1 abril 1964
El Ejército pone fin a la línea izquierdista de Goulart para establecer una dictadura militar
Un golpe de Estado en Brasil derriba al presidente Joao Goulart
Hechos
El 2 de abril de 1964 fue depuesto el presidente de Brasil.
Lecturas
Goulart era presidente de Brasil desde la dimisión de Silva Quadros en 1961.
Privado ya de todo posible apoyo militar, el presidente de Brasil, Joao Goulart ha resuelto aceptar el asilo que le ofreció al gobierno de Uruguay.
El golpe de estado de este 1 de abril de 1964 ha conseguido su objetivo prácticamente sin resistencia. Iniciado en Sao Paulo por el 2º Ejército, pronto se le unieron los Ejércitos 1º, 3º y 4º y numerosas guarniciones, mientras los gobernadores de Sao Paulo, Minas Gerais y Guanabara declaraban su apoyo al alzamiento.
Recientemente, Goulart había expropiado latifundios y dispuesto la nacionalización de seis refinerías de petróleo.
Durante su gobierno, se establecieron relaciones con la URSS y se legalizó al Partido Comunista de Brasil, lo que despertó muchos recelos en círculos militares que le veían como un posible agente del comunismo.
Tras su caída, las autoridades militares arrestaron a unos 7.000 comunistas brasileños y sospechosos de izquierdismo.
02 Abril 1964
Los protagonistas
Joao Goulart no debe ser tachado de comunista. Es de aquellos políticos que estiman que el mal no puede proceder sino de la derecha mientras que la izquierda representa la democracia popular. Sus recientes discursos, en que solicitaba apoyo de los oficiales sinceramente nacionalistas indicaban que a sus ojos el nacionalismo se confundía con el socialismo opuesto al capitalismo extranjero. Prefiere la inflación, con la consiguiente pérdida del poder adquisitivo de la moneda, que la ayuda exterior. El ideal de Goulart consistía en establecer en el inmenso país de más de ocho millones de kilómetros cuadrados un socialismo antiyanqui, aunque sin ir tan lejos como Fidel Castro. De todos modos, un triunfo de Goulart y su tristemente famoso hermano político, Lionel Brizola, habría significado un enorme peligro para todos los países sudamericanos, pues el Brasil linda con todos menos Ecuador y Chile. Parece que tal amenaza queda ya descartada. Un fracaso más para Fidel Castro y sus protectores.
La cabeza más visible o por lo menos más ruidosa del campo opuesto es Carlos Lacerda, gobernador muy popular en el reciente Estado de Guanabara, es decir, en Río de Janeiro. Para evitar confusiones recordaremos que el Estado de Río de Janeiro – que no incluye la capital federal – tiene por capital Niterol (antes Nietheroy). En los Estados Unidos, la capital federal Washington está a miles de kilómetros del Estado de Washington en el Noroeste. En Argentina, la provincia de Buenos Aires no abarca la ciudad de Buenos Aires y tiene por capital La Plata, que durante algún tiempo se llamaba Eva Perón. Pequeñas curiosidades geográficas. Carlos Lacerda, magnífico administrador, joven y dinámico, fue considerado siempre el enemigo número uno de Getulio Vargas (al que empujó al suicidio), de Janio Quadros y de Joao Goulart. Puede enorgullecerse de tres triunfos políticos de primera magnitud. Su pasado izquierdista no le resta adhesión; su caso es parecido al de Mussolini.
Afortunadamente para Carlos Lacerda, no está sólo en su violenta oposición frente a Goulart. El gobernador del Estado de Sao Paulo, Adhemar de Barros, ambiciona desde hace tiempo la Presidencia de la República, a la que tiene cierto derecho en su calidad de jefe paulista. Se trata de un político sin altos ideales, ni excesiva afición a la austeridad. Se contenta con ser eficaz.
Menos resueltamente combativo se consideraba a Magalhaes Pinto, gobernador del Estado de Minas Gerais, Estado que dio tres presidentes de la República: Wencelao Braz, Arturo Bernardes y Juscelino Kubitschek. Los tres han dejado buen recuerdo, si bien hay quienes le reprochan a este último la creación tan costosa (y no indispensable) de la nueva capital ultramoderna en una época de crisis, de mala venta del café y con una deuda exterior de tres mil millones de dólares. Kubitschek y Magalhaes Pinto, que son de la misma tierra, se parecen en el sentido de que se presentan como heraldos de la conciliación de corrientes extremas. Sin embargo por la fuerza de las circunstancias ha sido precisamente el gobernador de Minas de Gerais quien se adelantó a Lacerda en iniciar la rebelión abierta contra el desgobierno de Goulart, y, al parecer con pleno éxito.
A través de su historia, los brasileños se han mostrado generalmente menos violentos que sus vecinos. Son más razonables o calculadores. Cuando consideran perdida una causa, no luchan hasta ‘la última gota de sangre’. Lo mismo Janio Quadros que su antiguo lugarteniente Joao Goulart, sacaron a tiempo las consecuencias de su equivocación y su derrota mediante la dimisión y la salida del país. Con la caída del presidente filocomunista ha renacido la esperanza de un resurgimiento político, económico y monetario. Falta le hacía con el dolar a 1.860 cruzeiros. Esperemos que el gran país, cuyos primeros sesenta y seis años fue regido por la Monarquía (desde la independencia, el 7 de septiembre de 1822), vuelva a ser lo que tradicionalmente ha sido: un casi continente de Paz, Tranquilidad, Trabajo, conforme al lema de Magalkaes Pinto.
El Análisis
El 2 de abril de 1964 cayó el presidente João Goulart, depuesto por un golpe militar que se suma a la ya larga lista de interrupciones violentas de la vida democrática en América Latina. El argumento oficial de los militares es conocido: acusaciones de izquierdismo, de connivencia con sindicatos radicales y de simpatías hacia Cuba. En la práctica, lo ocurrido es un cambio abrupto del rumbo político del país más grande de Sudamérica, que ahora se encamina hacia una dictadura militar de duración incierta.
Goulart había llegado al poder en 1961, tras la renuncia de Jânio Quadros, y lo hizo en medio de tensiones políticas y económicas. Intentó impulsar un programa de reformas estructurales —agraria, bancaria, educativa— que buscaban reducir la desigualdad, pero que inquietaron a las élites económicas y despertaron recelos en Washington, siempre vigilante ante cualquier posible “nuevo foco” de izquierdismo tras la Revolución Cubana. Su estilo conciliador en lo personal contrastaba con la creciente polarización política: la derecha le veía como un caballo de Troya del comunismo, la izquierda le reprochaba tibieza.
El golpe no se gestó en un día. Meses de manifestaciones callejeras, crisis económicas, inflación galopante y un Congreso hostil prepararon el terreno para que el Ejército, con el respaldo tácito —o expreso— de sectores empresariales y apoyo internacional, interviniese. Goulart, reacio a un baño de sangre, optó por el exilio en Uruguay, dejando vacío un sillón presidencial que ahora ocupan, de facto, las Fuerzas Armadas.
El nuevo régimen militar se presenta como garante de orden y estabilidad, pero en la experiencia latinoamericana estas promesas suelen ir acompañadas de censura, represión y suspensión de derechos políticos. La democracia brasileña, frágil y joven, se interrumpe así de forma abrupta, y el futuro inmediato del país queda en manos de generales que consideran que la política se maneja mejor con uniformes que con urnas.
Brasil, el gigante sudamericano, despierta hoy bajo botas militares. Y cuando la política se rige por la lógica del cuartel, el riesgo es que la voz del pueblo se convierta en un eco lejano, silenciado por el sonido de los fusiles.
J. F. Lamata