7 febrero 2007

Se suicida Erika Ortiz Rocasolano, la hermana pequeña de la Princesa de Asturias, Letizia Ortiz

Hechos

El 7 de febrero de 2007 falleció Dña. Erika Ortiz.

Lecturas

El comentario de Dña. Beatriz Cortázar: “A la princesa Letizia le favorece mucho el dolor, se le quedan los ojos como…”, fue rápidamente cortado por el copresentador D. Óscar Martínez: “Si os parece, dejamos este tema”.

EL ODIO DE JAIME PEÑAFIEL EN 2008 USANDO LA MUERTE PARA ATACAR A SU ‘ODIADA’ LETIZIA.

El 16.04.2008 D. Jaime Peñafiel aludió a la difunta Dña. Erika Ortiz para criticar a su hermana Dña. Telma Ortiz tema haciendo uno de los comentarios más brutales al hacer referencia a Dña. Erika Ortiz (hermana de Telma que se suicidó el año anterior) en TELEMADRID. «Chapó por Erika, porque no quiso ser hermanísima y por eso se quitó la vida, no como Telma, que sí ha querido serlo».

08 Febrero 2007

Una vida sin suerte; una muerte sin sentido

Jaime Peñafiel

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El hecho sorprendente, insólito, único, de que Letizia Ortiz Rocasolano se convirtiera, por matrimonio, en la futura reina consorte de España cuando a lo más que aspiraba era ser una buena periodista, no ha traído la felicidad a su familia.

Por una vez y sin que sirva de precedente, en el país de los cuñadísimos, yernísimos y hermanísimos, la muy querida, la muy amada Erika, la hermana más pequeña de Letizia, fue encontrada muerta «en extrañas circunstancias», como se dice cuando no se quiere reconocer toda la verdad, en la mañana de ayer miércoles.

Lo más triste de esta muerte -todas lo son- es que se produjo en la soledad del piso que su principesca hermana le había cedido cuando, el 1 de noviembre de 2003, abandonó todos los bienes de su terrenal vida anterior, para profesar en el noviciado de la Casa Real de la que un día será investida como reina consorte.

Erika, por desgracia, no ha tenido suerte. Pienso que nunca la tuvo. El divorcio de sus padres le sorprendió cuando tan sólo era una adolescente. A esa edad, la tragedia familiar marca mucho.

Sentimentalmente, Erika tampoco ha sido una joven feliz. Tal vez lo fue hasta que la boda de su hermana, con un príncipe de verdad, la colocó frente a su triste realidad de un compañero, como Antonio Vigo, un buen hombre sin mucha suerte en la vida. Aunque lo suyo era convertirse en escultor, acabó como empleado ocasional en el servicio de limpieza de un ayuntamiento. La huida de Asturias a la capital del Reino, dejando atrás los problemas de una etapa que era mejor olvidar, tampoco les ayudó, aunque, como el matrimonio feliz que no era, aparecieron en las tres fotografías familiares más importantes de la vida de su hermana Letizia: la petición de mano en el Palacio de El Pardo; la boda en el Palacio Real y el bautizo de Leonor, en el Palacio de La Zarzuela.

Aunque laboralmente Erika pareció encauzar su pasión por el arte trabajando en la editorial Franco María Ricci, tampoco debió de sentirse realizada. Ni con su fichaje en la productora televisiva Globomedia gracias a Emilio Aragón.

Al parecer, tampoco la pequeña Carla, de sólo cinco años, hija de ambos, ha logrado no solamente no salvar la relación de pareja de sus padres, sino tampoco la vida de su madre.

Una depresión, por motivos endógenos o exógenos, o ambos a la vez, eso hoy por hoy no se sabe, de la que intentó salir pidiendo la baja laboral hace unas semanas, puede haber sido la causa de esa muerte absurda, sin explicación y sin sentido.

Cierto es que la vida está llena de una infinidad de absurdos que ni siquiera necesitan parecer verosímiles porque son verdaderos, como decía Pirandello.

Triste vida la de Erika, hermana de Letizia y de Thelma, cara y cruz de esa moneda que son las hermanas Ortiz Rocasolano.

08 Febrero 2007

Gente corriente

Federico Jiménez Losantos

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La muerte de la hermana menor de la Princesa de Asturias plantea, en el fondo, el gran dilema de las monarquías contemporáneas: cómo compatibilizar la desigualdad con la igualdad, la vida diferente de las dinastías reinantes con la vida de la gente común y corriente que, por lógica vital y hasta cosmética, pasa a enriquecer o regenerar la sangre azul, tan roja como la de todos los demás. No sabemos aún si Erika Ortiz Rocasolano ha muerto accidentalmente o se ha suicidado, pero si sabemos que una muerte que podríamos llamar banal, sin más peculiaridades que las demás muertes de todos los días, se ha convertido en un gran circo mediático, porque los entierros siempre son populares, sobre todo si los deudos y familiares del muerto son famosos y poderosos.

No sabemos demasiado de Erika y, a decir verdad, tampoco nos importaba. Sin embargo, su temprana muerte la ha convertido fatalmente ya en carne de papel cuché, de teleprograma especial, de reportaje sepia tirando a amarillo. Es el destino de la gente corriente embarcada en una empresa tan poco corriente como la Monarquía. Es también el destino de una nación suicida, o sea, España, que se preocupa más por la muerte de una hermana de la Princesa de Asturias que por el Estatuto de Cataluña, que liquida el Estado constitucional y cercena drásticamente a la Nación. Al cabo, el Estatuto, de creer lo que dijo, no lo había leído ni Pérez Tremps, que lo había escrito. A lo mejor el Tribunal Constitucional se conmueve ante el caso de Erika Ortiz. Quién sabe.

Desde la psicología de las masas estudiada hace casi un siglo por Freud o desde su admirable psicopatología de la vida cotidiana hemos avanzado mucho en los usos democráticos, al menos en Occidente, pero seguimos sin saber nada sobre los mecanismos irracionales, intuitivos, sentimentales que gobiernan estas reacciones incomprensibles y, sin embargo, adivinables en las muchedumbres que, en uso de su libertad, se abonan a los atavismos más irracionales. ¿Por qué nos impresiona tanto la muerte de una persona corriente? Pues porque o es familia nuestra o no es corriente. No lo era ya Erika Ortiz, no podía serlo aunque hubiese querido. Pero quizás la última rebelión del pueblo contra el Poder es cultivar la muerte como la gran igualadora, la radical democratizadora de una vida poco compasiva con tantos. En sus Coplas dice Jorge Manrique: «En llegados son iguales / los que viben por sus manos / e los ricos». No era rica la pobre Erika Ortiz, que en paz descanse, pero va a tener entierro de rica. Ya no era pobre, aunque supongo que no tenía dinero. Ya era una corriente diferente, más o menos como todos. Supongo que nos interesa porque era casi como los demás.

09 Febrero 2007

Erika Ortiz

Francisco Umbral

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El suicidio de Erika Ortiz es un suicidio generacional. Todos los suicidios juveniles lo son. Siempre que aflora un vértigo joven se expresa en romanticismo, este romanticismo que apareció a finales del siglo XX, con música y muerte, es una manera de ser sólo apta para la última generación, la que participa de Erika Ortiz y otras heroínas sociales, populares, desde las hijas de Rainiero hasta las hijas del señor Ortiz, pasando por la Princesa de Gales, víctima de un accidente con ademanes de suicidio.

La juventud está viviendo una vida nocturna y descontenta porque la calidad de vida que nos procura la publicidad no acaba de convencer ni ilusionar a nadie. Ellos se habían montado otra vida, una cosa al margen de los grandes almacenes, procurando huir del aburguesamiento de sus padres, pero el consumo busca consumidores y entra a todo trapo, a destajo y con maneras violentas, en los paraísos artificiales y las iluminaciones en la sombra. Es cuando la adolescencia se siente atropellada y reacciona contra sí misma, más allá de la costumbre y de la última farmacia de guardia. Esto hace posible que siempre amanezca una Erika de nombre extranjero y de cuyo suicidio cabe dudar porque la chica, como todas las chicas, tenía dos puertas giratorias, el suicidio y la velocidad.

Es dudoso el resorte último que ha llevado a Erika a esta fórmula indecisa, pero el planteamiento, ya digo, es novelesco y romántico, una verdadera interpelación al destino que ya practicaron otras bellas, empezando por Marilyn Monroe, víctima de la calidad de vida americana. Esta calidad de vida es más cantidad que calidad y pronto descubre las fórmulas urgentes de su oferta, o sea un atractivo provisional con un aire deliciosamente provisional, también. Los funcionarios siguen muriendo de uno en uno, ordenadamente, pero quienes no alcanzan ninguna función bien pagada suelen morir en generación, como hemos dicho, porque ya desde los hippies han vivido en colectividad silvestre, y eso es fortificante en el campo, pero se hace intolerable en su variante underground.

Los políticos deliciosos, como digo, nos hablan todos los días de lo bello que es vivir, pero están confundiendo belleza con oferta y delicia con éxtasis. Se trata de una de- licia mercantil que consiste en superarnos a nosotros mismos en la compra de lo innecesario y en la venta de la propia imagen. Por eso toda muerte joven y antici- pada suscita siempre una reflexión de las masas sobre la cantidad y calidad de todas esas libertades que la juventud disfruta y acaba pagan- do con una muerte inesperada. El joven ya no muere de la tisis romántica sino que muere de ahora mismo y los infartos que cuaja el ahora mismo.

No vale, ante la bella Erika Ortiz, hacer literatura ni narrativa ni con pie de música; no vale el vibrante Volver de Penélope Cruz ni el cinismo magistral y prematuro de Camera café, porque la voz de Penélope es de otra y en Camera café encontramos a ese Humphrey Bogart de oficina que es Arturo. No hace falta escanear la biografía de Erika Ortiz para deducir que en su vida y en su muerte no hay sino ingenuidad, una ingenuidad de 31 años, y en su muerte conocemos la muerte casual, la muerte con pamela roja que ronda siempre los grandes entierros y las grandes bodas.

10 Febrero 2007

La hermana pequeña

Vicente Molina Foix

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El éxito de Anatomía de Grey, que el jueves inició su tercera temporada en Cuatro, es medicinal. Por alguna razón que todos sabemos y ninguno de nosotros entiende, la ficción del desastre nos reconforta, tanto en las películas o series de cataclismos naturales como en aquellas que tratan percances íntimos: las urgencias hospitalarias, los accidentes, los juicios. Más de una vez hemos visto sin desazón corazones en la mano del personal de ese hospital de Seattle que centra la acción de Anatomía de Grey, y el jueves el clímax fue la doble operación en alternancia de un tumor cerebral y una rama de árbol incrustada en un joven siniestrado (la serie engancha, aunque su realización no pase de convencional, con esas pequeñas unidades dramáticas jalonadas de imágenes de la ciudad y el casi constante uso videoclípico de la música). En su fascinante ensayo Naufragio con espectador (Visor), Hans Blumenberg da una clave, citando a Lucrecio: «Es grato, cuando azotan los vientos en liza las altas olas del mar, observar desde la lejana orilla los apuros de otro, no para recrearse con el espectáculo de la desgracia ajena, sino para ver de qué calamidad nos hemos librado».

Las televisiones han observado la catástrofe privada de Érika Ortiz con relativa contención, quizá porque se les forzó a estar en la orilla, sin tirarse al agua caldosa del sensacionalismo: una línea infranqueable en el tanatorio y -así se sugirió ayer en El programa de Ana Rosa (Tele 5)- un toque desde la Casa Real para que no se mencione más la palabra suicidio. En el propio día de la incineración, la Campoy llevó a Las mañanas de Cuatro a Paloma Gómez Borrero, y Tele 5, a Luis María Anson; oír a estos dos, lejos de aliviar da cierto picor cutáneo. En su tertulia del viernes, Ana Rosa quiso pasar a la historia, como Blair, y dijo que doña Letizia se había ganado, con su frase ante los periodistas, el título de «princesa del pueblo». Desde luego fue emocionante compartir la dificultad de su desdicha. «Mi hermana pequeña», musitó. En ese adjetivo estaba el misterio del dolor humano. Quizá su cura.