25 enero 1971

Charles Manson, jefe de la secta satánica ‘La Familia’ es condenado a muerte por ordenar el asesinato de la actriz Sharon Tate

Hechos

  • Charles Manson sentenciado por conspiración y autor intelectual el 25 de enero de 1971 y, el 29 de marzo del mismo año, a la pena de muerte.

Lecturas

El crimen de Sharon Tate se produjo en agosto de 1969. 

Un tribunal de Los Ángeles condenó este 1 de abril de 1971 a Charles Manson, responsable del atroz asesinato de la actriz Sharon Tate, a la máxima pena: la muerte en la cámara de gas.

Sus tres cómplices, Patricia Krewinkel, Leslie Van Houten y Susan Atkins, también han sido condenadas a la misma pena.

Inmediatamente después de conocida la sentencia, Manson (que se hace llamar ‘Satán’) fue conducido a una de las celdas de la zona de los condenados a muerte en la prisión de San Quintín, en California, aunque apelará su condena para que se la conmuten por cadena perpetua.

Las tres condenadas, por su parte, fueron trasladadas a una zona especial en la prisión para mujeres de Frontera, cerca de Sacramento en medio de grandes medidas de seguridad.

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Las discípulas asesinas:  Susan Atkins, Linda Kasabian y Patricia Krenwinkel, fueron las autoras materiales del asesinato de Sharon Tate junto a un cuarto integrante del comando, Tex Watson.

Las víctimas: «La Familia» asesinó en la casa de Sharon Tate a la propia actriz, embarazada de ocho meses; su amigo Jay Sebring; un amigo de Polanski y guionista llamado Wojciech Frykowski, y su esposa Abigail Folger, heredera de la empresa de café Folgers. Hubo una víctima más, el joven Steven Parent, ajeno al resto, pero que conducía su coche frente a la casa de Tate y fue el primero que murió al llegar el comando asesino. Al día siguiente fueron asesinatos de similar en su domicilio el matrimonio que formaban Leno LaBianca y Rose Mary LaBianca.

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El Análisis

Charles Manson, la condena al profeta del horror

JF Lamata

El 25 de enero de 1971, un jurado de Los Ángeles declaró culpable a Charles Manson y a varios de sus seguidores por los asesinatos que aterrorizaron California en agosto de 1969. El 29 de marzo, el juez dictó sentencia: pena de muerte. Aunque la pena capital sería conmutada más tarde por la abolición temporal de la misma en California, el veredicto representó un hito: la justicia señalaba como responsable principal no a los brazos ejecutores de los crímenes, sino al hombre que los había inducido, el “profeta” que manipuló a una veintena de jóvenes hasta convertirlos en asesinos.

Manson había construido en torno a sí mismo una secta —“La Familia”— que se presentaba como comuna hippie, pero cuyo núcleo ideológico estaba tejido con obsesiones apocalípticas. Su delirio central, bautizado “Helter Skelter”, era la convicción de que una guerra racial inminente arrasaría Estados Unidos. Según Manson, los negros vencerían pero serían incapaces de gobernar, y entonces él y sus seguidores emergerían como nuevos líderes. Los asesinatos de Sharon Tate y sus amigos, así como de los LaBianca, no fueron actos de rabia momentánea: eran golpes teatrales de terror diseñados para provocar esa guerra racial, dejando pruebas falsas que inculparan a activistas afroamericanos.

La sentencia de 1971 cerró el capítulo judicial, pero abrió otro más largo: la sombra de Manson como icono del mal en la cultura popular. En prisión, se convirtió en una figura de culto macabro, con entrevistas en las que exhibía la misma mezcla de fanatismo y manipulación que lo habían hecho temible en libertad. Murió en 2017, tras casi medio siglo entre rejas, sin mostrar nunca arrepentimiento. Sus seguidores directos vivieron destinos dispares: Susan Atkins murió en prisión, Patricia Krenwinkel y Leslie Van Houten intentaron, con el paso de los años, reconstruir una vida de arrepentimiento, y Tex Watson, el ejecutor más brutal, se convirtió en predicador evangélico tras una profunda conversión religiosa en la cárcel.

La justicia sentenció a Manson como autor intelectual de un terror calculado. Pero más allá de la pena y la cárcel, su caso sigue siendo una advertencia histórica: incluso en sociedades abiertas, la combinación de fanatismo, carisma y desesperación juvenil puede generar monstruos colectivos. La condena de Manson no solo ajustició a un hombre, sino que señaló el final de una ilusión: la de que todos los hijos de los años sesenta buscaban amor y paz. Algunos, guiados por falsos profetas, habían demostrado que también podían sembrar la barbarie.

J. F. Lamata