23 octubre 2001

Ántrax: Una nueva forma de ataque contra Estados Unidos

Hechos

El 22 de octubre de 2001  se acreditó que dos carteros de los Estados Unidos de América habían muerto por ántrax.

23 Octubre 2003

Goteo de ántrax

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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La muerte de dos empleados de una oficina postal de Washington con síntomas similares a los que provoca el ántrax pulmonar (carbunco) ha elevado al máximo la alerta de las autoridades norteamericanas, a la espera de que se obtengan los resultados definitivos de las pruebas médicas. Todos los empleados de la oficina que despacha el correo del Capitolio, por donde pasó la carta remitida al líder demócrata del Senado, están siendo sometidos a análisis, que ya han dado positivo al menos en cuatro casos. Sin embargo, uno de los dos fallecidos trabaja en otras dependencias, lo que hace temer que pueda existir alguna carta contaminada que no se ha detectado. Todo ello apunta en la dirección ya anticipada de que puede tratarse de una respuesta bioterrorista a la campaña militar lanzada contra el régimen talibán y su protegido, Osama Bin Laden.

Hasta el pasado 11 de septiembre, Estados Unidos no había registrado prácticamente ningún caso de esta enfermedad, de difícil contagio y cuya transmisión solía estar limitada a personas que trabajan en estrecho contacto con animales. Si se confirma que el carbunco está siendo diseminado con fines criminales, los terroristas habrán conseguido su primer objetivo de ampliar el círculo del miedo a toda una sociedad que desde el 11 de septiembre está hipersensibilizada ante la amenaza terrorista.

Esa psicosis se ha extendido en las últimas fechas dentro y fuera de EE UU, por lo que ya no basta con las explicaciones genéricas sobre el asunto. También en España se han registrado sobres postales de carácter sospechoso que afortunadamente han resultado ser falsos. Pero la existencia de casos confirmados en Estados Unidos da credibilidad a los desaprensivos que practican este terrorismo postal. Es necesario trabajar en la localización y en la detención de los autores de estas bromas macabras que con harina o almidón extienden el radio del miedo.

La Organización Mundial de la Salud ha dado la señal de alarma a los Gobiernos de todo el mundo para que extremen las medidas precautorias. Es hora de que se multipliquen las explicaciones para que ese miedo no anide sobre todo en la ignorancia e impida la normalidad. Los países desarrollados de Occidente, blanco probable de estas acciones enloquecidas, tienen medios para combatir la amenaza bioterrorista. No era precisa esta demostración para conocer el peligro potencial que entraña el terrorismo, pero los casos ya detectados en Estados Unidos demuestran que es urgente reforzar los mecanismos de protección y de lucha contra un enemigo potencial dispuesto a emplear todas las fisuras de las sociedades libres.

13 Octubre 2001

El ántrax

Francisco Umbral

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Yo tenía un vecino, cuando entonces, que era joven como yo, pero con algunos años más. Ya se sabe que la adolescencia y la juventud son granujientas, pero es que mi vecino, moreno él, tenía un ántrax. Yo le espiaba por las galerías de los patios interiores sólo por eso, porque era mayor, y por lo del ántrax. Se lo trataba especialmente los domingos por la mañana, al sol de la galería. Apretaba, punzaba, sangraba, limpiaba, sufría, gozaba y se miraba aquel pedazo de grano mediante un juego de espejos en el que entraban su espejo de cartera y la polvera de su madre. Pero no se murió porque la gente, los que habíamos pasado una guerra, no nos moríamos de ántrax.

Ahora el ántrax es un arma secreta, un secreto de guerra, un bicho poderoso que van a enfrentar a las bombas en racimo y a los aviones murciélago. Si seguimos retrocediendo en el arte de la guerra llegaremos a la honda de David y la quijada de Caín. Cuando entonces, como digo, había mucha gente con ántrax, y yo envidiaba a los chicos que lucían esa condecoración pútrida, esa medalla de pus en el cuello, porque aquello era signo de virilidad y de mayoría de edad. Para los pobres, además, resultaba una manera barata y amena de pasar el domingo, una coartada ante mamá para no ir a misa y un desfogue del natural masoquismo de los españoles en todos los tiempos, masoquismo que nos lleva a montar bonitas guerras civiles con hermosos funerales.

El ántrax era, ya digo, enfermedad juvenil, y ahora a la joven América le ha salido un ántrax en el esbelto cuello de las Torres Gemelas. El Tercer Mundo ha descubierto genialmente que su mejor arma es su miseria, que sus mejores escuadrones son sus bacilos. La guerra bacteriológica se la planteaba el otro día Carlos Dávila, en una conversación, a un almirante de la Armada: «En Barcelona se han agotado las caretas antigás». «Habría pocas», dijo el almirante. Para que luego digan que el Ejército, ese coloso triste, no tiene sentido del humor.

En esto del ántrax se evidencia que no estamos viviendo una guerra entre potencias, entre ideologías, entre armamentos, sino una guerra entre siglos. El siglo XIII se ha levantado con sus palos y piedras, con sus odios y dioses, contra el siglo XXI, que lucha por la democratización del bienestar o por el bienestar de la democratización. Es una guerra incoherente porque siete u ocho siglos separan a los contendientes y esto sólo lo entendería mi vecino el del ántrax, que vivió toda la adolescencia sin recurrir a un médico, ni a un mal veterinario, sino curándose por sí mismo, dominicalmente, cuando no tenía que ir a clase, aquel grano volcánico. Pero entonces casi nadie se moría de ántrax. La guerra había hecho duros a los españoles. Hoy la gente se muere de cualquier cosa, o se mata o contrae matrimonio de hecho. Si los talibanes triunfan con su arma/ántrax será porque los occidentales estamos muy reblandecidos por el confort, el lujo, la ludopatía y la democracia, que nunca viene sola ni trae nada bueno. Lo cual que mi vecino el del ántrax no se murió nunca, que yo sepa, y mientras se curaba aquel granazo, los domingos, silbaba «Ay Jalisco no te rajes» con muy buen oído.