14 octubre 1979

El director de EL ALCÁZAR recuerda que su padre, Víctor de la Serna Espina, cobró de la Alemania nazi

Acusan a Víctor de la Serna Gutiérrez Repide de traicionar la memoria de su padre por publicar una tribuna contra Franco y José Antonio

Hechos

El 14.10.1979 el diario EL PAÍS publicó una tribuna de D. Víctor de la Serna Gutiérrez Repide.

14 Octubre 1979

Después de Estrasburgo: advertencias y reproches a SM el Rey de España

Víctor de la Serna Gutiérrez Repide

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Hace pocos días, los millones de españoles que veíamos/escuchábamos la TV (concretamente el Telediario nocturno) vimos/escuchamos a nuestro Rey clausurando -o inaugurando, no recuerdo bien- un congreso de juristas, o algo así, que se celebraba entonces en Madrid. Personalmente, di un respingo al oír a don Juan Carlos I citar, al final de su parlamento, a don José Ortega y Gasset. Pensé para mí: «¡Dios mío, qué dirán algunas gentes cuando oigan al Rey de España citar a Ortega!»La verdad es que guardé para mí tal reflexión y que no volví a pensar en ello hasta ayer, en que leí los textos íntegros de los discursos del Rey ante el Parlamento Europeo y al recibir el título de doctor honoris causa por la Universidad de Estrasburgo.

Porque en ambos textos el Monarca vuelve a la carga. ¡Pero con qué firmeza, con qué convencimiento, con qué elocuencia!

En las dos ocasiones, el Rey cita a Ortega, porque un hombre de cuarenta años, español, no puede citar a ningún pensador contemporáneo «saltándose» a Ortega. Pero es que el Soberano citó, además, a Unamuno, a Madariaga, a Pedro Laín, a Erasmo, a Juan Luis Vives, a Cervantes ¡y hasta a Rousseau y Voltaire! ¡Demasié, señor, demasié!, que diría nuestro común amigo Francisco Umbral.

¿Pero no habíamos quedado en que Juan Jacobo Rousseau -tal como lo calificara en 1933 un joven y desdichado político español- era «nefasto»? ¿Pero no nos habían enseñado en el colegio que Voltaire era el «impío señor de Ferney»? ¿Pero no es cierto que los nombres de Erasmo y de Vives eran «peligrosísimos»? ¿Pero Vuestra Majestad no cayó en la cuenta el otro día, junto al Rin, de que Kant y Einstein -entre cuyos dos nombres encierra Vuestra Majestad el florecimiento del neohumanismo y el nacimiento de la Declaración de Derechos Humanos- eran igualmente «peligrosos» y «nefastos»?

Pero, señor, ¿no se dio cuenta Vuestra Majestad de que la frase de Cervantes que citó en su discurso universitario («Por la libertad, así como por la honra, se puede y se debe aventurar la vida»), figura tallada en piedra por el escultor español Baltasar Lobo en el monumento a los héroes españoles de la resistencia en un boulevard de Annecy, la ciudad francesa de la Alta Saboya?

Señor, señor, ¿no recapacitó Vuestra Majestad antes de hablar de Madariaga en que su nombre estuvo prohibido en España durante aquellos años de «ortopedia mental» a que aludió Vuestra Majestad al ser investido doctor por la Universidad?

¿No se fijó, señor, en que aquel señoruco que precedió a Vuestra Majestad en lajefatura del Estado, cuando quería insultar a alguien, le llamaba «enciclopedista»?

Francamente, señor, no sé dónde vamos a parar con tanta invocación a la libertad del hombre, al humanismo, al respeto mutuo, etcétera.

¡Y luego ese respeto por la cultura y por la universidad! No sé, no sé… Pero a este paso España va a convertirse en un nido de «intelectualoides» (que así se decía antes), y ya sabe Vuestra Majestad lo «peligrosísima» que es esa gente…

¿A que va a resultar que el Rey de España es el campeón denodado y decidido de los derechos humanos, de la libertad, de la convivencia y del respeto ajeno?

(Como diría mi compañero Eugenio Suárez, para eso «no hemos muerto un millón de españoles»).

¿A que también va a resultar cierta la frase de Unamuno cuando dijo en Salamanca, en el otoño del 36, aquello de «venceréis, pero no convenceréis»?

¿Sabe lo que le digo, señor (y sea dicho con todos los respetos), que en este país hay aún muchísimos dogmáticos, muchísimos cazadores de brujas, muchísimos enemigos de la libertad de esos que Vuestra Majestad denunció en Estrasburgo.

Y que (para desdicha de quienes aún creemos en ciertas magrtitudes humanas, como nos enseñó el Cristo de verdad y no el que: se inventaron los nacional-católicos españoles) este país está lleno de simultáneos enemigos del aborto y de partidarios de la pena de muerte.

Señor, señor, Rey mío: ¿Sabe Vuestra Majestad que en este pueblo para muchos es pecado que una mujer enseñe su rodilla desnuda y no es pecado matar a un «rojo» a golpes de «bate» de béisbol?

Pues ya lo sabe. Y quien avisa no es traidor.

16 Octubre 1979

Los Herederos

Antonio Izquierdo

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De los beneficios que obtuvo la familia de Víctor de la Serna de aquel leal servicio a la Alemania nazi del holocausto existen hasta pruebas y testimonios documentales y, en cualquier caso, todo ello constituye un secreto a voces.
  • «¿Pero no habíamos quedado en que Juan Jacobo Rousseau – tal como lo calificara en 1933 un joven y desdichado político español – era nefasto?».
  • «¿No se fijó, señor, en que aquel señoruco que precedió a Vuestra Majestad en la jefatura del Estado cuando quería insultar a alguien, le llamaba enciclopediata?
  • «Señor, señor Rey mío: ¿sabe Vuestra Majestad que en este pueblo para muchos es pecado que una mujer enseñe su rodilla desnuda y no es pecado matar a un rojo a golpes de bate de béisbol?»

Las tres trases que acompañan a este comentario están extraídas de un artículo («Después de Estrasburgo: advertencias y reproches a S. M. el Rey de España) suscrito por Víctor de la Serna Jr. y publicado en EL PAÍS el pasdo domingo 14 de octubre. Está claro que Víctor de la Serna Jr. pudo heredar de su padre nombre, apellido, fincas, cabeceras o logotipos, influencias, pero que de ninguna manera ha heredado tres cosas: la pluma, el talento y el honor de aquel gran maestro del periodismo. Ese artículo, resuelto en forma epistolar y dirigido a Don Juan Carlos, constituye desde la primera hasta la última de sus palabras, un testimonio fehaciente de insuficiencia mental, de pobreza dialéctica y de baba. Es un alegato vil, indecoroso, falso, nacido de oscuras intrigas cortesanas y resuelto en injurias o menosprecios para hombres que ya no pueden defenderse – José Antonio y Francisco Franco – porque, según parece, ni amigos le han quedado ni al uno y al otro.

No hablo de oído. La tesis del artículo concediéndole a esta pieza categoría de artículo y aceptando el supuesto de tesis para una ruin palabrería melosa, ofertante hacia la persona que hoy asume la Jefatura del Estado, viene a explicar que hasta la competencia de Don Juan Carlos I en Estrasburgo, o, quizá, hasta la muerte de Francisco Franco, aquí nadie había leído a Ortega y Gasset, a Unamuno, a Madariaga, a Erasmo, a Vives o Rousseau. Si es una confesión de parte, nada tengo que objetar. A los hombres se les conoce por sus obras, según asevera el Evangelio. De ahí que difícilmente se puedan obtener hoy datos fiables de Víctor de la Serna Jr. Pero los hombres de mi generación, al menos los que no recibimos otras herencias que las del espíritu, sí conocíamos a Ortega, a Unamuno, a Madariaga, a Erasmo, a Vives, a Rousseau, a Cervantes, e incluso a Víctor de la Serna, padre, el inolvidable cronista, a ‘Unus’, en su apasionada versión combatiente al servicio del III Reich, de Hitler y del nazismo, hasta el instante en que se rendía para los hombres y para la historia el búnker berlines. De los beneficios que obtuvo la familia de Víctor de la Serna de aquel leal servicio a la Alemania del holocausto existen hasta pruebas y testimonios documentales y, en cualquier caso, todo ello constituye un secreto a voces.  Como los beneficios que obtuvo del Régimen de Franco.

Pertenezco a una generación que tuvo conciencia de sí misma cuando la deslealtad de hoy puede representar el nombre de Víctor de la Serna Jr., ya se había consumado y la tecnocracia cerraba cualquier rosquicio a la ilusión colectiva y marchábamos lentamente no hacia la Monarquía, como ha explicado don Laureano López Rodó, sino a la catástrofe. De ahí que nos resulta doloroso – y de todos punto recusable – que individuos como éste traten de enfangar con su propia baba y miseria nombres que, cuando menos, merecen antes que el desahogo de una infamia, el sereno juicio de la Historia. Ni he sido nazi, ni fui franquista oficial, de cargo y nómina, ni hijo de persona privilegiada o influyente en el áureo carro de la victoria, ni recibí tratos diferenciales. Sólo estoy obligado a mantener el modesto patrimonio de honor que recibí de mis mayores. Me asombra, sin embargo, que ni Franco ni José Antonio hayan encontrado hasta el momento quien salga  al paso de este desahogo que no llega a ser brutal porque resulta cursi, pero que está hilvanado con la pesada y sórdida digestión de un caradura a quien podían solicitársele muchas explicaciones en esta España seudodemocrática, si esta España seudodemocrática no estuviera en gran parte de sus cuadros dirigentes tan envilecida como el comentario a que aludo.

Víctor de la Serna Jr. ha dejado escrita su semblanza. Hasta la hora de citar a Kent y a Einstein, no ha podido olvidarse del Rin, quizá por viejas y lejanas querencias que andan en la memoria de muchas gentes de nuestro pueblo. Llamar al Monarca ‘Rey mío’ es una cursilada como la copa de un pino o un rebote de alguna vieja crónica, empolvada, donde pudo leerse ‘Führer, Führer mío’. Pero eso, acaso, lo pudo escribir Víctor de la Serna, padre, cuando les llaman alcanzaban la Cancillería de Berlín y había concluido toda esperanza. En Víctor de la Serna era una actitud honrosa y hasta valiente. El trasplante era una actitud honrosa y hasta valiente. El trasplante de la frase a la mente de Víctor de la Serna Jr. es sobre todo lo dicho, una actitud lacaya y palafrenera, y, en última instancia, una perfecta majadería.

Antonio Izquierdo

20 Octubre 1979

Otra respuesta

Raimundo Fernández-Cuesta

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El magnífico artículo del Director de EL ALCÁZAR, Antonio Izquierdo – cuyo contenido suscribo totalmente – en respuesta el de Víctor de la Serna, publicado en EL PAÍS el 14 de octubre, ha sido para mí la primera noticia sobre la publicación de este último. Por eso, no he contestado antes, como ahora lo hago, a quien por su escrito, de lo menos que se puede calificar, es de falta de valor, caballerosidad, gratitud y respeto filial.

Falta de valor, al dirigir frases despectivas contra personas que si vivieran jamás hubiera osado dirigir; de caballerosidad, porque carencia de ella supone escribir en los términos empleados de dos españoles egregios que consagraron su vida a España y han entrado en el juicio de la Historia, que no es precisamente el descalificado de Víctor de la Serna. De ingratitud, al olvidar las muestras de generosidad, en afecto y bienes que recibiera su familia del régimen pasado y, finalmente, de respeto filial, porque su padre estuvo siempre, antes, durante y después de nuestra guerra, absolutamente identificado con el pensamiento y la obra de José Antonio y de Franco y de Franco, y, por consiguiente, cuanto diga en menosprecio de éstos, a su padre alcanza también.

José Antonio calificó a Juan Jacobo Rousseau de ‘nefasto’ y tenía razón al hacerlo. Tan nefasto le fue a España, que las consecuencias de su doctrina nos trajeron tres años de guerra civil y a José Antonio, su fusilamiento, fusilamiento que ha sido una desdicha para los españoles – excluidos Víctor de la Serna y los que como él piensan – pero es timbre de gloria y sacrificio y prueba evidente de la calidad de hombre, de español y de cristiano de José Antonio, y de pertenecer a sus categorías de españoles que por su vida y por su muerte, es bien distinta de aquélla a la que Víctor de la Serna pertenece.

Por tanto, aún suponiendo benévolamente que el adjetivo ‘desdichado’ tenga una interpretación compasiva nacida del hecho de la muerte de José Antonio, lo rechazamos por incierto. Ni aún así, fue un desdichado José Antonio y si un hombre que han entrado con justo título en la inmortalidad. Pero si la interpretación es otra y peyorativa, entonces el rechazo va acompañado del más absoluto desprecio para quien ha sido capaz de tal vileza, ha deshonrado un apellido respetable y ha dejado al descubierto su falta total de ética humana y política.

Por los demás, a pesar del tono irónico de Víctor de la Serna en la pregunta de su artículo, Juan Jacobo Rousseau sigue siendo nefasto para cuantos creemos – y somos muchos – que la justicia, la verdad, el hombre y su dignidad tienen un valor intrínseco y sustantivo independiente de las decisiones mayoritarias y variables de voluntad, que resuelven en cada caso, si Dios existe o no existe, si la Patria tiene o no que suicidarse, si está ha de ser patrimonio del partido más fuerte y más organizado aunque no sea el mejor.

Para discrepar democráticamente de las opiniones ajenas, hacen falta ideas claras y sobran las palabras ofensivas, es decir, lo contrario de lo que ha hecho Víctor de la Serna en su artículo, que ese ´si que es desdichado y confirma respecto a su autor, aquel dicho de Don Quijote a Sancho: «Bien se conoce que eres villano, porque siempre te unes al carro del vencedor».

Raimundo Fernández Cuesta