5 enero 1984

Críticas de los medios de la oposición por considerarlo 'apología hacia una dictadura'

TVE estrena el programa ‘En Portada’ con una entrevista elogiosa al mandatario de Cuba, Fidel Castro, realizada por Vicente Botín y Rosa María Mateo

Hechos

El programa ‘En Portada’ de TVE se estrena el 5.01.1984 con una entrevista al comandante Fidel Castro.

Lecturas

A D. Vicente Botín se le atribuía una supuesta simpatía hacia el régimen de Cuba y el ideal de la revolución, el periodista español no oculta su satisfacción por haber logrado la entrevista al Sr. Fidel Castro para el primer «En Portada» de TVE.

07 Enero 1984

Fidel Castro

ABC (Director: Luis María Anson)

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No nos hemos hecho eco informativo de la intervención de Fidel Castro en Televisión, porque como estaba previsto y ya anunció ABC se trataba de un programa de propaganda y no de información.

Fidel Castro, se mostró a los españoles, en Televisión, en una paupérrima y deslavazada epifanía, auspiciada por Enrique Vázquez, de conocida filiación, y amplificada con dos mudos altavoces [Vicente Botín y Rosa María Mateo] de cuya ejecutoria profesional cabe esperar mejores resultados.

La entrevista no merece más comentario que dejar constancia de ella con el mínimo desprecio. Fue un plúmbeo torrente de anécdotas de guerrilla y soldadesca, en la que apenas destacó la pedantería del cabecilla. En cuanto al fondo, ni lo tuvo. Fidel presentó en esta su primera incursión en los hogares españoles, como una paradójica contrapropaganda de sí mismo, la imagen de un político huero, que se ha impuesto por causas muy ajenas a sus condiciones de estadista. Todo sonaba con un ‘chin-chin’ ridículo que no convencía más que a los convencidos o a los tontos.

Su visión de la democracia sin partidos y, por supuesto, sin amnistía, paternalista, regeneracionista y caja de recluta para misiones de conquista ideológica en el extranjero, parece imposible que sea considerada democrática entre los propugnadores del cambio español. Y su imposición de condiciones a España para no ser vetada en Iberoamérica, intolerable y ridículamente pretenciosa. Porque es lo que querían los servicios del KGB, que Fidel Castro nos adoctrinase a los españoles explicándonos que no debemos estar en la OTAN.

09 Enero 1984

Un modo de complicidad

Justino Sinova

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La complaciente entrega de una hora de máxima audiencia de TVE a Fidel Castro la noche de Reyes es un episodio que demuestra la incompetencia de quien rige el más potente medio de comunicación de nuestro tiempo, del cual se dice mentirosamente que es de todos los españoles. Después del nefasto espectáculo, el Gobierno necesita con urgencia descargarse de la complicidad de la gestión de la televisión pública. Y que no diga que no puede. Aplique el estatuto.

Es posible que Fidel Castro nunca haya encontrado tantas facilidades para exponer sus opiniones y para dar consejos en país extranjero. Y si ese programa de TVE no fuera un escándalo habría que incluirlo entre los récords del absurdo.

Pero es un escándalo, un escándalo de magnitud extraordinaria, aunque haya pasado ante los ojos de muchos sin despertar tanta sorpresa, a estas alturas en que la capacidad de asombro por las cosas de televisión está a punto de caer definitivamente anestesiada. El timo de las gafas tridimensionales, con ser una monumental desconsideración a los ciudadanos y otra prueba de incapacidad para gestionar algo tan serio como la televisión no puede empañar la sinrazón del espacio dado a Castro para que hablara de lo que le viniera en gana y hasta nos aconsejara, sin que se le pusiera ni siquiera en el brete de explicar cómo es posible que el español Gutiérrez Menoyo se consuma en las mazmorras del castrismo a las que fue arrojado hace veinte años por motivos políticos, cómo es posible predicar la libertad mientras no se abren las fronteras a todos aquellos que quieren huir de un régimen injusto…

Una entrevista con Castro, que es un político polémico, influyente y por eso interesante, es un acierto periodístico. Pero una cosa es una entrevista y otra prestar una tribuna como el monopolio televisivo para que un dictador diga lo que le venga en gana. Está claro que esto no es una crítica a la atención informativa de TVE por Castro, sino a la entrega con armas y bagajes de la televisión a un político extranjero para que nos adoctrine como si aquí fuéramos huérfanos políticos necesitados de su liderazgo. Es decir: al uso equivocado de una herramienta como la televisión.

Hace unos años, cuando vino Alexander Solschenitzin a decirnos por televisión lo que teníamos que hacer, se organizó una buena y no quedó una sola voz discordante  que no alzara su protesta. Después, cuando Carlos Robles Piquer permitió la emisión de un programa amable con el golpe de Estado de Turquía, la izquierda montó sus baterías para tumbar al director general de RTVE y, si se presentaba la ocasión, al presidente del Gobierno. Las cosas como son: la intervención de Castro en TVE es equiparable a estos otros errores de adoctrinamiento y su autorización debe ocasionar lógicas consecuencias políticas.

José María Calviño, al frente del monopolio televisivo, no tiene remedio. Tal como ha estrenado el año, el 1984 va a ser otro año de pesadilla si antes no se pone el remedio que estas cosas están reclamando. Es tan insoportable y tan sectaria la televisión de Calviño que el Gobierno debe sentirse obligado a aplicar el estatuto para poner en marcha el mecanismo de cese del director general. El desaguisado del que habla toda España es de tal calibre que dejar pasar más tiempo va a ser algo peor que un error.

El Gobierno debe reconocer que se equivocó con Calviño. Es cierto que hace meses intentó acorralarle para que presentara su dimisión (cuando todos los grupos parlamentarios, incluido el socialista, emitieron una especie de moción de censura contra el director general de RTVE por la escasa atención que iba a prestar a los debates presupuestarios). Pero como Calviño es incombustible, al Gobierno no le queda otro remedio que aplicar implacablemente el cese.

Debe y puede hacerlo. Es la hora de poner en marcha el artículo 12 del estatuto que exige al Gobierno ‘resolución motivada’ para cesar al director por incompetencia manifiesta. Nada más fácil para el Gobierno, que ha superado pruebas de más grueso calibre.

Cabe otro proceso. Que el consejo de administración se sienta, por una vez representante de la sociedad, no de los partidos que lo han formado, y que, traduciendo los deseos de la sociedad, proponga al Gobierno dicho cese. Una propuesta que habrá de hacerse por mayoría de dos tercios y que requiere, según la actual composición del consejo, el concurso de los votos socialistas. A los consejeros socialistas hay que pedirles ese gesto que acabaría con una de las etapas más nefastas de la historia de TVE. El consejo de administración fue determinante para el cese-dimisión de Robles Piquer, a quien le atribuyó por unanimidad una negligencia objetiva por la emisión de ‘El golpe a la turca’. Allí hasta la derecha votó contra su director general. No sería mucho que ahora la izquierda votara también contra su director general está logrando con celeridad digna de mejor causa que se diluya la esperanza social en la gestión socialista.

El cese de Calviño, en este comienzo de año, sería un buen modo de reconciliación con tanto televidente maltratado. Que lo haga el Gobierno o que lo haga el consejo de administración el cual, además, así recuperaría algo de su credibilidad perdida. Pero que lo haga alguien. La situación ha llegado a tal grado de deterioro que no es nada difícil cargarse de razón para aplicar el artículo 12 del estatuto. Ya no valen las descalificaciones presidenciales a la televisión. Ni son suficientes, ni restan responsabilidad. Mantener la actual situación, mantener a Calviño en su puesto, es un buen modo de complicidad en la zafiedad, la impericia y el sectarismo.

03 Septiembre 2009

El primer "En Portada" "Y en eso, llegó Fidel". Historia de una entrevista

Vicente Botín

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No había cuchillos en el enorme salón del Palacio de la Revolución y los  guardaespaldas de Fidel Castro no quitaban el ojo a los tenedores con los que más de un centenar de personas se peleaban con enormes trozos de langosta. El Comandante en Jefe les saludaba sin aparentar darse cuenta de sus dificultades, deteniéndose en cada corrillo. Quizás entre los invitados, periodistas y cineastas que habían participado en el Festival Internacional de Cine de La Habana,  podía haber algún agente de la CIA con aviesas intenciones. La seguridad ante todo.

Me hallaba yo también en singular combate con la langosta cuando recibí una indicación del realizador Antonio Gasset para que le siguiera discretamente y héteme aquí que su amigo, el cineasta cubano Pastor Vega, nos conduce a una salita donde Fidel Castro departía con un grupo de selectos, de eso no me cabía ninguna duda, porque sobre la mesa varias docenas de tenedores brillaban lustrosos junto a sus respectivas parejas de cuchillos. Además el Líder Máximo se mostraba más relajado sin la muralla de sus guardaespaldas, todos de la talla XXL.

En un momento determinado me acerqué al comandante y comencé a hablar con él. Yo había ido a La Habana con un equipo de Televisión Española para hacer un reportaje sobre el 25 aniversario de la revolución y me sabía de memoria su vida y milagros, sobre todo su vida sobre la que siempre guardó un celoso silencio. En un momento determinado le pregunté por Fidelito, como llaman a su hijo primogénito, fruto de su matrimonio con Mirtha Díaz Balart, quien de niño había pasado por la amarga experiencia de ver a su padre encarcelado en la isla de Pinos, hoy isla de la Juventud, después del frustrado asalto al cuartel Moncada, en Santiago de Cuba. Lejos de sentirse incómodo, Fidel Castro se mostró sorprendido de que llevara la conversación al terreno personal y me preguntó de sopetón: «Chico ¿quién tú eres?» Yo le dije el motivo que me llevó a Cuba con la promesa, aunque incierta, por parte de su embajador en Madrid, de que quizás podría hacerle una entrevista. «Pues nadie me ha dicho nada, chico. No sabía que había aquí un equipo de Televisión Española y mucho menos que tuvieras la pretensión de entrevistarme». Se quedó un momento en silencio y luego llamó a su secretario particular, José Millar Barrueco. «Chomi -le dijo- apunta el nombre de este compañero que mañana vamos a conversar». 

Dicho y hecho. Al día siguiente, después de una larga espera fuimos conducidos a su despacho en la Plaza de la Revolución donde le hicimos una larga entrevista que inauguró el programa En Portada.

Años después regresé a Cuba como Corresponsal de TVE, entre enero de 2005 y octubre de 2009 y escribí un libro, «Los funerales de Castro», en el que hago un retrato del país que deja el comandante cincuenta años después de su llegada al poder.