6 junio 1983

33º Congreso de UGT – Nicolás Redondo Urbieta reelegido como Secretario General

Hechos

En junio de 1983 se celebró el XXXIII Congreso de la Unión General de Trabajadores.

06 Junio 1983

Congreso parala solidaridad

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera)

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LAS NUEVAS líneas que conformarán la estrategia de política salarial de la Unión General de Trabajadores (UGT) aprobadas en el 33º congreso, que ayer finalizó sus trabajos en Madrid, significan un cambio radical en la dinámica negociadora llevada a cabo por las organizaciones obreras. Independientemente de que sus propios autores insistan en que la nueva filosofía es la continuidad de una política de concertación, la idea de moderación salarial como correctora de una situación inflacionista y como única fórmula de aplicar una verdadera política de solidaridad entre sectores económicamente sanos y sectores deprimidos, y entre trabajadores en activo y población en paro, está muy alejada de la realidad en la que se ha movido la negociación de los convenios colectivos. En ellos los temas salariales han sido cuestión prioritaria y, en muchos casos, absoluta. Y basta recordar, en este sentido, que la mayoría de los conflictos se han producido normalmente en torno a las subidas salariales y muy pocos -o ninguno- han sido provocados por la creación de empleo o la mejor asistencia a los desempleados.Ni siquiera el Acuerdo Nacional sobre Empleo, que tenía como filosofía fundamental la generación de nuevos puestos de trabajo, logró romper con esta concepción puramente salarial de la negociación. UGT, además de la madurez demostrada al enfrentarse claramente contra una política de rentas basada en la demagogia y la utopía, se ha planteado un reto frente a sus propias bases. El sacrificio salarial que defiende para los próximos años será inevitablemente contestado por sectores que, con una concepción obrerista del sindicalismo, no están dispuestos a aceptar que los trabajadores son agentes activos de toda la política económica de un país y que su aportación es fundamental cuando se trata de frenar un proceso de degradación económica que pone en peligro la propia supervivencia de todo el sistema.

La concordancia entre los postulados mantenidos por UGT y las continuas declaraciones de los rectores de la política económica del Gobierno tiene una lectura que no es sólo la de que la central socialista sea la correa de transmisión del partido en el poder. La coincidencia entre ambas organizaciones jamás ha sido negada por ninguna de las partes. Pero, en este caso, las posturas de UGT son más un refrendo hacia su madurez como organización obrera -que no obrerista- que una afirmación de seguir ciegamente directrices del partido hermano.

El empleo, o al menos la necesidad de frenar su constante caída, es ahora el objetivo prioritario de la central socialista. Y lo que es más importante, esta preocupación no queda reducida a una mera declaración de intenciones. UGT marca y diferencia en qué y cómo debe articularse una política realmente solidaria: menor salario a cambio de una mejor asistencia sanitaria, de una más completa cobertura al parado, de un mejor nivel asistencial, de una mejor calidad de vida.

A partir de este congreso, UGT tiene, dos tareas: la primera, convencer tanto a sus militantes como al conjunto de los trabajadores de la necesidad y la bondad de sus tesis, y la segunda, vigilar estrechamente al Gobierno para que cumpla las contrapartidas en materia social que exige el sacrificio salarial. En el primer punto corre el riesgo de pagar un alto coste en afiliación por parte de los trabajadores que únicamente entienden la negociación colectiva como instrumento para conseguir mayores ingresos salariales. Los que han luchado por imponer la nueva estrategia lo saben y lo temen, y consideran que éste ha de ser el trabajo prioritario de la organización en los próximos meses.

Junto a todo ello, el sindicato habrá de mantener con las representaciones patronales una fuerte lucha para que el sacrificio salarial que, como representantes de los trabajadores, aceptan no se diluya en un mayor beneficio empresarial que no repercuta en un aumento de la inversión privada y, consecuentemente, no consiga la aplicación efectiva de la solidaridad.

El Análisis

UGT en su apogeo: Redondo, el pilar obrero del felipismo

JF Lamata
Del 23 al 26 de junio de 1983, el XXXIII Congreso de la Unión General de Trabajadores (UGT), celebrado en Madrid, reeligió a Nicolás Redondo Urbieta como secretario general, consolidando su liderazgo en un momento de auge histórico para el sindicato. Con el triunfo arrollador del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) en las elecciones de octubre de 1982, que llevó a Felipe González a la presidencia del Gobierno, UGT se posiciona como un gigante del movimiento obrero, con más de un millón de afiliados, frente a una Comisiones Obreras (CCOO) debilitada por la crisis del Partido Comunista (PCE). Redondo, que simultanea su cargo en UGT con el de diputado del PSOE por Vizcaya, emerge como un pilar clave del felipismo, movilizando a los trabajadores en apoyo al proyecto socialista. Sin embargo, su relación con González no está exenta de tensiones, especialmente por la influencia de los ministros de Economía, Miguel Boyer, y de Industria, Carlos Solchaga, cuyas políticas liberales generan recelo en Redondo y el ala obrerista del socialismo.
El congreso, respaldado por figuras clave de UGT como Manuel Chaves, Antón Saracíbar y Justo Zambrano, reafirma la fuerza de un sindicato que ha capitalizado la llegada del PSOE al poder tras 44 años de oposición. La UGT, con su arraigo en sectores industriales como la siderurgia y la construcción, se beneficia de la euforia socialista, mientras CCOO, golpeada por la división interna del PCE y su menor peso electoral, pierde terreno. Redondo, un veterano de la lucha antifranquista, ha sido instrumental en la movilización obrera que allanó el camino para la victoria de González, y su doble rol como líder sindical y diputado refuerza su influencia. Sin embargo, su apoyo a medidas como la expropiación de Rumasa en 1983, impulsada por Boyer, no oculta su preocupación por el giro liberal de las políticas económicas. Boyer y Solchaga, arquitectos de la modernización económica de España, promueven ajustes como la devaluación de la peseta y la apertura al mercado europeo, que Redondo teme que prioricen los intereses empresariales sobre los derechos de los trabajadores.
En este junio de 1983, el XXXIII Congreso de UGT no solo ratifica a Redondo como líder indiscutible, sino que subraya su papel como contrapeso obrerista dentro del PSOE. Aunque su lealtad a González es incuestionable, Redondo busca que el presidente no ceda ante el liberalismo económico de Boyer y Solchaga, defendiendo un socialismo que no sacrifique a la clase trabajadora en el altar de la modernización. La fortaleza de UGT, en contraste con la debilidad de CCOO, le otorga una posición privilegiada para negociar convenios colectivos y presionar por reformas laborales, pero también lo coloca en una encrucijada: ¿apoyar incondicionalmente al gobierno socialista o mantener la autonomía sindical? En un momento de optimismo por la llegada de la democracia y el poder del PSOE, Redondo encarna la esperanza de un equilibrio entre progreso económico y justicia social, pero las tensiones con el ala tecnocrática del gobierno anticipan futuros conflictos en una España que se transforma a pasos agigantados.
J. F. Lamata