12 abril 2019

El cambio de Gobierno de Rafael Correa por Lenin Moreno en Ecuador clave para la perdida de la protección judicial

Julián Assange, el creador de Wikileaks, detenido en Reino Unido tras retirarle la embajada de Ecuador la inmunidad diplomática

Hechos

El 12 de abril de 2019 fue detenido Julián Assange en Reino Unido.

12 Abril 2019

Assange, detenido

EL PAÍS (Director: Soledad Gallego Díaz)

Leer
El cofundador de WikiLeaks tiene derecho a un proceso justo y transparente

La detención de Julian Assange por la policía británica pone fin a una situación anómala que comenzó en 2012 cuando el fundador de WikiLeaks se refugió en la Embajada de Ecuador en Londres para, en aquel entonces, evitar ser extraditado a Suecia, donde se le reclamaba por diversos delitos sexuales. Esa causa fue archivada en 2017. Assange siempre sostuvo que esas acusaciones eran un montaje tras el que se escondía la intención de Washington de lograr su extradición para poder procesarle. Por eso, explicó en su día, pidió asilo y violó las condiciones de libertad condicional de las que disfrutaba en Reino Unido. Ayer Londres informó de su detención, después de que el Gobierno ecuatoriano le hubiera retirado su protección y permitido la entrada de agentes en el recinto, y en virtud, precisamente, de una petición de extradición del Gobierno de EE UU.

Assange y su organización, WikiLeaks, han alcanzado notoriedad mundial por la revelación de documentos oficiales de varios Gobiernos, especialmente el de Estados Unidos, en los que se pudieron comprobar violaciones de los derechos humanos o extensas redes y sofisticados sistemas de espionaje a la población civil. WikiLeaks ha trabajado en ocasiones junto a diversos medios de comunicación de todo el mundo, entre ellos con EL PAÍS (durante la publicación de los llamados papeles del Departamento de Estado, en 2010). Frente a las acusaciones de conspiración, formuladas por Gobiernos demócratas o republicanos indistintamente, Assange ha mantenido siempre que la actividad de WikiLeaks defiende la libertad de información y la transparencia.

En cualquier caso, Assange merece un procedimiento justo, donde tenga la oportunidad de defender sus tesis y bajo ningún concepto puede ser sometido a un proceso secreto, relacionado con la seguridad nacional de EE UU. Si Suecia reabre la causa por abusos, el acusado tiene el derecho a comparecer primero ante el tribunal que originó esta situación. Otra decisión daría crédito a la tesis de Assange de que todo se trata de una argucia legal de EE UU para lograr castigar sus revelaciones.

12 Abril 2019

Un ídolo con manos manchadas de sangre

David Alandete

Leer

Cuando Julian Assange fue sacado ayer por la fuerza de la embajada a cuya puerta había llamado 2.487 días antes pidiendo asilo, era un hombre completamente distinto de cuando entró. Quien fuera icono de la libertad de expresión, defensor de la transparencia e ídolo de ‘hackers’ de todo el mundo fue devorado entre las paredes de esa embajada por un personaje siniestro entregado a varios enemigos de occidente.

Nada retenía a Assange en la embajada de Ecuador en Londres más que su voluntad de huir de la justicia.

En 2010 se había aprovechado de un soldado con graves problemas psicológicos y emocionales —según admitió este mismo en su consejo de guerra— para conseguir 700.000 documentos clasificados. Entregó algunos a varios medios de comunicación de su elección, pero muchos otros los soltó sin ninguna cautela en su página web, dejando al descubierto y en peligro a civiles que de una forma u otra habían ayudado al ejército norteamericano en Afganistán.

«Tiene las manos manchadas de sangre», dijo de él el almirante Mike Mullen, jefe del estado mayor norteamericano. Para muchos Assange era todavía un titán, capaz de enfrentarse al ejército de la primera potencia mundial, la CIA, el FBI, la NSA y lo que hiciera falta. Cierto es que el soldado del que obtuvo los documentos se pudría en una prisión militar a la espera de juicio, para ser luego condenado a 35 años e indultado por Barack Obama. Assange estaba libre y vendía libertad.

Meses después llegaron las acusaciones por agresión sexual de dos mujeres en Suecia, donde Assange residía entonces. Ambas dijeron haber sido violadas por el fundador de Wikileaks, pero en lugar de una oleada de solidaridad se encontraron con una campaña de desprestigio sin cuartel, acusadas de ser, como mínimo, espías a sueldo del Pentágono. Pocos creyeron entonces a aquellas mujeres que simplemente pedían que Assange rindiera cuentas ante un juez.

Huido a Londres, Assange hizo una serie de amigos que resultarían fiables y duraderos. Cobró del canal internacional del Kremlin RT por presentar un programa de entrevistas y en él conoció a Rafael Correa, presidente de Ecuador, que en ante las cámaras le dijo: «Bienvenido al club de los perseguidos». Ya era verano de 2012 y por aquel entonces la corte suprema británica falló contra Assange y le ordenó presentarse ante las autoridades para ser extraditado a Suecia.

Derrotado y cabizbajo, el fundador de Wikileaks llamó a la puerta de la embajada ecuatoriana en Londres el 19 de junio de 2012. En menos de dos meses, Correa le concedió el asilo. No contento con ello, contrató a una empresa de seguridad española, UC Global, para que le vigilara y le protegiera.

La hasta entonces modesta delegación ecuatoriana en la capital británica se convirtió en lugar de peregrinación para una larga y pintoresca lista de personajes de todas las procedencias, como la actriz Pamela Anderson, el juez Baltasar Garzón, la cantante Yoko Ono o el líder del movimiento a favor del Brexit, Nigel Farage.

Assange siempre denunció que las acusaciones de abuso sexual carecían de fundamento y que en realidad quien estaba tras él eran los poderes fácticos de EE.UU. Lo cierto es que la demanda por la que se solicita su extradición la presentó la fiscalía el 6 de marzo de este año, aunque hay indicios de que Assange ya había sido imputado antes.

Pese a que físicamente Assange vivía confinado con un gato en las diminutas dependencias en las que hacía vida, grabado y fotografiado como un concursante VIP de Gran Hermano, su poder e influencia se mantenían intactos. Su trabajo se desarrollaba en internet y dependía únicamente de las redes sociales para movilizar a sus seguidores.

De entre las muchas campañas en las que Assange se embarcó —contra la OTAN y la Unión Europea, a favor del Brexit, de defensa del independentismo catalán, de acoso y derribo a Emmanuel Macron en Francia— hubo una que sirvió de último clavo en el ataúd de su buena imagen.

Según demostró el fiscal especial Robert Mueller, que acaba de culminar sus pesquisas sobre la injerencia del Kremlin en las elecciones presidenciales de EE.UU. en 2016, Assange recibió dos paquetes de documentos robados por ‘hackers’ rusos a la campaña de Hillary Clinton y al Partido Demócrata, y los filtró a través de Wikileaks en el momento más adecuado para que se beneficiara de ellos Donald Trump.

Ver a Trump en plena campaña proclamando «adoro a Wikileaks» le costó a Assange muchos apoyos en su base natural, la izquierda. Si el fundador de Wikileaks pensaba que aquella era una promesa de indulto, o algo parecido, ayer, al salir de su refugio diplomático, se topó de bruces con la cruda realidad. Preguntado por él, su amigo Trump respondió, frío: «¿Wikileaks? ¡Yo no sé nada de Wikileaks!».

14 Abril 2019

Assange: un villano creído héroe

EL MUNDO (Director: Francisco Rosell)

Leer

HACE años que la situación de Julian Assange era insostenible. Después de 2.487 días huyendo de la Justicia en la embajada de Ecuador en Londres, Lenín Moreno ha puesto fin al populista asilo concedido por Rafael Correa al autor de la mayor filtración de documentos secretos de EEUU. El jueves, la policía lo detuvo en la legación y la Administración estadounidense confirmó su petición de extradición. Assange podría enfrentarse a 20 años de prisión por espionaje por revelar miles de documentos sobre la actuación de Washington en las guerras de Irak y Afganistán.

Es pertinente la discusión sobre cuán relevantes fueron las filtraciones de Wikileaks y su aportación a la opinión pública. Pero lo que no admite debate es que debe responder por sus actos ante un tribunal. Algo que ni siquiera se puso en duda cuando el New York Times publicó con autorización judicial los Papeles del Pentágono sobre la Guerra de Vietnam, de un impacto mucho mayor. El funcionario que los entregó fue juzgado por ello.

Consideración aparte merece su deriva narrativa, tras la que ha presentado todo el proceso como un intento de amordazarlo. Autoproclamado paladín de la libertad de expresión, su discurso ha ido degenerando por su megalomanía, a la que contribuyó el vedetismo judicial de Garzón, su coqueteo con Putin, su alineación con el eje bolivariano o las posverdades vertidas sobre el procés. La de Assange es la historia de un villano que se quiso disfrazar de héroe.