5 diciembre 2011

El candidato a la secretaría general del PSOE considera 'inadmisibles' las ofensas de Ridao

Alfredo Pérez Rubalcaba protesta a EL PAÍS por las ofensas del columnista José María Ridao

Hechos

El artículo de D. José María Ridao publicado el 5.12.2011 en el diario EL PAÍS motivó una réplica de D. Alfredo Pérez Rubalcaba publicada al día siguiente.

Lecturas

El Grupo PRISA estaba considerado un medio que apoyaba la candidatura de D. Alfredo Pérez Rubalcaba para la secretaría general del PSOE frente a la de Dña. Carme Chacón en el congreso que el PSOE iba a celebrar a principios del año 2012. No obstante, rompiendo con esa tónica un columnista de EL PAÍS, el principal periódico de PRISA, D. José María Ridao, publicó un artículo demoledor contra el veterano socialista. Eso sí, a modo de compensación el Sr. Pérez Rubalcaba publicó una réplica al día siguiente.

05 Diciembre 2015

La crisis, compañeros

José María Ridao

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Nadie daría crédito a que un candidato con el peor resultado aspire a ser el líder

Salvo en un circo desternillante o en una horrorosa pesadilla, nadie daría crédito a la noticia de que un candidato que ha cosechado los peores resultados electorales de la historia de su partido aspira seriamente a dirigirlo. Pero es que el Partido Socialista, este Partido Socialista que se jactaba de haber formado el único Gobierno verdaderamente de izquierdas que ha conocido la democracia en España, no ha decidido aún si lo que ofrecerá a los ciudadanos es eso, un circo o una pesadilla.

El candidato derrotado se sacude las solapas con aire de haber sufrido una caída tonta y le echa la culpa al secretario general, todavía presidente del Gobierno en funciones. Este, a su vez, mete la cabeza bajo tierra y no se le ocurre, ni por lo más remoto, que alguien deba asumir la responsabilidad de una catástrofe que ha dejado al Partido Socialista fuera del Gobierno central y la práctica totalidad de las autonomías y los grandes Ayuntamientos. Y la ejecutiva, entre tanto, se mantiene hierática y silenciosa como una esfinge en la solemne elevación de su estrado, contemplando el vacío sin mover una pestaña.

Si el Partido Socialista ha llegado a esta situación que amenaza su condición de alternativa política en España es porque la lógica del aparato, la única que conocen sus actuales dirigentes, la única que han aplicado allí donde han estado, se ha impuesto en la derrota de 2011 con tanta o más fuerza que en la victoria de 2004. Ante fracasos tan rotundos como los de mayo y noviembre, nada de decir a los ciudadanos que su mensaje ha sido escuchado; nada de dimitir y dejar paso a una gestora; nada de preocuparse por recomponer un partido que ha salido de las últimas citas electorales como un juguete roto. Estará roto, de acuerdo, reconoce la lógica del aparato, pero lo único que importa ahora es quién se lo queda.

Y para decidirlo, nada mejor que inaugurar una pasarela de aspirantes con la corte de los milagros de dirigentes vapuleados en sus respectivas circunscripciones y, pese a todo, resueltos a desfilar con los ojos morados, los brazos en cabestrillo, muletas para apoyar el paso renqueante, andrajos y chichones envueltos en gasa yodada. Cuando se les pregunta, pero, hombres y mujeres de Dios, quién os ha puesto así, responden con la misma cara de espanto, exactamente la misma, con la que Boris Pasternak retrató en Doctor Zhivago al fugitivo de una aldea de los Urales a la que un líder partisano había pegado fuego; solo que donde el fugitivo susurra mirando hacia atrás como si le persiguieran todavía «Strelnikov, camaradas», la corte de los milagros que aspira a la secretaría general de los socialistas entona al unísono «la crisis, compañeros».

Quizá sea el momento de decir que hasta aquí hemos llegado; la crisis, claro, pero no solo la crisis. La crisis y una forma extravagante de gobernar durante los años de bonanza que se convirtió en suicida cuando cambió el ciclo; la crisis y una campaña electoral en la que el candidato apuntó en todas direcciones, sin excluir la de las ideas luminosas como financiar la sanidad con subidas del alcohol y del tabaco; la crisis y una persecución de la crítica en la que miembros destacados del Gobierno y su fontanería repartían credenciales de izquierdismo mientras que el candidato, entonces también miembro del Gobierno, se encargaba de hacer el fino trabajo jesuítico de la insidia; la crisis y la docilidad de los sectores de opinión que saludaron desde las gradas de la insufrible metáfora deportiva con un clarividente «hay partido» las marrullerías del candidato para hacerse proclamar a la búlgara. Ahora resulta que tampoco mandó decir a sus portavoces tanto oficiales como espontáneos «si más que Almunia, me presento; si menos, refreno mi desaforada ambición», y unos y otros se convencen de que el objetivo ahora es lograr que se olvide o se silencie lo que parecía un compromiso.

Ni los actuales dirigentes del Partido Socialista, ni el entorno de opinión que jalea a unos contra otros, aunque siempre contra Zapatero, del que ahora que no manda se escriben ordinarieces para ocultar que no se hicieron críticas cuando mandaba, parecen conscientes de la magnitud del problema que han creado. La izquierda puede convertirse en una fuerza residual en España; habrá quien se regocije, pero habrá también quien se pregunte, más allá de sus estrictas preferencias, qué es lo que suele suceder cuando fracasa la posibilidad de la alternancia en medio de una tormenta económica casi perfecta. Y la respuesta no es un circo, no; es una pesadilla.

José María Ridao

06 Diciembre 2011

Puntualización de Pérez Rubalcaba a Ridao

Alfredo Pérez Rubalcaba

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No acabo de acostumbrarme al insulto y a las mentiras. Cuando aparecen publicados en un diario que siempre he tenido como referencia se me hacen inadmisibles.

Entre la opinión y el insulto hay una línea que un medio de comunicación serio nunca debería traspasar. Lamentablemente, el artículo ‘La Crisis Compañeros’, firmado por José María Ridao, lo hace. Por supuesto, respeto profundamente la expresión de opiniones ajenas, y espero que se me crea si digo que tras bastantes años en la vida pública, sé encajar una crítica negativa. Faltaría más. A lo que no acabo de acostumbrarme, debo reconocerlo, es al ataque personal, y mucho menos al insulto y a las mentiras. Pero cuando esos ataques aparecen publicados en un diario que siempre he tenido como referencia del buen periodismo, se me hacen simplemente inadmisibles.

Un principio insoslayable de la profesión periodística, aunque se ejercite en el ámbito de la opinión, es apoyar las afirmaciones con datos, especialmente cuando esas afirmaciones comprometen la honorabilidad de una persona. Nada de eso hace el señor Ridao en su artículo, en el que las acusaciones ad hominem se suceden sin que en ningún momento su autor se tome la molestia de explicar en qué se basa para formularlas.

No me refiero a afirmaciones como la que hace sobre mi propuesta para financiar parcialmente el déficit de la sanidad pública con subidas del alcohol y del tabaco, donde omite que de lo que se trata es de financiar solo eso, el déficit, y de hacerlo, además, de manera parcial. Sin duda es una manipulación, pero cualquier lector puede comprobar que lo es.

Otra cosa bien diferente es adentrarse en el territorio de las ofensas. Decir de alguien que se dedica a «hacer el fino trabajo jesuítico de la insidia», además de un tópico engolado, es una acusación que se convierte en insulto si quien la lanza no da más explicaciones. Y otro tanto sucede cuando se habla de «marrullerías», sin tomarse la molestia de aclarar en qué pudieron consistir. Atribuirle a alguien una frase como «… si menos, refreno mi desaforada ambición», no es solo un ejercicio de irresponsabilidad y de mentira, pues jamás he pronunciado tal frase; además es, simplemente, increíble pues es difícil imaginar a nadie diciendo eso de sí mismo.

Desde hace un tiempo algunos medios de comunicación españoles han amparado con entusiasmo la práctica de la descalificación personal y el insulto. Por fortuna, EL PAÍS ha permanecido al margen de esa deriva tóxica, y estoy convencido de que el artículo que ha motivado esta carta es solo una excepción.

Alfredo Pérez Rubalcaba