11 mayo 1966
La manifestación, iniciativa de los sacerdotes Josep Dalmau, Ricard Pedral, Antoni Totosaus y Jordi Llimona, no fue ni autorizada ni prohibida por el arzobispado de Barcelona
100 sacerdotes catalanes se manifiestan contra las torturas de la dictadura franquista en España al estudiante Joaquim Boix
Hechos
El 11 de mayo de 1966 se produjo una manifestación de sacerdotes en Barcelona.
Lecturas
La prensa franquista contra los curas catalanes que se han enfrentado al franquismo.
La manifestación, iniciativa de los sacerdotes D. Josep Dalmau, D. Ricard Pedral, D. Antoni Totosaus y D. Jordi Llimona, no fue ni autorizada por el arzobispado de Barcelona, pero tampoco recriminada.
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El 11 de mayo de 1966, 130 sacerdotes fueron golpeados brutalmente en Barcelona por la policía cuando intentaban entregar una carta de protesta por las torturas padecidas por un estudiante. El descontento venía gestándose desde meses antes con el nombramiento de un obispo castellano para Barcelona y el desalojo del convento de los Capuchinos donde los estudiantes había constituido el Sindicat Democrátic. Josep Dalmau, Ricard Pedrals, Antoni Totosaus y el padre Jordi Llimona.
EL 11 de mayo de 1966 hacía las 12.30 unos 130 sacerdotes – diocesanos y regulares – se reunieron en la catedral de Barcelona para ir colectivamente a entregar una carta de protesta a la Jefatura Superior de Policía por los malos tratos sufridos por Joaquim Boix Lluch, estudiante de ingeniería detenido hacía pocos días.
Carta dirigida a Antonio Juan Creix, inspector jefe de la Brigada de Investigación Social, escrita por Dalmau y canónigo González Ruiz.
“Queremos patentizar públicamente nuestro ánimo contrario a este hecho y a esta situación, y nuestro deseo de que todos los hombres de buena voluntad lleguen a aceptar como normal válida de conducta la que dimana de aquellas enseñanzas acerca de la dignidad de la persona humana que, con tanta claridad, ha afirmado la Iglesia, y que asimismo fueron promulgadas por la Declaración Universal de los Derechos del Hombre”.
El gobernador civil Antonio Ibañez Freire protestó ante el obispo Modrego. D. Joaquín Boix había sido detenido el 6 de mayo a las 7 de la mañana. Por pertenecer al Sindicat Democratic.
13 Mayo 1966
LA PROCESIÓN POLÍTICA
No es agradable para el viandante que sale del trabajo o que va a sus quehaceres la observación de unas carreras insólitas de ochenta clérigos por la Vía Layetana. El espectáculo era increíble, digno, en todo caso de una de las películas del neo-realismo italiano o de los filmes antiguos de René Claire. Habíamos oído decir que una de las obligaciones del clérigo es mantener la compostura porque, según creíamos cuando él pasa es como si pasará Cristo mismo. Estos embajadores o delegados de Cristo en la Tierra llevaban mal su papel, como lo llevaría cualquier embajador que saliera en calzoncillos a la calle.
La causa del insólito espectáculo era la pretensión que los clérigos tenían de entregar un papel en Jefatura Superior de Policía en el que argumentaban a favor de un estudiante de Ingeniería llamado Joaquín Boix Lluch. La pretensión nos parece legítima. Lo que resulta discutible es el procedimiento empleado para llevarla a cabo.
La Prensa de hoy relata con detalle el itinerario y el aparato que esos jóvenes clérigos dieron a la sencilla operación que se proponían. No les bastaba con la simple formulación de la protesta escrita, vino que, en puridad, lo que se proponían era la provocación del escándalo. Con el séquito deliberado o no, de unos fotógrafos alemanes, se reunieron primero en el patio del arzobispado, luego en la Plaza de la Catedral, más tarde al pie del altar, en el mismo templo, donde uno de ellos tomó la palabra y alentó a los demás a ir en comitiva desde aquel sacro lugar hasta la Jefatura de Policía. Y eso hicieron. En muy pocas ocasiones hemos visto juntos a ochenta clérigos, y nos extrañó que se reunieran para semejante tumultuosa y política función.
Lo que interesaba era pues, el escándalo. Sabido es de todos la resonancia que esta palabra tiene en los textos evangélicos. Nosotros no somos duchos en la materia, pero creemos que ese es uno de los pecados que a ellos, cuando están en el confesionario, les viene más cuesta arriba perdonar. Contra esta palabra y lo que ella significa batió la voz de Cristo sus anatemas más vivos. Los ochenta curas escandalizaron no solamente a la policía que, naturalmente, estaba al tanto en la calle, vino a todos los que en aquellos momentos presenciaron la increíble manifestación que ponía en entredicho la ejemplaridad de la sotana y todo lo que ella representa para la agente en este país.
El hecho ocurría en la Vía Layetana y en el aniversario de la fecha en que al Gobierno de la República se le escapó, por primera vez, de las manos el control de las turbas, que saquearon en igual día del año 1931 los primeros conventos y algunas iglesias de Madrid. Y ocurría en el mismo lugar ne que yo recuerdo, como si fuera hoy, que fue detenido mi amigo, el periodista Miquel Capdevila, en los primeros días de la revolución, simplemente por le hecho de que a un ciudadano le pareció que tenía cara de cura. El tener cara de cura fue a principios de la revolución motivo suficiente para que le llevaran a uno a la Jefatura Superior – en el mejor de los casos o simplemente a dar un paseo. Miquel Capdevila era un hombre bajo y ligeramente grueso, fornido, calvo y con unas guedejas laterales de pelo sobre las sienes. Sí tenía Miquel Capdevila cara de cura. Pero sólo la cara, porque por dentro era una especie de erudito de toda clave de noticias periodísticas, archivo viviente, y práctico, además, de historia contemporánea, devorador de papel impreso y muy útil en cualquier redacción, donde era capaz de servir en pocos minutos los más enrevesados antecedentes sobre cualquier cuestión de actualidad que surgiera. Pues bien: o Miquel Capdevila, por tener cara de cura, le detuvieron, le machacaron a preguntas, le llevaron a casa para comprobar si era cierto que no era sacerdote y, al fin, tras largas horas incómodas pesquisas e interrogatorios, le dejaron marchar.
Esos bonzos incordiantes que nos han salido son una estampa guerrillera muy antigua y conocida en España: tienen en la Vía Leytana, el paseo más cómodo que el tuvo Miguel Capdevila. Con los que ayer había, podrían cubrirse extensiones inmensas para la evangelización en zonas muy lejanas y esparcir una buena semilla de auténtica cristianización en parroquias del Amazonas o en páramos de los Andes, donde es sabido que hay un déficit tremendo de jóvenes curas de almas. Ello no perjudicaría en absoluto las funciones de la socialización, de las que bien pudiéramos ocuparnos aquí nosotros, los pecadores.
Ignacio Agustí
13 Mayo 1966
LOS NUEVOS CURAS
La Iglesia española tendrá que enfrentarse con un hecho más urgente que el de distribuir su mensaje conciliar al pueblo, como es el de restaurar el orden interno de los propios sacerdotes, animado en ocasiones soliviantado, por los llamados en todas partes ‘curas progresistas’. Este es un tema que pertenece en exclusiva a nuestros obispos y cualquier incursión por él sería imprudencia y temeridad.
El espectáculo de Barcelona, por lo que tiene de grotesco, no es edificante. Cada uno puede adscribirse al episodio con arreglo a sus tomas de posición. Pero, en conciencia, no constituye algo de lo que podamos ufanarnos. Parodiando a Chardy, algunos nuevos curas españoles podrían estar ante essta amarga y desconsoladora situación. “Entre el régimen que no nos gusta y los enemigos del régimen que no nos quieren, estamos como pelícanos en el desierto”.
12 Mayo 1966
ASOMBRO Y PENA
No resulta muy comprensible que un grupo de sacerdotes se lance a la calle en llamativa manifestación ni para pedir nada ni para exigir nada. No resulta fácilmente comprensible que renuncien al conducto normal de su jerarquía eclesiástica y que prefieran la algarada callejera, tan impropia de su estado como de su condición y de su edad.
Entenderíamos que esos sacerdotes hubiesen mostrado su santa indignación por el secuestro de monseñor Ussía, por las persecuciones que sufren sacerdotes y católicos en algunos países, por los miles y miles de hermanos que luchan por su fe, que son martirizados por su fidelidad a ella, más allá del telón de acero.
Esos grupos de clérigos catalanes prefieren ocuparse de pequeños problemas e intentar convertirlos en grandes con su intervención. Prefieren dar el lamentable espectáculo de la algarada callejera y de la alteración del orden público ¡para entregar una nota en la Jefatura Superior de Policía! No es conveniente que insista. Si ellos no se respetan, pueden llegar a perder el respeto de los demás. Aunque a todos nos duela, aunque a nadie nos guste.
12 Mayo 1966
CURAS EN LA CALLE
Los sacerdotes en el arroyo, interrumpiendo el tránsito y dando, un penoso y triste ejemplo a la ciudad, no están en su sitio. Que yo sepa, es esta la primera manifestación de sacerdotes católicos que se produce en Europa. No estemos orgullosos de ello y pidamos a Dios que, por causa que fuese, sea también la última, porque ni el espectáculo es envidiable, ni tiene sentido que recemos por la paz en Vietnam al tiempo que incordiamos y rompemos el orden en la vía Layetana.
Nadie impide que un sacerdote o varios se dirijan a una autoridad en demandad de lo que creen justo para ellos o para quienes caen bajo su tutela. Existen unos procedimientos legales que amparan este derecho y de no existir se justificaría la solicitación del reconocimiento del elemental derecho. Lo que ya no resulta admisible, es que se recurra a la actitud tumultuaria.
Pídase toda la justicia que se quiera, pero pídase de otra manera. Sin ajustarse a la técnica subversiva del grupo y la manifestación callejera, protegido además con unos hábitos que estamos acostumbrados a respetar y queremos seguir respetando sin discriminación de ninguna clase, entre los que son amigos o menos amigos en la discutible opción humana.
Octavio Carreras