19 abril 2019

Fue dos veces presidente de Perú, antes y después del régimen de Alberto Fujimori

Alán García, ex presidente de Perú, se suicida de un disparo cuando iba a ser detenido por corrupción en el caso Obedrecht

Hechos

El 19 de abril de 2019 se hizo público en todo el mundo el suicidio del ex presidente de Perú.

18 Abril 2019

‘Caballo Loco’ y su pequeño sitio en la historia de Perú

Daniel Lozano

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La muerte del Caballo Loco, como llamaban en Perú a Alan García, hace justicia novelesca a una vida política tan torrencial como polémica, más parecida a la de un personaje de su paisano Mario Vargas Llosa en La guerra del fin del mundo. El dos veces presidente, principal líder político del Perú de los últimos 40 años ex aequo con Alberto Fujimori, se disparó en la cabeza para no ser detenido por la policía, como si quisiera mantener vigente en la posteridad su legendaria fuga de 1992.

En aquella noche del Fujimorazo (autogolpe de su sucesor en la Presidencia), eludió a las huestes del dictador, un centenar que rodeaba su residencia en Lima dispuesto a capturarle vivo o muerto. «¡Qué salga Alan García con las manos en la nuca!», relató el propio protagonista en su libro El mundo de Maquiavelo.

El ex presidente echó mano de sus armas. Sus disparos al aire no amedrentaron a los soldados, que respondieron con fuego. García huyó saltando desde su casa a la del vecino para esconderse en un lugar cercano durante varios días. Ayer, en cambio, decidió huir de la acción de la justicia por el atajo que le llevó hasta la muerte.

Sus palabras en la última entrevista que concedió suenan hoy premonitorias: «Confío hoy en la Historia, soy cristiano y creo en la vida después de la muerte. Y creo tener un pequeño sitio en la Historia del Perú». García irrumpió en la política al galope, empujado por una oratoria contagiosa. El militante más volcánico de la socialdemócrata Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), que hubiera cumplido 70 años el mes que viene, aterrizó en la política tras regresar de Madrid (Universidad Complutense) y París (Sorbona), donde amplió sus estudios jurídicos, los mismos que citaba una y otra vez las últimas semanas para rechazar los cargos en su contra. García, cercano a Felipe González y a otros líderes progresistas de América Latina, participó en la redacción de la Constitución de 1979 y comenzó a colmar las esperanzas de sus compatriotas con su verbo tórrido, capaz de dibujar con las palabras los mejores paraísos políticos.

Así llegó a la Presidencia en 1985 con sólo 35 años, el más joven del continente, con tantas expectativas que su fracaso abrió camino al desconocido Fujimori, empresario de origen japonés. Este primer mandato, considerado por analistas uno de los peores en la Historia del país, todavía es recordado por la crisis económica y social que provocó: hiperinflación, descrédito internacional y el desafío terrorista de Sendero Luminoso cercaron a García, quien además en 1987 quiso nacionalizar la banca. Surgió entonces una figura que desde entonces no dejó de escrutarle: Vargas Llosa. El escritor se lanzó a la arena política para sucederle sin éxito electoral. Fueron enemigos pero no irreconciliables, porque tras la tormenta de Fujimori el Nobel decidió apoyar a Alan García en 2006 para frenar a Ollanta Humala, apoyado entonces por los petrodólares de Chávez.

Caballo Loco cabalgaba ya sobre una agenda moderada, que nada tenía que ver con la radical del siglo pasado. «No soy un vendedor de ilusiones, tenemos la experiencia», repetía en sus mítines. Así fue: Perú comenzó a crecer económicamente, como lo sigue haciendo hoy. El desgaste y otra serie de escándalos de corrupción cercenaron su nueva candidatura presidencial en 2016. «Cuando muera, que todos los que hablan mal de mí vayan a mi tumba y digan me equivoqué, porque no te encontraron nada ni a ti ni a nadie [de sus colaboradores]», dejó dicho.

21 Abril 2019

Se llevó la verdad a la tumba

Ramón Pérez Maura

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Desde que Alan García ganó la Presidencia en 1985 todos los presidentes han acabado en prisión o están prófugos

Aquel lunes, 14 de enero de 2008, la mesa del despacho de la Presidencia de la República estaba llena de papeles en un desorden que, bien mirado, probablemente era bastante ordenado. Todo en el titular de la máxima magistratura del Perú era aparentemente contradictorio. Alan García estaba en su segundo período presidencial. Cuando terminó el primero, en julio de 1990, el presidente de Estados Unidos era George Bush padre. Tras cinco años de políticas de izquierda radical, dejó tras de sí un Perú arruinado y fértil para dar el poder a un populista como Alberto Fujimori. García volvió a la Presidencia en julio de 2006. En Estados Unidos mandaba George Bush hijo. El segundo García tenía poco que ver con el primero. Se seguía diciendo de izquierdas, pero sus políticas era abiertamente liberales.

Tenía de jefe de protocolo a Carlos Pareja Ríos, antiguo embajador en Madrid, que había facilitado aquella entrevista a ABC, con motivo de la visita oficial a España que comenzaba una semana después. La conversación fue larga y fluida. Era un buen conocedor de la política española y rápidamente citó discursos e intervenciones parlamentarias de don Antonio Maura con claro afán seductor. Y acabó confesando sin tapujos que para él el mejor orador político español había sido ¡José António Primo de Rivera! Pero la mayoría de las cosas que decía estaban plenas de sentido común y nada gustarían a la izquierda populista actual. Como cuando al preguntarle por el incidente entre el Rey y Hugo Chávez en la Cumbre Iberoamericana de Chile, él respondía «Yo llamé al Rey para decirle “muy bien lo que has hecho, hay que poner un poco de orden y que dejemos de gritarnos y recriminar cosas”. Que si tú hiciste la conquista… ¡Por Dios! Si nos vamos a quejar de cosas ocurridas hace quinientos años…» Se lo podía decir a AMLO…

Éste era el Alan García que el pasado miércoles se suicidó. Es difícil entender qué pasa por la mente de un hombre cuando decide tomar su vida. Probablemente la deshonra de verse encarcelado influyera, pero ese es un club extremadamente concurrido en el Perú contemporáneo. El primer sucesor de García, Fujimori, penó años de cárcel; a éste lo sucedió el presidente de transición Valentín Paniagua, que sólo ocupó el cargo un año y falleció libre de toda acusación. Tras él llegó Alejandro Toledo, hoy prófugo de la justicia. Tras Toledo volvió Alan García al que sucedió Ollanta Humala, que ya ha pasado por prisión por casos de corrupción y tras él Pedro Pablo Kuczynski que en estos días está detenido. Es decir, desde que Alan García ganó la Presidencia en 1985 todos los presidentes han acabado en prisión o están prófugos con la única excepción del actual, Vizcarra y el de transición, Paniagua.

Es verdad que el mal de muchos es un consuelo de tontos. Pero debe consolar bastante. Por eso me cuesta tanto entender que García se suicidara por entrar en la misma categoría que todos los presidentes de su tiempo. Él murió diciendo que no se había presentado una sola prueba en su contra. Y la acusación de que Odebrecht le había pagado 100.000 dólares por una conferencia que dio en Brasil difícilmente es un ejemplo de corrupción. Pero García se llevó la verdad a la tumba.