciencia cierta de dónde proviene el vocablo. No sé de dónde se saca Amando de Miguel la noticia de que la tal palabreja fue importada del italiano por D´Ors. A mí, que me lo explique mi admirado Amando, porque en mis largos veranos de Italia jamás la he oído en labios italianos ni la he leído en alguna novela, ensayo, poesía o periódico de Italia, mi ventura, ni la he encontrado en algún Vocabulario de los que he consultado. Manuel Sacristán asegura que proviene del euskera, pero en esas aguas no me atrevo yo a bucear, y todo lo que digan que es de origen éuscaro lo doy por bueno, y a la paz de Dios.

El Diccionario de la Real Academia Española, en su última edición, registra «alipori» y desdeña «lipori», siempre con el significado de vergüenza ajena, con lo cual confía más en D´Ors que en Marías. Pero Manuel Seco en su «Diccionario del español actual» incluye las dos formas, «lipori» y «alipori», siempre con la misma significación sin matiz entre ellas y sin que una remita a la otra. Los otros diccionarios de uso del español, el «Clave» y el María Moliner, la palabra, ni la huelen. La forma «alepori», usada por Luis María Ansón, me resulta absolutamente desconocida en mi ignorancia, y pienso que tal vez pueda ser una aportación lingüística de Juan Luis Cebrián, alias el Nebrija. Quizá en el acervo de citas literarias (o «leterarias») que posee la Academia, se pueda rastrear el uso de las tres versiones de la vergüenza ajena: lipori, alipori y el «alepori» ansoniano. O tal vez resulte de que pronuncie así la palabra «alipori» un labio leporino. Luis María Ansón puede comprobar lo que enseña sobre todo esto la Academia, porque él está sentado allí.

Jaime Campmany

18 Diciembre 2004

ALIPORI DIPLOMÁTICO

Juan Manuel de Prada

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DEDICABA ayer su artículo Jaime Campmany a corregir un gazapo o errata de Luis María Anson, que escribió «alepori» en lugar de «alipori», palabra que los diccionarios definen muy sucintamente como «vergüenza ajena». A Campmany le sale una muy ocurrente greguería cuando afirma que quizá «alepori» sea el «alipori» pronunciado por un labio leporino; pero los labios de Luis María Anson carecen de estedefecto congénito, son labios como de cardenal florentino, un poco desgastados de recitar tantos endecasílabos, pero aún vivaces y cachonduelos, también maliciosos e instigadores cuando lo exige la ocasión. Para mí que el alipori es una forma superlativa de la vergüenza ajena, acompañada de bochorno, trasudores y hasta sarpullidos. Al rubor que nos produce la conducta penosa del prójimo añade el alipori un sentimiento urticante que abruma y ofende, pues la metedura de pata del prójimo nos compromete. Así, vergüenza ajena suscita el individuo que se pedorrea en público; de alipori nos anega el comensal con quien compartimos mantel que, tras pedorrearse, nos lanza un guiño de connivencia, como si fuésemos nosotros quienes no controlamos las emanaciones de nuestros esfínteres.

Este ingrediente de «solidaridad no deseada» que el caradura o mero patán arroja sobre nosotros es lo que hace del alipori una especialidad agravada de la vergüenza ajena. Así, por ejemplo, nuestros políticos -en razón de su representatividad- nos embargan de alipori cada vez que profieren una sandez o perpetran un desaguisado. La facción gobernante provoca cada día una nueva floración de alipori en su ejercicio estrambótico de la diplomacia, que tan pronto es desdeñoso y displicente como servil y pedigüeño, y siempre arrebatadoramente zascandil. Una de las variantes más socorridas del alipori diplomático practicadas por nuestra facción gobernante es el plantón, que nuestro presidente propina con el denuedo de una señorita con dengue. Que tal práctica se haya convertido en una actitud recurrente tal vez precise una explicación psicoanalítica: afectado por los desaires del inquilino de la Casa Blanca, Zapatero prodiga plantones por doquier, a ser posible comunicados in extremis a la otra parte, para que resulten más aflictivos y humillantes. Estos plantones presidenciales suelen, además, provocar el despecho de la parte burlada, que de inmediato se desquita haciendo lo propio, lo cual depara un muy ameno e inacabable juego del escondite.

Pero los recursos de nuestra facción gobernante no se detienen ahí. Otra pintoresca variante del alipori diplomático consiste en convocar cumbrecitas con representación de virreyes regionales (perdón, autonómicos), alguaciles coloniales y hasta presidentes de asociaciones vecinales si hace falta, para que nadie se sienta relegado o preterido; las cumbrecitas adquieren así un aire de pachanga folclórica la mar de divertido, que, sin embargo, a veces se topa con la altivez de algún invitado foráneo, que se niega a bajar del pedestal y a dispendiar saliva con subalternos. Pero sin duda la más bochornosa modalidad de alipori diplomático la propician nuestros gobernantes cuando se empeñan en forzar encuentros «a lazo» con mandatarios que abiertamente los rehúyen, asaltándolos en un pasillo al más puro estilo bandolero o aprovechando un receso en tal o cual cónclave, como gorrones de migajas, postulantes que hacen pasillo o criados mohínos que merodean los aposentos de su señor, para solicitarle un aumento de sueldo o una recomendación para un hijo tonto. Son encuentros siempre premiosos, en los que el asaltado siempre se escaquea, que disparan nuestro alipori y nos obligan a fruncir el morrito, entre compungidos y avergonzados, hasta que acaba saliéndonos labio leporino.

Juan Manuel de Prada

22 Diciembre 2004

LIPORI, LÍPORI, ALIPORI, ALEPORI

Luis María Anson

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Pues, no. No es lo mismo. Mi admirado Campmany, una de las mejores plumas del periodismo español, dedicó un artículo a ridiculizar a los columnistas que reproducen mal los versos de poeta ilustres. Tenía razón. Pero él mismo se había equivocado dos días antes al citar a San Juan de la Cruz y en el Cántico espiritual. Dediqué a ese error un paréntesis de solo siete líneas en el que calificaba de excelente la columna de Campmany y le disculpa a él, también a los compañeros y a mí mismo, diciendo: “No es un reproche porque nos pasa a todos”.

Ahora, Campmany, con reacción inesperada en un escritor de su talla, dedica, al cabo de muchas semanas, una columna entera a subrayar un supuesto error mío sobre un vocablo inventado, según dicen, por Eugenio D´Ors. Esa palabra la escribió Julián Marías en un artículo de 1978 en EL PAÍS como lipori (vergüenza ajena) y García Serrano en ‘Madrid, noche y día’ como lípori, con acento esdrújulo y no sin él, como cita mal Campmany en un nuevo error. Otros autores – por ejemplo, María Santos en Tiempo de Silencio – emplean alipori, que es el término incluido en la última edición del Diccionario. Desde hace al menos treinta años yo he utilizado alepori, que es como siempre me ha sonado el palabro, cuando alguien lo ha citado en las sobremesas literarias o sociales. Para no romper con la normativa académica, escribí alepori en cursiva, como he escrito siempre whisky, y no güisqui, que es lo que estableció la Academia. Después de mucho tiempo, la Corporación ha aceptado la grafía inglesa y la ha incluido en el Diccionario. En la última edición exige la cursiva.

Y no, no es lo mismo un neologismo menor con no pocas variantes de autores de relieve, escrito por mí correctamente en cursiva, que un error al citar a San Juan de la Cruz. Pero que no se apure Campmany. Estoy seguro de que yo erraré más de una vez al citar a San Juan o a Quevedo o a Lope, porque nos equivocamos todos, todos, con las prisas de este oficio y la memoria que flaquea.

Luis María Anson