5 abril 1990

El polémico recuento por el cual el PSOE perdía un escaño, así como el estallido del 'caso Juan Guerra' motivaron que el Gobierno optara por presentar la 'cuestión de confianza'

Felipe González gana una ‘cuestión de confianza en el Congreso’ con la abstención del CDS, CiU y el PNV

Hechos

El 5.04.1990 el Gobierno de D. Felipe González como Presidente y D. Alfonso Guerra como Vicepresidente superó una ‘Cuestión de Confianza’ por 176 votos a favor (175 del PSOE y 1 de las AIC).

Lecturas

El presidente del Gobierno superó una ‘cuestión de confianza’

A favor de la Cuestión de Confianza – 176 (PSOE + AIC)

En contra de la Cuestión de Confianza – 107 (PP) + 17 (IU) + PA (2) + UV (2) + EA (2) + PAR (1) + EE (2)

Abstenciones – 18 (CiU) + 14 (CDS) + 5 (PNV)

AZNAR (PP) Y ANGUITA (IU) UNIERON SUS VOTOS CONTRA GONZÁLEZ

aznar_anguita El líder de Izquierda Unida, D. Julio Anguita y sus diputados unieron sus votos a los del Partido Popular de D. José María Aznar en votar contra la ‘cuestión de confianza’ al Gobierno de D. Felipe González que, en caso de haber perdido la votación, tendría que haber dimitido. D. Julio Anguita consideró que D. Felipe González tenía que dimitir puesto que su vicepresidente, D. Alfonso Guerra, había ‘mentido en el Parlamento’ en lo referido al caso de corrupción de su hermano, el ‘caso Juan Guerra’.

SUÁREZ (CDS) Y ROCA (CiU) OFRECEN SU APOYO AL GOBIERNO

roca_suarez Los grupos parlamentario de D. Miquel Roca, Convergencia i Unió y D. Adolfo Suárez, CDS, así como también el de D. Iñaki Anasagasti, del PNV, se abstuvieron en la votación y ofrecieron su apoyo al Gobierno de D. Felipe González.

DIVISIÓN EN EL GRUPO MIXTO

rojas_marcos El portavoz y presidente de honor del Partido Andalucista votó en contra de la ‘cuestión de confianza’ al presidente D. Felipe González por considerar que estaba ‘tocado’ por el ‘caso Juan Guerra’. Junto con él votaron también el diputado de Eusko Alkartasuna, D. Joseba Azcárraga y el de Unió Valenciana, D. Vicente González Lizondo. Al contrario que ellos, el diputado de las Agrupaciones Independientes Canarias (AIC), D. Luis Mardones, apoyó la ‘cuestión de confianza’ dando su apoyo al presidente del Gobierno.

 

06 Abril 1990

El diálogo posible

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

Leer

EL DEBATE sobre la cuestión de confianza a la que se sometió ayer el presidente del Gobierno ante el Congreso de los Diputados no sólo ha cerrado el período de interinidad política en que ha estado inmersa la vida pública tras las elecciones legislativas del 29 de octubre pasado. También ha dejado vislumbrar por primera vez la certidumbre de un diálogo entre el Gobierno y la oposición ante el reto europeo de 1993 y la nueva situación derivada de la revolución europea de 1989.El diálogo es deseable y factible, a juzgar por el tono de las respuestas dadas por la mayor parte de los líderes de los grupos de la oposición a la oferta de González. Y ello a pesar de las fuertes reticencias expresadas, con mayor o menor intensidad, por las formaciones parlamentarias sobre las verdaderas intenciones del Gobierno. Que el diálogo se encauce convenientemente queda, por el momento, en manos del Gobierno, si bien la posibilidad de que se traduzca en logros positivos para los ciudadanos es responsabilidad de todos los partidos.

Felipe González esbozó el marco y la metodología para esta fase consensual, recalcando, sin embargo, que sería un error de análisis identificarlos con una posición de debilidad del Ejecutivo, dispuesto a gobernar el resto de la legislatura. Parte de ese esquema es la comisión mixta Congreso-Senado, que constituye, a su juicio, el mecanismo adecuado para que la oposición reciba la información existente sobre la construcción europea y su incidencia en la realidad española. El presidente explicitó que los acuerdos previos que puedan alcanzarse no deberían condicionar las decisiones del Gobierno en las negociaciones europeas.

En los cuatro meses transcurridos entre la sesión de investidura y la de confianza celebrada ayer ha habido un elemento de evidente significación que ha contribuido a enrarecer las relaciones entre el partido del Gobierno y el resto de los grupos: el caso Juan Guerra y la actitud que ante él han adoptado los socialistas. Planeando este presunto asunto de tráfico de influencias en todas y cada una de las intervenciones de ayer, Felipe González le dio de nuevo la espalda y reiteró que en ningún caso la responsabilidad política que se atribuye al vicepresidente del Gobierno comporta su dimisión o cese.

Pese a que todos los grupos de la oposición disintieron de nuevo de esa infravaloración que González hace del caso Juan Guerra -llegando el PP e Izquierda Unida incluso a pedir la dimisión del vicepresidente del Gobierno-, eso no les ha impedido acoger positivamente la oferta del presidente de llegar a un consenso sobre los grandes temas nacionales: competitividad de la economía, elaboración de un nuevo concepto de seguridad europea, puesta al día de las infraestructuras y profundización del modelo autonómico, entre otros. Todo ello con vistas a mejorar la posición de España ante la fecha emblemática de enero de 1993. Sólo el representante del Partido Andalucista, Rojas Marcos, en una intervención incisiva y claramente enmarcada en la precampaña de las elecciones andaluzas, consideró como cuestión previa a cualquier pacto la exigencia de responsabilidades políticas por el caso Juan Guerra.

La disposición receptiva de la oposición a que se lleve a la práctica el diálogo propuesto por el Gobierno ha sido acompañada de condiciones razonables, entremezcladas con otras claramente maximalistas. Esta actitud graduada de los principales grupos de la oposición ante la oferta de diálogo del Gobierno tuvo su materialización en el momento de votar la cuestión de confianza: en contra, el PP, Izquierda Unida y parte del heterogéneo Grupo Mixto; abstención de Convergència i Unió, CDS y PNV; a favor, el Grupo Socialista y el diputado canario Mardones. Total: 176 votos a favor, 130 en contra y 37 abstenciones.

El líder del grupo mayoritario de la oposición, José María Aznar, confirmó su talla política en la primera intervención, es decir, en el discurso que llevaba preparado, pero flojeó en el resto. En una alocución razonada y con un tono de hábil moderación electoral, avanzó algunas de las condiciones necesarias para que el diálogo sea fructífero y no un simple contrato de adhesión incondicional. El líder de Izquierda Unida Julio Anguita, favorable también a un diálogo que viene obligado en parte por los acontecimientos europeos, quiso vincularlo -sin éxito- a un acuerdo programático previo con los socialistas, concretado en 25 puntos, con el fin de dar una significación tradicional de izquierdas al tan mencionado diálogo.

Conviene señalar, por último, el correcto tono de la práctica totalidad de las intervenciones parlamentarias, puesto que el ambiente previo al debate sobre la cuestión de confianza podía hacer sospechar una tensión y crispación entre la clase política que, a tenor de lo visto ayer -afortunadamente, TVE sí consideró en esta ocasión que el acontecimiento parlamentario merecía la pena ser televisado en directo a toda España-, parece más fruto del deseo de algunos que realidad constatable.

En cualquier caso, y a pesar de los distintos criterios manifestados sobre el contenido y el método del dialogo propuesto, de las diversas formas expuestas de concebirlo, de las fuertes dosis de desconfianza palpadas en el hemiciclo, parece haberse iniciado en el debate parlamentario de ayer una cierta voluntad común de las fuerzas políticas de abordar en conjunto los problemas que plantea a España la construcción europea. Mientras tanto, hay que gobernar y hay que hacer oposición.

06 Abril 1990

La generosidad del Duque

Fernando Ónega

Leer

A Suárez le van a decir tres cosas: que no se ha entendido bien su discurso; que estaba bajo de forma y que ha renunciado a hacer oposición. Las tres parecen verdad. Y es que el Presidente del CDS se ha ceñido casi estrictamente a la senda que había marcado Felipe González: la Europea y sus repercusiones en España. Desde la aceptación del marco, Adolfo Suárez renunció a entrar en otras cuestiones de ambiente. Era como si llevara a la tribuna el resultado de las conversaciones que su partido mantiene como el PSOE. Era su consagración pública. Por eso su punto de partida fue la respuesta afirmativa al diálogo propuesto por González. A partir de ahí, he visto al Suárez de siempre: al que se encuentra en su salsa hablando de consenso; al que se siente en la obligación de colaborar; al hombre obsesionado por la moderación. Fueron tantos sus puntos de coincidencia con el jefe de gobierno, que es difícil distinguir su propia alternativa. Quizá tampoco se lo propuso. La aceptación previa del marco de debate dejaba todo en ausencia de oposición. No entiendo muy bien por qué se abstuvo. Podría, perfectamente, haber votado «sí». Y es que Adolfo Suárez sigue hablando «en presidente». Al margen de los acuerdos previos, es incapaz de negar su apoyo, cuando se le pide en nombre de los intereses nacionales. Y parece que se ha contagiado también de las preocupaciones internacionales. No es que haya vuelto al Estrecho de Ormuz, pero sí se intaló en la seducción europea. Yo creo que ha sufrido al redactar su discurso. En otra moción de confianza, Felipe González usó la máxima dureza contra él. Suárez no le contestó desde el rencor histórico. Le respondió desde la generosidad. Lo malo del Duque es que le dirán que es una «generosidad obligada».

06 Abril 1990

Aznar dio la talla

Ramón Pi

Leer

Comprendemos al ciudadano González, porque la lealtad personal es una virtud buena, pero no podemos comprender al presidente González, porque las responsabilidades políticas son una prioridad, y la situación del vicepresidente del Gobierno es insostenible. El vicepresidente, o dimite, o se le cesa. Usted dirá, señor González, usted dirá». Este párrafo de la primera intervención de Aznar en el debate de ayer da una idea de cómo el flamante presidente del PP combinó la dureza del mensaje con el mantenimiento de las formas y hasta la elegancia en decir las cosas duras. Aznar tenía ante sí, tras la provocadora -por neutra y planaintervención de González, una papeleta difícil. El presidente se reservaba para el turno de réplica, evidentemente, ya que es más ducho en la esgrima dialéctica sobre ideas ajenas que en la exposición y defensa de las propias. Aznar era el primer interviniente, y no había pautas de comportamiento. Lo que hizo fue establecer las reglas del juego en las que su grupo parlamentario está dispuesto a llegar a acuerdos con el Gobierno, y volver a dejar el balón a los pies de González, no sin antes recordarle que hay una cuestión previa que necesita resolverse: el escándalo de los hermanos Guerra y las responsabilidades políticas consiguientes. No fue un directo al mentón, como hizo Rojas Marcos, seguramente obligado por el poco tiempo de que disponía, sino una mención expresa y con la cautela de no citar nombres propios sino denominaciones de los cargos implicados en el escándalo político. Aznar dio la talla de jefe de una alternativa moderada y seria. Aprende modales parlamentarios muy rápidamente, y la mejor prueba de que eso preocupa al felipismo es que González no lo quiso distinguir con un debate independiente, sino que lo metió en el saco común de las réplicas.

04 Marzo 1991

A Adolfo Suárez

Jaime Campmany

Leer

En los años en que la bohemia literaria anidaba en los madriles, hubo poeta, o plumífero, que diría nuestro señor Felipe, tan mísero de una parte y tan macabro de otra, que llevaba por los cafés de los artistas y por las tabernas de los nocherniegos un envoltorio maloliente bajo el brazo. Se acercaba al parroquiano que se sentaba en la mesa de mármol del café o que se apoyaba en el mostrador de zinc de la taberna, y amenazaba con mostrarle el contenido del envoltorio. ‘Llevo aquí a mi hijo muerto, que no tengo dinero para enterrarlo”. Generalmente, el parroquiano le daba al bohemio una limosna antes aún de que la pidiera. Se la daba con presura, para librarse de aquella amenaza de mostrarle al angelito putrefacto. Por fin, imagino yo, el poeta pedigüeño enterraría al niño, o dejaría de impresionar el truco al personal.

Irremediablemente, da la impresión, señor Duque, de que va usted ahora de peregrinación por los despachos políticos por las cocinas donde se asa la pomada, a veces la manteca, con el envoltorio del fenecido CDS, pidiendo óbolos. Pide usted, ya para el bálsamo de Fierabrás, a ver si resucita el niño, o ya para el entierro por si no levanta cabeza. Porque, hijo, entre las culadas hacia el centro que se están pegando tanto los socialistas como los populares, sus perplejidades y silencios de usted, sus idas y venidas por el bosquecillo de las ideologías y los programas, que no hay manera de saber de una vez hacia qué lado se le caen las pesas, y su vocación de majagranzas y correlindes, al modo y manera de don Joaquín Ruiz Giménez, ha terminado usted por presidir un partido que, como el de don Santiago Carrillo, no es que queba en un taxi, es que hay que meterlo entero en una ambulancia.

En el encefalograma de las encuestas, el CDS da una línea recta y llana, con un dientecillo de sierra para Agustín y alguna otra espinilla municipal o pezoncete autonómico. Así las cosas, en vez de enterrar a la criatura con sencilla dignidad, prefiere usted ir por ahí, merodear por los presupuestos del Estado, en espera de que le limosneen un soplo de oxígeno o de que le prohíjen al guiñapito.

No hace tanto afirmaba usted con cierta arrogancia que alguna vez volvería a la Moncloa. Y eso era difícil, pero posible. La política tiene vaivenes imprevisibles, en los que se hace verdad lo menos imaginable. Pero presentarse en la puerta de su antiguo palacio, como un saltabanco o un limosnero, no es volver. Eso es venderse de escudero con ropaje de duque tronado, excelencia.

Jaime Campmany