13 marzo 1998

El Periódico de Álava publicó un cuento-artículo de Carlos Caballero titulado "Una vez sucedió en Ermua"

Un diputado del PNV sobre las manifestaciones contra ETA en Ermua: «La ciudad fue invadida por ratas procedente en España»

Hechos

En marzo de 1998 el diputado del PNV D. Carlos Caballero publicó un artículo en EL PERIÓDICO DE ÁLAVA titulado: «Una vez sucedió en Ermua» en el que aludía a «las ratas procedentes de España».

Lecturas

LA EXCUSA 

Ermua, con casi 20.000 habitantes, es una de las localidades vascas que más inmigrantes recibió durante la época del desarrollismo. El pasado verano saltó a la política nacional por el secuestro y asesinato del concejal D. Miguel Angel Blanco (PP) a manos de la banda terrorista ETA. La conmoción popular que desencadenó este asesinato dio lugar al llamado Espíritu de Ermua.

D. Carlos Caballero (PNV) justificó la utilización de este cuento diciendo que quiere denunciar «el movimiento que en contra del nacionalismo democrático vasco se está desarrollando, basándose y tergiversando el espíritu de Ermua».

No desprecia por motivos de nacimiento, sino por motivos de ideología

Lo que más preocupó al PNV es que al mencionar el artículo que Ermua fue invadida de ‘ratas procedentes de España’ pudiera parecer que el PNV consideraba ‘ratas’ a los vascos no nacidos en España. El Sr. Caballero aclaró que su desprecio no era para los vascos que hubieran nacido fuera de Euskadi, sino que su desprecio era para los vascos cuya ideología fuera enemiga del PNV y hasta personalizó quienes eran para él «ratas»: «no aludía a los inmigrantes, sino a los [Carlos] Totorica (PSOE), [Carlos] Iturgaiz (PP), Jon Juaristi, Fernando Savater, [José María] Carrascal, y [Jaime] Mayor Oreja que, con tal de medrar en la política y manejar los hilos del poder, son capaces de manipular a este pueblo hasta el hartazgo».

Frutos_Rata En la siguiente sesión del Congreso de los Diputados, los diputados del PP y el PSOE abuchearon al Sr. Caballero, aunque el más gráfico fue el diputado de Izquierda Unida, D. Francisco Frutos, que exhibió a la prensa un cartel de lo más claro.

10 Marzo 1998

Una vez sucedió en Ermua

Carlos Caballero

El Periódico de Álava

Leer

En la Edad Media vino a un pueblo de Euskadi llamado Ermua una oleada de ratas procedentes de España. La gente, presa de una gran inquietud se reunió delante de la casa del pueblo y pidió la aparición de los responsables políticos. En el balcón del Ayuntamiento aparecieron el burgomaestre, el alcalde y el abad de la Universidad y, hablando entre ellos, decidieron quién iba a hablar para tranquilizar al pueblo. En las escalinatas del Ayuntamiento se encontraba el jefe del Ejército, con el Ejército preparado, pidiendo una actuación con la fuerza. El burgomaestre, en aquella época era el representante de los gremios, el alcalde representaba el poder y el abad era la autoridad religiosa de la Universidad de fuera (extranjera). Los tres formaban el poder civil. El abad, como representante de los valores tradicionales, se dirigió así al pueblo:

  • Queridos hermanos: en los últimos tiempos se han cometido muchos pecados en este pueblo y habéis enfadado a nuestro Señor. Para limpiar vuestros pecados os ha enviado esta plaga de rata. Por ello, os lo tenéis que tomar con calma y resignación. Sin embargo, para que no penséis que vuestra Iglesia está sin hacer nada, hoy se va a realizar una rogativa por las calles para pedir la compasión del Señor.
  • Mientras se preparaba la bandera del Ayuntamiento, las banderas de los gremios, el pendón del Rey, y se prepara la procesión, el pueblo se reunió y un señor mayor, dirigiéndose a los demás, indicó que todo era una tradición y que no atendieran a la rogativa.
  • La rogativa empezó y, mientras, las ratas y los ratones andaban por todos los sitios. Cuando acabó la rogativa, el pueblo se volvió a reunir en la plaza del pueblo y un señor que estaba entre la gente, dirigiéndose al os presentes, señaló:
  • Los señores que están en este balcón nos tienen bajo sus pies. Ellos no son nuestros verdaderos representantes. Entremos en el Ayuntamiento y hagámonos con el poder. Así podremos acabar con la peste de ratas. ¡Entremos!
  • Otro señor que estaba entre la gente dijo:
  • Has hablado bien, pero tenemos difícil entrar en el ayuntamiento. Además, una vez dentro, ¿cómo vamos a acabar con las ratas?
  • El señor que antes había hablado le contestó:
  • – ¡Entremos! Luego veremos que haremos
  • Algunas personas, siguiendo lo que había dicho, se dirigieron gritando al Ayuntamiento. Los militares, delante de ellos, estaban preparados para hacerles frente. Entonces apareció el burgomaestre en el balcón y, con voz severa, se dirigió a todos:
  • – Es inútil que derraméis vuestra sangre. El Ayuntamiento, que siempre protege los bienes del pueblo, ha tenido una reunión con el fin de solucionar esta situación y ha acordado que se utilizará un utensilio nuevo y barato que nos han ofrecido los gremios para acabar con las ratas.
  • Cada utensilio puede matar veinticinco ratas al día. Mañana los colocaremos en los lugares más importantes. Mientras tanto, estar tranquilos.
  • La gente se dispersó y el pueblo se quedó en silencio. Mientras, las ratas se iban multiplicando. Al día siguiente se hizo el reparto de los utensilios. El ayuntamiento compró unos cuatrocientos utensilios, que repartió de la siguiente forma: ochenta el mismo ayuntamiento, cien en las casas de los militares, cien en las casas de los mandatarios, sesenta en las iglesias y en los palacios, y, los restantes sesenta, entre el pueblo. Viendo el éxito de la venta de los utensilios, se celebró una comida, a la que asistieron los mandatarios, los militares, el abad y el representante de los gremios, a la que no asistió el pueblo. Éste estuvo matando las ratas con sus propias manos.
  • Pasaron los días y las ratas se iban multiplicando. Una noche se comieron a los niños y el pueblo se quedó sin niños. Entonces, las mujeres y los hombres se metieron en el ayuntamiento. El jefe militar, el burgomaestre y los abades huyeron al otro lado del río Ebro. El alcalde, haciendo un gran esfuerzo, se dirigió al pueblo:
  • Yo estoy de acuerdo con vosotros: el burgomaestre y los abades os han traicionado. Nosotros solos no podremos vencer a las ratas, por lo que necesitaremos la ayuda del Rey. Juntos lograremos la muerte de las ratas, por lo que necesitaremos la ayuda del Rey. Juntos lograremos la muerte del as ratas. Mañana por la mañana nos llegará la ayuda del Rey.
  • Esta misma noche, los ratones se comieron al alcalde y al pueblo.

12 Marzo 1998

La patria en peligro

Patxo Unzueta

Leer

Carlos Caballero, diputado del PNV por Álava, firma un artículo publicado el martes en un periódico de Vitoria en el que ensaya una alegoría sobre la invasión de Ermua por una multitud de ratas llegadas de España. Ermua: el pueblo vizcaíno del que era concejal Miguel Angel Blanco, asesinado por ETA en julio pasado. El autor del artículo explicó ayer por la radio que la metáfora de las ratas no hacía referencia a los habitantes de Ermua, mayoritariamente inmigrantes, sino a los del Foro Ermua: la plataforma de intelectuales y profesionales que hace poco hizo público un manifiesto en el que se denunciaba la aparición de un nuevo fascismo dirigido por ETA y la actitud permisiva de los políticos vascos hacia los intentos de imposición de ese movimiento.Desde la aparición del manifiesto, los publicistas y portavoces nacionalistas han convertido a algunos de los firmantes en objeto casi diario de sus sarcasmos y descalificaciones (como ex etarras, agentes del Ministerio del Interior, la voz de su amo, etcétera). Nunca ha reaccionado el nacionalismo contra el »fascismo de libro» (según Arzalluz) de ETA-HB con tanta irritación como ahora lo hace contra quienes denuncian ese fascismo. Un motivo de esa irritación es seguramente la falta de costumbre: la casi total ausencia de oposición política, a cuenta de los pactos múltiples anudados por el PNV, hace que en Euskadi cualquier crítica sea interiorizada por los líderes nacionalistas como una «ofensiva intelectual, política y mediática sin precedentes» (Garaikoetxea). La obsesión del líder de EA por los intelectuales (sedicentes intelectuales, según él) viene de lejos, pero ahora es sobre todo el PNV quien encabeza la manifestación. Las páginas de opinión de su principal periódico rebosan desde hace semanas de insinuaciones y advertencias implícitas contra esos profesores y escritores críticos: especialmente, contra Savater y Juaristi.

¿Por qué estos dos? Porque se han permitido poner en solfa el pensamiento del santo patrón y pedir al líder máximo que se vaya. Es cierto que el patriotismo de partido es común a todas las formaciones, pero en el caso del PNV esa osadía ha sido percibida casi como un sacrilegio, y su reacción ha sido perseguir a los impíos hasta el mar. Ya hace unos meses, en un artículo aparecido en Deia, el portavoz del PNV amonestaba a EL PAÍS por haber encargado un reportaje sobre el nuevo Bilbao del Guggenheim a Jon Juaristi. Ahora, incluso han planteado una pregunta parlamentaria protestando por la participación de ese escritor bilbaíno en un programa de TVE sobre su ciudad.

El PNV, que hace bandera de la reinserción de los que han militado en ETA contra la democracia, sigue negándosela a quienes militaron en ella contra Franco en los años 60. Por eso, resulta algo contradictoria su pretensión de desautorizar a los críticos con referencias indoctas a su pasado. Pero lo verdaderamente innoble es hacerlo con insinuaciones de que quienes ridiculizan a Arana y recomiendan a Arzalluz que se vaya no son verdaderos intelectuales críticos, a la manera del Zola de J’accuse, sino dóciles escribientes al servicio del poder.

¿Sabrán esos valerosos defensores de la causa patriótica lo que escribió su maestro sobre Émile Zola? El 5 de octubre de 1902, Sabino Arana publicó en las páginas de La patria un artículo titulado Zola ha muerto en el que, tras reprochar al escritor haber vivido «alimentando sus sentimientos en el cieno de las más brutales pasiones», y haber vertido en los libros «la infamia de sus ideas», aseguraba que su muerte era «la de un Judas» que se había «hecho ricacho con la entrega de su pluma a los judíos para combatir a Cristo».

Fue el director de La patria quien en 1903 se preguntaba «¿Quiénes son esos que ( … ) pretenden acorralarnos y hacer suyo nuestro campo?». Son, se respondía, «esos desgraciados a los cuales el espíritu hospitalario vasco los recibe en su hogar con los brazos abiertos. Es esa turba nauseabunda con entrañas de fiera que llena nuestra patria de crímenes y hechos repugnantes ( … ) mercancía adulterada y podrida que emigra a nuestro país para pervertirlo y emponzoñarlo». En otras palabras: ratas.

13 Marzo 1998

El saetero de Ermua

Antonio Burgos

Leer

Ese diputado del PNV con nombre tan vasco como Carlos Caballero, el tío de las ratas, aparte de ser un ciezo manío tiene muy mal oído. Porque las que Caballero (qué coñac, hasta la corcha tendría que estar para escribir eso) llama «ratas» resulta que cantan saetas divinamente. En el primer cederrón de Semana Santa que se edita, las saetas corren a cargo del Campeón de Euskadi de Saetas, toma ya. Y tocan las marchas bandas de música vascas, ¿cómo se te queda el cuerpo? Sé cómo se le queda a un amigo que me llama:

-Pues yo siento una mezcla de orgullo, indignación y vergüenza… torera. Orgullo, porque aunque somos una autonomía colonizada económicamente, culturalmente somos exportadores. Nuestra cultura rebasa nuestra fronteras, y se cantan saetas en Bilbo o en Donosti, y las bandas tocan Valle o Amargura aunque sean con sabor a txistu, y hay una Feria de Abril en Cataluña. En Hinojos, en Umbrete o en Bollullos no les ha dado todavía por partir troncos o bailar la sardana y usan los bueyes para tirar de la carreta del Simpecado y no de una piedra tan grande como los cuernos de Caballero. Pero también estoy indignado, porque los productores de ese cederrón no han tenido en cuenta a un Peregil, a una Pili del Castillo, a una Angelita Iruela o a una Centuria Macarena, a una Banda del Sol o a un Escuadrón del Porvenir. A este paso, la Banda de Salteras enterita, al paro. Eso es un rampante desprecio a los saeteros, y a las bandas de cornetas y tambores que como la de las Tres Caídas se están paseando por medio mundo con Salvador Távora. Recurrir a bandas de música que no han visto a la Hiniesta en el Pumarejo o a la Macarena en Sor Angela, o a saeteros que en su vida le han cantado a Pasión en el Salvador o a la Cruz del Silencio…

Y siguió mi amigo:

-Pero también siento vergüenza, porque una jodida vez mas, han tenido que venir de fuera para hacer lo que nosotros no somos capaces de hacer. Hasta que la Filarmónica de Londres no interpretó Amargura no se le ocurrió a la Filarmónica de Sevilla tocar una marcha. Hasta que un saetero de Ermua, o un chaval que toca el tambor en Basauri no se ha puesto a grabar un cederrón de la Semana Santa de Sevilla, no se nos ocurrirá a nosotros, una vez más saber lo que tenemos y por habitual, minusvaloramos, despreciamos o descolocamos como el templete de la Cruz del Campo o el Puente de Hierro, vaya dos «mudás» de esta Cuaresma, don Antonio, el templete de Don Fadrique y el puente de Don Alfonso… Como usted dice, estamos donde nosotros mismos nos colocamos. Así que óle al saetero de Ermua, y óle a las bandas de música vascas, por hacer un canto a lo que nosotros no somos capaces de hacer. Qué orgullo, qué indignación y qué vergüenza… ¿Se imagina usted un cederrón sobre los deporte rurales vascos rodados en Benacazón o Espartinas, con Manolito de Valencina, Campeón de Aizcolaris del Aljarafe, o con Joselito de Olivares, subcampeón de arrastrar piedras? ¿Irían los «cofrades» de la corta de troncos a la presentación del cederrón en Bilbo, o los correrían a gorrazos de txapelas por el Bulevar de Donosti? ¿Iría el padre Arzalluz, como usted dice, a la presentación de la obra en una librería del pleno centro de Vitoria? ¿Irían los vascos al Cortinglés de Bilbo a llevarse como rosquillas la grabación? Mire usted, don Antonio, parece como si todavía fuera necesario que Washington Irving tuviera que venir otra vez a Granada para decirnos que tenemos la Alhambra, y todavía en los albores del siglo XXI, en Mairena del Alcor, a la calle que lleva el nombre de dicho escritor, le sigan llamado la «calle rara»…»

Washington Irving no sé, pero Pepe Núñez me decía la otra mañana en Isla Mágica que los granadinos, cuando, como desde hace tres mil años, se pone el sol en la Alhambra, dicen ahora:

-Anda, vamos adonde Clinton a ver la puesta de sol…

De todo lo cual se infiere que el saetero de Ermua es como Clinton, pero por El Rerre de Los Palacios.

13 Marzo 1998

Ratas de España

Raúl del Pozo

Leer

UNA vez en Mundo Obrero uno de los redactores utilizó la metáfora animal para atacar a un adversario. Federico Melchor, que era director y caballero, y que había vuelto a España del exilio, le llamó al despacho y mientras ya le temblaba en las manos la pipa, dijo al redactor:

-Te pido que no uses la palabra rata para meterte con un adversario. Ratas, perros y hasta hienas nos llamaron a los comunistas durante 40 años.

Esa costumbre de convertir seres irracionales en personas para aplastarlos una vez personificados es muy frecuente en la política actual. El animal más utilizado es el can, sobre todo en jauría; te llaman enseguida canalla, que quiere decir muchedumbre de perros. Los nazis utilizaron mucho las ficciones alegóricas en las que se personificaban seres irracionales. Los teóricos del Ku-Klux-

Klan califican a los negros con nombres de la escala zoológica. A los emigrantes de todos los tiempos y lugares se les ha llamado polillas, comadrejas y, siempre, perros y ratas. Se dice de los forasteros de otra etnia que huelen mal; incluso los negros creen que los blancos huelen a almidón de guayabera y a betún acre de polaina de piel de cerdo. Recordemos cómo en las películas americanas retrataban a sus enemigos -apaches, mejicanos, coreanos, japoneses, comunistas, vietnamitas- como a seres crueles, deformes, pequeños; les definían como a alimañas. Patton llamaba a los comunistas hijos de perra. Se teme a los que llegan por razones sexuales inconscientes. Cuando queman a un negro en Alabama creen quemar a un violador de sus esposas o sus hijas. Pero no hay que irse tan lejos; Cervantes escribe en El coloquio de los perros: «España cría y tiene en su seno muchas víboras, como moriscos y gitanos». Desgraciadamente la palabra raza es tan española como guerrillero o liberal. Para llamarte sucio te acusan de gitano o de marrano. Por ahora la hoguera la encienden los íberos de la cresta; los skins verdaderos, los del «maketo jódete», que tienen un ideólogo en Carlos Caballero (PNV); este diputado en vez de comer angulas, comió huevos de serpiente antes de escribir ese cuento nazi en el que narra que hubo una vez una invasión de ratas en Ermua, procedentes de Hispania.