24 enero 1990

Fernando Castedo fulminado de la ejecutiva por sus críticas

3º Congreso del CDS: el Duque de Suárez y José Ramón Caso aprueban ‘la percha’ para que su aliado preferente sea el PSOE

Hechos

En febrero de 1990 se celebró el III Congreso del CDS que ratificó a D. Adolfo Suárez como Presidente y a D. José Ramón Caso como Secretario General.

Lecturas

Los días 10 y 11 de febrero de 1990 se celebra en Torremolinos el III Congreso del Centro Democrático y Social (CDS) el partido del Duque de Suárez. El presidente del partido, D. Adolfo Suárez González, y el secretario general D. José Ramón Caso García defienden que la nueva estrategia del CDS consiste en convertir al PSOE en su socio preferente. La llamada ‘percha’, en oposición al planteamiento de figuras como la del alcalde de Madrid, D. Agustín Rodríguez Sahagún, que defendía mantener los pactos con el PP.

El congreso reelige a la mayor parte de miembros del Comité Nacional del CDS salidos del congreso de 1986 a excepción de D. Manuel Sarraga Gómez y D. Fernando Castedo Álvarez, que en el congreso aparece como el principal líder del sector crítico y tuvo varias intervenciones reprochando la política de bandazos del CDS y los Sres. Suárez y Caso.

El Comité Nacional queda formado de la siguiente manera:

  • Adolfo Suárez Duque de Suárez (Presidente)
  • José Ramón Caso García (Secretario general)
  • Agustín Rodríguez Sahagún
  • Rafael Calvo Ortega
  • José Ramón Caso García.
  • Fernando Castedo Álvarez.
  • Emilio Pujalte
  • Alejandro Rebollo Álvarez-Amandi.
  • Francisco Villodres García.
  • Federico Ysart Alcover.
  • Joaquín Abril Martorell.
  • León Buil Guiral
  • Gerardo Harguindey Banet.
  • Alfredo Marco Tabar.
  • Dña. Laura Morso Pérez.
  • Manuel Garrido Martínez.
  • José Luis Garro.
  • José Luis Merino Hernández.
  • Raúl Morodo Leoncio.
  • Lorenzo Olarte Cullén.
  • Dña. Rosa Posada Chapado.
  • Carlos Revilla Rodríguez.
  • Antoni Fernández Teixido.
  • Rafael Martínez Campillo.
  • Eduardo Punset.
  • Dña. Guadalupe Ruiz Giménez.
  • Alberto Dorrego.
  • Manuel Sánchez Bracho.
  • Enrique Egea.
  • Tomás Martín Tamayo.
  • José Ramón Lasuén.
  • Manuel Alonso.

FERNANDO CASTEDO APARTADO DE LA EJECUTIVA

fernando_Castedo El principal crítico del Duque de Suárez por su política de pactos fue apartado de la ejecutiva. Tanto él como D. Abel Cádiz anunciaron que abandonaban el partido tras el congreso de Torremolinos.

SUÁREZ DEFIENDE EN TVE SUS PACTOS CON EL PSOE Y CARGA CONTRA EL PP

zap_suarez_primerafila En una entrevista en ‘Primera Fila’ de TVE el 26.11.1990 el presidente del CDS reivindicó la estrategia de su partido de pactar con el PSOE en el hecho de que el CDS se había definido como una formación social-progresista y arremetió contra el PP al que acusó de haber lanzado una OPA contra todos los militantes del CDS, aunque aseguró que el dirigente del CDS que se pasara al PP a cambio de un cargo no encajaba con el estilo del partido y por ello hacía bien en marcharse. La entrevista fue realizada por los periodistas D. Tom Martín Benítez (TVE), D. Antonio Franco (EL PERIÓDICO de Catalunya), D. Joan Tapia (LA VANGUARDIA) y D. Fernando Ónega (Cadena COPE).

 

31 Enero 1990

Fin de viaje

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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CON LA cautela propia de las vísperas de un congreso, pero con suficiente claridad como para que se le entendiera, Adolfo Suárez ha adelantado cuál será el eje estratégico del Centro Democrático y Social (CDS) en el próximo período. El duque de Suárez ha captado al vuelo la oportunidad de recomponer sus desmoralizadas filas postulándose como aspirante a cubrir los huecos que el desgaste del poder ha producido en el edificio socialista. Vuelve así Suárez al punto de partida: cuando en el verano de 1982 anunció su regreso a la política activa con el CDS, la hipótesis de salida era la de una victoria electoral del PSOE, aunque no por mayoría absoluta. El CDS aportaría los ladrillos necesarios para completar un Gobierno de centro-izquierda y se beneficiaría del poder compartido para recomponer su propio proyecto centrista.Ya se sabe en qué quedó la cosa, así como la travesía del desierto a que se vio condenado el duque por cuatro largos años. Una travesía que le sirvió para recuperar valiosos dirigentes, organizar un partido de implantación nacional y multiplicar por tres sus votos en las legislativas de 1986. Sin embargo, la impaciencia posterior impidió al CDS aprovechar el desbarajuste de Alianza Popular que siguió a la retirada de Fraga, a finales de 1986, para convertirse en una fuerza determinante de la política nacional. Su electorado potencial, desconcertado por los bruscos giros que culminaron con el apoyo a la huelga general y la casi simultánea alianza con la derecha fraguista, le dio la espalda en las elecciones de 1989.

Tras el batacazo, los ideólogos del partido han vuelto a evocar esa vocación de partido capaz de representar en la política española actual un papel similar al que, en alianza con la izquierda, asumieron en los años treinta los partidos republicanos, como representantes de un sector de la burguesía democrática de las ciudades.

El congreso que el CDS celebrará dentro de 10 días deberá dar coherencia estratégica a ese proyecto partiendo del reconocimiento de su fracaso como alternativa independiente de gobierno, por una parte, y de los postulados ideológicos de la Internacional Liberal, en la que finalmente ha encontrado acomodo, por otra. Aunque la ponencia de estrategia no se conoce todavía, la de organización aprobada por el comité nacional con vistas al congreso afirma que el CDS se regirá por «el principio de contribuir a crear condiciones de gobernabilidad allí donde otras fuerzas aritméticamente mayores no puedan asegurarlo». La idea de romper la bipolaridad de la vida política española -y, en lo inmediato, de moderar el poder socialista- es el mensaje central con que cuenta Suárez para recuperar el tiempo perdido en ese largo viaje que le ha hecho regresar, casi ocho años después, al punto de partida. Coincidiendo, no por azar, con la mayor crisis de credibilidad del PSOE, por una parte, y con un mal momento en las relaciones de socialistas y nacionalistas catalanes y vascos, por otra.

11 Febrero 1990

¿Partido-bisagra o partido-prostituta?

Pedro J. Ramírez

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Hace algunos años, el ex ministro de Asuntos Exteriores y gran buda de la izquierda judía, Abba Eban, me explicó en Tel Aviv que el «gran problema» de la política de Israel lo constituían los «partidos-prostituta». Ante mi perplejidad, aclaró que se refería a las pequeñas formaciones que, ora bajo el rótulo de partidos religiosos, ora con tal o cual supuesta definición ideológica, hacían de árbitros entre los laboristas y el Likhud, vendiéndose siempre al mejor postor. «Y de todos esos partidos-prostituta, el mayor partido-prostituta es el de Moshe Dayan», añadió refunfuñando desde el vértice de su obesa humanidad. Tan abrupta referencia al carismático general del parche, legendario héroe de la Guerra de los Seis Días, permaneció sumergida en mi memoria hasta que el jueves de la semana pasada, contemplándole escuchar desde su escaño con cara de dolor de muelas la lamentable exposición de su portavoz Rebollo, sentí vértigo al pensar que tal vez alguien pueda decir pronto algo parecido de Adolfo Suárez. La crisis del CDS, y en concreto la crisis del presidente del CDS, constituye hoy por hoy un problema nacional de extraordinaria magnitud, en la medida en que condiciona y casi bloquea las limitadas posibilidades de regenerar la fétida atmósfera de corrupción, trapacería y «choriceo» -Semprún dixit- que está envolviendo al felipismo. Después de que en las triples elecciones del 87 -europeas, autonómicas y municipales- el CDS rebasara la simbólica barrera del diez por ciento de los votos, Suárez cometió dos graves errores tácticos que le llevaron a perder su gran oportunidad de convertirse en el principal líder de la oposición y tal vez en el jefe de un gobierno de coalición alternativo al PSOE. En primer lugar, espació sus comparecencias, levantando el pie del acelerador, dando margen de recuperación a un González, ya tocado, que acababa de pagar el segundo plazo de la factura del referéndum sobre la OTAN y desaprovechando la ocasión de ocupar el vacío que dejaba el endeble liderazgo de Mancha. En segundo lugar, pactó a destiempo con un PP insuficientemente renovado aún, sin valorar el daño que la manipulación de los acuerdos por los medios controlados por el Gobierno podía causarle en las inminentes consultas electorales. Las tres amargas derrotas -europeas, generales, gallegas- del 89 no invalidan, sin embargo, ni la aportación esencial del CDS a la vida pública española ni su estrategia global, encaminada a vertebrar o formar parte de una alternativa de poder al felipismo. Ahora más que nunca, precisamente cuando la flaqueza moral de González acaba de quedar en evidencia al anteponer su amistad con Guerra a su obligación de depurar la responsabilidad política contraida por el vicepresidente, Suárez debería aparecer como el principal depositario del legado idealista de la transición democrática y como el hombre legitimado para enarbolar la bandera de la ética y el autocontrol en el ejercicio del poder. El peso específico de un Suárez capaz de hablar como la voz de la conciencia del sistema de libertades siempre será muy superior a su cuota de representación parlamentaria. La bisoñez de Aznar y el extremismo de Anguita le proporcionan un margen de maniobra suficiente como para afianzar su autoridad moral frente al Gobierno y sentar las bases para un nuevo relanzamiento de su partido. Ni hay razones, pues, para tirar ahora la toalla -crisis financieras más graves que la actual del CDS han sido resueltas-, ni Suárez tiene derecho a defraudar a quienes tanto han confiado en él, buscando cobijo a la sombra del resquebrajado árbol del poder. El verdadero campo de batalla no es por desgracia el Congreso del CDS que hoy se clausurará en Torremolinos, sino la conciencia política de su presidente. Pretender culpar a José Ramón Caso de lo ocurrido o hablar de «críticos» y «oficialistas» es mera simulación periodística. Hoy por hoy, el CDS es Suárez y Suárez es el CDS. Sólo rescatándole del fatalismo que ha engendrado en él la decepción será posible impedirle cometer el grave eror hacia el que parece encaminado. Una cosa es la teoría de la bisagra y otra su concreción práctica. Claro que el CDS puede entenderse con un Gobierno socialista, pero hacerlo aquí y ahora -precisamente cuando dentro del propio PSOE se alzan ya voces argumentando sólidamente sobre la necesidad de buscar un relevo a González y Guerra- con el felipismo, supondría una grave indignidad que le sumergiría en una espiral de descrédito. En otras circunstancias, tendría sentido el posibilismo de intentar sacar adelante propuestas concretas mediante acuerdos parlamentarios con el Gobierno. En estos momentos, significaría ignorar el clamor ciudadano contra la cultura del abuso impulsada y protegida desde La Moncloa. La experiencia de lo ocurrido con el aplazamiento de la designación de Luis Solana demuestra, además, que los actuales jerifaltes no entienden otro lenguaje que el del acoso y derribo. Ayer mismo el líder del CDS tuvo que hacer frente al desconcierto con que sus propias bases acogieron la tácita complicidad de su grupo parlamentario con los desmanes éticos del vicepresidente. De continuar impertérrito por ese camino, el caudal político -y electoral- de Suárez cada día será menor, las prestaciones que le exigirá el poder más altas y la «tarifa» a cobrar más baja. ¿Hay quien pueda convencerle de todo ello?

14 Febrero 1990

Onfaloscopia

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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SIN SUÁREZ, el CDS sería un grupúsculo. De ahí las escasas oportunidades de éxito de los críticos de ese partido en su tercer congreso: lo único que los distinguía -su propuesta de renovación en los métodos organizativos- tenía que detenerse en el umbral del cuestionamiento del liderazgo del ex presidente del Gobierno. Y como ese liderazgo es el rasgo organizativo fundamental del CDS, se encontraron con que les faltaba hierba bajo los pies. El origen remoto de la disidencia de los críticos está en el descontento por los pactos con la derecha. Pero el táctico Suárez se adelantó a cualquier reproche ofreciendo una severa autocrítica que dejó a aquéllos sin argumento político. Sin política alternativa y teniendo que limitar la crítica organizativa a aspectos accesorios, el margen de los opositores era mínimo. El congreso ha reflejado esa realidad.El líder del CDS ha justificado su aceptación del bisagrismo y la preferencia por el PSOE para su política de alianzas con este argumento: si queremos influir en la sociedad, y no sólo lamernos las heridas, estamos obligados a pactar; -y si queremos influir en un sentido progresista, habremos de hacerlo sobre todo con el PSOE. Tal argumento ha irritado sobremanera a ciertos sector- es de opinión que hace poco se excitaban con la perspectiva de un pacto a la griega. Pero de las alternativas que quedaban al centrismo después de haber amagado en distintas direcciones ésa era la menos mala. El CDS ha obtenido en los últimos años entre uno y dos millones de votos. Ésos son de momento sus límites. Con esa fuerza, entre el 7% y el 10% del electorado (comparable a la cota media de los liberales de Genscher en la RFA), no puede uno aspirar a convertirse en el eje de una alternativa de poder, pero sí en condicionante de tal alternativa. En la perspectiva, bastante verosímil, de una pérdida de la mayoría absoluta por parte de los socialistas, esa fuerza puede resultar decisiva para la constitución de mayorías de centro-izquierda en las diferentes Administraciones. Esta última apuesta de Suárez no carece entonces de lógica.

El riesgo de que su electorado potencial -sabedor de antemano de que sus votos iban a servir para afianzar la continuidad de los socialistas en el poder- le niegue su apoyo es real. Pero es un riesgo inherente a todo partido minoritario de signo centrista. Y en todo caso, el mismo argumento serviría para cualquier otra política de alianzas imaginable. La idea de que renunciando a toda alianza posible recuperaría el CDS el amplio espacio que cubrió la UCD hace una década es ilusoria: el riesgo no sería ya de pérdida de votos, sino de desaparición, por incapacidad de incidencia política, del partido mismo. Mientras que la recuperación de su inicial vocación de bisagra en una alternativa de centro-izquierda puede permitir al CD S convertirse en receptor de ese segmento del voto urbano de quienes desean que el PSOE siga gobernando, pero quisieran que lo hiciera de manera diferente: sin el sectarismo y el ventajismo con que ha utilizado su mayoría absoluta y la falta de credibilidad de sus opositores.

En un sistema de partidos como el español actual, el papel del centro (se apellide progresista, liberal o de otra manera) es moderar al poder, sea éste de signo conservador o socialdemócrata. Tal vez mañana esa función deba realizarla en un Gobierno encabezado por Aznar (o su sucesor). De momento, sin embargo, con una derecha estabilizada desde hace ocho años en tomo al 25%, la vocación de bisagra del CDS y su definición como partido progresista sólo tendrán oportunidad de plasmarse con el PSOE como socio. Ignorarlo sólo conduce a la onfaloscopia: la pasión de quienes se satisfacen en la contemplación del propio ombligo.

18 Febrero 1990

El buen pacto

José Mario Armero (Presidente de EUROPA PRESS)

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No vale la pena votar al CDS. Si quieres que ganen los socialistas, es mejor votar directamente, sin intermediarios, al PSOE, me dice un amigo, descontento por las posiciones políticas de Adolfo Suárez y su partido en los últimos tiempos. Yo creo que las cosas no son así, a pesar de la intervención de un diputado del CDS en el Congreso de los Diputados en el debate sobre el escándalo de Juan Guerra, pues el pluralismo que se manifestó en el Congreso del CDS de Torremolinos no llega a la conclusión de pactos o acuerdos permanentes con el PSOE. Ni a pesar de que el CDS puede aparecer incluido en el llamado «bloque constitucional», un término que más vale tomar en broma, pues si se analiza en profundidad, los partidos no incluídos tendrían derecho a sentirse seriamente ofendidos. Ni tampoco cambia mi posición algo que me preocupa, como es que el CDS no votara a favor al presentarse iniciativas por grupos de la oposición para crear comisiones de investigación sobre el tráfico de influencias y el uso de información privilegiada. El control parlamentario mediante las comisiones de investigación, yo había entendido que había sido pensamiento constante en la filosofía política de Adolfo Suárez y no creo que haya cambiado. Adolfo Suárez tiene un claro instinto por la busca del espacio político. La tarea se había presentado difícil. Por razones, en su momento justificadas pero en otros casos exageradas, huyó de la derecha como el diablo y se quiso colocar en una posición centrista. La UCD representó un papel adecuado para el hombre más importante de la transición. Pero el PSOE inundó todo, incluyento en sus filas a hombres del Partido Comunista por la Izquierda, y declarándose socialdemócrata al tiempo que por su política conseguía el apoyo de los hombres dedicados a aplicar hasta donde pueden, que es mucho, el discurso del dinero.

Por otra parte, el Partido Popular aparece renovado y hombres progresistas y con un sentido social avanzado pueden ingresar en este partido, o votar sus listas, sin sentirse avergonzados como ocurría en otros tiempos. Difícil el espacio a ocupar por el CDS, liderado por un hombre que luchó por el pluralismo, el respeto a todos los sectores, y que ha hecho de la libertad un motivo de su vida. Prácticamente con todas las posibilidades agotadas para ocupar un espacio político propio, el instinto de Adolfo Suárez encuentra ahora la solución en el partido complementario, por muchos llamado bisagra, con capacidad -como en Italia, Israel o Méjico- de complementar con acuerdos distintos y ocasionales la gobernabilidad del país. Puede votar con el PSOE, pero también con el PP. Es lástima que el Congreso del CDS haya coincidido con momentos de crispación y un ambiente de corrupción generalizado. Falló la cronología. Cuantos entendieron que el CDS, la semana pasada en Torremolinos, anunciaba pactos permanentes con PSOE y se sentían defraudados, hubieran aceptado mejor al PSOE que se modernizó, renunciando al marxismo y al socialismo clásico que al PSOE de Juan Guerra. Ahí está el CDS para jugar ese papel de partido bisagra. Es cierto que, a corto plazo, puede tener una ocasión que no va a desaprovechar. Si resueltos los recursos ante el Tribunal Constitucional el PSOE no tiene la mayoría absoluta, un pacto con el CDS es posible. La aportación del partido de Suárez no sería importante, dado que se trata de pocos diputados. Pero sería una fórmula muy aceptable y que contesta a aquellos que mantenemos la idea de que es mejor la inexistencia de mayorías absolutas. El CDS no se fusionaría con el PSOE, pero el PSOE precisaría muchas veces del CDS, algo que sería bueno para nuestra realidad democrática, pues Adolfo Suárez, no es precisamente un entusiasta por cuanto está pasando. En ese caso -como ya se está preparando- el CDS contribuiría a la modificación del Estatuto de Radiotelevisión Española. Templaría los ánimos a veces demasiado excitados en el Gobierno Central cuando vascos y catalanes, por caminos pacíficos, reivindican el cumplimiento de los Estatutos de Autonomía e incluso utilizan el término de autodeterminación. Centraría al PSOE superando una política de enriquecimiento de unos cuantos basándose en excesivas diferencias económicas entre los españoles. Trataría de terminar, pues Adolfo Suárez conoce el tema, pero en circunstancias mucho más difíciles, con ese lamentable enfrentamiento entre el partido socialista, especialmente su Gobierno y los medios de comunicación.

El CDS, como partido bisagra, si se hace bien, puede jugar un papel importante, superior al de un tercer partido. En nuestras circunstancias actuales, y escribo pensando en cuantos aparecen disgustados por un acercamiento del CDS al PSOE, puede corregir los abusos del partido mayoritario. Y una minoría -estoy seguro que el ejemplo italiano está en la mente de Adolfo Suárez- también puede así llegar a la Moncloa. Adolfo Suárez prefiere que se hable del CDS y no de su persona. No es posible. En el CDS hay gentes de gran valía y con futuro en la política, pero, una vez más, el hombre es más importante que la organización y este partido, que tiene posibilidades serias en su nueva andadura, posee en su activo un político con experiencia y futuro y que, al mismo tiempo, es parte importante de la historia de España.

18 Febrero 1990

El mal pacto

Javier Tusell

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El autor de este artículo empieza por reconocer su debilidad por la persona de Adolfo Suárez al que ha votado en más de una ocasión. Ese género de siniestros fascistillas del pasado como Jaime Campmany cuyos ataques me provocan un agradecimiento infinito a veces me han reprochado que dijera que Adolfo Suárez es, en definitiva, el presidente de Gobierno español que tiene tras de sí una labor más rneritoria: esa fabulosa transición de la dictadura a la democracia. Pero el entusiasmo que con frecuencia me causa el presidente Suárez es perfectamente compatible con la irritación que siento por algunas de sus actuaciones. La última es la que se refiere al Congreso del CDS. Ortega decía de Maura que éste siempre decía que ya en el pasado había dicho que diría lo que ahora iba a decir. Con Adolfo Suárez sucede algo muy parecido: se repite a sí mismo en cuanto a errores y en cuanto a aciertos. Fue, sin duda, uno de estos últimos optar por una fórmula de centroizquierda, aunque a muchos nos ‘pareciera excesivamente demagógica e insustancial en alguna de sus posiciones; eso, sin embargo le permitió sobrevivir después de la desaparición de UCD. A menudo desde 1982 Adolfo Suárez ha hecho la crítica más aguda, directa y merecida de la gestión socialista desde el poder. Pero Adolfo Suárez suele revelar también de manera patente sus limitaciones, que son, además, las de siempre y de las que difícilmente serían imaginables en otro género de persona. Resumiéndolas se podría decir que derivan de que el expresidente es mucho más capaz de hacer lo más difícil que de triunfar en lo fácil. Lo difícil era hacer la transición, pero fue capaz de hacerla; lo sencillo, en cambio, era aprovechar la ocasión para fundar un partido que perdurara, pero eso no lo consiguió. Lo casi imposible era sobrevivir a esto último y lo logró, pero parece que pierde fuelle en el momento en que, por vez primera, el PSOE ve resquebrajarse el apoyo que ha obtenido en la opinión pública.

El primer error de Adolfo Suárez consiste en que no parece saber en qué consiste un partido político. Esos largos silencios con los que a veces nos sorprende son sencillamente ininteligibles. De un político puede esperarse todo menos que se calle. Pérez de Ayala decía que un hombre público que queda mal en público es peor que una mujer pública que queda mal en privado. Adolfo Suárez queda, con demasiada frecuencia, mal en público sencillamente porque no se da cuenta de que en la política democrática es imprescindible una presencia diaria de los dirigentes ante el electorado. De lo contrario no es posible que este percibe un mínimo de coherencia en la posición de un partido político. Pero tampoco parece darse cuenta de que un partido político no es una cohorte de fieles, sino algo muy diferente. El problema de la UCD no fue sólo que existieran en ella tensiones internas, sino que no se supieron vertebrar. Culpables principales quizá fueron otros, pero también Adolfo Suárez colaboró a aquel desastre del que todavía no se ha recuperado la política española. A partir de un determinado momento dio la sensación de que no se aclaraba respecto de donde quería conducir al pueblo español. El mismo dijo que se le habían agotado los conejos que sacar de la chistera. Ahora nos ha sacado de ella no tanto un conejo blanco como una oveja negra o un patito feo. Los resultados del último Congreso de su partido parecen poco esperanzadores y uno llega a pensar si no resultarán incluso definitivamente descalificadores. Ojalá no sea así. No se entiende esa brusca transición desde el pacto con el PP al ofrecimiento al PSOE. Aquellos pactos fueron un error no tanto por ellos mismos como por la peregrina impresión que dieron: parecían motivados por un movimiento de indignación ante el deseo del PSOE de seducir a un puñado de concejales madrileños y, además, provocaron, en los medios de comunicación, una peregrina sensación de que iban a conmover el mundo cuando los resultados fueron más bien modestos. Pero el ofrecimiento al PSOE es peor porque encierra una grave desorientación acerca de cuál es la situación y porque revela la perduración en la ignorancia de lo que es un partido. El programa del CDS respecto de la situación de la democracia española y los medios de superarla era, sin duda, el mejor de los presentados en la campaña electoral. No tiene sentido que ahora Adolfo Suárez dé la sensación de querer apuntalar a un partido que es, en buena medida, causante de esos males, como bien decía aquel programa. Es incluso posible que haya que pactar con el PSOE, pero sólo con aquellla porción de él que sea capaz de una mínima catarsis después del espectáculo de estos últimos tiempos. De lo contrario no se apuntala a un partido, sino a una forma de actuar en la democracia en el momento presente. Ahora mismo Adolfo Suárez, aunque sea contra su voluntad, dá la sensación de tampoco le parece tan mal que se procese a periodistas o que Juan Guerra permanezca como espectáculo permanente de la ignominia nacional.

Pero, sobre todo, el partido de Adolfo Suárez no da la sensación de saber cuál es la forma en que se debaten las discrepancias internas. Adolfo Suárez debiera saber que el mensaje que ahora emite el CDS es el siguiente: «Vótenos; podrá tener la seguridad de que con su voto haremos lo que nos dé la gana». Un partido es algo más que un pacto sucesivo en dos direcciones contrarias. Aún hay la leve esperanza de que a Adolfo Suárez un reflejo de imaginación, como los suyos del pasado, le haga rectificar ese rumbo.

18 Febrero 1990

Felipe y Adolfo: El último tango

Pilar Urbano

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Dentro de un mes, dentro de un año… cualquier enteradillo, servidora misma, si me lo cuentan Miguel Gil o Ricardo Lenoir, podremos decir a qué hora ocurrió exactamente. Lo importante, hoy por hoy, es que ocurrió… Debió ser, más o menos así: Adolfo Suárez y Felipe González habían hablado, «tour d’horizont», de todo: pasado-presente-futuro… escollos previsibles: «a los sindicatos hay que pagarles, tracatrás, la factura íntegra del 14-D… y, si quieren pelea, que se la monten a Cuevas»… «bueno… que los vascos tengan su debate sobre la autodeterminación y nos dejen tranquilos; allí, con estas cosas, nadie quiere quedarse rezagado… ¡maricón, el último!»… De todo, habían hablado de todo: el cansancio del alma… la fetidez de las cloacas y los desagües del Estado… «un olor repugnante al que uno no se acostumbra»… las ganas de tirar la toalla… «hay gente incómoda y molesta en mi partido», «¡pues anda que en el mío!»… el derecho «a ser feliz… de otra manera»… la apetencia «natural y humana, ¿no? de una vida menos exigente y más gratificarte»… «qué-te-voy-yo-a-decir-que-tú-no-sepas»… «esto de estar siempre poniendo cara de hombre de Estado, tomando decisiones con transcendencia de Estado, sudando sudorina de Estado, ¡es muy jodido!». Se habían contado las mismas cosas en otra ocasión. Felipe se repite. Adolfo también se repite. Y ninguno de los dos consigue que el otro le crea del todo, del todo. Adolfo acababa de decir: «57 años… ¡una barbaridad! ¡y una nieta, ya!… ah, y lo peor no es que sepas que ya eres un abuelo: lo peor es que sabes que te acuestas con una abuela». Debió ser en ese momento. Felipe se puso en pié. Lentamente, alzó la mano derecha, cerrada en puño. Separó el dedo pulgar, como si abriera una navaja. Se quedó así, quieto, tal cual un autoestopista en carretera. Sin mover un músculo del rostro, hizo en el aire el gesto rotundo, decidido, imperativo, de la invitación: «¡vamos!». El gesto del tanguista apache.

Suárez tembló. «Que al mundo nada le importas… ¡gira, gira!». Ese abrazo podía electrocutarle. «Cuando no tengas ni fé, ni hierba de ayer secándose al sol…». Supo que, si entraba en la danza, o moría o mataba… Pensó que ya todo, en adelante, sería distinto; pero era inevitable… Sintió que estaban «secas las pilas de todos los timbres que vos «apretás»…». Ese tango podía ser… su último tango. Dentro de un mes, dentro de un año, podremos decir a qué hora ocurrió exactamente. Recuerdo. Una mañana otoñal, húmeda y neblinosa, a finales de octubre. Fui a ver a Adolfo Suárez, en su casa de La Florida. Estaba afónico, acatarrado, y rodeado de pastillas: esa misma noche debía dar un mitin en Valladolid. Un pullover verdemusgo de cuello alto le protegía del frío. Me comentó, muy desconfiado, que había pensado mucho sobre cierta reciente declaración de Felipe González acerca de su posible retirada: «Este está hablando en serio, ¡eh! porque a mí eso ya me lo ha dicho en alguna ocasión: que siente el peso de la responsabilidad… quince años de secretario general del partido y siete de presidente del Gobierno, encerrado en la Moncloa… que desea recuperar su libertad… que vé cómo se le queman los mejores años de su vida sin hacer lo que de verdad le apetece…

Además del cansancio, Felipe acusa la ingratitud de una tarea que suscita críticas fuera y dentro de su partido… Mas el poso de desazón que le queda a quien ha visto fracasar, uno tras otro, todos sus objetivos… Felipe ha tenido que cambiar, no ya el ritmo de la marcha, sino el camino: ha abandonado todo aquello tan hermoso de «por el cambio», «que España funcione», «un estilo ético». Y eso pesa en su conciencia… Ahora bien ¿qué pretende? ¿Prestar al PSOE un último servicio: conseguir la mayoría y dimitir después? ¿Gobernar una temporada… afianzar el relevo, dentro de cierta continuidad, y luego dimitir? Tenemos derecho a saber cuál es su escenario». En no sé qué momento, Suárez me contó que Roca (CíU) y Arzallus (PNV) darían su visto bueno a unos pactos de legislatura con el PSOE; pero que «Felipe no estaría dispuesto a gobernar en coalición… y si la coalición se produjese, él no presidiría ese Gobierno». Fue entonces cuando le pregunté: «y tú, Adolfo, ¿estarías dispuesto a que el CDS cogobernase con el PSOE?». Me regaló una preciosa teórica acerca de los talantes democráticos. Me expuso cúales serían las condiciones del CDS para compartir una política. Y remató con esto: «Si se aceptan esos comportamientos democráticos y los objetivos irrenunciables de nuestro programa, siempre que sea necesario para asegurar la gobernabilidad, estaríamos dispuestos a sentarnos a hablar de posibles pactos de Gobierno». El otro día, lunes, 12, coincidí con Jose Ramón Caso en los estudios de televisión de Antena-3. Volvió a explicarme la tesis de «garantizar la gobernabilidad… porque apenas hace tres meses que fueron las elecciones y ¡hay que ver cómo está el país! ¡todo, patas arriba!».

No pude evitar la ironía: «Además del «boy scout» misericordioso, que se empeña en ayudar a cruzar la calle a la ancianita que no deseaba pasar al otro lado, hay otro tipo de «boy scout» siempre dispuesto a salvar… ¡al vencedor!». Y le recordé cuántas veces había oido de labios de Adolfo Suárez: «Felipe González identifica estabilidad con mayoría absoluta. Y eso no sólo no es cierto, sino que es pernicioso plantearlo así a los ciudadanos. Yo creo que es malo para la democracia que se mantenga la mayoría absoluta por una legislatura más…». Pero ahora, padeciendo el CDS sus vacas flacas, su pertinaz sequía, y la revuelta de sus barones, cambian la filosofía y se disponen a… ser percha del socialismo gobernante, «para que no tengan que apoyarse sólo en los partidos nacionalistas catalán y vasco que, buscando siempre su propio provecho, pueden llevarnos a todos a aventuras muy peligrosas, como esa de la autodeterminación». Hay una frase, no muy explícita, y que sólo he visto reproducida en un periódico, dicha por Suárez durante el Congreso del CDS en Torremolinos. Fué la primera vez que utilizó en público la expresión «percha», para referirse a unos pactos que permitieran al CDS «estar ya ahí… cuando el PSOE culmine su ciclo de gobierno». Sólo desde una situación desesperada de naufragio político; sólo desde un complejo vergonzante por haber pactado con el PP; y sólo desde un desbrujulamiento ideológico interno como el que se percibe ahora en el CDS, puede entenderse que se dispongan a «ayudar» al vencedor… para que siga gobernando a la hegemónica manera: «con todos los vicios políticos a que da lugar un largo uso del poder hegemónico: obstruir el control del Gobierno, desde el Parlamento; bloquear las comisiones de investigación; instalar en la sociedad el miedo a las represalias del poder político, por expresar opiniones críticas; evitar el debate, arrollar a los adversarios, laminar todo intento de alternativa… funcionar sobre esquemas de clientelismo, de favoritismo, de pesebrismo, de absolutismo… y que demasiados españoles hayan dejado de sentirse «ciudadanos con derechos», porque se sienten «súbditos con miedo»…» (Suárez dixit et scripsit. Octubre, 1989). «Es comprensible -me comentaba Rojas Marcos hace 48 horas- que Suárez intente lavarse la mancha de haberse derechizado por los pactos con el PP; y que le ofrezca a González lo que González necesita como el aire: credibilidad y respetabilidad social… porque en el entorno del Gobierno, a raiz del caso Juan Guerra, huele demasiado a corrupción política. Ahora bien, yo no sería muy severo con Suárez: su situación se llama «estado de necesidad»… Y entiendo que el precio de ese toma y daca se sustancie en carteras de ministros». En cambio, yo, señores, no creo ni que «la mancha de la mora con otra verde se quite»; ni que la credibilidad política se adquiera por contagio; ni que haya «estados de necesidad» que obliguen a nadie a bailar un tango con su adversario. Cierto que la política hace extraños compañeros… de camino. Pero, al final, cada quien es responsable de las compañías con quienes aceptó caminar.

09 Febrero 1990

El III Congreso del CDS

José Ramón Caso

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CDS se configuró desde su fundación como un partido de centro progresista. Nació y sigue desarrollándose en la convicción de que el centro político de España era y sigue siendo necesario para evitar polarizaciones y radicalizaciones y, en definitiva, para dinamizar la democracia. Los próximos días 10 y 11 de febrero celebra su III Congreso Nacional. A él acuden mil representantres elegidos desde la base de afiliados que Centro Democrático y Social tiene en toda la geografía española, ya que, en los últimos años se ha ido abriendo camino con esfuerzo en el panorama político español, consiguendo una implantación creciente y una represantación institucional considerable, tanto en las Cortes Generales como en Parlamentos Autonómicos y Corporaciones Locales. En el Congreso se afrontan objetivos formales de elección de órganos directivos, junto a un debate amplio, mediante el cual se trata de formular y proponer respuestas políticas acordes con los retos que tiene planteados la sociedad española. El Congreso se presenta como un foro de reafirmación de la propia personalidad e independencia del proyecto político originario, que no se cuestiona, y del liderazgo no discutido de Adolfo Suárez. Desde el último Congreso celebrado en Barcelona en septiembre de 1986, la estructura organizativa de CDS ha incrementado su complejidad y sus responsabilidades políticas públicas. A ello hay que añadir el significado político que tienen los malos resultados electorales experimentados en el último año de este período. Por todo ello, algunos observadores políticos y la opinión pública han centrado su interés en los aspectos organizativos y estratégicos contemplados en las ponencias Política y de Organización que debatiremos en este Congreso. En dichas ponencias, además de profundizar en las raices ideológicas del proyecto y en los principios y objetivos que lo caracterizan, se pretende fortalecer la estructura interna, superar las deficiencias detectadas, dotar de nuevas funciones a los órganos federales, ampliar los cauces de participación interna y de proyección social, aprovechar la máximo el enorme capital humano y de ideas que los afiliados pueden aprotar y conseguir con ello, en definitiva, la máxima eficacia política del partido. Sin embargo, creo que es de sumo interés, no sólo para nuestro partido, sino para toda la sociedad, el esfuerzo de definición y desarrollo de ideas que contemplan el resto de las ponencias que debatiremos en este Congreso, por cuanto suponen la formulación de respuestas adecuadas e innovadorea a las necesidades y aspiraciones de la sociedad. Dichas respuestas son especialmente demandadas para algunos servicios básicos como la sanidad, la justicia o la educación. Pero también se precisan respuestas adecuadas al deterioro medio ambiental, a problemas estructurales de tecnología y empleo, a crecientes necesidades de grupos amplios de ciudadanos que van siendo situados al margen del progreso, como buena parte de la juventud, de los parados, jubilados y pensionistas. CDS ha elaborado y presentado a la sociedad española propuestas programáticas de solución, bien acogidas en el seno de la sociedad e incluso adoptadas en parte por otras fuerzas políticas. En las ponencias que debatimos en el próximo Congreso avanzamos nuevas ideas y soluciones posibles que vamos a seguir brindando a la sociedad española para merecer su apoyo en el próximo futuro. Más allá de las responsabilidades ya adquiridas y de los aciertos y errores que hemos tenido en nuestra actuación política, más allá de la necesidad de recuperación de imagen con que se enfrenta hoy nuestro partido, Centro Democrático y Social seguirá asumiendo su responsabilidad ante la nueva situación nacional e internacional en que nos encontramos. Una responsabilidad ética y política que excluye desfallecimientos y voluntarismos y que reafirma la lucha permanente por una democracia avanzada.

04 Marzo 1991

A Adolfo Suárez

Jaime Campmany

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En los años en que la bohemia literaria anidaba en los madriles, hubo poeta, o plumífero, que diría nuestro señor Felipe, tan mísero de una parte y tan macabro de otra, que llevaba por los cafés de los artistas y por las tabernas de los nocherniegos un envoltorio maloliente bajo el brazo. Se acercaba al parroquiano que se sentaba en la mesa de mármol del café o que se apoyaba en el mostrador de zinc de la taberna, y amenazaba con mostrarle el contenido del envoltorio. ‘Llevo aquí a mi hijo muerto, que no tengo dinero para enterrarlo”. Generalmente, el parroquiano le daba al bohemio una limosna antes aún de que la pidiera. Se la daba con presura, para librarse de aquella amenaza de mostrarle al angelito putrefacto. Por fin, imagino yo, el poeta pedigüeño enterraría al niño, o dejaría de impresionar el truco al personal.

Irremediablemente, da la impresión, señor Duque, de que va usted ahora de peregrinación por los despachos políticos por las cocinas donde se asa la pomada, a veces la manteca, con el envoltorio del fenecido CDS, pidiendo óbolos. Pide usted, ya para el bálsamo de Fierabrás, a ver si resucita el niño, o ya para el entierro por si no levanta cabeza. Porque, hijo, entre las culadas hacia el centro que se están pegando tanto los socialistas como los populares, sus perplejidades y silencios de usted, sus idas y venidas por el bosquecillo de las ideologías y los programas, que no hay manera de saber de una vez hacia qué lado se le caen las pesas, y su vocación de majagranzas y correlindes, al modo y manera de don Joaquín Ruiz Giménez, ha terminado usted por presidir un partido que, como el de don Santiago Carrillo, no es que queba en un taxi, es que hay que meterlo entero en una ambulancia.

En el encefalograma de las encuestas, el CDS da una línea recta y llana, con un dientecillo de sierra para Agustín y alguna otra espinilla municipal o pezoncete autonómico. Así las cosas, en vez de enterrar a la criatura con sencilla dignidad, prefiere usted ir por ahí, merodear por los presupuestos del Estado, en espera de que le limosneen un soplo de oxígeno o de que le prohíjen al guiñapito.

No hace tanto afirmaba usted con cierta arrogancia que alguna vez volvería a la Moncloa. Y eso era difícil, pero posible. La política tiene vaivenes imprevisibles, en los que se hace verdad lo menos imaginable. Pero presentarse en la puerta de su antiguo palacio, como un saltabanco o un limosnero, no es volver. Eso es venderse de escudero con ropaje de duque tronado, excelencia.

Jaime Campmany

11 Julio 1990

Ser o no ser suarista

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

TODO DA a entender que los agitados movimientos en busca de un lugar propio al sol político que han caracterizado la historia del C...

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TODO DA a entender que los agitados movimientos en busca de un lugar propio al sol político que han caracterizado la historia del Centro Democrático y Social (CDS) desde su aparición en 1982 han confluido esta vez en un terreno en el que está en juego el ser o no ser del propio partido. Su zigzagueante trayectoria -a caballo entre el modesto papel de bisagra y su constante aspiración a la alternancia- se manifiesta en la estrategia de sus alianzas: en el ayer inmediato, los pactos autonómicos y municipales con la derecha; en la actualidad, su política de colaboración con el PSOE. Consecuente o coincidentemente, se ha producido una notable desorientación de su electorado potencial, que de momento ha confinado al partido de Suárez a las tinieblas del extraparlamentarismo en las comunidades autónomas de Galicia y Andalucía.La destitución de los dos consejeros del Partido Popular en el Gobierno de Canarias, presidido por el centrista Lorenzo Olarte, es un indicio -el último, por el momento- del estado de mudanza en que se encuentra instalado el CDS. Porque más allá del hecho concreto que la ha provocado -la supuesta deslealtad de los destituidos- el incidente sólo tiene explicación por la inoperancia de unos pactos que si parecían presagiar la definitiva formulación de la célebre mayoría natural anhelada por Manuel Fraga, pronto fueron políticamente deshechos por el acercamiento del CDS al área de influencia parlamentaria del PSOE. Un acercamiento que puede llegar a un acuerdo en la actual legislatura, tras la decisión constitucional de aceptar la fórmula del juramento de los cuatro parlamentarios de Herri Batasuna, lo que propicia aún más las alianzas tácticas.

Al margen de su acierto o desacierto, estos movimientos pendulares han tenido un coste político difícilmente soportable para el CDS: el goteo permanente de cuadros y militantes, desmoralizados por las sucesivas derrotas electorales y desconcertados por los cambios de rumbo de la dirección. El llamado Manifiesto de los 100, en el que un grupo de cualificados militantes de Madrid critican la línea política del partido, es la última manifestación del malestar interno. En su búsqueda desesperada de un espacio político propio y definitivo, el CDS corre el riesgo de quedarse sin seguidores y de perder a buena parte de sus votantes. Todo indica que este sector electoral está huérfano de una mayor definición táctica, estratégica y programática.

24 Agosto 1990

¿Existió alguna vez un político llamado Adolfo Suárez?

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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¿Dónde está Adolfo Suárez? ¿Cuál es su opinión sobre el conflicto del Golfo Pérsico? ¿Cuál sobre el envío de tropas a la zona? Realmente, ¿existió alguna vez un político, un presidente del Gobierno llamado Adolfo Suárez? A juzgar por su escasa presencia en la política española actual habría que pensar que no. Para ser conscientes de que efectivamente Suárez existe y tiene algo que decir sobre este tema hay que volver la mirada a las hemerotecas. Una vez allí, hay que recordar su oposición al ingreso de España en la OTAN y su actitud crítica hacia cualquier aventura militarista, ya fuera propia, ya fuera de los Estados Unidos. Hay que recordar cómo su visión política le llevó a advertir hace años -pese a las burlas de sus rivales- la tremenda importancia que para la segur ridad y el equilibrio mundial iba a tener, en el futu ro, la zona del Estrecho de Ormuz. Hay que recordar sus reivindicaciones en favor de una política internacional independiente, al margen de los Estados Unidos. Hay que recordar cómo tejió una política exterior en la que uno de los pilares era él diálogo con los líderes- del pueblo árabe. Y si existió en el pasado, ¿qué se puede esperar de él en el futuro? Habría que esperar que todo ese aval político acumulado en el pasado lo utilice . ahora como conciencia crítica de la sociedad frente a las acciones del Gobierno. Habría que esperar que, desde su posición de presidente de la Internacional Liberal y su amistad con líderes árabes, tome iniciativas diplomáticas de paz que ayuden a este mundo en peligro. Pero hasta ahora, frente a los claros posicionamientos de Rodríguez Sahagún o de las Juventudes del CDS, Suárez guarda, una vez más, silencio.