2 febrero 2023

Las mujeres que mantuvieron lo que llaman 'relaciones sexo-afectivas' dicen ahora que nunca las hubieran tenido si hubieran sabido que era policía

Salta a los medios el caso de Daniel Hernández Pons, el policía que mantuvo relaciones sexuales con ocho activistas independentistas mientras hacía labores de infiltración

Hechos

  • El 1 de febrero de 2o23 el semanario La Directa acusó a Daniel Hernández Pons de ser un policía infiltrado.

02 Febrero 2023

Las ocho a la vez

Salvador Sostres

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Mi nuevo héroe es el agente de policía al que le tocó infiltrarse entre activistas antisistema para obtener información sobre el movimiento y desarticularlo. Las chicas – hasta ocho – que quisieron catar al recién llegado a la casa okupa del barrio de Sant Andreu, llamada La Cinétika, le acusan ahora de violación, porque les engañó en su verdadera identidad y por lo tanto no fue a él a quien dieron su consentimiento.

Hay que celebrar a nuestro héroe infiltrado que no sólo cubrió sus objetivos en el submundo sino que demostró en sus carnes que el feminismo más exacerbado es el que más se aferra al macho redentor cuando lo tiene a tiro. Siendo ocho las que con él yacieron, no se pueden sentir ‘instrumentalizadas’, como han denunciado, cuando fueron ellas las que claramente usaron su instrumento. Le acusan de violación pero es despecho por abandonarlas. Cualquier denuncia decaería entre besos y gemidos y abrazos si en la penumbra de casa okupada esta noche te vieran volver. Más mide bien tus pasos porque siendo tanto el furor atrasado igual te exigen las ocho a la vez.

Los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado realizan abnegadas misiones de inteligencia e infiltración en los grupúsculos desestabilizadores y violentos que representan un peligro para nuestra seguridad y convivencia. Estas tareas son siempre peligrosas y comprometidas, pero este agente se enfrentó a la más peliaguda. Matar terroristas es cuestión de puntería y puedes hacerlo a distancia. Entrar en La Cinétika es la desventura del hombre aseado. Las ocho mujeres – ocho – vestían los más sucios harapos, pircings y tatuajes, por no hablar del aliento entre cervecero y porreta. De todo ello tuvo que hacer abstracción nuestro héroes y fascinarlas con su virilidad alarmada, para que en el cigarrillo poscoital, entregadas ya sin reserva, le contaran sus vidas, tal vez soñando en hacer planes juntos y por supuesto a la espera de la siguiente embestida.

Que ellas desconocieran su profesión no se puede comparara en ignorancia a la cantidad de bichos y microbios sin identificar que en aquellos catres y cuerpos nuestro hombre halló (dejando las posibles enfermedades a un lado), y con los que inevitablemente tuvo también que hacer el amor para servirnos en nuestro esfuerzo de crecer libres y seguros.

Infiltramos a ETA, infiltramos al islamismo y por supuesto infiltramos a los antisistema. Estas chicas tienen que aprender a perder y que lo que para ellas es fascinación para otros puede ser interés o trabajo. ¡Cuantas veces los hombres nos hemos sentido así, sin que estuviera comprometida la seguridad del Estado! ¡Cuántas teniendo marido nos dijeron que eran mozuelas cuando las llevamos al río! Vivimos tiempos de identidad muy frágil, y si para antisistemas y okupas el sexo puede ser líquido y hasta no binario, y llamarse hoy Juan y ahora María Luisa, ¿cómo pueden acusar de violación a un agente de Policía por ocultar la placa? No puede haber dos varas de medir, y más cuando una de ellas os ha gustado tanto.

05 Febrero 2023

Un policía en la cama de los movimientos libertarios

Rebeca Carranco - Fonseca

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Cinco mujeres se querellan contra un agente infiltrado con el que mantuvieron relaciones sexuales y afectivas. Tras desvelarse su identidad, ha sido destinado a un puesto en el extranjero

Dani, un chaval en la treintena, llegó al centro social libertario La Cinètika en junio de 2020 en busca de un gimnasio barato donde entrenar. De profesión instalador de aires acondicionados, iba corto de pasta en un lugar carísimo como Barcelona. En poco más de dos años, se convirtió en uno más en la esfera anarquista e interconectada de la ciudad. La liana que usó para saltar de un colectivo a otros fueron las mujeres. El semanario La Directa destapó el lunes que Dani Hernández Pons, el guaperas, simpático y desenfadado mallorquín de cresta, camisetas con mensaje político y tatuaje ácrata, era en realidad el policía nacional Daniel H. Cinco mujeres se han querellado contra él por el uso despiadado que consideran que hizo de sus relaciones sexuales y afectivas, algunas de casi un año, para obtener información.

Las mujeres han explicado a La Directa que conocieron a Dani de diferentes formas: en La Cinètika, en las fiestas del barrio, en un concierto en el mítico centro okupa la Kasa de la Muntanya o incluso en redes como OkCupid, que incluyen la afinidad política. “Algunas están muy afectadas”, constatan fuentes cercanas a lo ocurrido. Ninguna de ellas ha vuelto a hablar con los medios de comunicación sobre el hombre que iba y venía en sus vidas, que un día no paraba de escribir, al siguiente desaparecía y poco después regresaba con una excusa cualquiera y un ímpetu renovado. El agente, sobre el que el Ministerio del Interior guarda silencio, mantuvo relaciones sexuales puntuales y otras más estables en el tiempo, de hasta un año.

Daniel H., el policía, fue seleccionado por los servicios de información ya en la academia de formación en Ávila, según fuentes policiales. Allí ingresó a finales de 2017, procedente de Mallorca. “Es un perfil perfecto: joven, habla catalán, sin ataduras, y sin un pasado policial que pueda complicarle luego las cosas”, añaden. En junio de 2019 se licenció como policía, y desde la Comisaría General de Información —que investigan delitos de origen ideológico— se coordinó la infiltración. “Es un trabajo en equipo, muy complicado, sacrificado y duro. Se trata de tener una doble vida”, subrayan fuentes conocedoras del mundo del espionaje. Se ideó una identidad nueva y, unos meses después, aterrizó en Barcelona. La Directa ubica sus primeros movimientos en la ciudad en mayo de 2020, donde alquiló un sobreático al lado del barrio de Sant Andreu de Palomar.

A partir de ese momento, Daniel H. sería Dani Hernández Pons, el risueño instalador de aires acondicionados autónomo, mallorquín, con familia en Granada, que sobrevivía en la inestabilidad laboral de cualquier joven, pero que tenía todo el tiempo del mundo para integrarse en el ecosistema libertario. Lo habitual es que se le designase “controlador” policial, la persona que lo “tutela”, y que estuviese pendiente de él ante cualquier problema que pudiese surgir, explican fuentes policiales. Además de La Cinètika, participó en la coordinadora antirrepresiva de Sant Andreu, que engloba movimientos independentistas como el de Meridiana Resisteix, que organizaba el corte diario de la arteria de entrada a la capital catalana, la avenida de Meridiana, o el ateneo Harmonia. También se acercó al sindicato CGT.

Las cinco mujeres que ahora se han querellado contra él por viciar el consentimiento de las relaciones sexuales (jamás se habrían acostado con un policía), usarlas, deshumanizándolas, para obtener información personal e ideológica, forman parte de un grupo mayor, indican fuentes conocedoras del caso. Lo acusan de agresión sexual y de un delito contra la integridad moral, entre otros. Algunas de ellas subieron a su piso, que describen como un lugar con pocas cosas, apenas unas fotografías políticas. Y aseguran que ni siquiera en contextos de intimidad se explayaba sobre su pasado, al que se refería de manera superficial, mencionando como mucho a una exnovia y episodios de infancia.

Dani no vivió los años más convulsos de Barcelona, con los graves altercados después de la sentencia contra los líderes del procés. Él llegó ya en pandemia —La Directa relata un encontronazo con la Guardia Urbana, que quiso identificarlo en la calle durante el confinamiento—, las protestas por el encarcelamiento del rapero Pablo Hasél, los cortes de la avenida de Meridiana por grupos independentistas, o lo más que habituales desahucios y desalojos de centros okupados. Además de participar en las protestas, salía de fiesta y, según las mujeres, bebía y se drogaba. “Se comporta como uno más del grupo. No puedes estar metido en un grupo antisistema y luego ir de casto. Si estás metido, estás metido”, aseveran fuentes policiales.

En su periplo como libertario en Barcelona pudo conocer las casas okupadas más emblemáticas de la ciudad, como Can Masdeu, Can Batlló o la Kasa de la Muntanya, ateneos o centros sociales. También viajó de la mano de La Cinètika a otros puntos de España, como Madrid o el País Vasco, en encuentros de colectivos afines ideológicamente. Con ausencias periódicas, que justificaba como viajes a Mallorca, Dani permaneció infiltrado más de dos años. “Hasta que en octubre lo mordieron”, indican fuentes policiales, en referencia a como se conoce en el argot la detección de un policía que trabaja camuflado. A partir de ese momento, empezó el repliegue. Contó que se iba a Granada, donde tenía familia, a la recogida de la oliva, luego explicó que le había salido un trabajo en Palma, y ya no apareció de nuevo por la ciudad…

“Está claro que se produce un fallo de seguridad”, analizan fuentes policiales, que no dudan en atribuirlo a las redes sociales, sin facilitar más detalles. La Directa explica que recibió las primeras pistas de que Dani en realidad era policía en el mes de junio de 2022. Justo acababan de destapar el caso de otro agente, Juan Ignacio E., camuflado en el movimiento político de la izquierda independentista catalana. Un elemento clave fue la coincidencia entre los apellidos de la identidad falsa de este agente, Marc Hernández Pon, pero que en sus pagos de Bizum constaba como Marc Hernández Pons, con los apellidos de Dani. Salvo una casualidad casi imposible, se trataba de un policía al que habían cometido la torpeza de darle los mismos apellidos que a otro agente. El semanario no detalla qué otros errores les permitieron llegar al nombre real de Daniel H., que además fue compañero de promoción del menorquín Juan Ignacio E. Los dos catalanoparlantes, jóvenes, a los que los servicios de información echaron el ojo ya en la escuela.

“Es un caso extremo que realmente pone de manifiesto una actuación estatal sin límites. Se utiliza la violencia institucional, pero también sexualizada: usar a las mujeres para consolidarse o infiltrarse en determinados movimientos sociales”, denuncia la abogada Anaïs Franquesa, del Centro de defensa de derechos humanos Iridia, uno de los que representa a las jóvenes que se han querellado. Considera que la policía necesita una autorización judicial, solo justificada en casos de terrorismo o crimen organizado, para actuar así. “Es una operación de Estado muy avalada y pensada por la superioridad, dirigida a engañar”, añade. Se trata de “obtener inteligencia”, contradicen fuentes policiales, que hacen una diferenciación entre la figura del “agente encubierto”, que otorga un juez en una investigación concreta, y la infiltración, que carece de una regulación clara y que “forma parte del trabajo de un policía de información”. “Es captación de inteligencia en bruto, de la que al final te servirá un 1%. Una forma como otra de captar fuentes”, defienden. Y subrayan la dificultad de hacerlo: “Se pasan momentos muy malos. Lo de los espías está muy bien, pero en las películas”.

Fuentes de CGT Catalunya cuestionan qué buscaba realmente el policía, y qué tipo de amenaza suponen los movimientos libertarios del barrio de Sant Andreu de Palomar de Barcelona. “Son espacios abiertos, se debe haber aburrido mucho”, dicen, sobre el tipo de actividades que lleva a cabo La Cinètika, colgadas en su página web, y el resto de organizaciones en las que participó. “No tenemos nada que esconder”, añaden. A su juicio, la única finalidad de la infiltración policial es el “control político del enemigo interno”, ya que “no existe una amenaza real de seguridad”.

La última señal de vida de Dani, el motivado antisistema, es de pocos días antes de la publicación de La Directa. El semanario cuenta que envió un audio a uno de sus supuestos amigos, donde le decía que estaba haciendo una ruta en moto, y adjuntaba una fotografía, que el medio ubica en un pueblo de Valencia. Fuentes policiales aseguran que se lo ha destinado al extranjero, sin especificar dónde, informa Óscar López-Fonseca. “Lo que se ha hecho habitualmente con personas detectadas es buscarles un destino en una embajada, normalmente hispanohablante. Se pasa allí un tiempo, hasta que el suflé baja y pueden volver y trata de recuperar su vida poco a poco”, añaden otras fuentes conocedoras de cómo se procede cuando un policía infiltrado es descubierto.

Dani nunca tuvo un discurso político sólido ni parecía tomarse demasiado en serio el activismo, indican fuentes próximas al entorno libertario, dividido en grupos, unos más abiertos que otros. Eso le impidió asentarse en el anarquismo más cerrado del barrio. Su punto fuerte era el interés humano, conocer a personas siempre que tenía la ocasión. Y para ello, la intimidad y las confidencias que las mujeres compartieron con un policía, sin saberlo, fueron esenciales, permitiéndole la entrada a nuevos espacios. Los jueces deberán decidir ahora si admiten a trámite la querella, que plantea los límites de la infiltración, la libertad sexual y los derechos humanos.

04 Febrero 2023

España nos folla

Ramón de España

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Como no abundan las noticias divertidas, me permitirán que insista en el tema del policía nacional infiltrado en ambientes antisistema de Barcelona​​​​​​​ que aprovechó sus pesquisas por el bien de la patria para beneficiarse a ocho activistas que ahora pretenden llevarlo a juicio por haberles ocultado su oficio y sus intenciones. Las redes sociales se han puesto las botas con el temita y ya hay quien ha hecho correr la frase malsonante que da título a este artículo, pero eso no ha impedido que el otro día se celebrase una manifestación de afectadas por el agente lúbrico de la policía española, al que exigen responsabilidades por… ¿por qué? Pues no se me ocurre, la verdad, aunque la novia que le duró más (un año) asegura sentirse violada por el madero en cuestión (las demás, simplemente, sostienen que no se habrían acostado con él de saber a qué se dedicaba realmente).

Las claves de la acusación, francamente, no parece que puedan servir de mucho. No es lo mismo ser violada que sentirse violada. Y en cuanto al engaño (inevitable siempre en el caso de los policías infiltrados), ¿qué pueden decir en su defensa las afectadas por su propia libido y la de su cooperador necesario? A lo sumo, algo parecido a esto: “Le juro por Pablo Hasél, señor juez, que si llego a saber que era un madero, no me lo tiro. ¡Palabrita del niño Jesús!”. Dudo que haya un solo juez que escuche explicaciones tan peregrinas como estas y tome la decisión de empapelar al madero en cuestión, ese señor que se hacía llamar Daniel Hernández Pons y que, en estos momentos, se encuentra ya fuera de España, dado que su nuevo destino lo ha llevado a una de nuestras embajadas en el exterior, aunque no sabemos cuál.

Tiene gracia que los que más se quejan de la judicialización de la justicia pretendan judicializar ahora el sexo consentido y sacar a colación la ley del sí es sí. Que se sepa, el infiltrado no violó a nadie ni obligó a ninguna de las militantes con las que mantuvo relaciones a hacer cosas que no quisieran hacer. Las pobres, simplemente, se dejaron enredar por un gran profesional de lo suyo al que encontraban atractivo (trabajo le había costado al hombre, que tuvo que tatuarse todo el cuerpo y disfrazarse de gañán alternativo para resultarles atractivo a sus conquistas) y con el que les parecía muy razonable intercambiar fluidos. Otra cosa es que les dé vergüenza haber caído en la trampa del infiltrado, pero no son las primeras, ya que desde los tiempos de la célebre Mata Hari ha habido víctimas del espionaje perpetrado por vía sexual. Lo suyo sería tragarse el orgullo, reconocer que se la dieron con queso e incrementar las medidas de seguridad en el colectivo antisistema de turno para que no se repita tan molesta y humillante situación.

Hay en las redes gente que toma partido abiertamente por el infiltrado y sugiere que se le conceda alguna importante condecoración. Yo diría que no van del todo desencaminados, pues lo de ese hombre tiene su qué. Pasar tres años infiltrado en covachuelas alternativas es muy meritorio en varios sentidos: el del deber, por supuesto, así como la evidencia de que en el inframundo antisistema (y perdonen si me pongo ligeramente heteropatriarcal) no abundan los sex symbols con los que a cualquier hombre le encantaría irse a la cama: observen atentamente las fotos de grupo de las chicas de la CUP y verán lo que les cuesta ponerse palotes (por no hablar de las activistas de la izquierda aberzale vasca, conocidas comúnmente como Las Nekanes, que hasta dan un poco de miedo y requieren cierto estómago para abordarlas con intereses horizontales).

No todo el mundo sirve para hacer lo que ha hecho el supuesto Hernández Pons, para el que ya hay quien pide la Laureada de San Fernando: se ha tirado tres años rodeado de fanáticos y gente de escasas luces para cumplir con sus deberes de servidor del Estado; no contento con eso, se ha acostado con ocho activistas y las ha dejado contentas (no me consta que ninguna se haya quejado de sus prestaciones en la piltra); sí, engañó a todo el mundo acerca de sus auténticas motivaciones, pero ¿quién nos dice que no llegó a sentir algo por las muchachas con las que se acostó? Ya se sabe que el roce hace el cariño, y lo que es rozarse, lo que se dice rozarse, nuestro hombre lo llevó a cabo de manera bastante exhaustiva, aunque sin caer en el síndrome de Estocolmo ni convertirse en agente doble.

Estamos hablando, pues, de un servidor ejemplar del Estado que merece una recompensa, no que lo lleven a juicio por cumplir con su deber. Puede que la Laureada de San Fernando sea una condecoración excesiva, pero es evidente que este hombre se merece algo de parte del país al que sirve de manera tan eficiente y voluntariosa. Y en cuanto a las supuestas violadas (por lo menos ideológicamente), tampoco les costaría tanto reconocer que les ponía el madero y pasar a otros asuntos. Hacerse ahora la víctima quejica no solo no les servirá de nada, sino que hasta puede que consagre su condición de tontas del bote o, en el mejor de los casos, de mujeres enamoradas. No hay nada de qué arrepentirse, chicas, ¿hay algo más bonito en este mundo que el amor? Recordad la frase inmortal de la película Johnny Guitar: “Dime que me quieres, aunque sea mentira”.