8 julio 1976
Tanto el hasta entonces vicepresidente Fraga como el Conde de Motrico rechazaron a pesar de la insistencia del propio Rey en que estuvieran
Adolfo Suárez forma Gobierno con jóvenes provenientes del franquismo y sin Fraga ni Areilza que rechazaron estar
Hechos
El 8 de julio de 1976 el nuevo presidente del Gobierno, D. Adolfo Suárez fundó su primer Gobierno.
Lecturas
El 1 de julio de 1976, tras una reunión con el Rey Juan Carlos I, D. Carlos Arias Navarro presenta su dimisión como presidente del Gobierno.
El Rey designará a D. Adolfo Suárez González nuevo presidente del Gobierno, tras lograr que su nombre sea incluido en la terna del Consejo del Reino.
El nuevo Gobierno toma posesión el 7 de julio de 1976 formado por las siguientes personas:
- Presidente del Gobierno – D. Adolfo Suárez González.
- Vicepresidente 1º y Defensa – General D. Fernando de Santiago Díaz Mendívil.
- Vicepresidente 2º y Presidencia – D. Alfonso Osorio García.
- Ejército – General D. Félix Álvarez-Arenas Pacheco.
- Aire – General D. Carlos Franco Iribarnegaray.
- Marina – Almirante D. Gabriel Pita da Veiga Sanz.
- Asuntos Exteriores – D. Marcelino Oreja Aguirre.
- Justicia – D. Landelino Lavilla Alsina.
- Hacienda – D. Eduardo Carriles Galarraga.
- Gobernación – D. Rodolfo Martín Villa.
- Obras Públicas – D. Leopoldo Calvo-Sotelo Bustelo.
- Eudación y Ciencia – D. Aurelio Menéndez Menéndez.
- Trabajo – D. Álvaro Rengifo Calderón.
- Industria – D. Carlos Pérez de Bricio Olariaga.
- Agricultura – D. Fernando Abril Martorell.
- Comercio – D. José Lladó Fernández-Urrutia.
- Vivienda – D. Francisco Lozano Vicente.
- Relaciones Sindicales – D. Enrique de la Mata Gorostizaga.
- Ministro secretario general del Movimiento – D. Ignacio García López.
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La tribuna más crítica contra el nuevo gobierno será la firmada por D. Ricardo de la Cierva Hoces en El País con el título de ‘¡Qué error, que inmenso error!’ publicada el 8 de julio de 1976 y reproducida también por otras publicaciones. El periodista D. Eduardo Haro Tecglen califica en la revista Triunfo a los nuevos ministros como ‘los hijos del régimen’.
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LA NEGATIVA DE FRAGA Y AREILZA
Tanto el Vicepresidente del Gobierno con el Sr. Arias Navarro, D. Manuel Fraga Iribarne, como el ministro de Exteriores, D. José María de Areilza ‘Conde de Motrico’ (el favorito de la Oposición), se negaron a seguir en el Gobierno tras confirmarse el nombramiento del Sr. Suárez.
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¿UNA JEFA DE GABINETE ROJA?
El nombramiento de dña. Carmen Díez de Rivera como Jefa de Gabinete de Presidencia de D. Adolfo Suárez estuvo lleno de especulaciones por la militancia de esta en partidos de izquierda. D. Fernando Ónega, del diario ARRIBA publicó que esta era militante de la Federación Socialdemócrata, pero pronto se empezó a especular que su militancia era o en el PSP del Sr. Tierno Galván o del PCE de D. Santiago Carrillo.
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UN GOBIERNO EN TENSIÓN.
El delicado proceso de transición causará divergencias en el Gobierno, en especial los ministros militares: la primera dimisión será la del vicepresidente primero, General Fernando de Santiago y la segunda la dimisión del almirante Pita da Veiga, ambos combatieron en la Guerra Civil.
Pese a lo cuál el Gobierno se mantendrá hasta llevar a cabo las primeras elecciones a cortes – que, en la práctica, serán constituyentes – tras las cuáles se formará el nuevo gobierno.
LOS HIJOS DEL RÉGIMEN
Triunfo
Este conjunto de jóvenes ufanos que, flanqueados por algunos veteranos, forman el gobierno nuevo, son los hijos del régimen. Los herederos. Tienen que ‘reconocer y respetar lo que se ha hecho en una larga etapa de paz y prosperidad’, les ha dicho el Jefe del Estado en su primera reunión formal. Administrar bien el patrimonio. Tienne algo de equipo, de unidad de identidad, incluso en su porte, característico de una clase política, de una ‘nueva clase’ que forman siempre los herederos de una revolución asentada. Asombra algo pensar que son ministros por casualidad, porque los propósitos iniciales de su congregador no salieron bien. Tan coherentes parecen que cabe dudar mucho de las versiones iniciales de la crisis, según las cuales los presentidos – utilizando esta palabra del vocabulario político francés – para ser ministros hubiesen renunciado. Pienso si algunos de los ministros anteriores se apresuraron a renunciar a la blanca mano de Doña Leonor, con sus cartas públicas, antes de verse simplemente rechazados. Creo sinceramente que el señor Fraga, con sus ambiciones no hubiese querido ser ministro del Gobierno del Sr. Suárez, pero creo también que el Sr. Suárez no hubiese tenido el menor deseo de contar entre sus filas a éste y a algún fracasado del Gabinete anterior. El Sr. Areilza es otro caso, se cuenta que el día de la crisis había un cierto ambiente de júbilo en la casa de lconde de Motrico, que esperaban su designación, la inclusión de su nombre en la terna del Consejo del Reino y la elección de la Zarzuela. No lo esperaba sólo el señor Areilza, sino una gran parte de la opinión liberal del país. Hubiera sido un signo bastante claro de una tendencia hacia esa liberalización que se espera: el veterano converso tiene esa estofa. Hubiese sino acogido con alivio, y no con la desazón y la inquietud que trajo el señor Suárez y su equipo de jóvenes anónimos. Pero de ahí a concluir que los liberales no han querido formar parte del gobierno hay un abismo. Y una maniobra. La de ayudar a definir a este gobierno como lo contrario de ‘los liberales’. El balance del Gobierno anterior nos ha permitido considerar a aquel equipo como liberal. Bajo su corto mandato ha pasado de todo, y no desde luego tan beneficioso como hubiera querido decir el Sr. Fraga en el discurso de despedida que no le dejaron pronunciar. Es posible que su liberalismo, su respeto por las libertades de los que no están en el poder, por las libertades públicas en general, se agudice en la oposición y se manifieste con más presistencia que cuando estuvieron en el poder Su oposición ahora va a ser difícil. No podrán sumarse a la oposición democrática a la que han combatido con todas sus uñas. La gran derecha les rehúye, como la izquierda y la derecha moderada. Les espera el purgatorio. Se lo han ganado.
Pero que no se utilice su nombre para deteriorar al gobierno que entra. Nadie va a creerse con facilidad que el señor Arias es más liberal que el señor Suárez, que el señor Fraga lo es más que el señor Martín Villa o el señor Areilza más que don Marcelino Oreja, quien ni siquiera tiene necesidad de ser converso. Cierto que nadie va a creerse tampoco que el gobierno nuevo está formado por un equipo joven ‘formado por profesionales de carácter abierto y sobre todo progresisa: el termino progresista tiene en nuestro país una connotaciones que no responden en ningún caso a las biografías, comportamientos, talantes o actitudes de estos ‘profesionales’. No está bien tomar los nombres de los otros, de los que además del nombre tienen un contenido. Ni aquellos fueron liberales, ni estos son profresistas aunque lo diga uno de ellos: el señor Rengifo, ministro de rabajo. Mucho menos les puede corresponder lo que con la rapidez del rayo ha disparado la propaganda oficial el título de ‘generación del silencio’. Un poco más de respeto. No se pertenece a una generación por tener una edad aproximada a la de los que la encabezan. La ‘generación del silencio’ ha sido la sufrida, perseguida, maltratada y realmente silenciada generación de los que no eran hijos del régimen. Ni siquiera hijastros. El nuevo gobierno podría comenzar por suprimir estas muestras de mal gusto, y de apropiación de esta pobreza que es el patrimonio de los otros.
Eduardo Haro Tecglen
06 Julio 1976
VIEJA Y NUEVA POLÍTICA
Como en la conocida fábula de la zorra y las uvas, algunos de los ministros del Gabinete Arias, cesados – que no dimitimos – por imperativo de la Ley, se han apresurado a declarar, cara a supuestas clientelas políticas, que no están dispuestos a formar parte en el Gobierno presidido por Adolfo Suárez.
Ciertamente están en su derecho. Pero al ciudadano medio, que ha padecido y aún padece las tensiones generadas por la gestión de dichos ministros, no deja de asombrarle esa repentina pérdida de vocación por la cosa pública en hombres que, significativamente, han pujado con pasión por el dominio del Poder y han actuado, en los últimos meses, como un equipo de presión dentro del Gobierno en el que formaban parte.
De ahí que, en tanto en los niveles populares – y especialmente en lso femeninos – la juventud del nuevo Presidente ha causado impacto favorable, generando una corrriente de simpatía y esperanza en su gestión, que se manifiesta en las declaraciones de diversas Asociaciones políticas y organizaciones como la Confederación de Combatientes, extrañe la actitud de personajes que hasta ayer mismo detentaban la autoridad del Gobierno. ¿Nace esa negativa colectiva como una reacción visceral de despecho o se trata, además, de una confabulación destinada a crear la imagen de un cierto ‘vacío’ político en torno al nuevo Presidente? De confirmarse cualquiera de las dos hipótesis, estaríamos ante una muestra característica de los viejos usos políticos partidistas, que anteponen miras personales o intereses de grupo, al os intereses sagrados de la Nación.
Se libera así el Presidente Adolfo Suárez de una hipoteca política que hubiese coartado gravemente sus primeros pasos al frente del Gobierno. Y el triple tandem, Rey, Presidente del Gobierno, Presidente de las Cortes, podrá funcionar con mayor eficacia política.
Cuando aún está en el aire la decisión en cuanto a la designación de los hombres que han de conformar el Gabinete, parece lógico pensar que el nuevo Presidente del Gobierno busque sus más directos colaboradores para el ejercicio del Poder, entre personalidades de su misma generación y extracción política.
La urgencia y gravedad de los problemas de todo orden que tiene que afrontar el Gobierno, exigen del nuevo Presidente que se forme una acción sin fisuras. Una colegiación perfectamente ensamblada. El Gobierno no es el Parlamento. Y si éste puee permitirse el lujo de la discrepancia y el enfrentamiento dialéctico, el Ejecutivo tiene que estar preservado de tal tentación, porque su misión no es debatir los problemas sino solucionarlos.
Antonio Gibello
06 Julio 1976
Los que se van
LA FULMINANTE dimisión -y la posterior negativa a entablar negociaciones con el señor Suárez para la formación del nuevo gobierno- de los señores Areilza y Fraga, secundados por otros miembros del Gabinete, constituye un aspecto de la reciente crisis casi tan significativo como el nombramiento del presidente.El compromiso de este periódico, que se precia de independiente, no es con las personas, sino con las ideas. Nuestra línea está clara: defendemos hasta sus últimas consecuencias el despliegue del proyecto de democratización de nuestra vida pública expuesto en el Discurso de la Corona, primero, y en la intervención del Rey ante el Congreso de los Estados Unidos, después. Creemos que el marco de la institución monárquica puede y debe tener un contenido plenamente democrático, definido por las siguientes notas: un parlamento elegido por sufragio universal, un gobierno designado por la cámara de diputados y responsable ante la misma, y el reconocimiento y protección de las libertades públicas.
Como pueden comprobar quienes hayan seguido la corta vida de este periódico, nuestro apoyo y nuestra crítica a las personalidades políticas que ahora salen del Gobierno ha estado en función de su contribución o de su resistencia a la realización de este programa.
Todo hace pensar que la resuelta determinación de dichos ministros de no colaborar, con los elevados costos psicológicos y políticos que implica, no ha sido adoptada por temor a un desbocamiento del ritmo de la reforma, sino, muy por el contrario, por la convicción de que el programa entero se halla gravemente amenazado por el nombramiento del nuevo presidente.
Sin duda, quienes han compartido con el señor Suárez durante siete meses, como ministros, la deliberación y elaboración de decisiones tendrán poderosas razones sobre las que construir esa pesimista conjetura.
Sin embargo, nada más erróneo que dar por supuesto que la opinión pública necesariamente identifique programas con personalidades y atribuya las dimisiones antes mencionadas a razones puramente políticas. Actuar exclusivamente con el pensamiento puesto en los círculos del poder y olvidar la existencia de la opinión pública ofrece graves riesgos, entre otros, facilitar que alguien explique la brusca retirada de los ministros salientes por motivaciones personales.
Si los ministros dimisionarios expusieran ante la opinión pública las razones de su no colaboración, tales interpretaciones desfavorables quedarían fuera de lugar. La vida democrática necesita, desde luego, instituciones que la garanticen pero también precisa de hábitos y actitudes del mismo signo que la animen. Si se tiene razón, hay que cargarse de ella, y en cualquier caso, es un deber cívico explicar al país entero cuáles son las cuestiones en juego, dónde radican las discrepancias y en qué consisten los argumentos.
Por lo demás, el valor ejemplar de su renuncia al poder debe ser reconocido sin reticencia alguna, al margen del juicio que merezca la actuación que tuvieron como gobernantes. Saber decir que no, y decirlo en sus circunstancias, es una lección política que algunos más jóvenes podrían aprender.
08 Julio 1976
¡Qué error, qué inmenso error!
Nada mejor que unas palabras de Franco para titular la crónica sobre el advenimiento del primer Gobierno de Franco en la Monarquía; el primer Gobierno franquista del postfranquísmo. Tal expresión no implica la menor connotación peyorativa, impropia en el cronista; es una simple y descarnada descripción. El error consiste, primeramente, en haber designado a un nuevo Gobierno de Franco cuando toda la opinión política interior y exterior -ojo, digo opinión política, no simplemente clase política- esperaba, después de la cordial defenestración de don Carlos Arias, la inauguración del primer Gobierno del nuevo régimen. Y en lugar de eso nos hemos topado con un error, un inmenso error
Esto es un Gobierno de Franco, primero, por lo inesperado y desvinculado de la opinión política; segundo, por la conjunción de las fuerzas sociales que articulaban el franquismo; tercero, porque aparenta una fachada diferente del contenido y las raíces; cuarto, porque deja al margen a las fuerzas siempre marginadas; la oposición, las regiones, la media nación femenina.
Nunca como ahora es necesaria la frialdad valorativa, el designio racionalizador que encauce las derivaciones emocionales al servicio del futuro común; y como ha interpretado con nobleza el presidente en su meditada alocución, al servicio, por su mismo rigor, del propio Gobierno. Lo amargo de las reflexiones en las que naufragará, para el cronista, alguna amistad que parecía firme, debe hacerse compatible no sólo con el respeto al nuevo equipo y a las instancias que contribuyeron a su designación; sino también, y sincerísimamente, con el deseo de que esta crónica se contemple, dentro de seis meses, como un puro dislate y no como una sombría anticipación. Jamás ha sentido el cronista como hoy mayor deseo de equivocarse; mayores tentaciones de ahogar, por motivos privados y hasta íntimos, el grito público de su intuición y de su deber. Hago expresa declaración de respeto profundo al señor presidente del Gobierno, al señor presidente de las Cortes, y a todas las personas e instituciones mencionadas; y no rehuiré rectificaciones fundadas porque las deseo; y porque deseo, ante lo que nos va en ello a todos, el éxito del Gobierno y mi rotundo fracaso como comentarista de su nacimiento.
Vamos, pues, a los hechos. La destitución de don Carlos Arias se difundió por todo el país y por todos los órganos de opinión y decisión exteriores con un generalizado por fin, que hasta en la inerte Bolsa española repercutió contundente. Se ponía término, con precisión y clarividencia, a un proceso ficticio que agotaba ya hasta las engañosas posibilidades dé su vía muerta. La unanimidad positiva -el acierto del cese- era equivalente a la negativa (las causas del cese).
Los nombres posibles
Pero nadie quería preocuparse por cosas pasadas cuando, al avanzar la noche tormentosa del primero de julio, las dos unanimidades sobre la caída se transformaban insensiblemente en unanimidad de expectación y de esperanza. El viernes 2 de julio este periódico traducía el pronóstico general: Cinco nombres posibles para nuevo jefe de Gobierno: Areilza, Fernández-Miranda, Fraga, Gutiérrez Mellado y Vega Rodríguez. Tenía razón racional el redactor del título: ésos eran los nombres posibles. Pero los periodistas debemos leer, ante todo, nuestro propio periódico, que a veces anticipa los nombres imposibles.
En el número del 23 de mayo, dentro de esta serie de crónicas provisionales, se descartaba la probabilidad de un presidente militar, y se apuntaba como presidenciable, «aunque algunos van a sorprenderse, el ministro secretario general del Movimiento, don Adolfo Suárez». Tales cosas hube de oír sobre la insentatez de semejante pronóstico, que al domingo siguiente, 30 de mayo, reincidí a fondo con razones que releídas hoy producen algún escalofrío. Estas: «La designación como segundo «outsider» de Adolfo Suárez daba por segura, evidentemente, su victoria sobre el duque de Franco, que no cabe menospreciar, sobre todo por lo abultada. Suárez goza de prestigio creciente en los círculos asesores. No ha sido aplastado, como muchos pronosticaban, por la competencia y la proximidad de Fraga, a quien a veces coloca tanteos de balonmano. Ha cuajado un excelente equipo: Banqueros y empresarios le elevan en su «ranking» político. No tiene enemigos importantes. Fui testigo de cómo ganó a pulso y de forma abrumadora y convincente una elección popular directa en su provincia. Cuenta con el apoyo casi incondicional de sectores vinculados al Opus Dei, que no están muertos sino agazapados.
En estas líneas, escritas y publicadas un mes casi justo antes de su nombramiento, tienen ustedes las claves para la irresistible ascensión de don Adolfo Suárez González a la Presidencia del Gobierno.
El responsable de la crisis
Los círculos asesores, cuya mención tanto indigna a un colega que me cubría de elogios cuando me veía más cerca del poder, y ahora jamás logrará, con sus zancadillas de tercera regional, mención de su nombre en estas páginas, son, para decirlo en plata, el sistema de cortocircuitos políticos instalados, con criterios artesanales no exentos de habilidad, por el evidente muñidor y responsable no ya político, sino histórico, para la inesperada salida de esta crisis; el presidente de las Cortes españolas, don Torcuato Fernández-Miranda y Hevia. Los elementos del sistema de cortocircuitos son los que pueden deducirse de dos fuentes; el magistral informe publicado por este periódico en su número -que será histórico- del 6 de julio con el título Nombres para una crisis complementado con el arriesgado intento de penetración de Cuadernos para el Diálogo (3 de julio) sobre las vinculaciones político-religiosas de algunos personajes que prestan sus servicios en el palacio de La Zarzuela. Junto a la señal de alarma de los círculos asesores, captada y articulada por el presidente de las Cortes, el segundo elemento activo de la crisis ha sido el cuadro político de amistades de don Adolfo Osorio, triunfador visible (media docena de amigos en el Gobierno), aunque don Torcuato ha sido el triunfador profundo.
El caso es que a las siete de la tarde del sábado 3 de julio de 1976, todo parecía posible para el futuro de España enmarcado en la nueva y tradicional Corona. Se daba por descontada la inclusión en la terna de don José María de Areilza, y su nombramiento inmediato. Al presunto presidente se le había rodeado de indicios bastantes para que se convenciera de su elección quienes conocían su no inclusión en la tema, y podían revelarlo, no pensaron en llamarle para deshacer el equívoco y la irrisión con que se premiaban, de hecho, los más altos servicios individuales rendidos a la nueva Monarquía. Media hora después, a las siete y veinticinco, estallaba el nombre de don Adolfo Suárez -el que contó con menos votos del Consejo- para la Presidencia. Se cuarteaba toda la filigrana de credibilidad exterior sin la que el nuevo régimen no podrá avanzar un paso. Retornaban, en silencio sarcástico, sombras desahuciadas sin respeto para lajuvenil sonrisa de futuro que exhibía, en medio de su justa preocupación, el nuevo presidente. Fuentes que para el cronista son fidedignas transmitían a vuelta de noticia las primeras palabras de don Juan de Borbón en la capital de su condado: «Imposible, imposible, imposible».
El pacto de hierro
Al subrayar el 20 de junio el certero aviso dado por este periódico con fecha del 15 sobre la maniobra de altura para sustituir al presidente Arias, este cronista resumía así el intento: «La operación consistiría en un pacto entre el búnker económico los tecnócratas desplazados y el Neomovimiento Organización, llamado también Unión del Pueblo Español». Es otra forma de describir la parte más visible del sistema de cortocircuitos cortesanos (las Cortes, la Corte) a que nos hemos referido antes, ¿Será necesario adscribir a cada uno de esos sectores los nombres de un nuevo Gobierno presidido por el ex presidente de la UDPE, que ha montado su carrera política sobre la aguda vertiente que ensambla al Movimiento diluido y al frente político-conservador, vinculado al Opus Dei? Pero cuidado con las simplificaciones. Persona por persona éste es un Gobierno aceptable; y en algunos casos -Menéndez, Oreja, Martín Villa, Lavilla, Mata- un Gobierno de primera división, que nos compensa por el sofoco de las primeras listas. Este Gobierno querrá reformar y negociar. Pero será muy difícil que a la hora de la verdad se lo permitan las fuerzas reales que lo han forjado. Además, hoy, en la España de 1976, no puede funcionar un Gobierno sin tener dentro a las regiones, a las clases inferiores y a las mujeres de España. No es éste un Gobierno Opus. El frente político-conservador del Opus ha estado en la trama, pero ha sacado poca tajada en beneficio de su participación colateral en el búnker económico. Parece que ese frente político del Opus Dei se contenta con mantener posiciones en el nuevo equipo, aparte de conexiones presidenciales.
Este Gobierno, y toda la operación, necesitaban una coartada. Los planificadores de la maniobra contaban con la digna abstención de Manuel Fraga Iribarne, que debe servirle de experiencia definitiva para su nuevo retomo -atención- nuevamente ineludible. Para Fraga, la crisis ha sido un providencial gong que le reabre, ya sobre las cuerdas, una decisiva posibilidad de lucha y de regreso. Pero, felices con la aquiescencia de las alturas al proyecto, no calibraron las consecuencias del bofetón -con resonancias mundiales- al conde de Motrico, que ha reaccionado como esperábamos de él quienes creíamos en él.
Entonces los discutibles artífices de la maniobra se lanzaron desesperadamente a improvisar la coartada. Les llegó, cuando estaban perdidos, mediante la permanencia -equivocada- de Leopoldo Calvo Sotelo en el Gobierno, y sobre todo gracias a la versión Tácito del inmenso error. Con la máquina rechinando de sorpresa, debo declarar aquí que don Torcuato Fernández-Miranda y don Adolfo Suárez han logrado convertir en victoria pírrica su ya cantado desastre, gracias a la incorporación de dos jóvenes símbolos: don Marcelino Oreja, subsecretario de don José María de Areilza, y don Landelino Lavilla, presidente de la Editorial Católica. Comprendo sus razones personales. Conozco las gestiones que les han convencido. Pero me sigue asombrando la decisión de dos hombres que eran, hasta ayer, una baza segura del futuro. Sobre la actuación de don Alfonso Osorio en toda la operación volveré con rigor suficiente para provocar curiosidades en el mismísimo centro de Torrelavega.
Al fondo, la Banca
El Gobierno Arias se ha hundido, primero, por la incomunicación entre la Presidencia y la Jefatura del Estado, agravada por la vulnerabilidad de la primera ante los cortocircuitos elementales del búnker político; y segundo, por la carencia total de política y de credibilidad económica en medio de una crisis rayana en la angustia nacional. Al situarse a la deriva la política económica, el sector más afectado es la clase media y baja, pero el sector que se siente más amenazado es la Banca. En una situación semejante, de desconcierto económico, a fines de enero del año 1930, la Banca decidió ocupar el poder económico en un Gobierno de liquidación dictatorial con propósitos liberalizadores. Mi abuelo Juan de la Cierva y Peñafiel, describía así el intento:
«Se propuso para la cartera de Hacienda al señor Garnica, liberal (del Banco Español de Crédito) y debo suponer que tal iniciativa partió de Cambó y Maura (este último del mismo Banco) tal vez por haberse negado antes el marqués de Cortina (también de ese Banco) muy considerado, como Garnica, por el Rey. No aceptó Garnica y entonces propusieron al señor Argüelles, también amigo del Rey (y consejero del repetido Banco) amigo político de Bugallal y lograron que aceptase; pero ya entonces hubo que contar con Wais (ligado con el afortunado Banco). »
En la presente ocasión, los dos primeros nombres de la terna presidencial (señores Silva y López Bravo) son consejeros del Banco Español de Crédito, con el que tienen, o han tenido, relación profunda los nuevos ministros señores Landelino Lavilla (que fue secretario general del afortunado Banco) y Carriles. No faltan, en algún ministro más, conexiones próximas y aun íntimas a la importante entidad bancaria, de la que son primerísimos accionistas diversos miembros del que podríamos llamar, en ortodoxia orgánica, tercio familiar del Consejo del Reino. Los señores Garnica y Argüelles -dinásticamente hablando- han sonado con insistencia al margen de la actual maniobra.
Como sabe todo el mundo, el Gobierno palatino-bancario de 1930 duró hasta los comienzos de la siguiente primavera. Las convulsiones españolas tenían, en aquella transición, un ciclo muy largo.
Desde el pasado martes 6 de julio, la vida política española está presidida por una colosal contradicción. Los partidos políticos, legales ante la ley, están prohibidos por el Código-Penal. Por primera vez en la historia del Derecho, una persona puede ir a la cárcel por el solo hecho de efectuar un acto plenamente legal. Un dato tremendo para el nuevo ministro de Hacienda: en abril, un 39 por 100 más de turistas ha dejado aquí un 14 por 100 menos de divisas. Vuelven, frustradas, las pesetas detraídas a España por la cobardía de sus clases superiores.
No hay mujeres -éste es, insisto, el aspecto femenino del inmenso error- en el nuevo Gobierno. Quienes quieren ya lanzar la campaña sobre la juventud ministerial recuerden -en abstracto- la sentencia del conde de Mayalde sobre algunos políticos jóvenes del régimen anterior: «Tienen todos nuestros defectos y ninguna de nuestras virtudes». Esto, amigos, ha sido un disparate, y sólo un milagro puede salvarlo. Con expresa reiteración de mis profundos deseos de equivocarme, se me agolpa la poca historia que sé, y el poco sentido político que me resta después del susto, para decirles a ustedes lo que creo que va a pasar. Durante unas semanas los problemas se esconderán dentro, por el calor; pero allí se incubarán de manera incontenible. Allá por el otoño estallarán, y caerá este Gobierno sin plantear siquiera una resistencia. Entonces la Corona, que a través de la Presidencia de las Cortes se ha visto seriamente comprometida en la maniobra que hoy nos embarga (cuando todo estaba ganado, por Dios, cuando todo el futuro parecía y estaba a mano) acudirá a la convocatoria de un Gobierno Nacional, el que ahora esperábamos, si no se ve obligada al recurso militar directo. Entonces media docena de grandes españoles olvidados de Cánovas, y lo que tiene más mérito, sin el menor recuerdo para los muelles de don Antonio Maura, ahogarán sus agravios con su patriotismo absoluto para salvar lo que ahora simplemente había que encauzar. A esta situación nos ha traído y nos llevará la excelente intención y la torpeza política de dos servidores de la Corona, que han preferido actuar como coordinadores de los miedos deshelados por la crisis económica en el corazón pequeñito de la gran derecha española.
El Análisis
Manuel Fraga y José María de Areilza se veían capaces de pilotar la transición a la democracia de España y de hacerlo mejor que Adolfo Suárez, pero el Rey escogió al abulense y les encomendó a ellos la misión de ayudarle. Ninguno de los dos quiso. La realidad es que ambos deseaban que Suárez fracasara para poder volver a ser llamados a esa responsabilidad a la que aspiraban. Lo cierto es que Fraga se quejó mucho, pero quién de verdad puso en marcha todas las conspiraciones que pudo contra Suárez fue Areilza. Todo fue en vano. El conde de Motrico no sólo demostró ser un mal perdedor, sino que Suárez demostraría que sabía jugar a eso, destruyendo políticamente a Areilza.
J. F. Lamata