18 marzo 2002

Movilización contra la lapidación a las mujeres en todo el mundo

Caso Safiya Hussani [Husaini]: piden ejecutar por lapidación a una mujer por adúltera desatando la alarma mundial

Hechos

El 25 de marzo de 2002 Nigeria celebró el juicio final a Safiya Hussani por adulterio.

18 Marzo 2002

Safiya, inocente

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Safiya Hussani, nigeriana de 35 años, se ha convertido en un faro para el respeto de los derechos humanos y para la imagen del islam. Un tribunal islámico en Nigeria tiene previsto decidir hoy si confirma o no la condena a lapidarla hasta la muerte por adulterio. La presión internacional a través de cartas de Gobiernos y ciudadanos del mundo entero tendría que hacer mella. Esa presión ya consiguió cambiar una sentencia cuando se conmutó una pena similar a Abok Alfa Akokuna, cristiana en Sudán, que recibió, a cambio, 75 latigazos. Si tras la movilización de la opinión mundial Safiya es lapidada, el mundo entero sentirá esas pedradas. No hay moral humana alguna que pueda justificar esa barbarie.

Nigeria es un país dividido que vive en su seno un enfrentamiento religioso entre una mitad musulmana, y otra cristiana y animista. La sharia, la ley islámica introducida en el norte del país desafiando las leyes federales, lleva a condenar a lapidación a Safiya bajo acusación de adulterio pese a que sólo una interpretación extremista del islam contemple esta pena. Safiya, además, asegura que quedó embarazada -su hija acaba de cumplir un año- tras ser violada tres veces por un primo casado con dos mujeres, que no ha sido acusado, y que se encuentra en paradero desconocido. Al parecer, a cada sexo corresponde una justicia diferente, por no recordar también las condenas por homosexualidad que se están aplicando en Egipto.

Safiya es un ejemplo para los miles de mujeres que en el mundo, incluido Occidente, sufren agresiones físicas, y que van de las brutalidades de novios y maridos a las condenas a latigazos -los que hubiera recibido Safiya de haber sido soltera- que dejan discapacidades permanentes, y que llegan a su paroxismo con la lapidación a muerte. Salvar a Safiya es parte de la lucha contra la pena de muerte que la Unión Europea querría ver abolida en el mundo entero el año próximo. Salvar a Safiya es salvar un principio, pero es también salvar una vida.

17 Marzo 2002

Hombres que lapidan

Rosa Regas

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¿Qué les hemos hecho las mujeres a los hombres para que con el menor pretexto nos condenen a la lapidación y a la muerte? ¿Dónde está la pretendida superioridad de esos hombres que no les deja darse cuenta de la profunda maldad que entrañan sus castigos, sean de muerte sean de mera discriminación? Si es un hombre quien dicta la sentencia de muerte contra Safiya Huseini, la nigeriana de 30 años, violada y embarazada que ha sido condenada a ser lapidada porque se la acusa de adulterio, todos los hombres del mundo deberían saltar horrorizados para contrarrestar que uno de ellos se haya convertido en un asesino. Y sin embargo son sobre todo las mujeres las que se manifiestan en París y en Roma, las que intercambian información y posibles formas de presión para evitar una condena tan brutal e injusta. Los hombres, en general, piensan que éstos son asuntos de mujeres, cuando son ellos los asesinos en este caso y los culpables en millones de otros que, con muerte o sin ella, condenan al ostracismo, la marginación y la esclavitud a seres humanos que aunque les pese son equivalentes a ellos.

Pero no se llega al extremo de condenar a muerte por lapidación, de golpe. El terreno abonado para que esto ocurra está en todo el mundo y sólo cuando se quiere demostrar que el poder está en manos de un puñado de machos o de un macho solo, se avanza hacia el asesinato. Pero aún así, sería imposible sin una cultura profundamente discriminatoria y machista como la musulmana, como la cristiana, como la de tantas y tantas religiones que, sólo por poner un ejemplo, no permiten que las mujeres sean ministros de Dios. ¿No es esto considerarlas inferiores? A Safiya se la condena a muerte en nombre de una ley y de una tradición, pero ¿de qué nos escandalizamos nosotros, los españoles, que matamos a las mujeres en nombre de un derecho de pernada tan vigente que ni siquiera hay una ley que pueda castigar a los culpables? ¿Cuál es la diferencia? Unámonos a todas las protestas del mundo. Pongamos nuestra imaginación al servicio de todo lo que pueda evitar la muerte por lapidación de Safiya Huseini, pero no tengamos la pretensión de pensar que esto ocurre en un mundo inferior. En este sentido nosotros somos como ellos. En España llevamos en este año muchas más mujeres muertas a manos de hombres que las que llevan en Nigeria. ¿Dónde está nuestra superioridad?

20 Marzo 2002

Lapidaciones

Francisco Umbral

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Allá en su país se ha vuelto a aplazar la lapidación de Safiya, una presunta adúltera que está dando más juego que las del Hola. Escandaliza mucho a quienes no han vuelto a leer el Evangelio desde pequeños, todo este episodio, el delito de la lapidación contra el delito del adulterio, una querella medieval que sólo supo entender y representar don Ramón del Valle-Inclán. Pero dentro de la injusticia de la Ley hay otra injusticia. Veamos.

Ocurre que en el Oriente legendario y broncíneo, que está volviendo por todas partes, sólo se lapida a las adúlteras pobres, y este pecado social le inquieta más a uno que el pecado sexual. Lo que pasa es que aquella gente está en la Edad Media, que es la edad del pavo de la Historia, y este problema adulterino, tan popular y vecinalmente practicado, aquí en la culta y redicha Europa lo resolvemos mediante Tómbola. A la pecadora no se la lleva al pedregal sino que se la lleva a Tómbola, que es mucho peor, y allí se la lapida a fuerza de millones de euros para que confiese todos sus pecados veniales con choris, nocturneros y hasta con hombres de una pieza. El público sale mucho más divertido de Tómbola que de una lapidación a la antigua, y la víctima sale millonaria, que ya lo era, y empieza a vender exclusivas como una Reuter vaginal.

Nosotros lo que pasa es que tenemos unas adúlteras más modernas y cultas que Safiya, y también las enterramos hasta la cintura, pero las enterramos en millones, y a partir de ahí ya cobran por todo lo que les pasa de cintura para abajo: abortos, embarazos, preñeces, menstruos, támpax, mellizos y legrados tan penosos como el de la pobre Norma Duval, que va para santa de la próxima Semana, moraíta de martirio entre los hombres que ella ha elegido y que ahora todos quieren ser papás de lo que nazca, o sea que el revistón ha vuelto.

A Norma nunca la lapidaríamos porque tampoco ha cometido ese delito, pero de todos modos es un cuerpo glorioso que recuerda mucho a las madonas de antes del Greco y por eso gusta a la tercera edad. Después del Greco venimos nosotros imponiendo otro tipo de mujer, o sea la delgada opulenta y la maciza anoréxica y si alguna se escapa de hacer los deberes y se mete a adúltera, venga, a Tómbola a contarlo, que en esta democracia vaginal, con tanta ministra, el pueblo tiene derecho a saber también de estos oscuros negocios de la carne. A uno le parece grave eso de que lapiden a Safiya, pero le parece aún más grave que la lapiden por pobre, mientras en España ya tenemos democratizado el adulterio y a la que alterna y sale en la prensa del corazón y de más abajo nadie le tira la primera piedra. Detrás de todo problema moral hay siempre un problema económico, como ya viera don Carlos Marx, al que ahora dan por muerto los liberales para dormir tranquilos con sus asuntillos y sus euros. Salvad a Safiya, salvad las ballenas, que son castas y fieles, salvad a Carmina Ordóñez que sólo ha cometido pecados lineales, o sea los hombres de uno en uno. En algo se nota que hemos hecho una transición como si fuéramos europeos.

26 Marzo 2002

Las otras Safiyas

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Safiya Hussaini se ha librado de la condena a lapidación por adulterio. Un tribunal de apelación islámico en el norte de Nigeria la ha absuelto, en contra del criterio anterior de otra corte, por defectos del procedimiento judicial al parecer indudables, pues la acusada no fue suficientemente bien informada de su caso por la policía o por el primer tribunal. La corte superior ha creído quitarse de encima el caso, declarando la absolución por una cuestión formal del procedimiento, sin entrar en la cuestión de fondo. Por desgracia, hay otras Safiyas. A la vez que se anunciaba la absolución de Hussaini llegaban noticias de otra condena a lapidación por adulterio dictada el viernes por otro tribunal nigeriano contra Amina Lawal. Sólo una interpretación extremista y abusiva del Corán lleva a convertir el adulterio en delito penal castigado con la lapidación o con otras penas que implican degradación y sufrimiento físico, como los latigazos.

El caso de Safiya ha puesto de relieve la profunda división religiosa entre musulmanes, cristianos y animistas que sufre Nigeria, el país más poblado de África e importante fuente petrolera. En 12 de los 36 Estados que componen la federación, los gobiernos locales han impuesto una versión integrista e inhumana de la sharia que han denunciado numerosos musulmanes. De poco ha servido que el Gobierno central haya dictado que ésta no se podía imponer en contra de la Constitución. Pero también ha quedado de relieve que Nigeria no es un Estado propiamente dicho, sino que pertenece más bien a la categoría de los Estados fallidos, en los que el Gobierno no llega a todo el territorio.

De haber sido condenada y ejecutada, Safiya Hussaini se hubiera convertido en la primera mujer lapidada en Nigeria tras la imposición, dos años atrás, de la sharia en esos territorios. El temor al aislamiento internacional ha pesado. La cara positiva del caso de Safiya, convertida en emblema de defensa de los derechos humanos, es que ha funcionado con enorme eficacia la presión de los Gobiernos extranjeros y de las ONG transnacionales, que han recabado la solidaridad con el lema ‘firmas por piedras’. Ahora la presión debe continuar, pues hay otras Safiyas en peligro de muerte, como hay otros hombres, homosexuales o no, que en Nigeria o en otros lugares del globo se ven sometidos a ordenamientos inhumanos y denigrantes.

26 Marzo 2002

Nigeria: La Lapidacion No Cesa

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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Safiya Husaini sollozaba ayer por primera vez de júbilo desde que el pasado mes de octubre una corte islámica la condenara a morir lapidada por mantener relaciones con un hombre casado.Pero casi al mismo tiempo que el tribunal de apelación anunciaba su veredicto absolutorio por los errores procesales registrados durante el juicio, se conocía que otro tribunal islámico del norte de Nigeria ha condenado de nuevo a una mujer a morir apedreada por un delito similar.

La intensa campaña internacional desatada para salvar la vida de Safiya ha conseguido su objetivo, aunque la sharia sigue aplicándose en Nigeria con rutinaria e implacable crueldad. El mundo civilizado, a través de la incansable lucha de algunas ONG, ha ganado una batalla frente a la expresión más abominable de la ley islámica, pero la mejor demostración de que el problema persiste es que la víctima sólo ha cambiado de nombre. Ahora se llama Amina Lawal y si nadie lo remedia morirá pronto enterrada hasta las axilas, a pedradas, después de una terrible agonía. Es posible que una nueva campaña libre a Amina del tormento y de la muerte, pero para combatir con eficacia la aplicación de la sharia será necesario un mayor compromiso que involucre a organizaciones y gobiernos, unidos en una alianza inquebrantable como la que ya rige frente al terrorismo internacional.

Sólo así, con un respaldo sólido, un presidente católico como Olusegun Obasanjo podrá atreverse a declarar inconstitucional la ley islámica en un país de mayoría musulmana, con una de las democracias más débiles y corruptas del planeta y una población acostumbrada a que se resuelvan sus tensiones políticas o religiosas mediante golpes de Estado.

El problema es sumamente complejo. Conviene no olvidar que no acaba en Nigeria. En países como Sudán o Irán se aplica la sharia con el mismo rigor y en más de una treintena de naciones del mundo islámico es habitual el castigo corporal a las mujeres, la amputación de miembros, la flagelación o el marcado a fuego.

03 Abril 2002

Safiya en Ramala

Javier Ortiz

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Más de 650.000 españoles se movilizaron hace un par de semanas para que las autoridades de Nigeria indultaran a una mujer, Safiya Husseini, que había sido acusada de adulterio y condenada a ser lapidada hasta la muerte. La campaña internacional tuvo el eco pretendido, la sentencia fue anulada y la señora Husseini quedó en libertad.

Reconozco que el episodio me produjo sentimientos encontrados.Me alegré, claro está, por ella. Pero no pude evitar preguntarme qué clase de sociedad es ésta, capaz de conmoverse circunstancialmente con un drama individual y de quedarse impávida ante los más espeluznantes horrores masivos.

Tomemos el ejemplo, bien actual, de la masacre que está perpetrando el Ejército israelí en Palestina. El ministro de Defensa de Sharon dice que le trae sin cuidado lo que pueda pensar la opinión pública internacional. Dudo que se permitiera esa chulería si la opinión pública internacional pensara algo. Aquí, al menos, está por verse que nuestra mayoría se conmueva ante la barbarie de un Gobierno que se pasa explícitamente por el arco del triunfo las resoluciones de las Naciones Unidas y la emprende de manera indiscriminada contra una población civil tomada por universal merecedora de las iras de su muy histórica ley del Talión, cada vez más asimilada a la del embudo.

He reparado en el ejemplo de Palestina, pero podía haber puesto muchos otros. Sobran. En China se aplica a diario la pena de muerte a presuntos culpables de delitos reconocidamente menores, condenados tras juicios carentes de la menor garantía legal.Las autoridades de los EEUU admiten sin inmutarse que no pocas de las personas que han sido ejecutadas allí a lo largo de los últimos decenios fueron enviadas a la muerte sin pruebas. Eso cuando el tiempo no ha demostrado que eran inocentes. ¿Hablamos de guerras y de poblaciones civiles diezmadas? En el mundo actual hay más de medio centenar de crueles conflictos bélicos de los que sólo nos hablan y poco, y con desgana cuando no queda más remedio, porque faltan las noticias de «verdadero interés humano» (entiéndase: cuando no ha sucedido nada en Operación Triunfo ni está en trámite de divorcio la hija de ninguna duquesa de verbo cristalino).

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Le deseo lo mejor a la pobre Safiya Husseini. Pero no me engaño: sé que su caso ha sido bochornosamente utilizado para inyectar a nuestra autosatisfecha sociedad la pequeña, la mínima dosis de buena conciencia que necesita para olvidar que no mueve ni un maldito dedo ante los muchísimos dramas colectivos que deberían quitarle el sueño noche tras noche.