5 julio 1976

Estrepitosa derrota del Conde de Motrico - el candidato favorito - y de Manuel Fraga e inquietud por la designación de un hombre vinculado desde hace años al falangismo y al opusdeismo

El Rey designa al franquista Adolfo Suárez nuevo González presidente del Gobierno para que encabece la Transición política

Hechos

El 3 de julio de 1977 el Rey D. Juan Carlos I designó a D. Adolfo Suárez, nuevo presidente del Gobierno, dentro de la terna seleccionada por el Consejo del Reino, que presidía D. Torcuato Fernández Miranda.

Lecturas

El 1 de julio de 1976, tras una reunión con el Rey Juan Carlos I, D. Carlos Arias Navarro presenta su dimisión como presidente del Gobierno.

Desde la oposición se asume que su sustituto será el ministro de Exteriores, D. José María de Areilza Martínez de Rodas, al ser considerado el miembro del Gobierno más proclive a un cambio democrático.

De acuerdo al reglamento vigente el Consejo del Reino debe facilitar al Jefe del Estado una terna de tres nombres para que de entre ellos el Rey Juan Carlos escoja al nuevo presidente.

El Consejo del Reino está presidido por el presidente de Las Cortes, D. Torcuato Fernández-Miranda Hevia, y de él también forman parte D. Miguel Primo de Rivera Urquijo, D. Antonio María de Oriol Urquijo, D. José Antonio Girón de Velasco, D. José María de Araluce Villar, D. Joaquín Viola Sauret, D. Manuel Lora Tamayo, D. Pedro Cantero Cuadrado, D. Carlos Fernández Vallespín, D. Ángel Salas Larrazábal, D. Valentín Silva Melero, D. Dionisio Martín Sanz, D. Luis Álvarez Molina, D. Miguel Ángel García-Lomas, D. Enrique de la Mata Gorostizaga, D. Ángel González Álvarez y D. Íñigo de Oriol Ybarra.

El Consejo del Reino el 3 de julio de 1976 reemite la terna al Rey. En ella no figura D. José María de Areilza Martínez de Rodas que es excluido: figuran D. Federico Silva Muñoz, D. Gregorio López Bravo y el ministro secretario general del Movimiento D. Adolfo Suárez González, los tres vinculados a la tecnocracia y al Opus Dei.

El Rey designa a D. Adolfo Suárez González nuevo presidente del Gobierno tomando posesión el 5 de julio de 1976.

La composición de su primer Gobierno se conoce el 7 de julio de 1976.

Ante su designación tanto D. José María de Areilza Martínez de Rodas como D. Manuel Fraga Iribarne anuncian su decisión de no formar parte del Gobierno Suárez. El periódico El País, de cuya empresa editora, PRISA, son accionistas tanto el Sr. Areilza como el Sr. Fraga encabezará una campaña contra el Gobierno presentándolo como contrario al aperturismo. Campaña en la que destacaba un reportaje el 6 de julio de 1976 de D. Darío Valcárcel Lezcano que denuncia que el nombramiento del Sr. Suárez es un complot del sector empresarial encabezado por D. Pablo Garnica Mansi (Banco Banesto) y la familia Oriol para favorecer sus intereses económicos. La campaña de El País es secundada por las revistas Cambio16, Cuadernos para el Diálogo, Posible, Destino, Triunfo y Doblón.



PROTAGONISTAS DEL PROCESO:

AREILZA, EL GRAN DERROTADO

Areilza_Conde_Motrico El Conde de Motrico, D. José María de Areilza era el favorito para asumir el cargo de presidente del Gobierno por la oposición.

Tras la dimisión de D. Carlos Arias Navarro toda la Prensa y toda la Oposición de izquierdas apostaba por D. José María de Areilza conde de Motrico, para que fuera el nuevo presidente del Gobierno. Hasta el dibujante Peridis de EL PAÍS llegó a dibujar la caricatura de su nombramiento titulada “liado y bien liado”. El otro candidato que firmemente había señalado en el extranjero como alternativa al Sr. Areilza para ocupar la presidencia del Gobierno era D. Manuel Fraga Iribarne, otro franquista de talante reformista. Pero el proceso de designación de Presidente del Gobierno de acuerdo a las leyes fundamentales del Movimiento Nacional establecía que el procedimiento para elegir a un nuevo presidente del Gobierno era que el Consejo del Reino designara una terna con tres candidatos y que de ella el jefe de Estado escogiera a uno. El citado Consejo del Reino acabaría siendo un escoyo que ni la candidatura del Sr. Areilza, ni la del Sr. Fraga pudieron superar.

CONSEJO DEL REINO, RESPONSABLE DE LA DESIGNACIÓN:

ConsejodelReino_Torcuato Los franquistas D. Torcuato Fernández Miranda (presidente), D. Miguel Primo de Rivera, D. Antonio María de Oriol, D. José Antonio Girón y D. Juan María Araluce Villar eran los principales consejeros del Reino en la votación de julio de 1976.

Integrantes del Consejo del Reino que debía presentar la terna: D. Torcuato Fernández-Miranda (Presidente), D. Miquel Primo de Rivera, D. Antonio María de Oriol y Urquijo, D. José Antonio Girón de Velasco, D. José María de Araluce Villar, D. Joaquín Viola Sauret, D. Manuel Lora Tamayo, D. Pedro Cantero Cuadrado, D. Carlos Fernández Vallespín, D. Ángel Salas Larrazábal, D. Valentín Silva Melero, Dionisio Martín Sanz, D. Luis Álvarez Molina, D. Miguel Ángel García-Lomas, D. Enrique de la Mata Gorostizaga, D. Ángel González Álvarez y D. Íñigo de Oriol e Ybarra.

LOS OTROS DOS NOMBRES QUE SE PROPUSIERON EN LA TERNA

El Consejo del Reino (que debía presentar una terna a partir de la cual el Rey designaría al nuevo presidente) ni siquiera incluyó el nombre del Sr. Areilza para el cargo de presidente. Los tres integrantes de la terna eran D. Federico Silva, D. Gregorio López Bravo y D. Adolfo Suárez, este último con menos votos que los dos anteriores. S.M. el rey Juan Carlos I escogió al joven don Adolfo Suárez, el Secretario General del Movimiento en un proceso en el D. Torcuato Fernández Miranda fue considerado el principal muñidor. Su nombramiento sorprendió a todos los medios, las revistas critican que mostraron su desilusión.

1969.LopezBravo Silva D. Gregorio López Bravo y D. Federico Silva acompañaron al Sr. Suárez en la terna para que el Rey escogiera de entre los tres al nuevo presidente. Oficialmente el que tenía más votos era el Sr. López Bravo, aunque según varios testimonios recogidos por la periodista, Dña. Victoria Prego, el favorito del Consejo del Reino era el Sr. Silva. 

DESILUSIÓN EN LA PRENSA: 

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En la hemeroteca quedan los duros alegatos con los que la prensa de oposición recibió el nombramiento del Sr. Suárez: CAMBIO16 – que habló de “Presidente por sorpresa” – , CUADERNOS PARA EL DIÁLOGO – donde bajo el titular “El error Suárez” aseguraron que el país retrocedía a los tiempos del almirante Carrero – o TRIUNFO, donde el Sr. Haro Tecglen define al Gobierno como el de “Los hijos del régimen”. EL PAÍS publica en su editorial: “no deben los españoles negar ayuda al presidente. (…) Pero por honradez (…) es preciso decir a este que va a necesitar mucha”. El artículo más duro fue el de don Ricardo de la Cierva, también en EL PAÍS: ¡Qué error, que inmenso error!

Consultados por La Hemeroteca del Buitre, los directores de varios periódicos recordaron su valoraciones aquel momento. El  director del YA, Fernández Pombo, reconoce que  lo definió como un error cuando se enteró. En cambio el director de INFORMACIONES, don Jesús de la Serna nos declaró lo siguiente: “Primero fue una gran sorpresa, pero no tarde ni una hora en atar cabos y decir `Esto es lo que hacía falta para España´.

SUÁREZ HABLA PARA TVE CON UNA PILA DE LIBROS DETRÁS

En su primera intervención el señor Suárez dice, precisamente, lo que el señor Arias Navarro quiso, pero no fue capaz de hacer creer que quería hacer: que el objetivo de La Corona es la democracia en España. Tanto el presidente, Sr. Suárez, como el Rey usaron mediadores, como el señor Prado y Colón de Carvajal o el periodista, Sr. Armero, más conocido por eso que por su labor en EUROPA PRESS para entrar en contacto con la oposición democrática. Desde la Prensa, EL PAÍS, en su posición de nuevo periódico de mayor tirada, el más leído de España será un decisivo apoyo.

04 Julio 1976

El presidente

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián Echarri)

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HAY MOMENTOS cruciales en la historia de España. Vivimos uno de ellos. En circunstancias como la actual, cualquier país turbado por el devenir del cambio histórico y empeñado en un nuevo proyecto de convivencia, busca los líderes naturales y los hombres de Estado adecuados al momento. Este es, en nuestro caso, especialmente grave.Hace apenas medio año que ha terminado entre nosotros una forma de gobierno autoritaria y personal, que durante casi medio siglo privó a los españoles de las libertades de la democracia clásica. Estas han sido prometidas, sin embargo, y de manera solemne, por el Rey don Juan Carlos, que aspira a asentar su poder en una Constitución de corte moderno y liberal. Asistimos mientras tanto a un auténtico desmoronamiento económico; existe un peligro serio de agitación social alimentada por el paro obrero y el aumento del coste de la vida; la oposición política se muestra escéptica respecto a las posibilidades de un cambio efectivo por el camino iniciado; el mundo espera de nosotros una clara inserción de España en la construcción de la unidad europea, basada en formas de convivencia defensoras de la libertad y los derechos del hombre; las nuevas generaciones de españoles se esfuerzan en la superación de una guerra fratricida que partió, durante el más reciente pasado, el corazón y el cerebro de nuestros compatriotas. El país necesita así confianza en el poder, credibilidad en los proyectos de futuro que se le presenten, libertad de opinión y crítica, capacidad de acceso de todos los españoles, sin distinción de ideologías, a la dirección de la política nacional. En una palabra, vivimos una coyuntura histórica, una crisis de Estado que debe ser resuelta de manera trascendente y firme.

odo ello explica la sorpresa causada en la opinión pública por el nombramiento de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno. El señor Suárez posee las virtudes propias de un buen político. Ha dado muestras de brillantez, inteligencia y discreción. En su reciente actuación en las Cortes, en defensa del proyecto de ley de Asociación Política, se presentó como un ministro seguro de su papel y un orador de tono nuevo y diferente. Pero no es ésta hora de políticos, sino de estadistas.

Decíamos recientemente que el primer ministro necesitará autoridad y credibilidad para llevar a cabo la operación de ingente reforma política que este país necesita. Máxime cuando de lo que se trata es del asentamiento firme de la institución monárquica entre nosotros, sin resquicio de posible duda respecto al carácter democrático de esta institución. Advertíamos de la necesidad, por ello, de no dar la impresión de frenazo o involución con el nombramiento de nuevo presidente. Lo menos que puede decirse es que la impresión primera que hoy se ofrece no es de aceleración del cambio.

No deben los españoles negar su ayuda al presidente del Gobierno, pero por honradez y por patriotismo es preciso decir a éste que va a necesitar mucha. Hay un amplio consenso de opinión respecto al hecho de que la tarea que le aguarda es mucho mayor que las ilusiones que suscita, sobre todo si se piensa que quien ahora accede a la máxima responsabilidad ejecutiva de la nación lo hace desde la Secretaría General del Movimiento. Dato anecdótico seguramente, pero que aumenta las dificultades a la hora de anunciar una política de reconciliación.

Por lo demás, el único sincero deseo que albergamos hoy es el de poder decir dentro de un tiempo breve. que la designación del señor Suárez nos ha parecido acertada. Mucho depende al fin de cuál sea la composición de este nuevo Gabinete Suárez y cuál su programa básico de acción. Pero no bastará a la opinión pública la primera declaración del nuevo presidente para hacer encender otra vez la llama de la esperanza.

Decir estas cosas al jefe del ejecutivo el día mismo de su estreno no ha venido siendo costumbre usual entre nosotros. Comprendemos que ha de hacerse un esfuerzo, por eso, para admitir que pueden y deben ser dichas desde una postura sinceramente patriótica.

Porque pensamos que una primera y muy urgente forma de colaborar con el señor presidente es precisamente ésta: anunciarle el asombro, no exento de cierta inhibición, que su nombramiento ha causado. Y después de ello, garantizar sin reticencias nuestro más ferviente deseo de que acierte en su gestión. Por el bien de los españoles todos.

PRESIDENTE POR SORPRESA

Editorial (Director: José Oneto)

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Si el cese de Arias significaba un fortalecimiento de la monarquía democrática frente a los vestigios del franquismo, ¿por qué elegir para acelerar la vía democratizadora a un político cuya carrera fue hasta hace unos días de color opusazul?

Si el cese del presidente Carlos Arias Navarro suscitó una euforia cierta en los medios informados y en la opinión del país, el nombramiento de su sucesor, Adolfo Suárez, trajo consigo estupor absoluto en casi todo el mundo y profunda decepción en medios muy calificados de la opinión política nacional. No hay que engañarse: el cese tan esperado y tan deseado de Carlos Arias Navarro pareció presagiar una aceleración ddrástica de la demcoratización española, mientras que la poco conocida figura política del joven Adolfo Suárez desorientó radicalmente a la opinión. Si el cese de Arias significaba un fortalecimiento de la monarquía democrática frente a los vestigios del franquismo, ¿por qué elegir para acelerar la vía democratizadora a un político cuya carrera fue hasta hace unos días de color opusazul?

En esta complicadísima operación de sustituir un régimen dictatorial por una democracia moderna, los datos cantan contradictoriamente y a veces cantan mal. La salida de Arias era imprescindible. Desde hace meses era conocida la falta de comprensión entre el Jefe del Estado y su presidente del Gobierno. Para el país era evidente que el proyecto reformista del primer gobierno de la monarquía contaba con un lastre fundamental, y ese lastre era la figura y la personalidad del último presidente del gobierno de la dictadura. Avanzada radicalmente la reforma en el papel y en el ambiente, el presidente Arias Navarro era una fruta madura que tenía que caer. La decisión adoptada por el monarca al aceptar su dimisión contó con el respaldo de la mayor parte de la opinión nacional y con el aplauso firme de la oposición

Pero ¿por qué Adolfo Suárez? En el haber del joven político está su juventud, su aire modernista y su último discurso ante las Cortes. Y poco más. Frente a personalidades curtidas en largos años de batalla por traer a España sin traumas la democracia, el nuevo president tiene forzosamente un escaso haber en su pasado y sólo una gran incgonita sobre el futuro.

Y sin embargo, todo es posible en la viña del Señor. A veces. La incógnita de Adolfo Suárez sólo puede desvelarse si salta sobre los obstáculos y residuos franquistas de su antecesor. El país pide una generosa amnistía política. El país pide un proyecto político tajante para acortar las etapas hacia la democracia. El país pide la celebración inmediata de conversaciones abiertas entre el Gobierno y la oposición para iniciar cuanto antes la tarea de reconstrucción del Estado. Y no se puede tener miedo ni al decreto ley ni al bunker, que lo para todo. ¿Adolfo Suárez es el hombre para esta tarea? Si no lo vemos, no lo cree nadie.

La primera prueba de fuego del nuevo presidente va a ser la constitución de su gobierno.Si en él sólo aparecen figuras de segundo rango, personalidades antiguas renacidas ilusoriamente de sus cenizas o tecnócratas  de toda laya y condición, el nuevo presidente puede conducir a la monarquía a una trampa sin salida. Pero si el nuevo gobierno no deja lugar a dudas en cuanto al propósito democratizador de la monarquía, si la estrategia política de Arias Navarro es sustituida de inmediato por un plan de acción que acepte a todos los partidos políticos sin exclusiones y que conduzca a corto plazo a unas elecciones generales, la monarquía y el país habrán pasado el Jordán camino de la tierra prometida. No valen ahora las palabras, ni va a ser tolerable por más tiempo el juego de estos últimos meses en la cuerda floja. Toca actuar con decisión y sin miedo alguno para implantar aquí el nuevo estado democrático sin exclusiones, sin centralismos desabusados y sin resabios fascistas. Es posible, pero cuesta mucho creerlo, por ahora, cuando sólo se sabe que las figuras liberales del anterior gobierno se niegan a colaborar en el nuevo.

ARIAS VA, SUÁREZ VIENE

Baltasar Porcell

Destinto

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Dentro de los escalafones del Movimiento, como ideología y como organización, el señor Suárez ha llevado a cabo la casi totalidad de su carrera. Lo único que se sabe, que se trata del triunfo de una maniobra de don Torcuato Fernández Miranda.

Todo lo que ha ocurrido estos días, políticamente hablando, podría resumirse en tres palabras: sorpresa, esperanza y perplejidad. Si nadie esperaba la fulminante caída del señor Arias Navarro, menos eran los que imainaban la estupefaciente ascesión del señor Suárez González. Y si todo el mundo cree saber porque don Carlos Arias fue ‘dimitido’ – es decir, cesado – nadie columbra las razones de la designación de don Adolfo Suárez. Las cosas vistas con absoluta claridad son eactamente así, con toda la confusión y el desaliento que la operación cocida entre e Consejo del Reino y el Palacio de la Zarzuela trae aparejada.

Teniamos en la Presidencia del Gobierno a un puro espécimen franquista, el señor Arias, que si bien en algún instante – como aquel ya tan mítico como ineficaz 12 de febrero – fue capaz de despertar una modestísima ilusión entre la ciudadanía ingenua, en conjunto sólo representaba los tristes intentos de pervivencia de un mundo irremediablemente desaparecido. Su último discurso fue una especie de canto a la muerte, así como ha sido su primer paso como cesante el de acudir al Valle de los Caídos a rezar ante la tumba del General Franco. No son estos los momentos de intentar ningún revisionismo, y nadie objetará a don Carlos Arias la dirección de sus fidelidades. Pero insisto, el pasado es un hecho incontrovertible. Un santo de estirpe valenciana, Francisco de Borja, pronunció una frase enromemente ajustada, frente al cadáver de la emperatriz Isabel: ‘No quiero servir a señor que se me pueda morir’. Cada cual, claro, es libre de alistarse bajo uno u otro banderín de enganche. Pero hacerlo cabe el de lo finiquitado puede ser en extremo honroso para quien ostente las mismas ideas, pero seulta inoporenta y es posible que bordee lo catastrófico si pretende aplicarse como norma política para el futuro.

Nadie esperó nunca nada, seriamente, del señor Arias Navarro. Los que aguardaban, de todas formas, que se produjera un lento y cauto desplazamiento reformista, en quien tenían – teníamos – puesta la mirada era en el Rey, en los señores Fraga – pese a sus intemperancias – y Areilza. Don Carlos Arias era un elemento frenador, desorientador, cuyo más paplpable fruto ha sido el abismo económico hacia el que se precipita el país sin que el Gobierno haya hecho, según todos los indicios, otra cosa que echar leña al fuego. La tasa de inflación oficial que llevamos sobre los hombros alcanza ya el 11,40 por ciento en lo que va de año. Y el cambio político, la libertad, sólo ha tenido lugar a niveles muy relativos y minoritarios. Es decir, la inmensa mayoría del pueblo español apenas ha sentido los efectos del deshielo político del Gobierno Arias, además de encontrarse ahogado por las consecuencias de una crisis y de unas directrices económicas desastrosas.

 Y el Sr. Arias, eufemismos aparte, es eliminado. Su Majestad el Rey – en otros tiempos lo remarqué – había conseguido con notable rapidez elevarse por encima de la tónica media del Estado heredero del franquismo, de las facciones en pugna dentro del sistema. El Rey explicita promesa de apertura y democracia, había conquistado una merecida popularidad. Las recientes declaraciones de su padre, don Juan de Borbón, ejemplo de modélica independencia en Mallorca y en la Costa del Sol, de franco aperturismo y no menos franco apoyo a la gestión de intenciones de su hijo, vinieron en cierta manera a concluir una primera fase del proceso de recuperación monárquica en el que se halla embarcado el país.

Pero la designación del señor Suárez como presidente del Gobierno se ha convertido, hoy por hoy, y sin explicaciones u obras ulteriores que clarifiquen positivamente la decisión, en una iniciativa real de difícil comprensión. De fuentes muy allegadas al mismo don Juan de Borbón sé que, al conocer telefónicamente el nombre de Adolfo Suárez como el del escogido, exclamó el Conde de Barcelona: ‘No era esto lo que esperábamos’. Don Juan, una vez más, captó la corriente de opinión democrática. Su voz, en este caso, fue la de todos. Porque de ser cierto lo único que se sabe, que se trata del triunfo de una maniobra de don Torcuato Fernández Miranda, la ignorancia puede trocarse en irritación: ¿es que vamos a continuar estando sujetos a cabildeos en la sombra, como en el siglo XIX o durante la era franquista, cuyo único objetivo visible es el del usufructo del poder y el de salvaguardar los intereses de grupo, en lugar de actuar como despoitarios de la soberanía popular, y, en consecuencia, a beneficio de ella.

No deseo caer en ese negativismo suicida que, con harta frecuencia, malogra las posibles bases de entendimiento común en este país. Creo que en don Adolfo Suárez concurren factores evidentemente afirmativos para ocupar el cargo que ahora ostenta. Más adelante volveré sobre ellos. Porque antes deseo contabilizar los negativos, que pueden reducirse a tres como ha sido repetidamente aireado estos días: Movimiento, Carrero Blanco, y Opus Dei. Dentro de los escalafones del Movimiento, como ideología y como organización, el señor Suárez ha llevado a cabo la casi totalidad de su carrera, coincidiendo con el periodo de apogeo del Opus y de la omnipotente validez del señor Carrero. Es decir, la escuela de don Adolfo Suárez ha sido la del totalitarismo más cerrado. No en balde fue un ‘excelente’ director de Radio y Televisión, las del Estado, evidentemente, órganos que con abrumadora frecuencia confunden la falacia, el trucaje y el silencio con la información. Cuatro de los cinco hijos del señor Suárez van todavía a un colegio del Opus. El era – o quién sabe si todavía es – presidente de una asociación política bunkerista, la Unión del Pueblo Español. En mayo fue votado como consejero vitalicio del Consejo Nacional. Ha sido, con el señor Arias, claro, secretario general del Movimiento… No, no era éste el hombre que la ciudadanía esperaba como presidente del Gobierno.

Baltasar Porcel

05 Julio 1976

EL PRIMERO DE LA CORONA

Antonio Gibello

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Algunos medios señalan que la procedencia política de Adolfo Suárez, en cuanto ministro Secretario del Movimiento, resta ilusiones ¿Por qué? ¿Acaso hubieran sido más propicios los antecedentes de Fraga y Areilza por haber borrado de sus notas biográficas presentadas sus servicios y altas responsabilidades dentro del Movimiento?

Con razón, algún colega ha subrayado que Adolfo Suárez, aún siendo el segundo presidente del Gobierno en el reinado de Juan Carlos I, es el primer Presidente de la Corona, en cuanto que llega a tan alta magistratura por decisión de S. M. ejercida en la primera oportunidad que ha tenido el Monarca de elegir entre la terna que la ley exige.

Este hecho, sin duda anecdótico, posiblemente insignificante, no deja de constituir un síntoma importante acorte con la cronología estricta de la historia. entre tres hombres de mérito similar y características semejantes en cuanto a procedencia política, el Rey ha elegido a aquel que por su juventud y su talante está más cerca de su comprensión de los asuntos públicos.

Se cierra así el pequeño paréntesis expectante abierto por la dimisión de don Carlos Arias, y en el panorama político inmediato aparece, todavía impoluta, una carta de crédito en favor de quien ahora asume la grave responsabilidad de gobernar al pueblo español.  (…) Si de verdad se siente el ferviente deseo de que acierte en su gestión por el bien de los españoles todos, ante el nuevo Presidente no cabe más actitud que la esperanza. Esperanza en su juventud. ¿Acaso no se insiste frecuentemente en que dos tercios de la población española no hicieron la guerra? Pues ya está, al frente de los destinos del gobierno, un hombre joven que no hizo la guerra.

Esperanza en su firmeza y su capacidad. Son éstas virtudes que recientemente se han reclamado para aquel que accediese a la capitanía de la nave del Gobierno. Y si los síntomas dan por probada la firmeza del carácter del nuevo Presidente, ¿por qué poner en duda su capacidad, cuando esa es condición que sólo se podrá medir en el ejercicio de su cargo?

No es el entendimiento con la oposición el objetivo prioritario que debe mover al nuevo gobierno. Antes debe preocuparle la recuperación de la confianza del pueblo en su capacidad para resolver los problemas graves que aquejan a la nación.

Ese sí que es el desafío del cambio, el reto reformista más acusado que tiene ante sí el nuevo Presidente y el gobierno que conforme. Porque, incluso muchos de los problemas políticos de entendimiento con la ‘oposición’, ficticia o real, están en gran parte condicionados por las directrices económcias y sociales que pueda adoptar el nuevo gobierno. Recuperar la iniciativa y la fiabilidad en este campo, cambiando el signo inflacionista y regresivo de la economía por otro de signo positivo reductor del desequilibrio y aún superador de la grave crisis estructural que padece la economía, sería el comienzo del fin de la mayor parte de la conflictividad social y, por añadidura, de la conflictividad política.

Una última observación cabe hacer. Algunos medios informativos coinciden en señalar que la procedencia política de Adolfo Suárez, en cuanto ministro Secretario del Movimiento, restan ilusiones y no es la más propicia para el desempeño de su difícil cargo.

¿Por qué? ¿Acaso hubieran sido más propicios los antecedentes de los hombres postulados de esas áreas de opinión? Fraga y Areilza – a quienes no voy a discutir méritos personales como presidenciables – ¿Han borrado su procedencia política por el sólo hecho de omitir en las notas biográficas presentadas en la prensa, sus servicios y altas responsabilidades dentro del Movimiento?

¡Por favor! ¡Hablemos con seriedad y, sobre todo, no confundamos a la opinión pública!

Antonio Gibello

13 Julio 1976

RIESGOS Y OPORTUNIDADES DEL NEOFRANQUISMO

Dario Valcárcel

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La prensa occidental ha interpretado la designación del señor Suárez al frente del Gobierno como un freno en el proceso democratizador. El joven presidente debe encuadrarse entre los simpatizantes del ala conservadora del Opus Dei, cuya cabeza visible es el señor López Rodó.

Buena parte de la prensa occidental ha interpretado la designación del señor Suárez al frente del Gobierno como un freno en el proceso democratizador abierto en España por la muerte de Franco y un retorno a la tendencia que ocupó el poder durante los años; 1969-73.Adolfo Suárez es, según esos observadores americanos o europeos, un producto bastante definido del sistema franquista. La política que pueda llevar a cabo no distará demasiado de lo que daría llamarse «el espíritu tecrático adaptado a las nuevas realidades». El Gobierno formado por el joven premier -afirman finalmente- ilustra de modo claro la aparición de un neofranquismo que Europa y USA ven nacer ahora con curiosidad y cierta inquietud.

Dificilmente podrían interpretarse estos análisis, escritos en la prensa más moderada de Occidente, como maniobras en favor o en contra del nuevo Gobierno español. No conviene hacer procesos de intención a la crítica informativa cuando, como en este caso, trata de contar lo que pasa a los lectores interesados por el proceso español. Esos grandes diarios -el New York Times, el frankfurter Allgemeine, los británicos Guardian y Times, o los muy conservadores Fígaro o Financial Times- han establecido un balance de la operación Suárez que podría resumirse así:

El joven presidente es un tecnócrata de gran simpatía personal, amplia y elogiable ambición política, viva inteligencia y escasa experiencia en los asuntos de Estado. Debe encuadrarse entre los simpatizantes del ala conservadora del Opus Dei, cuya cabeza visible es el señor López Rodó.

El Gobierno formado, con dificultad conocida, por el señor Suárez, tiene dos características: la ausencia de figuras políticas de peso y la coloración «derecha católica» que le proporcionan las dos organizaciones confesionales presentes en él.

La designación del presidente del Gabinete encubren, no una crisis de Gobierno, sino una trascendental decisión sobre el rumbo del régimen.

Grandes fuerzas ideológicas o grupos de intereses tratarían de influir en un equipo ministerial de personalidad no muy marcada. Los comentaristas se refieren aquí a los sectores predominantes en los últimos años del franquismo que han visto su posición amenazada por la eventual democratización de las instituciones.

La actitud de las Fuerzas Armadas a lo largo de las últimas semanas es una incógnita. No han cambiado los, cuatro ministros militares presentes en el anterior Gabinete. La opinión pública tiene especial interés en conocer el pensamiento de los generales De Santiago, Vallespín, Vega y Gutiérrez Mellado.

Si el Gobierno no quiere ir a remolque de la realidad nacional, habrá de abrir inmediatamente el diálogo con las grandes zonas discrepantes de la sociedad: el mundo del trabajo, las regiones, la Universidad, las intelectuales y profesionales, y las áreas mayoritarias de la juventud proletaria, burguesa y eclesial.

Esta sería, en síntesis, la primera valoración de los sucesos españoles. La gran prensa,occidental termina por hacerse dos preguntas: en qué medida la dirección adoptada por Juan Carlos I aproximará o alejará a España del modelo político occidental. En qué medida esa dirección fomentará el. equilibrio o la inestabilidad en la Península Ibérica. Es pronto, para adentrarse en esos temas, pero sí convendría reunir algunos datos útiles a la prospectiva.

La personalidad del presidente

Tan importante como la composición del Gobierno es el perfil del presidente. En la biografia de Suárez hay dos únicas figuras políticas realmente determinantes: Herrero Tejedor y López Rodó, ambos vinculados al Opus Dei. Una tercera personalidad aparece también en la trayectoria de Suárez, que le nombra director general de TVE en 1969. Un periodista destacado, muy amigo de Suárez -Luis Angel de la Viuda-, comparte con él los trabajos de Televisión. Como Suárez, De la Viuda procede de las filas del falangismo juvenil; como Suárez, evoluciona desde la Falange hacia las áreas tecnocráticas, en alza al comenzar la década de los 60.

El nuevo presidente no es un ideólogo, su pragmatismo, negativo en algunos aspectos, ofrece a algunos analistas facetas muy positivas: ausencia de dogmatismo, reconocimiento de la realidad y un cierto sentido de la existencia del adversario. La filosofía del éxito podría así inspirar acciones audaces al nuevo ejecutivo, necesitado de mostrar, desde el primer momento, su capacidad de iniciativa.

La composición del Gobierno

Algunos comentarios han insistido en señalar, de un lado, la juventud de los nuevos ministros, y de otro, la homogeneidad -«jóvenes de la democracia cristiana»- casi completa del equipo. Ambas características requerirán alguna precisión. En primer lugar, porque el Gobierno no nace de una sola corriente, sino de dos: tecnócratas simpatizantes del Opus Dei, de una parte; propagandistas-tácitos de otra. Dos corrientes muy definidas de la derecha española, que algunos observadores han calificado de neofranquismo. Los miembros del Gobierno simpatizantes del Opus Dei serían cuatro, entre ellos el presidente, mientras los procedentes de ACN de P llegarían a siete. De estos últimos habría que destacar a Alfonso Osorio, único vicepresidente civil y verdadero articulador, según versiones competentes, del Gabinete. Osorio, procedente del tradicionalismo conservador -yerno de Iturmendi-, evolucionó hacia el grupo de Silva, con quien no parece tener una coincidencia total de criterios. El vicepresidente estuvo vinculado a un gran grupo empresarial, a través de la compañía ESSO, Petróleos Españoles, filial de la gran petrolera norteamericana. ESSO opera en la proximidad de Banesto: su presidente es Juan Herrera, consejero también del citado Banco.

Cambio de rumbo

El clima suscitado el martes, 6 de julio, ante el posible retorno al poder de los tecnócratas que gobernaron con el almirante Carrero, aconsejaría quizá limitar la participación visible de simpatizantes del Opus Dei. De ahí la negativa anticipada, previa a cualquier invitación, de hombres como Gregorio López Bravo. Ese mismo día se iniciarían las conversaciones con distintos grupos que, en principio, no se proyecto llamar.

Sin formación franquista oficial, el presidente Suárez apela a los grupos que operan en la política oficial española. Descartada la tecnocracia bancaria o administrativa (Valls, Fernández de la Mora, Meilán, Sánchez Pintado, Orbe Cano), ¿a quién recurrir?

Sólo el sector Tácito-ACNP ofrece una verdadera negociación. Los jóvenes católicos acuden, imponiendo, eso sí, condiciones duras. Obtienen, como se ha dicho, no menos de siete carteras. Es el premio a la perseverancia mantenida a lo largo de los años. Con un grupo muy reducido, posiblemente inferior a los 200 miembros, el grupo Tácito ha sabido obtener una extensa participación.

Sin embargo, no parece claro el apoyo de la Iglesia española a este Gobierno de jóvenes católicos. En los más altos niveles de la conferencia episcopal se ha detectado una cierta incomodidad ante el regreso al poder, en tiempos poco confesionales, de los equipos fundados por don José María Escrivá y don Fernando Martín Sánchez Juliá. La incomodidad viene acrecentada porla presencia activa en Madrid, en días pasados, de dos personalidades significativas: don Alvaro del Portillo y don Marcelo González.

Factores finales

La prensa y las cancillerías occidentales han considerado conjuntamente algunos fenómenos marginales, pero significativos, de la crisis:

– La ausencia de verdaderas figuras políticas en el nuevo Gobierno.

– La ausencia, no ya de los líderes de la oposición más o menos moderada, sino de cualquier persona que pudiera representarles.

– La ausencia de representantes de las generaciones nacidas después de la guerra -distantes en su mayoría de la España oficial-, así como de las regiones más alejadas del poder central.

El frente exterior, por último, se halla dominado por una doble preocupación: la crisis económica española y el proceso de integración -tras el largo aislamiento pasado- de la Península Ibérica en el Occidente neocapitalista y democrático. La imagen del señor Suárez, poco experto en materias económicas y en política internacional, no es un factor de seguridad para los gobiernos de Occidente. El Banco Mundial, la OCDE y la Comisión de la CEE aspiran a saber cuáles son los proyectos de España para hacer frente a su endeudamiento exterior y a su integración internacional. Pero, reacios a considerar sólo los problemas a corto plazo, se interesan todavía más por averiguar cómo se van a sentar las bases para hacer, en este país, un régimen de moderada participación democrática tras una larga etapa -autocracia y oligarquíad e características superpuestas. Esas instancias confían más en un nuevo equilibrio, en una redistribución del poder, que hubiera sustituido el predominio de un sector por la creación de cuatro o cinco grandes partidos representativos.

Aunque se hagan acoplamientos diversos, la readaptación de un sistema que sólo pudo funcionar con censura previa, descontrol del gasto público y supresión de las libertades, inquieta más a Occidente que una democracia gradual pero auténtica. El intento del señor Suárez, con su Gabinete de jóvenes tecnócratas, aparece hoy ante Europa y USA como una incógnita.

Dario Valcárcel, subdirector del diario EL PAÍS.

08 Julio 1976

¡QUE ERROR, QUE INMENSO ERROR!

Ricardo de la Cierva Hoces

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Nada mejor que unas palabras de Franco para titular la crónica sobre el advenimiento del primer Gobierno de Franco en la Monarquía; el primer Gobierno franquista del postfranquísmo. Tal expresión no implica la menor connotación peyorativa, impropia en el cronista; es una simple y descarnada descripción. El error consiste, primeramente, en haber designado a un nuevo Gobierno de Franco cuando toda la opinión política interior y exterior -ojo, digo opinión política, no simplemente clase política- esperaba, después de la cordial defenestración de don Carlos Arias, la inauguración del primer Gobierno del nuevo régimen. Y en lugar de eso nos hemos topado con un error, un inmenso error.Esto es un Gobierno de Franco, primero, por lo inesperado y desvinculado de la opinión política; segundo, por la conjunción de las fuerzas sociales que articulaban el franquismo; tercero, porque aparenta una fachada diferente del contenido y las raíces; cuarto, porque deja al margen a las fuerzas siempre marginadas; la oposición, las regiones, la media nación femenina.

Nunca como ahora es necesaria la frialdad valorativa, el designio racionalizador que encauce las derivaciones emocionales al servicio del futuro común; y como ha interpretado con nobleza el presidente en su meditada alocución, al servicio, por su mismo rigor, del propio Gobierno. Lo amargo de las reflexiones en las que naufragará, para el cronista, alguna amistad que parecía firme, debe hacerse compatible no sólo con el respeto al nuevo equipo y a las instancias que contribuyeron a su designación; sino también, y sincerísimamente, con el deseo de que esta crónica se contemple, dentro de seis meses, como un puro dislate y no como una sombría anticipación. Jamás ha sentido el cronista como hoy mayor deseo de equivocarse; mayores tentaciones de ahogar, por motivos privados y hasta íntimos, el grito público de su intuición y de su deber. Hago expresa declaración de respeto profundo al señor presidente del Gobierno, al señor presidente de las Cortes, y a todas las personas e instituciones mencionadas; y no rehuiré rectificaciones fundadas porque las deseo; y porque deseo, ante lo que nos va en ello a todos, el éxito del Gobierno y mi rotundo fracaso como comentarista de su nacimiento.

Vamos, pues, a los hechos. La destitución de don Carlos Arias se difundió por todo el país y por todos los órganos de opinión y decisión exteriores con un generalizado por fin, que hasta en la inerte Bolsa española repercutió contundente. Se ponía término, con precisión y clarividencia, a un proceso ficticio que agotaba ya hasta las engañosas posibilidades dé su vía muerta. La unanimidad positiva -el acierto del cese- era equivalente a la negativa (las causas del cese).

Los nombres posibles

Pero nadie quería preocuparse por cosas pasadas cuando, al avanzar la noche tormentosa del primero de julio, las dos unanimidades sobre la caída se transformaban insensiblemente en unanimidad de expectación y de esperanza. El viernes 2 de julio este periódico traducía el pronóstico general: Cinco nombres posibles para nuevo jefe de Gobierno: Areilza, Fernández-Miranda, Fraga, Gutiérrez Mellado y Vega Rodríguez. Tenía razón racional el redactor del título: ésos eran los nombres posibles. Pero los periodistas debemos leer, ante todo, nuestro propio periódico, que a veces anticipa los nombres imposibles.

En el número del 23 de mayo, dentro de esta serie de crónicas provisionales, se descartaba la probabilidad de un presidente militar, y se apuntaba como presidenciable, «aunque algunos van a sorprenderse, el ministro secretario general del Movimiento, don Adolfo Suárez». Tales cosas hube de oír sobre la insentatez de semejante pronóstico, que al domingo siguiente, 30 de mayo, reincidí a fondo con razones que releídas hoy producen algún escalofrío. Estas: «La designación como segundo «outsider» de Adolfo Suárez daba por segura, evidentemente, su victoria sobre el duque de Franco, que no cabe menospreciar, sobre todo por lo abultada. Suárez goza de prestigio creciente en los círculos asesores. No ha sido aplastado, como muchos pronosticaban, por la competencia y la proximidad de Fraga, a quien a veces coloca tanteos de balonmano. Ha cuajado un excelente equipo: Banqueros y empresarios le elevan en su «ranking» político. No tiene enemigos importantes. Fui testigo de cómo ganó a pulso y de forma abrumadora y convincente una elección popular directa en su provincia. Cuenta con el apoyo casi incondicional de sectores vinculados al Opus Dei, que no están muertos sino agazapados.

En estas líneas, escritas y publicadas un mes casi justo antes de su nombramiento, tienen ustedes las claves para la irresistible ascensión de don Adolfo Suárez González a la Presidencia del Gobierno.

El responsable de la crisis

Los círculos asesores, cuya mención tanto indigna a un colega que me cubría de elogios cuando me veía más cerca del poder, y ahora jamás logrará, con sus zancadillas de tercera regional, mención de su nombre en estas páginas, son, para decirlo en plata, el sistema de cortocircuitos políticos instalados, con criterios artesanales no exentos de habilidad, por el evidente muñidor y responsable no ya político, sino histórico, para la inesperada salida de esta crisis; el presidente de las Cortes españolas, don Torcuato Fernández-Miranda y Hevia. Los elementos del sistema de cortocircuitos son los que pueden deducirse de dos fuentes; el magistral informe publicado por este periódico en su número -que será histórico- del 6 de julio con el título Nombres para una crisis complementado con el arriesgado intento de penetración de Cuadernos para el Diálogo (3 de julio) sobre las vinculaciones político-religiosas de algunos personajes que prestan sus servicios en el palacio de La Zarzuela. Junto a la señal de alarma de los círculos asesores, captada y articulada por el presidente de las Cortes, el segundo elemento activo de la crisis ha sido el cuadro político de amistades de don Adolfo Osorio, triunfador visible (media docena de amigos en el Gobierno), aunque don Torcuato ha sido el triunfador profundo.

El caso es que a las siete de la tarde del sábado 3 de julio de 1976, todo parecía posible para el futuro de España enmarcado en la nueva y tradicional Corona. Se daba por descontada la inclusión en la terna de don José María de Areilza, y su nombramiento inmediato. Al presunto presidente se le había rodeado de indicios bastantes para que se convenciera de su elección quienes conocían su no inclusión en la tema, y podían revelarlo, no pensaron en llamarle para deshacer el equívoco y la irrisión con que se premiaban, de hecho, los más altos servicios individuales rendidos a la nueva Monarquía. Media hora después, a las siete y veinticinco, estallaba el nombre de don Adolfo Suárez -el que contó con menos votos del Consejo- para la Presidencia. Se cuarteaba toda la filigrana de credibilidad exterior sin la que el nuevo régimen no podrá avanzar un paso. Retornaban, en silencio sarcástico, sombras desahuciadas sin respeto para lajuvenil sonrisa de futuro que exhibía, en medio de su justa preocupación, el nuevo presidente. Fuentes que para el cronista son fidedignas transmitían a vuelta de noticia las primeras palabras de don Juan de Borbón en la capital de su condado: «Imposible, imposible, imposible».

El pacto de hierro

Al subrayar el 20 de junio el certero aviso dado por este periódico con fecha del 15 sobre la maniobra de altura para sustituir al presidente Arias, este cronista resumía así el intento: «La operación consistiría en un pacto entre el búnker económico los tecnócratas desplazados y el Neomovimiento Organización, llamado también Unión del Pueblo Español». Es otra forma de describir la parte más visible del sistema de cortocircuitos cortesanos (las Cortes, la Corte) a que nos hemos referido antes, ¿Será necesario adscribir a cada uno de esos sectores los nombres de un nuevo Gobierno presidido por el ex presidente de la UDPE, que ha montado su carrera política sobre la aguda vertiente que ensambla al Movimiento diluido y al frente político-conservador, vinculado al Opus Dei? Pero cuidado con las simplificaciones. Persona por persona éste es un Gobierno aceptable; y en algunos casos -Menéndez, Oreja, Martín Villa, Lavilla, Mata- un Gobierno de primera división, que nos compensa por el sofoco de las primeras listas. Este Gobierno querrá reformar y negociar. Pero será muy difícil que a la hora de la verdad se lo permitan las fuerzas reales que lo han forjado. Además, hoy, en la España de 1976, no puede funcionar un Gobierno sin tener dentro a las regiones, a las clases inferiores y a las mujeres de España. No es éste un Gobierno Opus. El frente político-conservador del Opus ha estado en la trama, pero ha sacado poca tajada en beneficio de su participación colateral en el búnker económico. Parece que ese frente político del Opus Dei se contenta con mantener posiciones en el nuevo equipo, aparte de conexiones presidenciales.

Este Gobierno, y toda la operación, necesitaban una coartada. Los planificadores de la maniobra contaban con la digna abstención de Manuel Fraga Iribarne, que debe servirle de experiencia definitiva para su nuevo retomo -atención- nuevamente ineludible. Para Fraga, la crisis ha sido un providencial gong que le reabre, ya sobre las cuerdas, una decisiva posibilidad de lucha y de regreso. Pero, felices con la aquiescencia de las alturas al proyecto, no calibraron las consecuencias del bofetón -con resonancias mundiales- al conde de Motrico, que ha reaccionado como esperábamos de él quienes creíamos en él.

Entonces los discutibles artífices de la maniobra se lanzaron desesperadamente a improvisar la coartada. Les llegó, cuando estaban perdidos, mediante la permanencia -equivocada- de Leopoldo Calvo Sotelo en el Gobierno, y sobre todo gracias a la versión Tácito del inmenso error. Con la máquina rechinando de sorpresa, debo declarar aquí que don Torcuato Fernández-Miranda y don Adolfo Suárez han logrado convertir en victoria pírrica su ya cantado desastre, gracias a la incorporación de dos jóvenes símbolos: don Marcelino Oreja, subsecretario de don José María de Areilza, y don Landelino Lavilla, presidente de la Editorial Católica. Comprendo sus razones personales. Conozco las gestiones que les han convencido. Pero me sigue asombrando la decisión de dos hombres que eran, hasta ayer, una baza segura del futuro. Sobre la actuación de don Alfonso Osorio en toda la operación volveré con rigor suficiente para provocar curiosidades en el mismísimo centro de Torrelavega.

Al fondo, la Banca

El Gobierno Arias se ha hundido, primero, por la incomunicación entre la Presidencia y la Jefatura del Estado, agravada por la vulnerabilidad de la primera ante los cortocircuitos elementales del búnker político; y segundo, por la carencia total de política y de credibilidad económica en medio de una crisis rayana en la angustia nacional. Al situarse a la deriva la política económica, el sector más afectado es la clase media y baja, pero el sector que se siente más amenazado es la Banca. En una situación semejante, de desconcierto económico, a fines de enero del año 1930, la Banca decidió ocupar el poder económico en un Gobierno de liquidación dictatorial con propósitos liberalizadores. Mi abuelo Juan de la Cierva y Peñafiel, describía así el intento:

«Se propuso para la cartera de Hacienda al señor Garnica, liberal (del Banco Español de Crédito) y debo suponer que tal iniciativa partió de Cambó y Maura (este último del mismo Banco) tal vez por haberse negado antes el marqués de Cortina (también de ese Banco) muy considerado, como Garnica, por el Rey. No aceptó Garnica y entonces propusieron al señor Argüelles, también amigo del Rey (y consejero del repetido Banco) amigo político de Bugallal y lograron que aceptase; pero ya entonces hubo que contar con Wais (ligado con el afortunado Banco). »

En la presente ocasión, los dos primeros nombres de la terna presidencial (señores Silva y López Bravo) son consejeros del Banco Español de Crédito, con el que tienen, o han tenido, relación profunda los nuevos ministros señores Landelino Lavilla (que fue secretario general del afortunado Banco) y Carriles. No faltan, en algún ministro más, conexiones próximas y aun íntimas a la importante entidad bancaria, de la que son primerísimos accionistas diversos miembros del que podríamos llamar, en ortodoxia orgánica, tercio familiar del Consejo del Reino. Los señores Garnica y Argüelles -dinásticamente hablando- han sonado con insistencia al margen de la actual maniobra.

Como sabe todo el mundo, el Gobierno palatino-bancario de 1930 duró hasta los comienzos de la siguiente primavera. Las convulsiones españolas tenían, en aquella transición, un ciclo muy largo.

Desde el pasado martes 6 de julio, la vida política española está presidida por una colosal contradicción. Los partidos políticos, legales ante la ley, están prohibidos por el Código-Penal. Por primera vez en la historia del Derecho, una persona puede ir a la cárcel por el solo hecho de efectuar un acto plenamente legal. Un dato tremendo para el nuevo ministro de Hacienda: en abril, un 39 por 100 más de turistas ha dejado aquí un 14 por 100 menos de divisas. Vuelven, frustradas, las pesetas detraídas a España por la cobardía de sus clases superiores.

No hay mujeres -éste es, insisto, el aspecto femenino del inmenso error- en el nuevo Gobierno. Quienes quieren ya lanzar la campaña sobre la juventud ministerial recuerden -en abstracto- la sentencia del conde de Mayalde sobre algunos políticos jóvenes del régimen anterior: «Tienen todos nuestros defectos y ninguna de nuestras virtudes». Esto, amigos, ha sido un disparate, y sólo un milagro puede salvarlo. Con expresa reiteración de mis profundos deseos de equivocarme, se me agolpa la poca historia que sé, y el poco sentido político que me resta después del susto, para decirles a ustedes lo que creo que va a pasar. Durante unas semanas los problemas se esconderán dentro, por el calor; pero allí se incubarán de manera incontenible. Allá por el otoño estallarán, y caerá este Gobierno sin plantear siquiera una resistencia. Entonces la Corona, que a través de la Presidencia de las Cortes se ha visto seriamente comprometida en la maniobra que hoy nos embarga (cuando todo estaba ganado, por Dios, cuando todo el futuro parecía y estaba a mano) acudirá a la convocatoria de un Gobierno Nacional, el que ahora esperábamos, si no se ve obligada al recurso militar directo. Entonces media docena de grandes españoles olvidados de Cánovas, y lo que tiene más mérito, sin el menor recuerdo para los muelles de don Antonio Maura, ahogarán sus agravios con su patriotismo absoluto para salvar lo que ahora simplemente había que encauzar. A esta situación nos ha traído y nos llevará la excelente intención y la torpeza política de dos servidores de la Corona, que han preferido actuar como coordinadores de los miedos deshelados por la crisis económica en el corazón pequeñito de la gran derecha española.

Ricardo de la Cierva

08 Julio 1976

El relevo

POSIBLE (Director: Alfonso S. Palomares)

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Arias ha sido despedido. En los últimos tiempos, había representado la compuerta que ha cerrado sistemáticamente el diálogo con la oposición. Dos han sido las virtudes que con más insistencia se han encomiado del resultado de su gestión: su serenidad en momentos traumáticos para el pueblo español y su honestidad política. En cuanto el trauma, habría que decir que no ha habido tal. Todo lo más el trauma habrá sido para el poder, no para el pueblo, que continúa asistiendo con indiferencia a todo lo que se cuece arriba. En cuanto a la honestidad política, ésta consiste en cumplir con la línea que más de acuerdo esté con el momento político para un mejor servicio al pueblo.  ¿Ha sido así? Parece ser que el cese fulminante ha venido precisamente por no cumplir con la línea encomendada.

Ya ha sido elegido, por el viejo sistema digital, Adolfo Suárez, presidente del Gobierno. Quisiéramos que fuera el último presidente así elegido y que cesara la colaboración de ese viejo organismo antidemocrático, orgánicamente democrático se decía antes, que es el Consejo del Reino.

La sorpresa entre los españolitos que intentan seguir, ya no participar, en la política de su país, ha sido mayúscula. Quien más, quien menos, ha tirado de sus archivos y de su memoria y se ha encontrado con el más absoluto silencio. No conocemos quién es el presidente, que ideología tiene, qué piensa, cómo se ha definido ante los acontecimientos apretados de la vida española. A excepción del brillante discurso ante las Cortes en defensa de los partidos, no hay signo positivo o negativo en cuanto a lo que va a ser.

El presidente se nos aparece como un enigma a desvelar, cuando debería ser al revés. Un presidente debe ser lo suficientemente conocido por los españoles, en su actuación política, como para que represente a una mayoría y dé confianza al país. El puede ser en la hora presente una garantía para el futuro o para el pasado: Un enigma.

Y queda la oposición, hasta ahora silenciada, encarcelada, amordazada. ¿Cómo va a reaccionar una oposición al a que se le impone un presidente que ha sido hasta ahora ministro del Movimiento Nacional?

Como a otros españoles, el presidente del Gobierno, con los pocos datos que tenemos, no nos gusta. Como otras veces, todo dependerá de lo que haga. Pero ahora, ahora estamos decepcionados.

Rápida y eficazmente ha de mover peones y mostrar posibilidades el señor Suárez. Si inicia un efectivo camino hacia la democracia sin adjetivos, con nombres y hechos que lo demuestren, puede contar, desde este momento, con el apoyo de todos. Tiene, al menos, un margen de confianza…

 

10 Julio 1976

EL ERROR SUÁREZ

CUADERNOS PARA EL DIÁLOGO

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EL ERROR SUÁREZ – 10 de junio de 1976 – Página 14

Una vez más la política se ha hecho en este país de espaldas al pueblo. La crisis de Gobierno se ha resuelto con métodos franquitas. Por sorpresa nos enteramos de que había dimitido, o había cesado el presidente Arias. Un sentimiento de satisfacción se apoderó de todos aquellos – creemos que la mayoría del país – que pensábamos que su reforma era imposible, porque no había abandonado sus presupuestos autoritarios y porque se estaba realizando a través de unas instituciones heredadas, no representativas, no derivadas de un sufragio popular. Las especulaciones y, por qué no decirlo, las ilusiones se apoderaron por unas horas de los sectores democráticos. Pero fueron inmediatamente disipadas, tanto con el anuncio de la terna – la de verdad, no la adelantada con un error monumental por la agencia Cifra – y después por la confirmación del nombramiento de don Adolfo Suárez como presidente del Gobierno. Una institución – el Consejo del Reino – de formación oligárquica, alejada del pueblo, donde se refugian los sectores más reaccionarios del país, ha decidido por todos los españoles el presidente que nos conviene.

Una vez más se pone de relieve la retórica vacía de frases como el patriotismo de los sectores de la derecha, que han demostrado que anteponen sus propios intereses a los intereses generales, porque nadie puede seriamente sostener que los tres nombres presentados al Rey son nombres vinculados con la voluntad popular.

Han funcionado las instituciones, pero ese mismo funcionamiento ha puesto clamorosamente de relieve sus planteamientos, su ideología y sus intereses. Ha faltado el impulso democrático, puesto que son instituciones de un régimen personal y autoritario y el resultado a la vista está: Un personaje político desconocido para la mayoría, vinculado al fallecido Herrero Tejedor, dirigente del Ministerio de Información y Turismo con Sánchez Bella – en la época más negra de ese Ministerio – presidente de UDPE y actualmente ministro secretario general del Movimiento y uno de los cuarenta de Ayete.

En la tradición de la prensa oficial – rota ya por reticencias de otros periódicos y poro un excelente editorial de EL PAÍS [‘Que inmenso error’, de Ricardo de La Cierva] – era costumbre dar la bienvenida al nuevo presidente con frases cordiales, con entusiasmo renovado en las posibilidades de funcionamiento del sistema. Nosotros, sin embargo, no podemos como es lógico, adoptar esa posición. Nos parece inviable la línea que ahora se inicia; no pensamos que don Adolfo Suárez sea la persona adecuada para traer la democracia al país, y, por consiguiente, creemos que su nombramiento es un error. El clamor democrático tiene que ser canalizado pacíficamente mediante un acercamiento de las posiciones oficiales a las tesis de la oposición, que no son, por otra parte, especialmente originales. La democracia, para empezar a serlo, necesita unas elecciones libres, con todas las garantías y por sufragio universal y directo, con participación de todos los grupos políticos. Sólo un poder legislativo nacido de ese sufragio puede reformar las leyes que el régimen franquista estableció y abrir los cauces a las libertades y a una organización más acorde con los tiempos y con la voluntad de los ciudadanos en el Estado español. La mayoría del país opina asi. La mayoría del país quiere una democracia auténtica. El nombramiento de don Adolfo Suárez no conecta con esa corriente democrática. Por la vía del ‘reformismo continuista’ la democracia es imposible, y el nombramiento que hemos visto, como convidados de piedra los ciudadanos, es la mejor prueba.

Toda la confianza que el nuevo presidente pueda obtener tiene que ser ‘a posteriori’, por sus actos, y no por un caudal previo que el país le otorgue. Nuestro respeto personal lo tiene ‘a priori’, como cualquier otra persona, pero tenemos lealmente que expresar nuestro escepticismo sobre sus posibilidades reales de traer la democracia. Creemos que por el cambio del reformismo no llegaremos a ninguna parte, sobre todo si se sigue desconociendo la realidad de la oposición, de toda la oposición.

Lo que ha sucedido en estos días refuerza evidentemente la tesis de la ruptura como única vía para traer la democracia. Que sea pactada o no, depende, en gran medida, de lo que haga el nuevo Gobierno en las próximas semanas.

La tarde del jueves 1 de julio, el país entero suspiró con alivio: Carlos Arias ya no era presidente del Gobierno. Cuarenta y ocho horas después, más o menos a la misma hora, el mismo país recibía una de las más sobresaltadas sorpresas políticas que se recuerdan: el nombramiento de Adolfo Suárez. Efectivamente: ninguno de los retratos robots que desde diversos sectores podrían hacerse del sustituto de Arias parecía coincidir con la imagen e joven-católico-falangista con incrustaciones burocrático-opusdeistas que don Adolfo Suárez ofrece. Parece, sin embargo que algunas personas sí tenían un candidato cuyas características podían asemejarse bastante a las del neuvo presidente. Estas personas parecen relacionadas con la alta Banca, el capital ‘eléctrico’ y el Opus Dei. Otro peón fundamental en la crisis parece ser Torcuato Fernández Miranda, presidente de las Cortes y del Consejo del Reino, que se perfila con bastante nitidez como el verdadero cerebro, no tan gris, de la operación que puede hacer retroceder el país a los tiempos del almirante Carrero.

El Análisis

EL REY TOMA EL MANDO

JF Lamata

La prensa recibió bastante mal el nombramiento del Sr. Suárez como Presidente, mejor dicho, casi toda la prensa. El diario EL ALCÁZAR (contrario al aperturismo) y el diario ARRIBA (del Movimiento, controlado por el propio Sr. Suárez) lo recibieron bastante bien. Pero la gran pregunta era ¿por qué el Rey no quiso nombrar a D. José María de Areilza, que era el franquista más aperturista que había, el que mejor se llevaba con la oposición y el que mejor visto era fuera de España? Hay un motivo aparentemente legal, que era la oposición del Consejo del Reino a incluirlo en la terna (en el Consejo había figuras como el Sr. Girón o el Sr. Oriol, considerados destacados enemigos del conde de Motrico).

Pero si se piensa que eran el Rey y el Sr. Fernández Miranda los que controlaban el cotarro, tal vez el motivo era que querían un presidente al que pudieran manejar. Un presidente como el Sr. Areilza hubiera dirigido él los pasos, y no digamos el Sr. Fraga. El Sr. Suárez, en cambio, se dejaría tutelar más por los pasos que le indicaran el Rey o el Sr. Fernández Miranda. Y, además, ¿por qué no decirlo? Suárez tendría mejor imagen que los Sres. Areilza y Fraga por ser alguien de ‘la nueva generación’, del franquismo sí, pero nueva generación a fin de cuentas.

J. F. Lamata