5 octubre 1950

"¿Por qué en España se nos priva de oír la voz de los intérpretes auténticos e insustituibles de las películas?"

Tribuna en prensa de Rafael Calleja contra el doblaje obligatorio al castellano de todas las películas extranjeras por orden franquista

Hechos

El 5.10.1950 D. Rafael Calleja publica una tribuna en prensa titulada Se puede dar gusto a todos. 

Lecturas

El artículo íntegro:

Se puede dar gusto a todos 

Disfrutábamos recientemente, en su versión original, una excelente película. Charles Leughton interpretaba – maravillosamente – un juez cínico y sagaz que, en la velada después de una comida, está sentado en un sofá junto a la esposa muy guapa, del abogado defensor en una causa sensacional que el juez ha de fallar al día siguiente.

Laughton, encerrado en sí, impenetrable, prodigioso de expresión, toma como distraidamente una mano de la bella mujer. Sin decir nada, sin mover un músculo del sembante, la retiene. La dama ha comprendido. Se levanta. Se aleja.

Laughton, entonces, entre dos esbozos de bostezo, dice solamente, sincopando, pronunciando apenas:

  • ¡Pity! ¡Pity!

Quizá nunca se ha concentrado en tan rápido instante tal cantidad de arte dramático.

  • ¡Que maravilla! – Comenté – ¿Cómo se podría ‘doblar’ esto?

Ante todo, la frase es intraductible. Abreviando al maximum, se podría decir: “¡Lástima! ¡Lástima!” Un mínium de doce sílabas lo que en inglés, dicho por Laughton, eran apenas dos. Imposible envolver doce sílabas en dos semibostezos y obtener el efecto de aquellos ‘Pity, Pity”, en croquis, sugeridos más que pronunciados.

Pero, además, ¿cómo sustituir esa voz de Laughton y esa entonación que traiciona su sarcasmo, su escondida tormenta? ¿Cómo reemplazar su acento personalísimo, archimagisral?

La voz, el acento, el modo de decir del actor, de la actriz son tan importantes y a veces más que su gesto, su actitud o sus ademanes.

Lucien Guitry, el padre de Sacha, obtenía magníficos efector pronunciando de modo indecible unas palabras mientras su figura entera permanecía absolutamente inmóvil, semblante inclusive. Sólo se movían, y apenas, sus labios en tanto que los ojos subrayaban fijos también y formidables, la entonación de la frase, que era lo portentoso e incopiable.

Hay ocasiones en que la escena está en penumbra o el actor de espaldas al público. No se le ve la cara. Sólo se oye la voz, ‘su’ voz, ‘su’ acento: lo más personal de una persona.

Los animales, muchos de ellos, logran expresiones de alegría, de miedo, de cariño, de cólera. Lo que no hace ninguno es reír. Lo que ninguno hace es hablar. El modo de reír, el modo de hablar de Greta Garbo o de sir Laurence Olivier son tan inasequibles para la mayor parte de nosotros como para un mono o un caballo lo son nuestro hablar y nuestra risa.

Rosario Pino no era una genial actriz. Pero nadie que la escuchara a los veinte años podrá olvidar el timbre de su voz que batía todos los ‘records’ del ‘sex-appeal’ categoría dramática, pero su voz, si bien vibrante y eficaz y matizaba, batía, quizá, el record inverso: el de la ausencia de sex-appeal. Rosario Pino tenía una voz gachona, de terciopelo. La voz de María Guerrero era de metal. Respetando los juicios ajenos, yo preferí siempre a la Pino, flexible, esbelta, felina, como su voz.

¿Por qué en España se nos priva de oír la voz de los intérpretes auténticos e insustituibles de las películas? No sería necesario, para que disfrutemos de ese esencialísimo elemento de su arte, que se negasen las películas dobladas a quienes las prefieren con motivos sin duda muy respetables.

En Norteamérica, las películas extranjeras no se doblan: se dan en la versión original y se les añaden rótulos en inglés. Pero en otros países – Francia, Bélgica, Portugal, por ejemplo – se dan simultáneamente, en locales distintos, la versión original con rótulos en el idioma vernáculo, y la doblada. Cada cual elige la que prefiere, y así todos contentos.

Será erróneo atribuir estas líneas al menor matiz de menosprecio para los artistas que realizan el doblaje. Su difícil trabajo es con frecuencia excelente, a menudo plausible y han mejorado en gran manera desde que comenzó. Pero las obras supremas del Arte o del genio son insustituibles e incopiables. Y un actor puede haber logrado tal calidad de inspiración y acierto, que él mismo resulte incapaz de conseguir segunda vez la misma altura.

En Women, película que tuve la fortuna de oír en la versión original, hay un momento en que Joan Fontaine pronuncia, murmura, con arte y emoción increíbles, unas breves palabras por teléfono. Es uno de mis recuerdos predilectos. Dudo que Eleonora Duse, a quien no conocí alcancase nunca el grado de emoción de tales palabras (la propia Joan Fontaine sería incapaz de repetirlo) y darnos en vez de ‘aquello’, la voz alquilada de un doblaje (aunque lo desempeñara Greer Garson o Ingrid Bergman), es defraudar al espectador; es hacer daño a quien sea capaz de fluir la gran belleza de aquel momento.

Yo no había oído nunca la voz de Gregory Peck. En la película de que antes hablaba, Peck es el abogado defensor. Escucharle es un placer auditivo, musical. Tiene una voz cálida, vibrante, convincente. Ni su timbre ni su entonación pueden “doblarse”.

‘Boheme’ o ‘Manon’ cantadas por Benjamino Gigli se rejuvenecen. Como resplandecía ‘Rigoletto’ y como adquiría un valor que nunca había tenido el ‘Hamlet’ de Thomas, cuando las cantaba Titta Ruffo.

Una película que reprodujese ‘Hamlet’ cantada por Titta Ruffo sería una fiesta para los que le oímos en años felices. Otra que perpetuase la ‘Boheme’, de Gigli, sería también muy agradable. Pero, ¿se podría anunciar ‘Hamlet’, de Titta Ruffo o ‘Boheme’ de de Gigli y ‘doblar’ a Gigli o a Titta Ruffo?

Pues lo mismo viene a ser el ‘doblar’ a Joan Crawford, a Rosalind Russell, a Cary Grant o a Walker Pidgeon. Es como ‘doblar’ a Paderewsky, a Menuhin, a Casalt. Es un desacato y es, quizá, la causa algunas veces de que una película de gran éxito en su versión original incite ‘doblada’ a murmurar entre dos conatos de bostezo:

  • Pity!, Pity!…

Rafael Calleja, 5.10.1950

El Análisis

DOBLAJE IMPUESTO DURANTE 60 AÑOS

JF Lamata

El hecho de que el régimen franquista primero y las licencias del ministerio de Cultura para gratitud de las distribuidoras norteamericanas mantuvieran la obligatoriedad de que toda película extranjera fuera doblada, convirtió el cine extranjero que en otros países era un consumo exclusivo para expertos cinéfilos en producto de masas, independientemente de que no supiera idiomas.

Pero es innegable que los defensores de la versión original dicen una gran verdad en que durante demasiados años en España no había forma de ver una película en versión original. Durante años estaba prohibido y luego los cines en V. O. se contaban con los dedos de la mano y en muy pocas profundas.

Rafael Calleja pidió que ‘Se pudiera dar gusto a todos» en 1950. Y, ni caso. Tendrían que pasar hasta 60 años para que Internet, los DVD y las plataformas permitieran a la gente ver las películas en el idioma que quisieran. Hasta ese momento todos a tragarse quisieran o no el doblaje.

Federico García & J. F. Lamata