24 mayo 2017

22 muertos, la mayoría de ellos menores de edad

Atentado terrorista islámico en el concierto para adolescentes en Manchester (Reino Unido) de Ariana Grande

Hechos

  • El 22 de mayo de 2017, se produjo una explosión en el Manchester Arena, en la ciudad de Mánchester (Reino Unido), al final de un concierto de la cantante estadounidense Ariana Grande. La explosión se produjo alrededor de las 22:33, hora local (UTC+1), causando al menos 22 muertos y 59 heridos.

Lecturas


EL ASESINO:

 Salman Abedi fue el terrorista suicida que se hizo volar así mismo para tratar de llevarse con él al mayor número posible de víctimas. Entre ellas muchos niños.

24 Mayo 2017

La lucha contra el IS exige unidad europea

EL MUNDO (Director: Pedro G. Cuartango)

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UN CALAMBRAZO de indignación y tristeza vuelve a sacudir al mundo por el brutal atentado en Manchester. Europa se ve golpeada de nuevo por el zarpazo yihadista, algo que por desgracia se viene repitiendo con demasiada frecuencia en los últimos años. Pero el hecho de que este ataque fuera deliberadamente dirigido contra adolescentes añade más dolor aún. La feroz escalada de maldad de los terroristas no tiene límites. Al menos 22 personas murieron –muchas, menores de edad– y casi 60 resultaron heridas por la explosión de una bomba activada según los investigadores por un yihadista suicida al filo de la medianoche del lunes, al término de un concierto de la famosa cantante estadounidense Ariana Grande. Como declaró ayer la premier británica Theresa May, el terrorista escogió la hora y el lugar apropiados para causar la mayor masacre posible.

El Reino Unido ha sido escenario de terribles atentados islamistas. El más mortífero se produjo en 2005, cuando una cadena de ataques de Al Qaeda contra autobuses y el metro de Londres dejó 56 muertos. Y, recientemente, en marzo, un yihadista mató a cinco transeúntes cerca del Parlamento arrollándolos con un coche, un método a imitación del seguido por otros islamistas en atentados en suelo europeo, como Niza o Berlín.

Las autoridades británicas están especialmente preocupadas por el fracaso que han tenido las políticas de integración. El propio autor de esta barbarie era un británico de 22 años, hijo de refugiados libios, que llegaron a Inglaterra en los 90 huyendo de Gadafi. Al igual que pasa en otros países europeos, muchas comunidades de ciudadanos musulmanes de origen inmigrante malviven en auténticos guetos en suburbios de las grandes ciudades azotados por la desigualdad y el desempleo. Una segregación económica en la que cala con mayor facilidad la radicalización. Además, se estima que casi uno de cada cuatro yihadistas que se han sumado al Estado Islámico en Oriente Próximo es de procedencia británica. Varios cientos han retornado, lo que supone el peor quebradero para los servicios de Inteligencia y la policía.

Pero cabe reiterar que, independientemente del lugar concreto en el que se producen masacres como la de Manchester, es todo Occidente –y en particular Europa– el que está en el punto de mira de los yihadistas, que han emprendido una cruzada de sangre contra unos valores y un modo de vida de los que abominan. El IS –que reivindicó el atentado– prosigue así su escalada en el viejo continente, recrudecida con un innegable afán propagandístico para contrarrestar el acoso que está sufriendo en Siria y, sobre todo, en Irak. El Califato ha perdido en los últimos meses el 45% del territorio iraquí que controlaba gracias a los bombardeos de la coalición internacional. Un declive imparable sobre el terreno que el IS intenta enmascarar redoblando su campaña de terror fuera.

Ésta es la dura realidad a la que nos enfrentamos. Y debemos ser conscientes de que el combate antiyihadista va a ser muy largo y doloroso. Pero exige, antes que nada, mantener, y aun redoblar, la coordinación internacional. En el caso europeo, son claves la unidad de acción entre los Veintiocho y la mejora en la coordinación tanto de las policías como de los servicios de Inteligencia. Y lo cierto es que se está avanzando. Los graves fallos detectados tras atentados como los de París llevaron a las autoridades comunitarias a mejorar los procesos de intercambio de información o a facilitar la cooperación policial, judicial y de Inteligencia, así como a perfeccionar los sistemas de prevención y lucha en la Red, principal campo de reclutamiento de yihadistas.

No es posible luchar contra el IS de otro modo. Y hoy se hace necesario subrayarlo. Recordemos que Theresa May lanzó un incomprensible chantaje a Bruselas, a propósito de la negociación del Brexit, insinuando que si Londres no logra un acuerdo económico ventajoso con la UE, disminuiría su contribución en materia de seguridad, defensa y lucha contra el terrorismo. Un órdago inadmisible que perjudicaría mucho a los propios británicos. El presidente de la Eurocámara, Antonio Tajani, lo subraya hoy en nuestras páginas: «La coordinación contra el terrorismo está por encima del Brexit». Con algo tan serio no se puede incurrir en frivolidades.

24 Mayo 2017

La rutina de llorar

Ignacio Camacho

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¿Cuántas muertes tienen que ocurrir para que él sepa que mucha gente ha muerto? (Bob Dylan)

SI Dylan escribiese hoy su mítica «Blowin in the wind» quizá tendría que preguntarse cuántos atentados tienen que producirse para que alguien se decida hacer algo.

Algo más que lamentarlo de manera más o menos protocolaria, actitud en la que todos empezamos a adquirir una experiencia casi refinada; desde el gesto solemne, contrito o indignado de los líderes hasta el llanto ternurista de las redes sociales.

Pero no está lejano el día en que incluso las expresiones de dolor adquieran un tono fetichista, mecánico; la tragedia ajena primero provoca conmoción, luego sobresalto y, por último, a base de repetición, degenera en rutina.

Estamos a punto de habituarnos a los ataques terroristas como los japoneses a los terremotos o los caribeños a los huracanes: con la indiferencia resignada de los fenómenos naturales.

Sin embargo el terrorismo, aunque tiene a menudo un fatal grado de inevitabilidad, no es en sentido estricto una catástrofe. Y en todo caso la sociedad moderna, tan reticente a la incertidumbre y a las consecuencias del azar, también lucha por prevenir y combatir los desastres.

El problema es que frente al delirio de la teocracia islámica estamos conformándonos con la siempre insuficiente prevención y renunciando al combate. Y eso de algún modo significa que antes que involucrarnos en la lucha preferimos pagar el coste de ser víctimas aleatorias como si fuese un destino inexorable.

Una especie de designio contingente que un día se cierne sobre París y otro sobre Niza, Londres, Estambul o Manchester. Está llegando un momento tal de conformismo, un nivel de pasividad, que cuando nos enteramos de la última salvajada casi nos alivia que haya sucedido en otra parte.

Por eso el conflicto de Siria sigue vivo, sin que Occidente sepa siquiera distinguir de parte de qué bando quiere situarse. Por eso ningún Estado se atreve a ir con la determinación necesaria a por el despiadado Daesh. Protestas, lamentos, plegarias, manifestaciones: ésas son nuestras armas morales.

Hermosas, conmovedoras, confortantes pero banales, inútiles como fusiles de palo frente a unos bárbaros atroces resueltos a liquidarnos por cualquier medio a su alcance. El pensamiento débil y el buenismo abstracto nos han blindado ante las más incómodas y comprometidas verdades.

Se diría que hemos elegido llorar, pero la frecuencia del llanto conduce al tedio. Un día será completo el desistimiento y ofreceremos con mansedumbre nuestras gargantas a los cuchillos de los carniceros.

Ya ha ocurrido otras veces en la Historia, donde se supone que está escrita la memoria de los pueblos. Si no se aprende de ella, al final queda el camino libre al desvarío de las distopías y de los fanatismos más siniestros.

24 Mayo 2017

Matar a nuestros hijos

J. M. Zuloaga

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«Matar a los infieles es una forma de alabar a Alá y nada de esto debería sorprender a ningún musulmán que haya estudiado su religión». El infiel puede ser cualquier cruzado (cristiano), incluidos «jóvenes adultos y niños adolescentes». Estas frases están incluidas en una de las publicaciones que edita el Estado Islámico y que en los últimos meses dedican muchas de sus páginas a marcar los objetivos a las células durmientes o actores solitarios que tiene desplegados en Occidente.

El atentado del lunes en Manchester hay que enmarcarlo dentro de la campaña que la banda yihadista ha planeado para extender el terror entre los países que forman parte de la coalición internacional con el fin de paliar, al menos desde el punto de vista mediático, las derrotas territoriales que sufren en los últimos meses en Siria e Irak.

Por otro lado, el hecho de que dos de las últimas acciones criminales hayan tenido lugar en Reino Unido no tiene para los expertos una especial significación, ya que el resto de integrantes de esta coalición multinacional corren el riesgo de sufrir intentos de atentado en cualquier momento. De hecho, en el referido escrito se engloba a todas estas naciones como el conjunto de enemigos a los que llevar el terror.

Lo que sí subrayan los especialistas es el nivel de «preparación» del yihadista que cometió la masacre, muy lejos de lo que se puede presentar como un hecho improvisado, decidido sobre la marcha. El terrorista aprovechó el «efecto túnel» del vestíbulo en el que hizo estallar la bomba (formada probablemente por el explosivo artesanal TATP, cargado de tornillería y clavos) con el fin de causar el mayor daño posible. La onda expansiva se multiplica en un lugar de esas características así como los elementos metálicos destinados a clavarse en los cuerpos de las víctimas. Todo ello, como se ha demostrado en otros atentados perpetrados en Europa, existe una preparación previa, elección del objetivo y coordinación con otros elementos.

El TATP, peróxido de acetona, conocido como «la madre de Satán», es el explosivo que utiliza la banda yihadista en los últimos tiempos ya que los materiales con que se fabrica se pueden adquirir, con la mínima precaución de no hacerlo en grandes cantidades, en el mercado libre e incluso a través de internet.

Normalmente, los terroristas alojan el explosivo en unos recipientes que van adosados a un cinturón, un arnés o escondidos en una mochila. Rodeando al TATP se colocan tornillos, tuercas o bolas de rodamiento que, en el momento de producirse la deflagración, se convertirán en metralla con efectos mortales para las personas que estén más próximas y con graves secuelas para los que están menos cerca del foco.

El sistema para hacer detonar el explosivo suele ser un tirador que acciona el detonador. También puede ocurrir, que el artefacto vaya ya armado y el yihadista lleve en su mano un dispositivo apretado que, al soltarlo, produce la deflagración. Todo ello, con el fin de hacer el mayor daño posible.

De hecho, en uno de los citados artículos se comenta que «los infieles sentirán cómo las espadas penetran en sus cuerpos; vehículos que de manera inesperada suben por las aceras, les aplastan sus cuerpos y machacan sus huesos; y balas (en el caso de Manchester, tuercas y otra tornillería) perforan sus asquerosos cuerpos mientras se dedican a disfrutar» en lo que para los yihadistas es blasfemo, como un concierto de música o el pasar unas horas en una discoteca.

La estrategia de causar el mayor terror posible es lo que ha llevado a los yihadistas, según fuentes antiterroristas consultadas por LA RAZÓN, a escoger un concierto de una conocida cantante estadounidense en el que sabían que los asistentes eran en su mayoría familias jóvenes con sus hijos adolescentes.

Se ha tratado de un acto premeditado, no improvisado, insisten los expertos. Cometido por lo que se puede considerar un «actor solitario» pero que responde a las pautas que han marcado los cabecillas del Estado Islámico a través de los coordinadores de este tipo de «combatientes». Los planes para atacar discotecas y lugares en los que tienen lugar conciertos no son nada nuevos tampoco. Datan de la primavera de 2015 y tuvieron su culminación en noviembre de ese mismo año con el ataque contra la sala Bataclan de París.

Los dos primeros

Los servicios de inteligencia habían recibido en los últimos meses datos de que los yihadistas querían llevar su actividad terrorista al escenario europeo. El periplo de los dos primeros terroristas en cruzar el Mediterráneo con tal objetivo duró poco. Fue la Guardia Civil española la que obtuvo las primeras evidencias tras la detención en Polonia de Ait El Kaid, alias «Abu Chaima». Está encarcelado en España de donde había huido para ir a entrenarse a Siria.

El segundo terrorista, Hame Reda, capturado en París, fue el que declaró que Abdelmahid Abaaoud, cerebro de los atentados de la capital gala, era el que les había indicado que buscaran en Europa «objetivos blandos» en los que hubiera una gran concentración de personas, como los estadios y las salas de conciertos. Abaaoud entrenaba en Siria a un «batallón» integrado por casi un centenar de «combatientes» que «emigraron» al mismo tiempo que él, en 2015, a diversos países de Europa.