20 agosto 1936

El periódico ABC de Madrid ha quedado controlado por milicianos encabezados por Augusto Vivero

Asesinado Alfonso Rodríguez Santamaría, subdirector de ABC y presidente de la Asociación de la Prensa, por milicianos del Frente Popular

Hechos

El 20 de agosto de 1936 muere asesinado D. Alfonso Rodríguez Santamaría.

Lecturas

Al estallar la Guerra Civil Española, el periódico ABC quedó partido en dos. En Sevilla, el ABC saca una edición adicta a la causa de los nacionales controlada por D. Luis Martínez de Galinsoga y D. Juan Ignacio Luca de Tena. En Madrid, el ABC es tomado por las milicias del Frente Popular encabezadas por D. Augusto Vivero.

El que fuera subdirector de ABC D. Alfonso Rodríguez Santamaría con los Sres. Galinsoga y Luca de Tena, permaneció en Madrid, motivo por lo cuál en agosto, fue detenido y asesinado por milicianos al servicio del Frente Popular.

Desde el ABC de Sevilla se publica el 20 de agosto de 1938 una nota detallando cual era la situación periodística en la Asociación de la Prensa de Madrid y señalando como representantes del sector de periodistas afines al Frente Popular a los Sres. D. Javier Bueno, D. Augusto Vivero, D. Manuel Chaves Nogales, D. Luis de Sirval, D. Julián Zugazagoitia, Sr. Martínez Sol, D. Carlos Esplá y D. Virgilio de la Pascua.

20 Agosto 1938

Los periodistas que murieron en defensa de los eternos ideales de España

Juan de Córdoba

ABC DE SEVILLA

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Cuando Alfonso R. Santamaria fue elegido presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid ya estaba dividido el viejo organismo social en dos bandos irreconciliables. El espíritu del primer bienio de la República, resentido y cruel como el espíritu de Azaña, se había infiltrado en la casa pairal que resuma odio.

A los que convivíamos con Santamaría en una labor profesional o permanente y lo conocíamos a fondo nos dio pesadumbre la elección. Sabíamos que las fuerzas del mal andaban desatadas y que la hez del periodismo madrileño, alentada desde el Gobierno, se organizaba en las sombras para caer sobre la Asociación y apoderarse de su prestigio, que era inmenso, y de sus fondos, que eran muy cuantiosos.

¡Yo deseo la conciliación! – exclamaba Santamaría – Quiero devolverle a la Asociación su vida patriarcal y su independencia política. Quiero que aquí dentro no se hable jamás de las cosas que nos unen. Sólo tengo un programa: que el periodista se sienta aliviado en su necesidad y su humildad por esta casa, que es de todos.

Alfonso Santamaría tenía un alma de hidalgo español. Era leal, caballeroso y valiente. Incorporado a las tareas de ABC desde que este se fundó intervino en las bravas campañas por la Patria y el Ejército que este periódico mantuvo contra los masones de Ferrer y contra los que pedían el abandono de Maruecos. De una gran familia de diplomáticos y militares rebrillaban en él las viejas virtudes de la raza española. Su gran error fue el de creer que su conducta nobilísima podía tener un eco, aunque fuese mínimo, en aquellos hampones viciosos y crueles que capitaneaba Javier Bueno y Carlos Esplá, este último solapadamente y como instrumento de Azaña y Casares Quiroga; en aquellos hampones que solicitaban un socorro y el mismo día se concertaban contra la Junta Directiva que acababa de concedérselo.

Los periodistas humildes jamás habían disfrutado de una ayuda tan constante y desmesurada. Santamaría sostenía tremendas luchas para acceder a sus peticiones y acudir a sus necesidades, en aras de la conciliación. No sabía que estaba entablada ya una lucha a muerte y que transigir era tanto como perecer.

Las elecciones del 16 de febrero abrieron la esclusa; en la Asociación predominaban los hombres de derechas curtidos en todas las adversidades y bien adiestrados en su larga lucha contra el ‘bienio negro’, pero sabían que el ataque brutal del Poder público, en vil alianza con los truchimanes de la Prensa de izquierda, no se haría esperar mucho tiempo. Y así fue. La petición del ingreso de todos los asociados en la Casa del Pueblo – ¡qué repugnante campaña la de Zugazagoitia y la de su Crispín Martínez Sol! – y la exigencia de que fuese glorificado Luis de Sirval, polarizaron la acometida.

Santamaría resistió con denuedo. La dignidad de la profesión no consentía ni una cosa ni la otra. Resistió briosamente, sabiéndose espiado por aquel Gobierno de criminales que capitaneaba Chaves Nogales y la convicción de que Casares Quiroga y Carlos Esplá eran los autores de las consignas que se desarrollaban luego en las angustiosas Juntas generales que él presidía en cumplimiento de su deber.

Fueron vencidos en todas las votaciones. Una noche – la decisiva – izquierdistas y derechas llegaron a las manos. Las izquierdas acababan de sufrir una derrota aplastante, y Lázaro, el amarillento poeta, lanzó una blasfemia. Rápido Asenjo, el comandante de Infantería y ágil cronista militar de ABC, que estaba a su lado, le cruzó el rostro de una bofetada… En aquel momento debió incubarse el crimen en la conciencia pervertida de aquellos hombres esclavizados por el marxismo. Huyendo gritando: “¡Ya caeréis!” “¡Ya caeréis!”. Esa misma noche incorregible en su optimismo, llegaba Santamaría a la Redacción de ABC y nos decía: “Pues, a pesar de todo, yo no pierdo la esperanza. Si logramos apartar los revoltosos, la Asociación volverá a ser lo que fue siempre: el hogar de los periodistas”.

Y como nosotros conocíamos la gravedad del mal y sabíamos la intensidad del veneno, optábamos por callar, inclinándonos sobre las cuartillas, porque no queríamos arrebatar a aquel espíritu generoso su suprema ilusión.

Lo primero que hicieron al estallar el glorioso Alzamiento fue apoderarse de la Asociación y sus fondos y crear una milicia de Prensa – en la que figuraba lo más abyecto y podrido de los talleres gráficos – que acompañase a los dirigentes en la noble tarea de asaltar las Redacciones de los periódicos de derechas. Con esa tropa llegaron a la de ABC Augusto Vivero, vividor de las barbas bíblicas, y Virgilio de la Pascua, el tomador de calderilla a cuenta de elogios en LA VOZ. Con los elementos directivos del periódico los recibió Santamaría, todos dueños de sí, dignos y serenos en aquellas circunstancias terribles, cuando la muerte nos rodeaba a todos y era Madrid un hervidero de malas pasiones.

Esa actitud serena, ya no le abandonó hasta la muerte. El 13 de agosto un redactor del periódico lo vio en la calle de Velázquez. Lo vio avanzar tranquilo, con su atuendo de siempre, su corbata sin arrugas, su bastón de cayada al brazo y su aire del 98 en la tremenda soledad de la calle aterrorizada. Parecía que había más sol que nunca en la calle sin gentes… El redactor, que iba ‘proletarizado’ con sus alpargatas sucias, su traje lleno de manchas y la pechuga al viento, se le acercó cauteloso.

  • Pero don Alfonso, ¿cómo se atreve usted a andar así por las calles? Si le detienen está usted perdido.
  • Yo no sirvo para disfrazarme. Comprendo que es una temeridad, pero vivo como viví siempre. En la cartera llevo el carnet de presidente de la Asociación de la Prensa y el de subdirector de ABC. Si quieren detenerme que me detengan. Jamás hice daño a nadie.

Y siguió su camino.

El día 20, a las cuatro de la tarde, le detuvieron en su caso. Una patrulla de las milicias de Prensa irrumpió en aquella mansión silenciosa en la que vivía Santamaría con una vieja sirvienta que lo había tenido en sus brazos.

Santamaría entretenía sus forzados ocios en el ordenamiento y la clasificación de los viejos recuerdos traídos por su padre de sus misiones diplomáticas en el Extremo Oriente. En esta inocente ocupación lo encontraron. Apenas si le preguntaron nada. Apresuradamente se lo llevaron a la ‘cheka’ de Bellas Artes y allí lo tuvieron dos horas escasas. Lo vió un reportero de Unión Radio, detenido también. Ha dicho que Santamaría, en aquel trance conservaba su entereza y su aplomo. Parecía que tenía ya, en sus ojos, un reflejo de la eternidad.

El Tribunal constituído en la Sala de la Piscina del Círculo, bajo las banderas rojas y las estrellas rusas, le hizo dos preguntas tan sólo: Si había ocupado la presidencia de la Asociación de la Prensa y si había pertenecido a la Redacción de ABC. Contestó afirmativamente, con altivez y le dijeron que sería puesto en libertad. Momentos después en uno de aquellos tétricos coches que lelvaban en esmalte blanco las fatídicas letras UHP fue conducido a la Dehesa de la Villa y fusilado – con su traje impecable de caballero español – en un desmonte y bajo el cielo claro de verano.

La persecución fue implacable. Delgado Barreto, Asensjo, Duque, Campúa, Blanco (padre e hijo), Maestro, Carrascosa, San Germán Ocaña, Ruiz, Ortiz Tallo, Solacho, Gadullo, Crepso, Latorre, Gracia, Vinardell, Santos Fernández, Argibay, Bermúdez Cañete, González Herrero, Erenas… ¡Tremenda lista escrita con sangre, en nombre de la democracia y de la libertad de la Prensa!

Por los que cayeron en la defensa de los ideales eternos de España. ¡¡PRESENTE!!

Juan de Córdoba.