11 febrero 2002

Más de 13 millones de telespectadores

Arrasa en TVE el concurso ‘Operación Triunfo 2001’ producido por Gestmusic con picos de un 40% de audiencia para la televisión pública

Hechos

La primera temporada de ‘Operación Triunfo’ se emitió entre el 22 de octubre de 2001 y el 11 de febrero de 2002.

Lecturas

Todos los programas de información de la propia TVE dieron cancha a su concurso estrella empezando por el programa ‘Gente’ que conduce Dña. María José Bueno Márquez ‘Pepa Bueno’.

LOS ARTÍFICES DEL PROGRAMA

D. Álvaro de la Riva Reina fue como Director de TVE quien apostó por encargar a Gestmusic el formato ‘Operación Triunfo’.

D. Antonio Cruz Llauna («Toni Cruz») y D. Josep María Mainat Castells, los propietarios de la productora Gestmusic, fueron quienes diseñaron el programa y dirigieron personalmente toda la grabación, montaje y edición del espacio.

Por primera vez las galas de un concurso de música de televisión eran objeto de portadas o editoriales en periódicos generalistas.

Los concursantes de la primera gala 2001-2002 fueron Dña. Rosa López, D. David Bisbal, D. David Bustamante, la Sra. Chenoa (Dña. María Laura Corradini Falomir), D. Manu Tenorio, Dña. Verónica ROmero, Dña. Nuria Fergó y Dña. Gisela Lladó Cánovas.

13 Febrero 2002

'Operación Triunfo'

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Por primera vez un programa concurso era objeto de un editorial de EL PAÍS

El lunes, en su minuto de oro, más de 15 millones de personas estuvieron pendientes de Operación Triunfo. El programa de TVE se ha convertido en el espacio no deportivo más visto de la televisión en España desde la llegada de las privadas. Su éxito ha planchado tanto a la competencia, que algún programa vecino no tuvo más remedio que convertirlo en su asunto principal, en un doloroso ejercicio de pleitesía. Pero la singularidad de su éxito no está sólo en las abrumadoras mediciones del audímetro, sino en el hecho de que lo consigue sin encerrar a unos concursantes cobayas a la espera de poder robarles una dosis de sexo ni organizar una gala casposa con estrellas del pleistoceno que, con todo, siguen siendo un dañino ejemplo para algunos jóvenes de la Academia de Operación Triunfo.

El programa desmiente que una televisión popular tenga que ser forzosamente contaminante. Millones de españoles se han congregado ante el televisor para contemplar el duro trabajo de un grupo de chicos y chicas que soñaban con ser cantantes. Indudablemente, el concurso ha insistido más en el esfuerzo que en la legítima ambición de dinero; más en que es posible ganar que en el precio de la derrota. Es cierto que hay algo de ficción en todo ello. El esfuerzo, por sí solo, no tiene garantizada la recompensa en nuestra sociedad. Pero resulta mucho más gratificante contemplar a un concursante afanándose en aprender danza o inglés que intentando levantar unas docenas de kilos con la oreja.

Ahora llega una segunda parte mucho más difícil para los concursantes, y para la propia televisión pública. Operación Triunfo ha enseñado que el televidente también puede engancharse a un entretenimiento digno y el colchón que este éxito le da a TVE ha de comprometerle a desarrollar programas en los que la búsqueda de audiencia no esté necesariamente peleada con la inteligencia. Si los hay, con cuentagotas, en alguna otra televisión, ¿por qué no en la que dispone de más medios? Los concursantes, una vez fuera del invernadero y sin sus amables pigmaliones, tendrán que confirmar ahora en condiciones más adversas una gloria que, en televisión, se ha demostrado muy marchitable.

14 Febrero 2002

«Operación Bustamante»

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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Por primera vez un programa concurso era objeto de un editorial de EL MUNDO

Mientras los ganadores de Operación Triunfo y sus familias siguen disfrutando de las mieles de un éxito tan espectacular que aún no lo han podido asimilar, colea la polémica sobre la presencia del popular David Bustamante, el joven de San Vicente de la Barquera que, contra todo pronóstico, se hizo con uno de los tres puestos ganadores en la votación final.

Todas las encuestas que se han hecho en la Red después del programa han coincidido en señalar que el resultado fue injusto porque tanto la mallorquina Chenoa como el sevillano Manu Tenorio cantan mejor que Bustamante. La información que hoy publica este periódico puede ayudar a comprender por qué se impuso el dicharachero cántabro.El mecanismo ideado por la plataforma de apoyo a Bustamante creada en su pueblo fue sencillo, pero eficaz. Consistió en poner en funcionamiento 24 teléfonos móviles con tarjetas desde los que se realizaron 7.000 llamadas a la hora, a razón de unos 292 votos por cada móvil. Ello significa que en tres horas, los fans de Bustamante llegaron a emitir los 21.000 votos de diferencia que obtuvo frente a la cuarta clasificada. El presupuesto de esta paralela operación triunfo del concursante fue aportado por donaciones privadas de San Vicente de la Barquera, un pueblo que ya ha recuperado con creces vía turismo y merchandising el dinero invertido.

Evidentemente, no cabe culpar a los responsables del programa de una picaresca maniobra que, además, no tenían posibilidades de evitar. Ni tampoco se ha podido demostrar que haya habido fraude. Pero el hecho es que se ha producido una alteración de la voluntad popular, que era la esencia del exitoso concurso.Por ello, ante las proporciones que ha alcanzado el fenómeno de Operación Triunfo, TVE haría bien en extremar los controles en próximas ediciones para que no vuelva a suceder algo parecido.

15 Febrero 2002

Lo que es el triunfo

Cristina Fallarás

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La señora, o señorita, que me recibe en la puerta me espeta que en esta ceremonia primero habla «lo que es» el presidente de la Aedem (Asociación Española de Editores de Música), y luego «lo que es» (y a partir de este momento prescindo de las comillas) el vicepresidente. Es lo que tiene el asunto de Operación Triunfo, que primero hablan lo que es los principales, y luego lo que es los demás.

(De paso: de lo que es Operación Triunfo, una servidora no tenía ni idea hasta que la realidad la ha arrinconado, dejado de lado, avergonzado tras el referéndum con mayor «seguimiento» popular de su vida. Esta y no otra es la razón por la que me presento el miércoles en un salón recoleto y sigiloso del Gallery Hotel de Barcelona. Quiero conocer a los protagonistas).

13:50. Aparece el protagonista número 1… Tachaaaan. El gran Josep Maria Mainat lleva chupa de cuero y sonríe con una boca que no se sabe si es un gesto o un calambre.

13:52. Aparece el protagonista número 2… Tachaaaan. El gran Toni Cruz viste un traje gris que brilla como si fuera de mercurio sobre una camisa negra desabotonada y se peina el flequillo hacia adelante al estilo Marco Antonio.

Los pitufos que salían en los periódicos, la verdad, no me decían nada. Por eso el arrinconamiento y ese esnobismo que no era esnobismo sino falta de interés. Pero hete aquí que al fin comparecen lo que es los protas de la peli en Barcelona y los recibimos cuatro: en el Gallery Hotel no llegamos a la cuarentena de personas, camareros incluidos. Y, sin embargo, está claro que ellos son diferentes. ¿En qué? Pues para empezar en que no prestan la menor atención ni a lo que es canapé testimonial ni a lo que es la minibarra libre. Se nota que van servidos. Mainat y Cruz son un cruce entre el Señor de los anillos y Harry Potter escuchando a los miembros de la Aedem «mi nombre es Antonio Pérez Solís», tiene que aclarar el presidente , que se presentan como la presencia «con más solera en el sector musical» ante la mueca de Mainat.

Los de la Aedem invitan a comer a Gestmusic (Mainat/Cruz), TVE (Pilar Tabares) y Vale Music (Ricard Campoy/Narcís Rebollo) en homenaje a lo que es su Operación Triunfo y cuatro o cinco de la prensa comparecemos para dar fe de ello. «Gestmusic ha demostrado ser la viagra de Televisión Española», afirma Pérez Solís. Como buenos padrinos de ceremonia, los demás reímos. Con cariño, además, porque este presidente es aficionado a frases ingeniosas, del tipo «quiero tan sólo dejar aquí constancia». Y de otras que traen más cola: «Yo demandaría en la próxima entrega un poco más de repertorio vernáculo, así no se equivocaría tanto Rosa».

Ahí parece, por el gesto de Cruz, que pone el dedo en lo que es la llaga. Y es entonces, en un pequeño aparte susurrado entre Mainat y Cruz, situados en el centro del homenaje, cuando me vuelvo a dar cuenta de que, canapé aparte, no son normales. De repente han dado un poco de miedo. Lo que es un miedo, claro, subjetivo, cómo va a ser. Un miedo que viene del convencimiento de que se mueven en otros ámbitos, otras voces. Ellos son los convocantes del referéndum, los poderes fácticos actuales, y han intercambiado un gesto. ¡Un gesto!

«¿Más música española?», pregunta Cruz, traje cruzado abierto, al discreto presidente. «Yo te diría música buena, porque la música en televisión aburriría si sólo es española. Tiene que ser buena», le responde. Y le aclara que la tal Rosa se ha equivocado tanto sobre todo en las canciones españolas: «En las inglesas nadie lo ha notado», puntualiza Mainat.

Ha empezado el partido de dobles:

Cruz: Ya tenemos problemas en la próxima edición de Operación Triunfo. (Entra lo que es un ohhh general).

Mainat: Hay que dedicarle al menos un minuto a cada aspirante, y eso significan 150.000 minutos. (Lo que es otro ohhhh general).

Cruz: Y corriendo que te cagas.

(Piden entonces un apoyo mayor de las instituciones para la música española).

Cruz (mirando al presidente): «Y esta es una capa que os cedo…estoooo…. os lanzo a vosotros para que tengamos buenos estudios al ab, ab, abasto…».

Mainat (corrigiendo): Al alcance.

Y saluda levantando lo que es la mano por encima de la cabeza, como los protagonistas, como el protagonista que es aunque este petit comité no se tire de los pelos.

Por fin, posan todos juntos para la «foto de familia». Sobresale que muy mucho una cabeza, la de Cruz. «Venga, que ya no aguanto más de puntillas», suelta para disimular. Y todos ríen.

01 Marzo 2002

Náusea ante el triunfo

Carlos Boyero

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No me gusta sentirme como una isla. Tampoco atormentarme con mi anormalidad. Y aunque resulte muy elegante y cool, no estoy dotado intelectualmente para ser un snob. Sufro por mi involuntaria aunque inevitable marginación. ¿Adivinan la causa? Se llama Operación triunfo. Admito que sin una creencia, sin una pasión, sin un amor, sin un refugio, el ser humano no es nada, está condenado a vegetar o al derrumbe. Pero no puedo entender la adicción colectiva, el delirio, el amor incondicional hacia ese circo manipulador, sensiblero, aburrido.

No tengo nada contra las tres criaturas bendecidas por los dioses, por el márketing, por la fenicia imaginación de aquellos señores tan iconoclastas de La Trinca que han sabido explotar el auténtico significado del castizo verbo trincar, por el torrencial entusiasmo de esos infinitos admiradores que decidirán democráticamente quién representará a España en la memez tan arcaica y sonrojantemente kistch de Eurovisión, pero noto la cercanía del sarpullido cada vez que escucho los ya legendarios nombres de Rosa, David Bisbal y Bustamante, sus progresos artísticos, sus opiáceas vivencias en la nube que soñaron, su honorable rivalidad, su legítima sed de ese concepto tan pragmático del triunfo. Ignoro si esa chica es la heredera de Billie Holliday, Janis Joplin y Edith Piaf o si sus colegas representan al Sinatra del siglo XXI, pero encuentro vomitiva la maquinaria publicitaria que les ha engendrado. Que alguien me explique la capacidad de enganche de droga tan poderosa. Yo también anhelo colocarme, encontrar la toxicomanía definitiva, agarrarme a una tabla de náufrago con la espúrea Operacion triunfo, pero no lo consigo. Y no me justifico con la despreciativa y arrogante certidumbre de que un millón de moscas no pueden equivocarse en sus apetencias. Sólo deseo que me regalen la fórmula para convertirse en una mosca, no cojonera, sino entusiasmada y feliz.

El indeseado reencuentro con la televisión española me depara otros sustos surrealistas. Veo un spot con la apariencia de un porno sádico destinado a los psicópatas. Un señor con expresión retorcida observa enfermizamente a un bebé recién nacido. A continuación saca una lengua monstruosa y la acerca en plan lascivo a la jeta de la indefensa criatura. Esta abre su nada agraciada boquita y despliega su lengua hacia el voyeur. Sale un rótulo conceptual en el que leo: «La comunicación y tú». La responsable de esa entrañable comunicación entre padre e hijo es la humanista Telefónica. Qué pesadilla, si mi difunto padre me hubiera dado la bienvenida al mundo con ese gesto repulsivo.

Observo adelantadamente, con nostalgia prematura, con tristeza, con infinito agradecimiento, la última tira que aparecerá con la admirable y amada firma de Ricardo y Nacho. Doce años regalándome algo tan impagable como la bendita sonrisa y la terapeútica carcajada. A partir de mañana, mi amigo Nacho Moreno ya no volcará su agilidad mental, su afilada inteligencia, su insólita observación de esa cosa tan rara llamada vida, su demoledora gracia, su prodigioso sentido del humor, en esa admirable viñeta que aparece en la tercera página de EL MUNDO. Gracias por todo, Nacho.

15 Febrero 2002

'Sociedad Triunfo'

Vicente Verdú

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Operación Triunfo ha ganado a la audiencia más amplia de la historia pero ha significado también una ganancia social. Lo uno potencia a lo otro. Concluido el programa, espectadores y participantes han visto crecido su valor. No ya como sujetos de la tele sino como sujetos a secas. El éxito del programa es el de una complicidad entre uno y otro lado de la pantalla que aumenta las plusvalías del amor por el otro, el amor por sí mismo, y no se sabe cuántas bondades más.

A diferencia de Gran Hermano los huéspedes de la Academia no han encarnado a jóvenes improductivos, entregados al torcido escrutinio del espectador. Los jóvenes de la Academia eran todo menos material pornográfico, no importa si se traslucían detalles de su intimidad. Aparecían precisamente por eso (por sus llantos, sus fallos, sus posturas de barrio) como seres puros. La consecuencia ha sido que si en la casa de los primeros se olfateaba la prostitución, en la Academia todo resultó angélico. A los sujetos de Gran Hermano, convertidos en famosos, se les trata en Crónicas Marcianas como artículos promiscuos mientras los de Operación Triunfo son material virgen. Los primeros se ensuciaban con su ociosidad, se deterioraban con sus trifulcas, se deslustraban con sus repantigamientos. Pero los de la Academia, una especie de encristalamiento moral, son un modelo de laboriosidad y disciplina. Los unos, en fin, gastan el tiempo en nada, mientras los otros se afanan y, además, cantando. Los de Gran Hermano eran sexo, genitalidad, mientras estos son voz, sueño romántico. ¿Cómo no amarlos como amigos, novios, paisanos, sobrinos, hijos?

Los participantes de Gran Hermano, Loft Story y programas así ponen sus personalidades al peso para el consumo grosero y sin propósito de nada superiorExplotan su exhibicionismo a la vez que la morbosidad. La ideología de Operación Triunfo es, sin embargo, bien distinta. El espectador coopera en abrir un porvenir a unos jóvenes ilusionados que se revelan poco a poco como artistas, aún pobres y en remedo de esos cantantes espiritualizados de los pasillos del metro que piden sin abrumar ofreciendo lo mejor que llevan dentro. Los de Gran Hermano evocan la parte oscura del deseo mientras éstos son el bien moral donde podrá dignificarse el televidente. Gracias a esa naturaleza, el voto telefónico ha constituido uno de los actos democráticos de mayor fervor colectivo desde la transición. La participación que más ha interesado a miles de ciudadanos que hicieron estallar la concurrencia mediante el efecto del tipping point, el punto crítico analizado por Malcom Gladwell, mediante el cual la moda del patinete, por ejemplo, llegó a ser omnímoda.

Con todo, ni los aspirantes a escritores o incluso deportistas en ciernes, habrían despertado el mismo interés que los candidatos a figuras de la música. Puede que la generación actual ignore la ortografía pero en discografía son doctores. Un joven actual no será el portador de una ideología concreta pero tiene claro que no se puede vivir sin la música. A la persecución de sentido ha seguido la búsqueda de un estilo que se forma, en buena parte, mediante el vestido y la música.

Elegir en Operación Triunfo ha sido una fuerte manera de identificarse, una experiencia de afirmación individual y de participación colectiva dentro del romanticismo del cante. Gracias a las votaciones, que continuarán, cualquiera puede producir un ídolo como nunca antes le había permitido el marketing. Todos pues, a través de Rosa, de David Bisbal, de David Bustamante y demás concursantes, han ganado en valor. Han ganado los participantes que en cualquier proporción adquirieron un importante plus para su carrera. Han ganado los realizadores, RTVE, los productores, profesores, electricistas y agencias de publicidad. Han ganado, y de ahí la formidable audiencia, los espectadores de toda condición, bañados por la emoción de los concursantes, bendecidos por su contribución al bien, prestigiados por la privilegiada ocasión de gozar unitariamente el amor, la melodía y el gusto.