17 julio 1988

Escribe una carta abierta en DIARIO16 al ministro de Cultura, Jorge Semprún, protestando contra esta entidad

Alegato de Rafael Sánchez Ferlosio contra el Centro Español de Derechos Reprográficos de Erich Ruiz Albrecht

Hechos

El 17 de julio de 1988 D. Rafael Sánchez Ferlosio publicó una carta al ministro de Cultura, D. Jorge Semprún Maura, contra el Centro Español de Derechos Reprográficos (Cedro).

17 Julio 1988

"En questos escalones" (A la atención del nuevo ministro de Cultura)

Rafael Sánchez Ferlosio

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El nuevo ministro de Cultura, Jorge Semprún, tiene ante sus ojos – y si no las tiene – se las voy a poner yo – dos magníficas ocasiones para entrar con buen pie en el Ministerio y demostrar que vale para algo. La primera de ellas es deshacer el más funesto y execrable entuerto cometido por su inmediato antecesor: suprimir la Editoria Nacional. Y digo ‘execrable’ porque esa supresión se decidió, según tengo entendido, para no interferir, ni aun en el grado mínimo en que pueda hacerlo una editora estatal, los intereses particulares de los magnates capitalistas de la industria cultural. Una editora estatal está para acoger a fondo perdido todas las publicaciones, sobre todo de obras viejas y antiguas, que, por no ser el dernier cri del último filósofo francés, el furor del lucro del industrial particular de la cultura, vacila en publicar. Aun así, parece que fue la industria privada del libro la que, tal vez a la vista de algún éxito de la Editora Nacional, presionó para ayudar a que ésta desapareciese, cosa que acoso el propio Ministerio de Cultura, secretamente deseaba, para poder invertir en cosas de más escaparate y mayor rentabilidad publicitaria para el Gobierno del PSOE los fondos perdidos en publicar filósofos medievales olvidados. Verdaderamente, auqnue fuese verdad que un cierto dirigismo es inevitable cuando el Estado se encarga de estas cosas, prefiero cien veces el dirigismo del Estaod al de la mano invisible del furor del lcuro del magnate de la industria cultural. Aparte de que el peor dirigismo ha sido el que ha sugerido la supresión de la Editora Nacional, para gasatarse el dinero rescataod en espectáculos de ‘luz y sonido’ tan incultos como corruptores, pero propagandísticamente eficaces, o tenidos por tales.

La segunda prueba que espero del ministro de Cultura es bastante más fácil que recrear la Editora Nacional, porque no es un acto de construcción, sino de destrucción, un trabajo de hacha: talar un cedro. Es sólo una metáfora: Cedro quiere decir Centro Español de Derechos Reprográficos. Por lo visto, en ese repelente escaparate publicitario esta vez no del Ministerio de Cultura, sino del de Educación, que es la Menéndez y Pelayo, han perdido la vergúenza hasta tal punto que no tienen empacho en aprovechar cursos sedicentemente universitarios para presentar cooperativas de intereses privados, como la mencionada sociedad llamada Cedro, en la que 130 magnates capitalistas de la industria cultural del libro, que han conseguido asociar a su iniciativa a más de cuatrocientos escritores, se han arrejuntado para controlar, al modo en que la banda de Al Capone controlaba las máquinas tragaperras, todas las máquinas fotocopiadoras del país, para cobrar un canon de protección por cada fotocopia que se saque de cualquiera de los libros publicados por sus 130 casas editoras. Realmente, lo primero que en esto resulta tan incomprensible como deplorable es el hecho de que más de cuatrocientos escritores ignoren lo que son hasta el punto de apoyar la iniciativa de un grupo de potentados de la industria privada. ¿No saben los escritores que ellos no se deben a sí mismos y a sus propios intereses, como los industriales sino al público y a los intereses públicos, que su deber no es el de ganar dinero, sino el de procurar que tenga la mayor difusión posible lo que han discurrido y han escrito por creerlo verdadero y digno de ser conocido por todos los demás? ¿No saben que ser escritor y ejercer la suprema libertad de determinar tú mismo la naturaleza, el sentido y el designio de tu propio trabajo es un privilegio del que no goza ni remotamente ningún otro trabajador pobre ni rico, comer tu pan en paz, sin la constante inquietud y sobresalto por el destino de sus inversiones en que viven los desdichados y capitostes de la industria incluso cultural? ¿No saben que escribir no es trabajar? ¿Cómo pueden asociarse a los editores, cuyo tristísimo deber es el de ganar dinero y cuya índole es, por tanto, la determinada por el interés privado, ellos, que, más aún que los políticos son hombres públicos por definición? ¿Qué clase de contubernio es, pues, éste de la cooperativa Cedro, donde se asocian aquellos cuyo interés fundamental no puede ser sino el de lo que han escrito, por creerlo verdadero o beneficioso para todos, alcance el mayor grado de difusión posible, aunque tenga que ser a través de fotocopias que no les den un céntimo, con aquellos cuyo interés está en exprimir hasta la última perra chica lo que editan? No; en todo esto hay un grave malentendido y un error capital, o, mejor aún, capitalista. Y a la Universidad de verano Menéndez y Pelayo debería caérsele la cara de vergüenza por haber permitido que semejante cooperativa de interés privado haya aprovechado un curso público para presentarse. D. Eric Ruiz, el presidente de Cedro, ha declarado, por lo visto, según cita entrecomillada del diario YA l osiguiente: «La fotocopia ha pasado de ser un adelanto técnico maravilloso a ser algo destructor». ¡Que asco el pollo, verdad?, desde que pueden comerlo hasta los gitanos, frente a lo bien que sabía cuando sólo los ricos, y en domingo, podían permitírselo! Desde que el último estudiantucho con 70 duros en el bolsillo puede permitirse fotocopiar un libro científico de 4.500 pesetas también la máquina fotocopiadorea se ha degradado de maravilla técnica en instrumento de destrucción, sobre todo teniendo en cuenta que los editores gravan con un 50% los derechos de autor de las reproducciones seucndarias de la obra que han editado. Estos señores del progreso reniegan justamente de lo único bueno que el progreso puede ofrecer: abaratar lo escaso, haciéndolo abundante.

¿A dónde vamos a llegar con el neoliberalismo, protegiendo los intereses privaos de los editores, frnete al común interñés público de la inseparable pareja escritor-lector? El Ministerio de Cultura está absolutamente obligado a defender el interés público de los estudiantes, los aficionados y los espontáneos, no permitiendo a los editores – y a los escritores que se han equivocado de carrera – gravar las formas baratas de reproducción, así como recreando la Editora Nacional de la forma más prepotente posible, enterrando dinero a fondo perdido tanto en la edición de olvidados filósosfos medievales como en obras que puedan ser rentables, sin miramiento alguno para el interés privado de los industriales de la imprenta. Ahí tiene tarea el nuevo ministro de Cultura, si todavía se acuerda, sin demasiada repugnancia, de otros tiempos que desde luego yo no he olvidado.

Rafael Sánchez Ferlosio

21 Julio 1988

Cedro replica a Sánchez Ferlosio

Erich Ruiz Albrecht

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Acogiéndonos al derecho de réplica previsto en la ley, le rogamos que sirva insertar en uno de los números del diario de su dirección la presenta carta, motivada por el artículo firmado por D. Rafael Sánchez Ferlosio y aparecido en el correspondiente al día 17 de julio del presente año.
En el citado trabajo la entidad que represento ha sido objeto por parte del señor Sánchez Ferlosio, del más furibundo, injusto e irracional ataque que pueda ser imaginado.

El articulista, autor de prestigio, tiene toda la libertad del mundo para exponer sus opiniones particularísimas sobre lo que entiende es el ‘deber’ de los escritores, así como sobre la naturaleza y la función que la creación literaria comporta. Otros escritores, al menos tan prestigiosos como el señor Sánchez Ferlosio, pueden pensar y piensan de distinta forma.

Lo que el Sr. Sánchez Ferlosio no puede hacer, ni ética ni jurídicamente, es verter públicamente un cúmulo semejante de injurias y descalificaciones como las que vuelva en dicho artículo.
Pues injurioso es, por lo que tiene de infundada, gratuita y despectiva, la comparación que hace entre esta entidad y la actividad legítima a la que se dedicará, con la banda de Al Capone, que controlaba las máquinas tragaperras. Como también es injurioso hablar de contubernio respecto de los pactos que autores y editores han celebrado para constituir una organización que defienda colectivamente los derechos que tienen reconocidos en la ley, al modo en que lo ha hecho otros autores y editores de países como Alemania Federal, Gran Bretaña, Francia, Holanda, Bélgica, Dinamarca, Noruega, Suecia, Finlandia, Austria, Suiza, Canadá, Australia, Estaods Unidos y otros más, que no citamos para no ser excesivamente prolijos.

Y constituye una descalificación inadmisible tratar de ignorantes y equivocados a esos autores por haber adoptado una decisión que parece disgustar al Sr. Sánchez Ferlosio. Sepa este malhumorado señor – y lo decimos en descargo del error que quizá hayan cometido nuestros socios escritores – que ese descarriado comportamiento no es insólito, pues como ya hemos apuntado, son muchos los autores españoles y extranjeros que, seguramente por no contar entre sus próximos con un salvador tan generoso como él, han resuelto obtener algún rendimiento del fruto de su creación intelectual y no cederlo ‘gratis et amore’ a los empresarios de establecimientos de fotocopiado tan tristes inquietos y preocupados por ganar dinero como los editores, aunque sin los riesgos anejos a la profesión de estos últimos, a los que él llama, en su cólera incontenida ‘desdichados y capitostes de la industria incluso cultural’.

En cualquier caso, sentimos la incoherencia del Sr. Sánchez Ferlosio, capaz de publicar sus obras a través de un editor, en lugar de poner sus originales en manos de los fotocopiadores para divulgación gratuita de su hermoso pensamiento.

El señor Sánchez Ferlosio puede hacer con su obra y dineros lo que quiera. No con los de su editor. Y, por supuesto, debe dejar a los demás autores y editores que hagan lo propio. Para recomendar al responsable de un departamento ministerial que ahogue en su raíz la aspiración de un colectivo, saltándose la ley y la voluntad expresada por unos ciudadanos tan respetable como él, hay que dejar aparte la animosidad personal. Sus nostalgias (incluidas las que siente por la Editora Nacional) son suyas, y las del tipo que traslucen, únicamente son para ser recordadas en privado y, en todo caso, sin ofender.

Erich Ruiz Albrecht.
Presidente del Centro Español de Derechos Reprográficos.