8 julio 1976

Está considerado un docente progresista apoyado por la izquierda intelectual

Ángel Vian Ortuño se convierte en el primer Rector democrático de la Universidad Complutense de Madrid

Hechos

El 23.07.1976 el Consejo de Ministros designó a D. Ángel Vían Ortuño nuevo Rector de la Universidad Complutense de Madrid.

23 Noviembre 2015

Entre la militancia y el gremialismo

EL PAÍS (Editorialista: Javier Pradera)

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La gestión de Vián Ortuño pecó de un autoritarismo excesivo. Su navegación entre dos aguas en el bochornoso veto a Carlos Castilla del Pino y Manuel Sacristán como catedráticos extraordinarios debe ahora ser recordada.

La elección de rector de la Universidad Complutense, fijada para dentro de pocos días, reviste una singular importancia, tanto por la responsabilidad que implica el gobierno de ese monstruoso centro académico -donde se apiñan más de 100.000 estudiantes- como por la proximidad de la discusión de la ley de Autonomía Universitaria por las Cortes Generales. Las elecciones para rector de la Universidad Complutense han suscitado un saludable revuelo. La gestión de Vián Ortuño pecó de un autoritarismo excesivo. Su navegación entre dos aguas en el bochornoso veto a Carlos Castilla del Pino y Manuel Sacristán como catedráticos extraordinarios debe ahora ser recordada. Las tentativas de Vián de continuar como rector tal vez hayan contribuido a que no aparezca entre los candidatos ninguna figura capaz de reunir en su persona las condiciones de representatividad académica y de dimensión pública independiente de los partidos que la Universidad Complutense merecería. En este sentido resulta entristecedor que Joaquín Ruiz-Giménez, a quien tanto debe la democracia española, y cuya vinculación con la universidad proviene de muy antigua fecha, no haya sido convencido por un número suficiente de sus colegas de la Complutense para presentarse a las elecciones. Se diría que la vida pública de este país es un coto cerrado para militantes de partidos o para profesionales apolíticos a los que aquéllos toleran o apoyan, tal vez con la esperanza de teledirigirlos, mientras las personas sin adscripción partidista, pero con dimensión pública propia, quedan condenadas al ostracismo.

Aparte de algunas candidaturas casi graciosas -como la de Pedro Orive o la de José Ramón del Sol, responsable éste de la paralización de la Universidad de Valladolid cuando era su rector-, los aspirantes presentan méritos o perfiles fundamentalmente profesionales, sin más excepción que la de Francisco Bustelo, senador del PSOE por Madrid y uno de los dirigentes del sector crítico socialista.

Francisco Bustelo, conocido por su honestidad personal y por el vigor de sus convicciones ideológicas, es un recién llegado a la Universidad Complutense y ha sido -al menos hasta ahora- la actividad política, y no el trabajo académico, su principal seña de identidad. No parece, por lo demás, deseable que los conflictos entre los partidos, o dentro de un partido, hipotequen el trabajo del rector y condicionen la vida universitaria, cuya autonomía no debería ser sólo administrativa. A falta de una figura indiscutible que reuniera las ejemplares condiciones de Joaquín Ruiz-Giménez, las candidaturas de Sergio Rábade o Mateo Díaz Peña seguramente recibirán los votos no militantes de quienes desean una profunda reforma de nuestra desfalleciente y empobrecida universidad. La renovación de los planes de estudio, la incorporación de todos los estamentos universitarios al autogobierno y el desarrollo de la investigación son tareas que tal vez puedan llevarse a cabo dentro de una concepción puramente gremialista de la vida académica. Pero la apertura de la universidad a la vida social, la contratación de catedráticos fuera del escalafón y la lucha contra la picaresca y el absentismo de aquellos numerarios vitalicios que deterioran insolidariamente la imagen pública de sus colegas (pero se benefician de la solidaridad mal .entendida y gremialista de éstos) son objetivos que sólo una visión alejada de la estrechez corporativista podría permitir alcanzar.

12 Diciembre 1980

Cuatro años de rector

Ángel Vian Ortuño

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En el editorial de EL PAIS del pasado día 23 se juzga mi rectorado de cuatro años en la Universidad Complutense por la personalísima opinión del editorialista. Quisiera, en estas líneas, exponer «mi parte de la verdad», como diría Mitterrand. Se me acusa de autoritarismo excesivo, de haber navegado entre dos aguas en el veto a la promoción catedrática por vía extraordinaria de dos ilustres intelectuales; se me responsabiliza de que hoy no haya candidatos suficientemente representativos y de haber intentado continuar como rector contra viento y marea. Voy a contestar.Decir autoritarismo «excesivo» es una redundancia. Todo autoritarismo es excesivo, pues implica una utilización abusiva de la autoridad. El articulista escribe de oído, de mal oído. Admitido que escriba de buena fe, hay que convenir en que no conoce absolutamente nada de mi gestión. Ignora que, motu propio, he descentralizado lo que de poder tiene -tenía- el rector, a saber, y principalmente: la disponibilidad de los presupuestos y las adjudicaciones de personal de toda condición. Estas facultades las transferí a la Junta de Gobierno que yo presido, pero en la que no mando. Igual y consecuentemente, la Junta de Gobierno ha estado informada de todas las incidencias de la vida universitaria, absteniéndome yo de tomar decisión alguna -aparte trámites- que no tuviera su apoyo. Así se ha intentado la reforma de las costumbres universitarias sin más límite que el que la ley -precaria ley- ha permitido. Y así se puso en marcha una reordenación administrativa de gran alcance, también descentralizadora y simplificadora, aún inconclusa; se ha defendido la integridad del campus expoliado por mil injerencias y con el handicap de un previo conformismo; se han recuperado edificios varios a los que se va dando funciones más propias; se han evitado despilfarros que han disminuido nuestros agobios económicos; se ha gestionado una nueva universidad en Alcalá, para descongestionar Moncloa, y se ha iniciado la de Somosaguas y la participación de Moncloa, por y para lo mismo. También ignora el articulista -a lo peor no, y ahí le duele- nuestra oposición- por igual a toda intromisión en la vida universitaria complutense, tanto de orden político como administrativo, de grupos o de personas. ¡Si yo le contara al articulista … ! Tampoco sabe mi detractor que he llevado a cabo la democratización del Hospital Clínico de San Carlos, experimento difícil, no hecho, precisamente «con gaseosa», pues es el hospital mayor de España y, además, debo decir que la operación ha salido bien, para honra de cuantos han intervenido y para destacar la generosidad de aquellos sectores que con el cambio han sabido renunciar a sus anteriores atribuciones en beneficio de la eficacia hospitalaria. Aunque incompleta e imprecisa mi anterior exposición, creo que puedo preguntar ya: ¿hasta dónde llega mi autoritarismo y hasta dónde la frivolidad del articulista?

Escalafón profesional

En cuanto al «bochornoso veto», del que me hace responsable, a dos ilustres profesores, para su incorporación al escalafón profesional de catedráticos, tendría que decir al editorialista muchas cosas con carácter previo para hacerle entender mi postura en tan delicada ocasión. Como ello me llevaría un espacio excesivo, me conformo por ahora con expresar mi derecho a opinar de modo distinto a él, si fuera el caso, y, a decir esto otro: que la cuestión se planteó torpemente al Consejo de Rectores, y ya se sabe que problema mal planteado, problema mal resuelto; que los informes que solicité a mis facultades sobre los casos en que fue posible -ya diré por qué no lo fue en todos- dieron el sentido a mis votos y el fundamento de lo que expuse sobre el particular en el Consejo. El haber tergiversado los informes de mis compañeros especialistas y haberme inspirado en mis opiniones personales sí que hubiera sido una actuación autoritaria, que es de suponer aplaudiría el editorialista si coincidiera con sus caprichos, pues nada se opone a que coincidan autoritarios y caprichosos, sobre todo en el campo de lo político.

Cargarme el muerto de que he impedido que ahora aparezcan candidatos con «representatividad académica» y «dimensión pública» es atribuirme una importancia que me halagaría si llegara de otra forma y no rebozada en lo que Unamuno llamaría «mala leche». En mis intervenciones públicas, discursos académicos -sin ir más lejos, véase el último, del 6 de octubre- en las actas del Consejo de Rectores, en las minutas de mis conversaciones con el subsecretario del Ministerio de Universidades e Investigación, hay datos sobrados para desmentir mis imaginarias «tentativas de continuar». Ante la campaña canalla que alguien montó en ese sentido, el Ministerio de Universidades e Investigación dio el 21 de octubre un comunicado -que agradezco mucho, claro está- en el que se declara no haber existido dilaciones culpables para la convocatoria de las elecciones para rector de la Universidad Complutense. ¿En qué se basa, pues, el editorialista para manchar -para intentar manchar- mi reputación personal? ¿Cuál es su inconfesado deseo, si es que hay algo más y peor que una pura frivolidad?

Por último, debo decir que esos puntos clave para la renovación universitaria con los que termina el artículo editorial no sólo no son nada nuevo, sino que todos, absolutamente todos, y más, han sido asumidos en su momento por el equipo que presido y hechos realidad en la medida en que el tiempo, los medios legales y los económicos lo han permitido. La creación de institutos de investigación y de un centro de gestión de colocaciones para nuestros licenciados, la colaboración institucionalizada con la Fundación Universidad-Empresa, el fomento de la investigación, la creación de la Fundación General Complutense, presidida por Su Majestad el Rey; las campañas culturales de La universidad en los barrios, en colaboración con el Ayuntamiento; la inserción activa de esta universidad en los organismos universitarios de ámbito europeo y mundial, la llamada a la colaboración cultural de personas tenidas por no académicas -María Cuadra, Buñuel, Umbral, Marsillac, J. L. Gómez, Hormigón, etcétera-, la contratación de catedráticos fuera del escalafón y tantas cosas más han sido práctica normal en estos años. Y en cuanto al absentismo, cuya incidencia es mucho menor de lo que se cree, debe saber el articulista que no habrá forma de erradicarlo más que si la ley llega a poner en manos de la autoridad académica unos medios coercitivos y de control que el rectorado, hoy, no posee. Pero puede estar seguro el caballero del editorial de que todos los casos en que se me ha hecho llegar alguna anomalía de cumplimiento han tenido su tratamiento correctivo.

Que no espere el riguroso editorialista que el rector pueda vigilar por sí a una colectividad profesoral de casi 5.000 individuos; hay para ello una secuencia ineludible -si no se quiere caer en el autoritarismo o en la candidez que va desde la cátedra al rectorado, pero pasando por el departamento, la sección y el decanato. No se hacen manos para guantes, sino al revés. Algún día reconocerá la gente de buena fe lo que de mérito tenga el haber sabido andar en línea recta por un campo sembrado con no pocas trapisondas, desganas y negligencias.

Vaya como final un párrafo del Juan de Mairena, de Machado: «Si veis que un torero ejecuta en el ruedo una faena impecable y que la plaza entera bate palmas estrepitosamente, aguardad un poco. Cuando el silencio se haya restablecido, veréis, indefectiblemente, un hombre que se levanta, se lleva dos dedos a la boca y silba con toda la fuerza de sus pulmones. No creáis que ese hombre sólo silba al torero -probablemente él lo aplaúdió también-; silba al aplauso». ¡Cómo me iba a faltar a mí un silbador, ni ciento, si mi faena, a pesar del esfuerzo y de la buena fe, sé que no ha sido, no ha podido ser, impecable! Lo que nunca imaginé es que el pito sonara en el tendido de sombra. Palabra.

Angel Vian Ortuño