15 junio 2005

Rodicio se presenta como víctima de una conspiración encabezada por Márquez, al que apoda 'Mastuerzo' y en la que implica a Jiménez Losantos, al Gobierno Aznar y a la embajada de Israel

Ángela Rodicio ajusta cuentas con su excámara José Luis Márquez, Urdaci y con el sector de los corresponsales de guerra en España encabezado por Pérez Reverte y Alfonso Rojo

Hechos

En 2005 Dña. Ángela Rodicio publicó el libro «Acabar con el personaje».

Lecturas

Después de ser destituida como corresponsal de guerra de TVE Dña. Ángela Rodicio en 2003 por decisión del entonces director de informativos D. Alfredo Urdaci, la Sra. Rodicio ha decidido publicar un libro con Plaza Janés para ajustar cuentas titulado ‘Acabar con el personaje’. En este libro no sólo carga contra el Sr. Urdaci, sino que también arremete contra el que fuera cámara de TVE D. José Luis Márquez, al que apoda ‘Mastuerzo’ y contra el sector de los corresponsales de guerra en España, a los que califica como vendidos al poder, machistas, farsantes o aprovechados, con la excepción de los héroes fallecidos D. Ricardo Ortega y D. Julio Fuentes (muertos en guerras) de los que asegura que era amiga personal.

ÁNGELA RODICIO CONTRA JOSÉ LUIS MÁRQUEZ ‘MASTUERZO’

Para principios de septiembre de 2000 estaba de vuelta en Jerusalén. Me habían hecho un regalo envenenado: no podría elegir cámara de la corresponsalía. De todas las oficinas de TVE en el extranjero, solo la de Jerusalén contaba con un cámara designado, al margen del corresponsal, por Madrid. El mío era mi único enemigo reconocido en la empresa: Mastuerzo [José Luis Márquez]. (…) No me fiaba de él porque ya estaba al tanto de sus oscuros manejos y, por si fuera poco, alguien de la cúpula directiva me había puesto en guardia contra él, alegando que le habían puesto allí para que me «controlara». (…) Otro colega corresponsal, que había tenido la desgracia de trabajar con Mastuerzo en lugares como Tiananmén, me advertía sin tregua: «Tienes al peor de los enemigos posibles en casa. Es una rata, un miserable, un ser humano deleznable«. (…) Su nueva compañera sentimental era la secretaria de una extraña oficina «antiterrorista», que dependía de los servicios españoles. Ambos usaban coche y pasaporte con distintivos diplomáticos. Cuando se cerró la «oficina» y los agentes del CNI le reclamaron la devolución de matrícula y pasaporte, Mastuerzo alegó que usaba el vehículo para poder rodar imágenes para TVE. Sin mi conocimiento tomaba el equipo de la empresa y filmaba a los palestinos, pero no precisamente para TVE… Tal vez por eso Mastuerzo era inamovible. Tal vez por eso disponía de una auténtica fortuna que le hacía invertir decenas de millones de las viejas pesetas, regularmente en bolsa. Tal vez por eso tenía fondos ingentes, obviamente sin declarar en España, en el banco. Tal vez por eso le permitían bajas laborales constantes. Por cada día que trabajaba, cinco estaba de permiso. (págs. 207 y 208)

 A pesar de ser la única representante de la prensa española [octubre de 2002, escándalo de las torturas en Abu Greib], entre un puñado de enviados especiales, TVE no quería mis crónicas. Sobre la liberación de los presos de Abu Greib no pude hacer más que una, y sólo porque era domingo. Una continua decepción y una continua amargura. Yo seguía insistiendo en cubrir la información del país del que más sabía; sin pararme en pensar en ningún momento que me estaba poniendo a tiro del gobierno y de la peor calaña de mi propia casa: la de los más papistas que el Papa. Uno de los miembros más destacados de este último sector era el jefe de internacional [Fernando Giles], amigo, como no podía ser de otra forma, de Mastuerzo [José Luis Márquez], su cámara y colega de correrías por el Caribe algunas décadas detrás. Mi jefe directo no hablaba una palabra de inglés, ni de cualquier otro idioma, lo mismo que Mastuerzo, conocido por ser tan expresivo como una piedra. Lo curioso es que caigamos a menudo en la tentación de creer interesante al que no habla. En el caso de Mastuerzo es simplemente que no tiene nada que decir. Los dos amigos se habían ido juntos de putas por La Habana, se habían emborrachado y habían disfrutado, a su manera, de sus años mozos, por supuesto con cargo a la empresa. Unidos por un pasado tan edificante, mi margen de maniobra era muy reducido. A la vuelta de los inspectores de la ONU a Iraq, en noviembre de 2002, otra exclusiva, una extraña secretaria de una oscura oficina ligada a los servicios secretos, me había advertido:
–En dos semanas, me lo traes de vuelta, ¿eh? (pág. 57)

Ahi debió ser [Rodicio y José Luis Márquez tienen un accidente de coche sin consecuencias camino de Mosul a finales de 2002] cuando a Mastuerzo se le ocurrió una de sus rentables ideas. A escondidas, aquella misma noche, se fue a un médico privado. Pidió que le hiciera un certificado por una vieja lesión que tiene en la espalda y que le garantiza parte de sus continuas bajas laborales, planeó el enésimo desembolso del seguro y, aprovechando que ya llevaba quince días en Bagdad, anunció que se marchaba. El jefe de internacional, su amigo, decidió que Irak carecía de interés y me ordenó que regresara con él a Jerusalén. (pág. 62)

Jaled me tiene informada por el móvil israelí pinchado. Las dos orcas asesinas [Inmaculada Pérez Minocci y Dolores de la Morena, enviadas para auditar las cuentas] han aparecido en la oficina con un cerrajero para forzar la entrada en mi despacho. Que, antes de que hubieran hecho acto de presencia, él, Jesica y Tali, la montadora –Mastuerzo [José Luis Márquez], el cámara, se hallaba aquellos días en Madrid, con otra de sus bajas que le tenían alejado del trabajo una media de diez meses al año–, habían acordado desentenderse de todo. (pág. 181)

Como siempre, Mastuerzo [José Luis Márquez] se había adelantado a los demás en las cuestiones prácticas. Un buen día, tomó a Jaled, se fue a comprar una caja fuerte y sacó todo su dinero del banco y lo guardó en ella. Una cantidad tan ingente que había escandalizado a Jaled. Mastuerzo, con sus tejemanejes, se había vuelto rico. (pág. 184)

Han estado esperando [para destituirla], con información desde la propia oficina, más que presumiblemente de Mastuerzo, el amigo de Urdaci que presumía a mis espaldas de haber sido puesto allí para «vigilarme», a que diese un paso en falso para poder organizar mi destitución. (pág. 179)

Así escribe sus historias gente como Mastuerzo. Nunca he podido discernir, a pesar de haberlo pensado mucho, si viene primero la cobardía o la mentira. Ambas son inconmesurablemente interdependientes. En su caso [José Luis Marquez] el ensamblaje de sendas armas de demagogia es la obra maestra de su vida. (pág. 356)

ÁNGELA RODICIO CONTRA LOS JEFES DE INTERNACIONAL DE TVE.

«Tres jefes de internacional sucesivos, desde 1996, me habían visto como una especie de cometa incómoda. El primero [Carmelo Machín] era un mediocre; el segundo [Fernando Giles], un ultraderechista, ex empleado del diario EL ALCÁZAR. Su máxima aspiración era llegar con la mayor cantidad de ingresos posibles a la jubilación; para ello se había convertido en la mano derecha del director de informativos, un ex militante de la Liga Comunista Revolucionaria, reconvertido en portavoz de José María Aznar. El tercero [Daniel Peral], mi sustituto del 96 en Jerusalén, el light, no podía soportar haber estado de brazos cruzados cuatro años y que, en agosto de 2000, cuando yo tomé el relevo, estallase la Segunda Intifida y la zona se convirtiese en el punto más caliente, informativamente hablando, del planeta. (…) Después de languidecer, profesionalmente, durante cuatro años, en agosto de 2000 regresaba de corresponsal a mi oficina de Jerusalén, para tomar el relevo del colega que se había cansado de Oriente Medio. (págs. 42-43)».

ÁNGELA RODICIO CONTRA ALFONSO ROJO

«Alfonso Rojo se turbó cuando vio que su exclusiva se iba al garete. Me dio un par de cortes cuando le ofrecí los regalos en forma de comida y desapareció. Había estado vendiendo en su periódico que era el ‘único periodista occidental de prensa escrita’ que había permanecido en Iraq durante una semana. Su obsesión era presentar el libro que ya estaba escribiendo como si fuera la obra de un Robinson Crusoe y yo le estaba arruinando la operación de relaciones públicas. Lo más terrible para Alfonso fue que, debido a mis crónicas de situación tuvo que ponerse a trabajar de verdad. Hasta entonces se había concentrado exclusivamente en hablar de sí mismo. Incluso, en un artículo, había pedido a las colegas de EL MUNDO que llevasen ‘ropa interior negra’ el día de su funeral. “Alfonso está que trina. Le han dicho en su periódico que tiene que salir y contar lo que pasa, como has hecho tú con la crónica de los puentes bombardeados. (…) Más tarde, Alfonso intentó acercarse porque necesitaba dinero. Mi cámara, a quién me referiré como Mastuerzo, un auténtico genio del mal y un analfabeto funcional, llevaba encima una fortuna pero no estaba dispuesto a desprenderse de un solo dólar. Llegué a ofrecerle a Alfonso mis propios fondos. Cometí el error de decírselo delante de un iraquí y me mandó a paseo. Como era de esperar, Alfonso la tomó luego conmigo; no le salía a cuenta enemistarse con Mastuerzo, que se le daba de macho parco en palabras, fundamentalmente porque nunca ha tenido nada que decir. Aquellos días en Irak Mastuerzo y Alfonso andaban a la greña. Los dos especímenes de macho ibérico con problemas de hombría».

«Lastimada por los ataques inesperados de dos periodistas [Arturo Pérez Reverte y Alfonso Rojo] que consideraba, si no amigos, al menos colegas, había tomado la decisión de relacionarme lo menos posible con los «pata negra» españoles. Eran hombres que pertenecían al grupo de los expedientistas y/o atajistas. Pensaba que si no sabían nada de mí, me evitaría problemas en el futuro. No caí en la cuenta de que se lo iban a inventar; mi alejamiento voluntario iba a ser interpretado como arrogancia y esnobismo».

ÁNGELA RODICIO CONTRA ARTURO PÉREZ REVERTE.

La guerra se acabó el 1 de marzo de 1991 y volvimos entonces a Madrid. (…) El ambiente en mi sección había cambiado radicalmente. Algunos colegas ni me dirigían la palabra; otros lo hacían a regañadientes. La hasta entonces estrella bélica de TVE, a quien Mastuerzo [José Luis Márzquez] se refería como Arturí, turí, turíiii… y a quien denominaremos Turí [Arturo Pérez Reverte] de ahora en adelante, me despachaba con un despectivo: «Esa niña no lo ha hecho tan mal». Un viejo productor de la empresa, que en más de treinta años las había visto de todos los colores, me lanzó una advertencia: –Ten cuidado. Ahora te la van a hacer pagar. (pág. 34). Mastuerzo [José Luis Márquez] me espiaba para informar convenientemente sobre todo lo que decía y hacía. Turí [Arturo Pérez Reverte] parecía reaizarse denigrándome, atacando mi edad y mi género, como por ejemplo refiriéndose a mí con el calificativo de «niña» Rodicio. Dicen que hay dos tipos de periodistas: los que no dejan que la noticia les arruine la historia, y los que no permiten que la historia les arruine la noticia. Turí siempre se ponía delante de la cámara para ser filmado él mismo como protagonista principal de las historias que provocaba. Una de mis reglas de oro es que el periodista nunca es un personaje de la noticia y, como cuatro ojos ven más que dos, siempre me he movido detrás del operador. Y muchas más cosas que durante años me he callado mientras ellos no paraban de lincharme. (pág. 226)

Un día, [José Luis Márquez] me refirió, en el otoño de 1992:
–Me he enfadado muchísimo con Miguel González [experto militar del diario El País] porque ayer, en la cena colectiva, dijo que los de TVE pagamos a los soldados para que disparen y así queden mejor las imágenes.
–¿Y tú qué le contestaste? –fue mi pregunta.
–No dije nada.
Aquel mismo día busqué a Miguel González.
–Mira, me parece un insulto intolerable. Te diré que siempre que veo soldados, del signo que sean, sigo lo que hacen. Mastuerzo prefiere que disparen, porque dice que queden mejor las imágenes, pero nunca lo permito. Es más, estaría dispuesta a pagar, sin duda, pero para que no dispararan. Ese cargo de conciencia no lo tendré nunca.
–Pero Ángela, no ha sido así. –Miguel parecía sinceramente sorprendido–. Todo el mundo en la profesión sabe que eso es lo que hace Turí cuando viaja con Mastuerzo. No tú.
Turí-Mastuerzo, Mastuerzo-Turi, tanto monta, se apropiaron del episodio para un libreto de desagravios que destila machismo de la peor ralea. Suponga que ambos odiaban mi desprecio.
Las historietas de Turí podrían llenar una enciclopedia sobre el camelo. En una ocasión, hallándose en Beirut –me lo contaron, partiéndose de risa, unos periodistas locales– pagó a unos milicianos en un puesto de control para que pegasen tiros mientras hacía su entradilla a cámara delante de ellos. Así parecía que detrás de él se estaba librando una batalla.
–Parad ya, que con lo que nos ha dado, hemos gastado suficientes balas –se oía, en árabe, a los paramilitares en medio de las palabras de Turí.
Tanto Turí como Mastuerzo tenían dobles empleos. Me han referido que en la época de Turí en el antiguo diario Pueblo, cuando solía pelearse o tirar máquinas de escribir por la ventana, el director, Emilio Romero, se explayaba a veces:
–Mi única duda sobre él es si trabaja para la CIA o para el KGB. (págs. 356 y 357)

Desde Madrid, noticias de varios colegas me advierten que en El Mundo se prepara un artículo demoledor con «información» de Televisión Española. El diario, conocido por su servidumbre a la hora de publicar los dossieres que le hacen llegar poderes fáctivos empeñados en acabar con algo o con alguien, se dispone a lincharme definitivamente, con la ayuda de los Mastuerzo [José Luis Márquez] y Turí boys [Arturo Pérez Reverte]. Una constupración en la que son expertos. (pág. 195) 

ÁNGELA RODICIO CONTRA FRAN SEVILLA

La oficina se había convertido en otro obstáculo en las relaciones con algunos compañeros. (…) Un «compañero» de Radio Nacional, amigo de Mastuerzo y de Turí [Arturo Pérez Reverte], me espetó un día que la oficina también era suya. No se ofreció a desembolsar el dinero que debíamos pagar, como todo el mundo, por tener derecho a ella; ni las horas y horas de gestiones y relaciones públicas que me agotaban más que el trabajo en sí mismo, para mantenerla abierta. El «compañero» aspiraba a tener garantizada la renovación de los visados, sin desembolsar un dólar ni perder un minuto. En vez de pedirme un favor, me ordenaba que le incluyese en el grupo. Aparte de esto, no me dirigía la palabra. (pág. 70)

El colega de RNE se me acercó la noche que nos cambiamos del hotel al-Rashid al Palestina, en medio del caos general –no teníamos habitaciones suficientes, y habíamos desembarcado en el hall con centenares de litros de agua y provisiones, además de todo el equipo técnico–, y me pidió «su chaleco». Le dije que esperase a que tuviésemos dormitorios y pudiésemos abrir las cajas. Días después le dimos un chaleco. Al parecer, ese chaleco, precisamente ese, no era el suyo. Yo no tenía ni idea de que hubiera encargado uno específico. Como él nunca salía de un hotelucho en el que se alojaba y donde, incluso, se encerraba sin mandar crónicas para hacerse el interesante, no le volvimos a ver hasta casi acabada la guerra. Entonces, de repente, me acusó nada menos que de haberle robado su chaleco y ¡haber destruido una carta que le había escrito su hija! El «colega», en ningún momento se había dignado ayudarnos a recuperar el envío, ni se había ofrecido a pagar al menos parte de los sobornos que nos había costado el rescate del cargamento. Se dedicaba a despotricar, no contra el equipo, sino contra mí, como si yo tuviera tiempo para dedicarlo a hacerle la pascua. De vuelta a España, buscó cómplices, con la ayuda de su íntimo amigo Mastuerzo, para hacer llegar al periódico El Mundo una historia falsa, una calumnia por la que, en su delirio, me hacía responsable de ¡haber puesto en peligro su vida por no haberle dado el chaleco con las letras PRESS en blanco en vez de en verde! Un auténtico farsante. (pág. 82) 

ÁNGELA RODICIO CONTRA ALFREDO URDACI Y SOBRE COMO LA DESTITUYÓ.

El director de informativos es el ser más odiado en amplios estamentos sociales. Por una vez me alegro de estar con la mayoría. Aunque no le odie. Su grado de servilismo no conoce límites. (pág. 281)

Todos los periodistas acusamos el golpe [la muerte de Couso] con una fatiga general y mental, que llevaba a personalizar la guerra, algo de lo que siempre he huido por pudor profesional. En la conexión de la noche, tuve que responder a una de las habitualdes y tramposas preguntas retóricas de Urdaci:
–Buenas noches, Ángela… ¿No sabíais los periodistas, porque os lo había hecho llegar el ministro de Defensa, Federico Trillo, que el Palestina se hallaba entre los objetivos militares de la ofensiva aliada?
–Buenas noches a todos… (–Siempre subrayaba lo de todos, porque sí podía pasar gramatical e intelectualmente de él–) (…). Meses después, Miguel Ángel Moratinos y Javier Solana (…) me describían la cara de horror de Urdaci aquella noche. Entonces comencé a pensar que, definitivamente, tenía los días contados, Sobre todo, porque ni mi jefe directo, el sin labios, light, ni el mismo Urdaci, habían tenido ya no la deferencia, sino el detalle formal, de mencionar para nada mi labor durante aquellos meses; como si no hubiera existido, ni la guerra, ni yo misma. (pág. 106)

18 de diciembre de 2003. Me hallo en Hebrón para filmar las actividades de restauración del casco viejo. (…) Entonces recibí la llamada. Mi «viaje», también estaba a punto de terminar.
–Dicen en Madrid que tienes que presentarte el jefe de informativos mañana mismo por la mañana.
No podía entender tanta celeridad. (…) Entre medias Urdaci me había llamado.
–¿Cómo llevas el programa? Es muy importante que quede bien. Mañana nos vemos. ¿A qué hora llegas?
Era la segunda llamada de Urdaci en años. (…) No puedo estar en el despacho de Urdaci antes de las cuatro y media de la tarde. (…) No hace falta ser muy intuitiva. Es el acto final de una tragedia anunciada desde mucho tiempo atrás. Ahora está a punto de consumarse.  (…)
Urdaci, un joven prematuramente viejo, me acerca una hoja en la que hay una relación de gastos realizados con la tarjeta Visa de la empresa en Roma, el pasado mes de octubre. (…)
–Entréganos tu pasaporte y la tarjeta Visa de la empresa; no regreses a Israel. Firma este documento.
El documento, una página, está redactado en inglés. (…)
–¿Qué es esto? –me atrevo a preguntar. Las miradas de los tres [Urdaci, la jefa de personal y el director económico-financiero] reflejan una cierta preocupación que ahora interpreto como temor a que no accediera a sus deseos.
–Más te vale firmar. –Urdaci se dirige a ellos como si aquello estuviera totalmente bajo su control. (…)
Decido firmar pensando que me parece perfecto que Inmaculada [Inmaculada Pérez Minocci, administradora encargada de auditar ls cuentas de TVE en Israel] vuelva a comprobarlo todo una vez más.
–Estás cesada. –Apenas le paso el papel con mi firma estampada con un rotulador precario que se halla sobre la mesa, Urdaci pronuncia el veredicto, con tono triunfal. Se me niega el derecho, fundamental para cualquier trabajador, de disponer de una copia del documento.  (págs. 174 a 177)

Los abogados [José Manuel Gómez Benítez y su hermana Alicia, laboralista] piden por la vía judicial el «documento» que firmé en el despacho de Urdaci. Nunca lo entregarán. (pág. 279)

Cada vez que salgo de casa [en Jerusalén], me hago la loca pero veo que un coche blanco –Fiat, para continuar la tradición– me sigue. (…) Regreso a mi casa el día de Nochebuena sobre las once de la noche. Unos segundos después de haber cerrado la puerta a mis espaldas, el ruso del Fiat la aporrea gritando mi nombre. (…) Es muy tarde. Es Nochebuena. Estoy sola. No abro. A la mañana siguiente el ruso con la cazadora tres cuartos de piel negra vuelve a las andadas. Llamo al cónsul. Pienso que, al menos, puedo tener un testigo. Responde a mi llamada y viene pero, para entonces, el ruso se ha ido. No sin antes dejar pegada a mi puerta al nivel de la calle una hoja, el estilo de un «bando». Es una nota de la empresa donde se me comunica, después de una semana de acoso y derribo, ¡mi cese! (pág. 192)

Regreso a Televisión Española. Tras el cese, aguardo el despido, como habían adelantado las orcas por los pasillos. (…) Por el momento me han destinado a Informe Semanal. (…) El número dos de Urdaci, Pedro Roncal, me ha comunicado mi nuevo destino laboral confesando que no ha querido saber ni tomar cartas en aquel asunto tan «desagradable». (…) Al parecer, Urdaci y Roncal no se hablan dsede hace meses. Lo mismo me sugiere Baltasar Magro, el director del programa para el que tanto he trabajado todos estos años. Magro tampoco se fia de Urdaci. (pág. 272).

Febrero comienza con la recta final hacia mi despido. Se me ofrece una salida pactada, si reconozco deudas en mis tres años y medio como corresponsal en Jerusalén por valor de 36.000 euros, menos de la mitad del presupuesto de un mes sin mucha información en la oficina. (pág. 274)

4 de febrero de 2003. En un periódico de derechas se publica que mi empresa me ha despedido. Vuelven a insistir en los gastos de la tarjeta de crédito y me desprestigian desgranando la versión de la empresa, según la cual yo estoy dispuesta a irme, admitiendo implícitamente mi culpa. Llamo a Urdaci. Le pregunto que qué más pretende. Se lava las manos como Pilatos. Como si no fuera con él. Poco después su secretaria me convoca en su despacho para las cinco de la tarde. (…) Se trata de otra encerrona, como la de diciembre. (…) El jefe de administración de corresponsalías, José Miguel González, el antiproductor que siempre dice a todo que no para no dar clavo, actúa como si no tuviera que ver con él. (…) Dos de sus ayudantes asienten. Uno de ellos es una vieja amiga que me sugiere, primero, que si firmo mi propio despido, ponga la hora: las cinco y media; después pregunta si tengo buenos abogados. (…) Me había referido, anteriormente, que Mastuerzo [José Luis Márquez] era el espía de González y Urdaci, a quienes les chivaba todas mis idas y venidas. (…) Al mismo tiempo que recibo, por personas interpuestas, la comunicación de mi despido, supongo que Alfredo Urdaci está siguiendo (…) a José María Aznar hablando ante el Congreso norteamericano. (…) Ver a Aznar dándoselas de gran líder (…) sólo viene a subrayar más si cabe lo abyecto de mi desgracia; su «despreciable vileza», habría dicho Julio [Fuentes]. El día después los periódicos, menos El País que se ha mantenido siempre al margen, recogen la noticia del despido. (págs. 291 y 292).

Urdaci, con un sueldo de muchas decenas de millones de pesetas al año, se había blindado con una cláusula denominada «derecho de imagen», lo mismo que otros de la empresa, para comprender gastos de vestuario. En esos contratos se refleja cómo se adjudican partidas de dinero especiales a todos los que «salen en pantalla». Nunca, en quince años, se me ha ocurrido pedir absolutamente nada. Una estilista reclutada por el mismo jefe distribuye consejos y prendas de firmas de prestigio entre todos ellos. Las chaquetas de Urdaci suelen ser de Armani. (pág. 180)

ÁNGELA RODICIO CONTRA ANTENA 3 TV POR EL CASO RICARDO ORTEGA

A los pocos días de haber llegado [a Nueva York] me había puesto en contacto con un viejo amigo (…), el colega de Antena 3, Ricardo Ortega. (…) Ahora Ricardo padecía los mismos síntomas que yo. Teníamos la misma enfermedad. Nos olíamos que íbamos a ser arrojados al abismo de nuestras respectivas empresas por nuestra independencia, por navegar contra corriente en las mismas aguas del río Orontes. A Ricardo, su jefe Ernesto Sáenz de Buruaga, le llamaba a gritos todas las noches, después de sus crónicas desde la ONU contra la guerra. –Me han vuelto a llamar de La Moncloa y me han freído. ¿Cómo te atreves a decir que Annan se opone a la invasión de Iraq? –le increpaba Buruaga. Ahora no le pedían nada. Sabía que iba a perder su puesto de corresponsal, como sucedió tres meses más tarde. Yo estaba tan convencida de que me hallaba en las mismas que llegamos a hacer una apuesta. El primer destituido ganaba una cena. (pág. 167)

–No me cuentes los detalles. ¿Qué tal estás? –me decía Ricardo Ortega, desde Nueva York–. Ahora me tienes que pagar la cena. He ganado la apuesta. A mí me han echado antes. No montes ningún escándalo. Ya verás, todo se pondrá en su sitio.
–No sabes cómo me gustaría estar en tu lugar. Al menos contigo no han empleado tanto escarnio.
Recuerdo aquella conversación a menudo. Yo quería estar en su lugar. El tampoco había montado ningún escándalo y ahora está muerto. Mi personaje acababa de ser asesinado. (pág. 198)

7 de marzo [de 2003]. Ricardo ha sido asesinado en Haití. (…) Había ido solo, intentando sentar las bases para un futuro regreso a Antena 3, la empresa que le había echado, ahora que se había ido Ernesto Sáenz de Buruaga. Como en el caso de Julio [Fuentes], me asquea que ahora todos, empezando por la propia Antena 3 en su caso, se rasguen las vestiduras. ¿Cómo pueden atreverse a lloarle? (…) Otra vez veo a personajes que Ricardo despreciaba, como antes Julio con los suyos propios, en la primera fila de los que se quieren hacer ver para lavar sus culpas de las que , seguramente, no quieren ser conscientes. (…) No puedo soportarlo más. Hablo con José Manuel [Gómez Benítez], mi abogado, y le digo que las verdaderas armas de destrucción masiva están en La Moncloa, bajo el asiento de Aznar. Que quiero hablar. Me recomienda calma y silencio. (págs. 295 y 296)

ÁNGELA RODICIO CONTRA JIMÉNEZ LOSANTOS

La madre de todas las señales, que no supe leer a tiempo, fue un artículo de Jiménez Losantos en el que me equiparaba, por mis efectos «destructores» de la voluntad aznarista, con Pilar Bardem. Hasta ese momento me había puesto por las nubes. Pero entonces pensó y dijo que las dos habíamos convocado al millón y medio de manifestantes contra la guerra en la Puerta del Sol de Madrid. Me llenó de orgullo la comparación, para qué negarlo, pero apuntaba ya la campaña que se desató la siguiente Navidad y que condujo a mi despido acusada, nada menos, que de robo del erario público. O sexo, o dinero, como en los mejores tiempos del fascismo. En aquel momento, el artículo de Jiménez Losantos, otro ex comunista reciclado, me sirvió para que me riese. (pág. 70) Lo mejor del asunto es que Federico Jiménez Losantos escribía sin recato que yo era pro Sadam. Como en su día Josef Goebbels, ministro de Información de Adolf Hitler, Losantos repetía siempre el elenco del «buen» ciudadano, el «buen» periodista, el «buen» juez, el «buen» empresario… desgranando las cualidades del «ario» puro. ¡Si por ario puro se entendía Adolf Hitler, tan rubio y tan alto; o él mismo, tan apuesto y con sus rasgos tan finos! (pág. 80)

Una destitución [19 diciembre 2003] que ya ha sido anunciada, hace menos de dos semanas, en su columna de El Mundo, por Goebbels Losantos. «Pido al director general de TVE la distitución de Angela Rodicio», había escrito, presumiblemente a instancias de alguien desde Moncloa –¿el secretario de comunicación?– y del mismo Urdaci. Me han llamado para advertirme. Ahora esta columna ha desaparecido de los archivos del diario. (pág. 179). Recuerdo las peticiones de destitución del pequeño Goebbels local en el diario El Mundo, en un artículo publicado pocos días antes del estallido del escándalo en el mismo diario al que luego filtrarían «fuentes solventes» mis supuestos delitos. El artículo de marras ha desaparecido muy curiosamente del archivo de El Mundo. Como tantas otras cosas. (pág. 354)

OTROS ATAQUES DE ÁNGELA RODICIO EN SU LIBRO: EMBAJADA DE ISRAEL.

En enero del 96, tras haber cerrado la delegación de Budapest con un saldo a mi favor de 680 dólares, había abierto la primera oficina de TVE en Oriente Medio con el mismo presupuesto que en la de Centroeuropa. Ocho meses después, había sido expulsada de Jerusalén con una excusa extraoficial del entonces director de informativos, Ernesto Sáez de Buruaga: «Dabas un perfil demasiado de corresponsal de guerra, y querían a alguien más light en Israel». Había vuelto a ser destinada a la sección de Internacional en Madrid. (pág. 41)

Algún colega en Madrid, con el ex empleado del diario EL ALCÁZAR a la cabeza [Fernando Giles], tramaba a mis espaldas para desbancarme. Un periodista que ahora es un alto cargo en TVE con los socialistas, designado entonces por el PP para cubrir Iraq, llamaba a mi contacto Salman [amigo de su traductor iraquí en la guerra de 1991], que habla español, para decirle que a mí no me debían dar visado porque vivía en Israel. Había puesto en peligro mi vida, y la del propio Salman. Algunos de mis propios compañeros parecían no pararse ante nada. (pág. 44)

Supe que, de la embajada de Israel en Madrid, se había enviado un informe a dos ministros del Gobierno Aznar, legionarios no precisamente del estamento militar, según el cual yo… habría estado pasando información de Israel a Sadam Husein. Desde las alturas se fue extendiendo, oportunamente la calumnia de que yo era una «espía». Todo esto lo he sabido mucho más tarde, cuando en La Moncloa ya había habido relevo y a mí se me había expulsado, con el mayor escarnio posible, tras una campaña al más puro estilo nazi, de la empresa. (pág. 45)

Jaled me tiene informada por el móvil israelí pinchado. Las dos orcas asesinas [Inmaculada Pérez Minocci y Dolores de la Morena, enviadas para auditar las cuentas] han aparecido en la oficina con un cerrajero para forzar la entrada en mi despacho. Que, antes de que hubieran hecho acto de presencia, él, Jesica y Tali, la montadora –Mastuerzo [José Luis Márquez], el cámara, se hallaba aquellos días en Madrid, con otra de sus bajas que le tenían alejado del trabajo una media de diez meses al año–, habían acordado desentenderse de todo. (pág. 181)

Se supone que las orcas asesinas están investigando las cuentas. Pero se concentran en cortes de sumnistros y servicios que me sirven para mi trabajo de periodista. Su objetivo es mostrarme que ya nunca más podré volver a mis tareas informativas en este lugar. Me están obligando a irme. Este parece ser el fin primero y último. (pág. 189)

Orca número uno. Es directiva y está casada con un directivo de TVE; lo mismo que la orca número dos. El puro establishment, la nomenclatura del régimen que debe defenderse a sí mismo. (pág. 347)

Las orcas, auténticos holdings de colocación familiar, sirvieron voluntariosas como peones de un diseño al que ellas venían como anillo al dedo. (pág. 352).

27 Mayo 2005

Angela Rodicio

Raúl del Pozo

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Conocí a Angela en El Independiente. Un día, en el bar cercano a Archy, mientras comíamos esas albóndigas que llaman Las Pelotas de Ciriaco, me preguntó, como si yo fuera Kung Fu, qué debía hacer, si seguir en el diario o irse a TVE. «Vete a la tele», le dije, «ponte un chaleco antibalas, retrátate en un tanque y hazte un nombre». Ella tenía lo que hay que tener, pelotas u ovarios y el veneno del periodismo. Me extrañó que le gustara ser corresponsal siendo amiga mía porque yo soy de aquellos a los que despreciaba Marinetti: la inmovilidad pensativa, el éxtasis.No creía que la guerra embelleciera las praderas con las orquídeas de fuego de las ametralladoras. Me narcoticé de todos los mitos, excepto el mito del gallo de la redacción, con empaque de Coronel Tapioca, que cree que un tanque última generación es más bello que La Victoria de Samotracia. Era de las que llegaba tarde al periódico cuando estallaba alguna guerra. Los corresponsales eran los seres legendarios de los alumnos de Periodismo, los sucesores de Hemingway, ese borracho, aventurero, divorciado y romántico que lo primero que mete en la maleta era el traje de baño para arrojarse a la piscina del hotel. En España hay héroes que se han dejado la vida en la guerra: Fuentes, Anguita, Couso, Ortega.

El corresponsal de guerra no es como El Gran Capitán, que cuando el emperador le pedía cuentas de las campañas decía «entre picos, palas y azadones dos mil millones»; cuando vuelven a la redacción, tienen que presentar facturas sin sobornos, traducciones, tragos, mala racha en el casino. Fue 15 años corresponsal de guerra en Bosnia, Irak, Afganistán, Palestina. Si le querías escribir, ya sabías su paradero, en el frente de Sarajevo, primera línea de fuego.

Como a la vieja dama de Dürrenmatt, a ella también le dañaron la vida. Pasó en 24 horas de heroína a leprosa. Volvió al pueblo, encontró a sus compañeros contando sus hazañas y los puso a parir.

Uno de los jefes de TVE le dijo: «No te hemos enviado a Israel porque dabas un perfil demasiado de corresponsal de guerra. Queríamos a alguien más light. Se cuenta en Acabar con el personaje que el embajador de Israel había enviado un informe a dos ministros según el cual Angela había estado pasando informes a Sadam Husein.

Primero la acusaron de puta, después de espía y por último de ladrona. Vino del infierno y le pidieron las facturas. Tal vez ella siguió los malos hábitos de otras delegaciones. La liquidaron.Cuando yo estuve en la campaña de Zapatero, no guardé las facturas y tuve que poner de mi bolsillo 900 euros.

Se lió a tortazos con los héroes, los llamó trepas, vagos, mentirosos, inmorales. Relata su linchamiento sin quitarle siquiera las medallas de guerra. Los jueces la absolvieron. Condenaron a TVE a su readmisión. Adelgazó 12 kilos. Así que yo le dije: «No te suicides ahora, que estás flaca».

24 Mayo 2005

Alfredo Urdaci responde a Rodicio

Alfredo Urdaci

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Vi en su libro que achaca su despido a una conspiración israelí. Eso es un delirio. Ella viene a decir que hubo una reunión en mi despacho con el embajador de Israel en España, en la que se pactó su sustitución. Pero en TVE hay controles de absolutamente todas las personas que entran y salen, y puedo asegurar que jamás ha entrado en mi despacho. Ni siquiera hablé con él por teléfono.

En cuanto a que Márquez estaba allí para vigilarla o espiarla, es un disparate. Para empezar, Márquez estaba en la delegación de TVE en Jerusalén mucho tiempo antes que ella, ya con Daniel Peral, actual jefe de Internacional. Yo no sabía que Ángela y José Luis Márquez tenían malas relaciones hasta que en una visita de ella a Madrid nos pidió que sacáramos a Márquez de allí, a lo que nos negamos, por supuesto.

Al parecer, ellos tenían malas relaciones desde hacía mucho tiempo, creo que desde que coincidieron en Bosnia. Y también se vieron en Budapest, en la época de María Antonia Iglesias, y aquello debió de acabar mal. Sí que se peleaban como niños, a veces él grababa imágenes muy buenas y ella no las utilizaba y tenían peleas constantes en las que yo tenía que poner paz a miles de kilómetros de distancia.

Pero decir que le habíamos pedido que la espiara o vigilara es una locura, un disparate. No había nada que vigilar, porque su vida privada no tenía el menos interés para nosotros, y en cuanto a sus cuentas, era ella quien tenía que dar cuentas, como administradora que era, además de corresponsal, cada mes.

Dice que le pedí a Federico Jiménez Losantos que pidiera su cese en una columna de El Mundo, pero ¿de verdad piensa que Federico puede hacer algo por orden del Gobierno o mía? Él siempre ha disparado contra la televisión pública, y en mí época recuerdo que escribió un artículo titulado “”Las Huríes de TVE”” en el que hablaba algo de Ángela Rodicio y criticaba, sobre todo, a Almudena Ariza por cubrirse con un pañuelo cuando cubría información desde Afganistán.

En cuanto a lo que ella llama “encerronas” en mi despacho, ella fue convocada en mi despacho por un tema económico, por lo que también estaban en esa reunión Milagros Hernández (jefa de Personal) y Manolo Esteve (gerente), que tenían que estar presentes por tratarse de una cuestión económica. Ella, además de corresponsal, era la administradora de las cuentas de TVE allí, por lo que se le pidió que firmara un poder a la abogada del caso para que pudiera acceder a ellas. Ángela Rodicio tenía que autorizar a otra persona.

El documento estaba en inglés porque era necesario para poder presentarlo en Israel. No puede calificarlo como una encerrona, ni dar a entender que como estaba en inglés no sabía lo que firmaba, porque ella sabe mucho más inglés que cualquiera de los que estábamos allí, y la reunión duró tres horas y media, así que tuvo tiempo suficiente para saber lo que firmaba.

La relación que yo tenía con ella era exactamente la misma que podía tener con cualquier otro corresponsal. Nunca podrá decir que se le censuraran sus crónicas o que se dejara de emitir alguna de ellas. De hecho trabajaba con total libertad e independencia y profesionalmente nunca se ha alegado nada contra ella. Lo que ha pasado ha sido exclusivamente por una cuestión económica. Los gastos de TVE en Israel se dispararon por tres o por cuatro veces cada mes.

En cuanto a la cuestión laboral, el juez le dio la razón calificando su despido como improcedente, pero su gestión de las cuentas sigue en manos del Tribunal de Cuentas.

Yo hice lo que tenía que hacer, que era cesarla como corresponsal. Le dije que dejaba de ser corresponsal pero que podía seguir en Madrid como redactora, siempre que devolviera todo el dinero que había cogido. Pero ella se negó, por lo que se le abrió un expediente que acabó en despido.

Durante esos años recibí muchas referencias de ella, de gente que había coincidido con ella en los lugares desde los que trabajaba, pero lo que me dijeron es información privada que no voy a desvelar. De todas formas, lo que pudieran haberme contado de ella nunca influyó a la hora de considerarla como una profesional, ni cuando decidí cesarla por este tema económico.

Nadie de la dirección filtró la información de su despido ni las causas a la prensa. Yo no tenía ningún interés en que saliera a la opinión pública. Es verdad que se podía haber llevado de forma más discreta, pero aún así, lo que se dijo fue lo que sucedió.

24 Mayo 2005

Miguel González (El País) puntualiza las palabras que Rodicio pone en su boca contra Pérez Reverte

Miguel González

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Si la memoria no me traiciona, en una cena en Split (Croacia), en el otoño de 1992, empezó a hablarse sobre distintas maneras de informar sobre la guerra.

Yo dije que me gustaba más el estilo de Ángela Rodicio, que prestaba atención a la vida cotidiana de la gente, que el de Pérez Reverte, que siempre aparecía en medio de una batalla. Añadí que el verdadero drama de aquella guerra (Yugoslavia) no estaba en las escaramuzas armadas, sino en la retaguardia; y que si uno quería grabar disparos bastaba con pagarle unos pocos dólares a cualquiera que tuviese un Kalashnikov.

Y había muchos candidatos. No dije que Pérez-Reverte pagase por ello, porque no tenía pruebas, pero Márquez así lo entendió y lo fue contando.

Han pasado los años y, aunque ya no me gustan ni Reverte ni Rodicio, sigo pensando, como entonces, que determinado periodismo de hazañas bélicas, nos lleva o al riesgo innecesario (y el periodismo español ha pagado ya un precio demasiado alto) o al mercadeo. Por lo demás, no recuerdo la conversación que ella narra, pero desde luego no pude utilizar esos apodos al referirme a Pérez Reverte y Márquez, porque los desconocía hasta hoy mismo..

15 Junio 2005

La Niña Rodicio

Arturo Pérez Reverte

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La Niña Rodicio, que anda en líos laborales desde que TVE la quiso echar a la calle meter presuntamente mano a la caja –allí aseguran que se gastaba el dinero de la corresponsalía de Tel Aviv en ropa cara y artículos de lujo–, ha publicado un libro autojustificativo en el que, creyendo que la mejor defensa es el ataque, describe el mundo de los reteros de guerra como un cuento de hadas donde ella, valerosa e incomprendida Cenicienta, se enfrentaba con mucho coraje e independencia ideológica a una chusma de colegas españoles mercenarios, machistas, cobardes, embusteros, fantasmas y sin escrúpulos, que no la sotaban lo guapa y lo inteligente y lo buena periodista que era y sigue siendo. Casualmente, los únicos de quienes habla bien y dice que la apreciaban, Julio Fuentes y Ricardo Ortega, están muertos. Que ya es mala suerte. En cuanto al resto, la Niña desvela lo malos periodistas, lo vagos, lo mentirosos y lo perros que son todos; ejemplo, tipos tan sospechosos de toda la vida como los veteranos Alfonso Rojo, Márquez y Fran Sevilla. A mí también me incluye en la relación aunque me jubilé hace once años, supongo que para agradecerme haberla citado con poco afecto en Territorio Comanche. Contando lo que dice que otros le han contado que les contaron, afirma que pasé veinte años pagando a soldados para que disparasen y presumir de tiros, y que en mis tiempos mozos fui, sultáneamente, agente de la CIA y del KGB.

La verdad es que no pensaba ocuparme del asunto. No cazo ratoncitos a estas alturas, y bastante tiene ya la Niña enca. Pero el otro día abrí El Semanal y encontré cinco páginas con entrevista dedicadas a promocionar el libro de la honrada tragafuegos, con una foto «en su minúsculo y dos veces hipotecado apartamento de Madrid». Y lo del minúsculo y dos veces hipotecado apartamento me conmovió tanto que leí la entrevista entera mientras movía la cabeza y pensaba: pobre chica. La acusan injustamente de robar una pasta gansa, y ya ves. Vive en la miseria. Sedotta, calumniatta y abandonatta, la pobre, razones políticas, supuesto, después de lo difícil que es salir en la tele compitiendo en plena guerra con hombres sudorosos y machistas, mientras una va bien maquillada, con pashmina de seda, ropa superfashion y tacones, pagando todo eso del exiguo sueldo de la tele, sin plus de peligrosidad que, a diferencia de los otros ávidos Rambos, ella asegura nunca quiso cobrar. Cómo se han cebado con su acrisolada honradez, en vez de atacar a otros reteros ladrones como los que saquearon los museos de Bagdad, de donde ella admite haberse llevado sólo pequeños recuerdos: «Un par de fotos del museo de Sadam y un pedazo de cuerno de marfil y creo que fui la que menos se llevó. Mucha gente cayó en la tentación, me consta que hay colegas que lo hicieron. A mí jamás se me hubiera ocurrido».

Como dice la sabiduría popular, a la pájara se la conoce la cagada. Eso mismo es lo que le dije a Márquez cuando telefoneó desde Israel para decirme alucino, colega, esa tía cuenta que la echaron independiente y objetiva, cuando aquí los palestinos no la podían ni ver que pasaba de ellos, y no iba a un campo de refugiados ni a una intifada aunque se lo pidieran de rodillas. Ni trabajaba ni dejaba trabajar. Tiene huevos que precisamente ella acuse a la gente de trabajar desde los hoteles. Así que, oye, no sé qué harán Alfonso, Fran y los otros, pero yo le voy a meter una demanda judicial que va a escupir las muelas. Eso dijo Márquez; pero mi respuesta fue déjala estar, hombre. No merece la pena. La Niña Rodicio es una desventurada que se vio metida, jovencita y demasiado verde, en un mundo muy duro que le venía grande. El día que su directora de Informativos la mandó al extranjero, la hizo polvo. La megalomanía se le disparó con los viajes, los hoteles caros, el dinero, el presunto glamour del retaje de guerra, la gente diciéndole: huy, hija, qué hace una chica con esa voz de pito en sitios como éste. Todo eso hizo que al final se le exaltara la olla. Enca, la Tribu nunca la tomó en serio: recuerda sus histerias de diva ultrajada y sus aviones B52 bombardeando en picado. Así que dejadla tranquila, que va apañada. Teclear un libro paranoico se le antojó mejor terapia que un psiquiatra. En realidad deberían olvidarse del dinero, readmitirla en TVE y devolverla a una mesa de redacción o a un despacho, de donde esa pobre infeliz nunca debió haber salido.