15 octubre 2018

Concursantes de ‘Operacion Triunfo’ piden no tener que pronunciar la palabra ‘mariconez’ en una canción de Mecano abriendo el debate

Hechos

  • Fue noticia el 12.10.2018 Dña. Ana Torroja publica una nota en sus cuentas de Instagram y Twitter negando haber autorizado cambio de letra en una canción de Mecano.

Lecturas

Conflicto en Twitter entre Antonio Maestre y Juan Soto Ivars pro los lugares a los que concede entrevistas Dña. Ana Iris Simón.

23 Septiembre 2018

Mariconadas

Arturo Pérez Reverte

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La semana pasada me autocensuré. No es frecuente y me costó, pero lo hice. Escribí un párrafo y al releer el artículo volví sobre él, dándole vueltas. Había escrito: respondí

La semana pasada me autocensuré. No es frecuente y me costó, pero lo hice. Escribí un párrafo y al releer el artículo volví sobre él, dándole vueltas. Había escrito: respondí que una gabardina corta, amén de poco práctica, era una mariconada.Y la mirada de veterano, la de los mil metros, tropezaba en la última palabra. Son muchos años y mucha tecla. Da igual, concluí tras un rato, que en los veinticinco años que llevo escribiendo esta página haya hablado siempre con afecto y respeto de los homosexuales y sus derechos, antes incluso de la explosión elegetebé y otras reivindicaciones actuales. Que les haya dedicado artículos como un remoto Yo también soy maricón o el Parejas venecianas que figura destacado en numerosas páginas especializadas. Pese a todo, me dije, y conociendo a mis clásicos, si dejo mariconadas en el texto la vamos a liar, y durante un par de días todos los cantamañanas e inquisidores de las redes sociales desplegarán la cola de pavo real a mi costa. Tampoco es que eso me preocupe, a estas alturas. Pero a veces me pilla cansado. Me da pereza hacer favores a los oportunistas y los idiotas. Así que, aunque no sean sinónimos, cambié mariconada por gilipollez, y punto. Luego me quedé pensando. Y como pueden comprobar, aún lo hago. Censura exterior y autocensura propia. Ahora lamento haber cedido. Llevo en el oficio de escritor y periodista medio siglo exacto, tiempo suficiente para apreciar evoluciones, transformaciones e incluso retrocesos. Y en lo que se refiere a libertad de expresión, a ironía, a uso del lenguaje como herramienta eficaz, retrocedemos. No sólo en España, claro. Es fenómeno internacional. Lo que pasa es que aquí, con nuestra inclinación natural a meter la navaja en el barullo cuando no corremos riesgos –miserable costumbre que nos dejaron siglos de Inquisición, de confesonario, de delatar al vecino porque no comía tocino o votaba carcundia o rojerío–, la vileza hoy facilitada por el anonimato de las redes sociales lo pone todo a punto de nieve. Nunca, en mi larga y agitada vida, vi tanta necesidad de acallar, amordazar a quien piensa diferente o no se pliega a las nuevas ortodoxias; a lo políticamente correcto que –aparte la gente de buena fe, que también la hay– una pandilla de neoinquisidores subvencionados, de oportunistas con marca registrada que necesitan hacerse notar para seguir trincando, ha convertido en argumento principal de su negocio. Y que quede claro: no hablo de mí. A cierta edad y con la biografía hecha, cruzas una línea invisible que te pone a salvo de muchas cosas. Un novelista o un periodista a quien sus lectores conocen puede permitirse lujos a los que otros más jóvenes no se atreven, porque ellos sí son vulnerables. A Javier Marías, Vargas Llosa, Eslava Galán, Ignacio Camacho, Juan Cruz, Jorge Fernández Díaz, Élmer Mendoza y tantos otros, nuestros lectores nos ponen a salvo. Nos blindan ante las interpretaciones sesgadas o la mala fe. Nos hacen libres hasta para equivocarnos. Sin embargo, escritores y articulistas jóvenes sí pueden verse destrozados antes de emprender el vuelo. Algunos de mis mejores amigos, de los más brillantes de su generación y con ideas políticas no siempre coincidentes entre ellos –eludo sus nombres para no comprometerlos, lo cual es significativo–, se tientan la ropa antes de dar un teclazo, y algunos me confiesan que escriben bajo presión, esquivando temas peliagudos, acojonados por la interpretación que pueda hacerse de cuanto digan. Por si tal palabra, adjetivo, verbo, despertará la ira de los farisaicos cazadores que, sin talento propio pero duchos en parasitar el ajeno, medran y engordan en las redes. Hasta humoristas salvajes como Edu Galán y Darío Adanti, los de Mongolia, valientes animales que no respetan ni a la madre que los parió, meten un cauto dedo en ciertas aguas antes de zambullirse en ellas. Y así, poco a poco, fraguamos un triste devenir donde nadie se atreverá a decir lo que de verdad quiere decir, sea o no correcto, sea o no acertado, sea o no la verdad oficial, ni a hacerlo de forma espontánea, sincera, por miedo a las consecuencias. Y bueno. Qué quieren que les diga. No envidio a esos escritores y periodistas obligados a trabajar en el futuro –algunos ya en el presente– con un inquisidor íntimo sentado en el hombro, sopesando las consecuencias sociales de cada teclazo. Porque así no hay quien escriba nada. Lo primero que desactiva a un buen periodista, a un buen novelista, a cualquiera, es vivir con miedo de sus propias palabras.

12 Octubre 2018

Comunicado en Twitter e Instagram

Ana Torroja

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Quiero aclarar lo que estoy viendo y escuchando acerca de cambiar “una palabra” de la canción Quédate en Madrid.

1. Para empezar YO NO HE AUTORIZADO a nadie para cambiar la letra de una canción que sigo cantando hoy en día. Primero porque no estoy de acuerdo en cambiarla y segundo, porque no soy quien para hacerlo. El autor de la canción es José María Cano, él la escribió para Mecano y NADIE puede modificar una letra sin el permiso del autor.

2. Mecano, tanto como grupo, como cada uno por separado, siempre ha defendido la diversidad, el amor libre, la libertad de expresión y un largo etc, y además tiene uno de los himnos más bellos escritos nunca defendiendo el amor homosexual: Mujer contra mujer.

3. NO CONFUNDAMOS insulto homófobo, con expresión coloquial. Cuando la canción dice: “siempre los cariñitos me han parecido una mariconez”, quiere decir que siempre los cariñitos le han parecido una tontería, bobada, estupidez, y hasta cursilería, y en la frase siguiente dice: “y ahora hablo contigo en diminutivo, con nombres de pastel”, es decir, que ahora esa persona se da cuenta de que está enamorada hasta las trancas y que utiliza esas expresiones que antes le parecían una bobada.

4. Si alguien no se siente cómodo cantando esa canción, no debería de cantarla, que escoja otra. Mecano tiene muchas canciones maravillosas y la música es libre.

5. Pido respeto en redes. Pido libertad y no censura. Y viva la diversidad!

Gracias

15 Octubre 2018

La ‘mariconez’ de Mecano

Cristina Fallarás

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El hombre de letras pone el grito en el cielo y se pregunta hasta cuándo la corrección política y el llamado «lenguaje inclusivo» nos van a obligar a cambiar el diccionario. Se refiere a la negativa de una concursante en Operación Triunfo que se negó a cantar un verso de la canción de Mecano Quédate en Madrid, donde se usa la palabra «mariconez». Vaya por delante para los amantes de la academia y sus manuales que dicho término no aparece en el Diccionario de la Real Academia. Y una cosa más. En esa canción la palabra «mariconez» se usa como sinónimo de idiotez. Mariconez viene de marica e idiotez, de idiota, lo que equipara marica a idiota. Lamento tener que dejar por escrito lo obvio.

El pasado 19 de septiembre supimos que la RAE estudiará la posibilidad de cambiar la acepción de la palabra negro que la define como «persona que trabaja anónimamente para lucimiento y provecho de otro». Se lo ha pedido la Red Española de Inmigración y Ayuda al Refugiado, que la considera racista. Es racista. Entonces los muy académicos defensores de lo inmóvil también pusieron el grito en el cielo.

Y se nos está llenando el cielo de gritos.

Que se nos llene el cielo de gritos a base de discusiones sobre la lengua me parece un avance tan gozoso que a punto estoy de mandarle una cesta de libros a la tal María, concursante de OT. Porque la cuestión no es si ese término debe desaparecer por ser resultar ofensivo a los homosexuales. De hecho, yo jamás lo había oído y parece que en la RAE tampoco. La cuestión es cómo la realidad modifica el lenguaje y, en sentido contrario, el uso del lenguaje también modifica la realidad. Este año, la noticia sobre el archiconocido concurso televisivo trata de eso precisamente. Y es una muchacha quien lo ha echado a rodar. Mi alborozo es tal que ni siquiera me importaría que se tratara de una campaña de márketing, cosa que dudo. Debatir sobre la lengua nos hace muchísimo mejores que discutir sobre el modelo que lleva Equis o los kilos que le sobran a Zeta.

Una de las acusaciones más rancias de quienes atacan el feminismo se ceba en que éste intenta e imponer términos y formas de expresión para cambiar el lenguaje. Así es, pero no se trata de imponerlos, señoros, sino de usarlos. Somos palabras, pensamos palabras, las palabras nos modifican, de la misma forma que éstas aparecen, desaparecen y se transforman junto a la evolución de nuestra sociedad. No existió la palabra cirujana hasta que no hubo cirujanas. Tuvimos que ver no pocas juezas en los tribunales para que se les dejara de llamar juez, y aun entonces subieron al cielo muchos gritos que exigían que se dijera «la juez», «la médico» etcétera

Esta evolución del lenguaje procede sencillamente de una evolución social. Ahora las mujeres ocupamos todas las profesiones y nuestra presencia en el ámbito público exige que se nos tenga en cuenta. Hay que nombrar lo que existe, así de simple. Tradicionalmente y durante siglos, aquellos que se han hecho cargo de las palabras, de la versión «académica» de las palabras (otra cosa es su uso) han sido hombres. Y suyos han sido los libros, las instituciones, las universidades, los escenarios políticos… Ya no. Hay que joderse, señoros, ya no.

Sin embargo, ahora que las juezas ya son juezas, estamos asistiendo a un paso más. Cuando la concursante llamada María rechaza utilizar la palabra «mariconez» por respeto a los homosexuales, pone en evidencia que la lucha del movimiento LGTBI, igual que las del feminismo o los movimientos antirracistas, están dando sus frutos, y son jugosos, y al que no le gusten se los puede confitar. Es un movimiento de ida y vuelta. El lenguaje modifica lo que somos, y por eso el uso de las palabras jueza, médica y concejala evidencia la participación de la mujer en la vida pública y profesional. A nadie de la generación de María le cabe ya ninguna duda de que las mujeres pueden ejercer y ejercen todas las profesiones, así como ocupar cualquier cargo público. Es algo que ni se plantean. El uso del lenguaje ha puesto los cimientos y sobre ellos, su generación construye un mundo.

En sentido contrario, el gesto de la muchacha, como tantos otros de las luchas sociales, modifica las palabras. Ella no quiere usar «mariconez» como tampoco creo que usara «mariconada», «mujer fácil» o «tráfico de blancas». Se trafica con mujeres de todos los colores, en su mayoría no precisamente blancas, y por mucho que le pese a Arturo Pérez Reverte, a la chica no se le pasa por la cabeza la acepción que él defiende sobre la «facilidad» de una mujer. No quiere usar dichos términos y en su no usarlos los connota, o sea los modifica. Denunciar aquellos términos que encierran racismo, discriminación, machismo etc no supone que los retiren del diccionario. Los señores académicos de la Lengua son 38, no precisamente los más revolucionarios del sector, y 8 las académicas. Y sin embargo, no importa. Denuncian los términos y con ello lo cambian todo. Cambian su uso, de manera que utilizar la palabra «mariconez» por idiotez, o «no seas maricón» por cobarde, deja de funcionar contra el movimiento LGTBI para volverse en contra de aquel que lo usa.

Hoy leía a una periodista afirmar que en los años 80 decíamos sin problema mariconez porque éramos más libres y teníamos menos prejuicios. Imagino que por la misma razón considerará un gesto de libertad los chistes de «subnormales» y «gangosos» y aquellos en los que el marido le decía a su esposa «te voy a moler a palos». Me da igual. La transformación que revela el gesto de la concursante María ya ha echado a andar. A la periodista de los 80 o a mí nos puede parecer bien, mal o regular, y eso no importa. Hay una generación a la que ya no le parece bien usar ciertas palabras. Los académicos pueden conservarlas en sus diccionarios (no es el caso de mariconez, que nunca estuvo), que será su uso el que se acabará imponiendo.

Al grano y con el cielo lleno de gritos: En uno de los concursos de mayor audiencia de las televisiones, ese que ven los hombres y mujeres de la generación de María, se discute sobre el uso del lenguaje. Aunque solo sea por eso, todo esto merece la pena. Y creo que incluso a José María Cano debería alegrarle el día.

16 Octubre 2018

Por qué se debería cantar 'mariconez'

Carlos García Miranda

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Si en la Movida se llegan a enterar de que en 2018 iba a haber una polémica por la homofobia de una canción de Mecano, aún se estarían escuchando las risas en el Rock-Ola. Los tiempos han cambiado y ahora ‘mariconez’ en una estrofa puede ser un arma arrojadiza que fomenta la discriminación. Quizá la concursante de Operación Triunfo que ha hecho saltar las alarmas tenga razón y hay que reeducar en el lenguaje a los mayores. También puede ser que esos le digan que ya vivieron la democratización social que resignificó ese insulto (la directora de la academia, que ha felicitado a la concursante por hacerle cuestionarse sus arraigados esquemas, dijo en la edición anterior un «estáis dentro, maricones» sin levantar polémicas) y la reivindicación sea algo superficial.

Lo que es seguro es que el fondo es el de una lacra en una sociedad que sigue equiparando masculinidad con orientación sexual, y que la cuestiona si no desborda (en otro reality, un concursante acusó de poca hombría a un compañero por no querer aprovecharse de una mujer borracha). Esa misma sociedad que, según el Informe de delitos de odio LGTBI, en 2017 dejó en Madrid 321 ataques homófobos. El cambio es urgente, pero debe ir más allá de la corrección política, esa de la que se puede olvidar en una conversación de sobremesa hasta una ministra de Justicia, y centrarse en el comportamiento.

Donde sí se echa en falta algo de corrección es en los modos con los que algunas de esas voces jóvenes (y no tan jóvenes) reivindican el cambio, tildando a las más maduras que lo cuestionan de ‘pollavieja’. Este neologismo, popular en redes cuando Javier Marías o Pérez-Reverte publican columna, a mí me cuesta hasta escribirlo porque significa que la edad y la consecuente experiencia ahora son losas y no grados.

Vivimos en una sociedad en la que la población mayor de 65 años es del 18,2% y que en 2029 será del 24,9%, pero en la que hay que fingir juventud hasta la tumba porque el que no es joven está desactualizado y excluido. El descrédito que acompaña a las arrugas ha llegado incluso al Congreso, donde los líderes jóvenes han sacado a codazos a los mayores culpándolos de la herencia recibida como si esa no fuera el producto de las circunstancias cruzadas de muchas generaciones, incluida la suya.

Hacernos mayores, salvo desgracias por el camino, es de las pocas cosas que seguro nos pasará a todos. Por eso es importante que las voces que reclaman corrección no ridiculicen a las que cantaron canciones con las que lograron cambiar aquellas letras en las que todo lo que no era una Tómbola podía prohibirse. Sí, hacen falta nuevos oídos que valoren la música con la que aquellos a los que se les cuestionaron las libertades trataron de recuperarlas y, sí, quizás llevarlos a cambiarlas. Pero tienen que ponerse el disco entero, no solo escuchar el single, y luego ya decidir si deberían seguir cantándolas.

17 Octubre 2018

María de OT y los ofendidos: dejemos de hacer de idioteces cuestiones de Estado

Ana Iris Simón

VICE

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«Si en La Movida se llegan a enterar de que en 2018 iba a haber una polémica por la homofobia de una canción de Mecano, aún se estarían escuchando las risas en el Rock-Ola». Lo dice Carlos García Miranda y seguramente sea cierto. Pero también es cierto que a la edad dorada del pop español le ha ocurrido lo que al PSOE, que ha envejecido mal. Que de ellos ya solo queda la carcasa, la flor y el puño, canciones para bodas, bautizos y comuniones. Lo demás se ha esfumado. O quizá nunca hubo un demás. Quizá los del Rock-Ola, el PSOE y los chavales de Operación Triunfo tengan más en común de lo que pensamos.

De las tres emes, María, mariconez y Mecano ha opinado hasta Girauta, que dice que los millennials somos chavales sin anticuerpos que no podríamos leer a Quevedo. Todo porque María, una de las concursantes de OT, sugirió cambiar la palabra mariconez de Quédate en Madrid, la canción de Mecano que canta hoy, por gilipollez. Porque la primera «le parecía un término homófobo y la segunda solo podía ofender a los gilipollas», dijo cargada de razón. Y al final ha pasado que ofendidos y gilipollas, gilipollas y ofendidos han -hemos- sido una y la misma cosa.

La dirección de la Academia le dio permiso a María para cambiar la palabreja, que además no aparece en la RAE -¿dónde está Pérez Reverte cuando se le necesita?- hasta que Ana Torroja y la ofensa de la ofensa hicieron su aparición: ¿qué era eso de cambiar una letra sin el permiso del autor?

Y se armó el Belén. O se hubo un follón, depende de la generación a la que cada cual pertenezca porque al final se redujo todo un poco a una cuestión generacional, a la revisión en términos éticos de los millennials y la generación Z personificados en la figura de los concursantes de OT.

Por un lado estaban los que nos tachaban de ofendiditos, de dueños de la nueva corrección política. Por el otro, los que nos halagaban como puntas de lanza del cambio y la justicia social, como las generaciones que habían llegado al mundo para cambiarlo al fin. Nosotros, por nuestra parte, nos limitamos mayoritariamente a inflar el pecho como palomos -palomxs, perdón- y a criticar a esos pollasviejas que no entienden que vayamos un paso por delante. Que seguramente lo vayamos, pero ¿en qué?.

A los millennials, a la Generación Z, a los ofendiditos, a los que crecimos desayunando galletas de Dinosaurio y fuimos adolescentes con series que ahora nos darían para tesis doctorales sobre género –CompañerosFísica o QuímicaLos protegidos- nos ha pasado que hemos caído sin poder evitarlo en La trampa de la diversidad de la que habla Daniel Bernabé: nuestras preocupaciones se han trasladado por completo a lo simbólico, dejando a un lado todo lo demás.

Hemos caído sin poder evitarlo en la trampa de la diversidad y nuestras preocupaciones se han trasladado por completo a lo simbólico

Somos una generación preocupada por el todos, por el todas y por el todes, por representar en nuestras series, videoclips y artículos una diversidad en ocasiones magnificada que hace que nuestras creaciones se asemejen a veces más a un anuncio de Benetton que a la realidad. Una generación con muchas certezas y muchos canales para expresarlas. Una generación que, justo después de subir el story, de poner el tuit, de vomitar su propuesta para mejorar el mundo pide un Glovo. O pilla un Caby o el patinete eléctrico de Lime sin pensar en las consecuencias de pedir un Glovo o un Caby o de pillar el patinete eléctrico de Lime. Nos adherimos al activismo como quien se pilla unos calcetines de Off White o una camiseta de Fila, como instrumento para construir un yo, una identidad con la que presentarnos ante el mundo más que como herramienta para transformarlo.

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OT maria mariconez falange

IMAGEN VÍA INSTAGRAM OT

No dudo que a María le pareciera ofensivo el término mariconez porque el término mariconez es una basura. Pero en la biografía de su Instagram oficial se puede leer que sus referentes musicales son Yung Beef y la Zowi. En las canciones del primero se escuchan más «putas» que en un prostíbulo y la segunda, preguntada por Madjody en la última edición de El Bloque sobre si no tenía la sensación de que «sobre la música, y en concreto sobre ciertos géneros musicales, sobre todo los que van más relacionados con la calle, se ejerce un foco de presión sobre el mensaje que no se ejerce en otro tipo de artes, el cine, en el teatro» respondió lo siguiente.

«(…)La gente se cree que estamos aquí para dar un mensaje. Es como cuando yo digo que yo no hago trap feminista, es que no es mi trabajo. Si quieres saber si yo soy feminista lo podemos hablar, pero no hay que mezclar las cosas. Yo no hago música pretendiendo dar un mensaje. Que claro que lo acabo dando sin querer y espero que la gente coja lo mejor de eso, pero no me quiero sentir responsable ni me siento responsable de cómo le pueda afectar lo que yo diga a cada uno, me da igual».

¿Es compatible, entonces, rechazar el término mariconez y admirar a Yung Beef y a la Zowi?

¿Es compatible, entonces, rechazar el término mariconez y admirar a Yung Beef y a la Zowi? No se puede uno indignar porque a Kaydy le cancelen las actuaciones por machista y bailar hasta abajo con los temas de Yung Beef sin un ápice de crítica a la par que se indigna porque Jose María Cano incluya la palabra mariconez en una canción. No podemos pensarnos, nadie puede pensarnos la punta de lanza del cambio cuando somos incapaces de ver más allá de la representación, de lo simbólico, de la carcasa. Y hasta con eso nos hacemos la picha un lío.

El paro, la corrupción y el fraude y los problemas de índole económica son las tres mayores preocupaciones de los españoles según el último CIS. Y para los chavales de Operación Triunfo, que personifican bastante bien nuestra generación, parecen no existir. Por eso no seremos nunca puntas de lanza de nada, digan lo que digan los que halagan que marizonez nos parezca, claro que nos lo parece, un término homófobo además de ridículo.

Nuestras reivindicaciones no dejan de ser mayoritariamente funcionales aunque no por ello menos justas. Pero le son útiles al sistema, por eso tienen cabida en el prime time, en la televisión pública. Y tenemos que ser conscientes de ello, para que no se nos hinche tanto el pecho como a un palomo -como a un palomx- cada vez que alguien nos tira un piropo o para saber que mientras hacemos de Rosalía y de si decir «tra tra» es o no apropiación cultural una cuestión de Estado o nos ponemos del lado de María o de Nacho Cano el poder se descojona de nosotros. Eso sí: hemos conseguido por fin la transversalidad, chavales. Hemos conseguido que hasta La Falange tenga derecho a ofenderse.

18 Octubre 2018

‘OT’ 2018 gala 4: retorciendo palabras

Juan Sanguino

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'Quédate en Madrid' dura dos minutos. Cuando acaba, el público corea “estupidez” y Ana Torroja mira con cara de Mónica Naranjo. Acaba así la polémica

Decía Xavier Sancho que en la España actual el punkismo se encuentra en los grupos más insospechados (Andy y Lucas, Taburete), pero jamás nadie pudo imaginar que, de entre todas las viejas glorias del posfranquismo, sería Mecano quien desatase una polémica a estas alturas. Y ni siquiera ha sido por llamar “Eungenio” a Salvador Dalí. Y de entre todos los clásicos del pop español que podrían haber titulado esta crónica (incluidas joyas de Mecano como Mujer contra mujerStereosexual No es serio este cementerio), ha ganado una canción de Alaska. A Alaska, que ha defendido el uso de “mariconez” quizá por miedo a que la semana que viene el pueblo cargue contra La funcionaria asesina, le gusta definir las cosas inocuas, ligeras e ingenuas como “una mecanada”. Pero a partir de ahora ese término significa algo distinto. Cosas del lenguaje.

La incomodidad de María porque Quédate en Madrid incluya la palabra “mariconez” como sinónimo de cursilada (que por lo visto sigue haciendo falta aclarar que es una inequívoca asociación despectiva a los gais como personas sensibleras o incluso afeminadas) ha desatado un asunto de Estado que va más allá de la intención, innegablemente coloquial, del autor de la canción. Y más allá de la acusación de homofobia contra Mecano que absolutamente nadie ha hecho.

Ha puesto de manifiesto el choque frontal entre una generación que durante años ha utilizado términos como “nenaza”, “retrasado” o “chacha” (hasta interiorizarlos y considerarlos normales, coloquiales e inofensivos) y otra generación que escucha por primera vez “mariconez” en una canción de amor y le suena discriminatoria, insensible e insultante. Un debate que merece la pena tener para, al menos, demostrar que este país evoluciona. Que a veces parece que no. Pero sí. Y los productos populares como OT adquieren una repercursión social que, en manos de una televisión pública, se convierte en responsabilidad.

Damion canta Give Me Love exactamente igual que Ed Sheeran, con la misma voz y la misma guitarra íntima, pero acompañado de gente paseando con maletines y de bailarines que se contonean como si tuvieran hormigas en la entrepierna. Porque el siguiente debate que necesitamos tener es por qué OT saca un cuerpo de baile a menearse eróticamente para literalmente cualquier número musical. Hasta cuando Joan canta Bed I Made los coristas utilizan su pie de micro como si fuesen strippers. Joan, que definió a su novia en la gala 0 como “un encanto de chica”, se quedó corto: ella es la verdadera revelación de esta edición. Ella debería reemplazar a Eva González en MasterChef.

Marta y Marilia se enfrentan a su destino natural de versionar a las otras Marta y Marilia (Ella Baila Sola) con Lo echamos a suertes, una canción tan sencilla como inexplicablemente épica: funciona como cancioncilla de campamento cristiano, como himno de karaoke y como banda sonora para un viaje de carretera. Da igual quiénes sean los pasajeros. Tu madre. Tu abuelo. Un psicópata de BlaBlaCar. Tu compañero de trabajo que cree que “mariconez” no es ofensivo. Lo echamos a suertes es lo único que ha conseguido poner a este país de acuerdo, quizá porque todos hemos sentido alguna vez que “ahora necesito estar con mucha gente y cuando estamos solos no le quiero besar”.

Pero lo que sí es inexplicable es el atuendo que les han puesto a las chicas: plataformas, pantalones de cuero, una camisa transparente de lunares, una camiseta con estampado de periódico. Marilia y Marta van vestidas como si, efectivamente, lo hubiesen echado a suertes y hubiesen perdido la apuesta. Pero están perfectas en su interpretación, dejando esa atípica sensación de que no podrían haberlo hecho mejor.

Famous canta Take Me To Church (“llévame a la iglesia”) y, por supuesto, que en las pantallas aparece una iglesia. Los focos, en tonos amarillos, violetas y fucsias, recrean la iluminación que cada vez se ve más en el cine y las series protagonizados por negros. Tradicionalmente, la fotografía cinematográfica estaba pensada solo para los blancos pero películas como Moonlight o series como Insecure Atlanta optan por tonos morados para iluminar a sus personajes negros porque son los colores adecuados para las pieles oscuras. Esta actuación es, a nivel lumínico, la más elaborada, respetuosa y cuidada en 10 ediciones de OT.

Noemí Galera conecta desde la academia aunque ella parece estar en Júpiter, borracha de felicidad por los dos Ondas conseguidos por el concurso: mejor programa de entretenimiento y fenómeno musical del año. Pero para fenómeno, María y Miki. Ella le gasta la broma a Roberto Leal de endosarle un tapón y el presentador lo define como “un momento histórico”. Resulta curioso que de entre todo lo que ha pasado con María y Miki esta semana Leal considere que lo histórico es que ella le dé un tapón. Los dos concursantes (que no olvidemos viven completamente al margen de la que se ha liado) demuestran una humildad al abordar el asunto que absolutamente nadie ha tenido en redes sociales durante los últimos cinco días.

Miki, tal y como exigió José María Cano (un señor que lleva casi dos décadas fuera de la vida pública y, sin embargo, ha considerado necesario volver a nuestras vidas para reclamar su derecho a proteger “mariconez”), canta la letra original y casi nadie presta atención a que esta es una canción preciosa. Tanto, que no se resiente de la orquestación grandilocuente mucho más en la línea de Nacho Cano que le han puesto. Y con lo fácil que habría sido simplemente eliminar la dichosa frase como se acortan todas las canciones en OT, resulta que Quédate en Madrid dura dos minutos. Cuando acaba, el público corea “estupidez” y Ana Torroja mira con cara de Mónica Naranjo. Acaba así una polémica que el concurso ha decidido, muy prudentemente, desactivar con tacto.

Carlos Right y Sabela cantan Estrella polar y algunos espectadores (o quizá sólo este espectador) echan de menos a Víctor y Edurne con Nada de esto fue un error, aquella actuación en la que Edurne decidió que dejaría que su pelo hiciese todo el trabajo (ese pelo debió salir como favorito). Noelia, a quien cada semana dan un tema más difícil mientras a Carlos Right le dan literalmente la misma canción, canta La tormenta y le ponen un ventilador a semejante potencia que la corriente de aire a punto está de llevar su metro cincuenta de vuelta a Málaga. La que vuela, sin embargo, es su voz. Pero no siempre a la altura adecuada.

Y entonces llegan Alba y Natalia. Su actuación de Toxic es lo más cerca que ha habido en OT a un exorcismo. Peinadas como si hubieran venido para inaugurar los septuagésimos juegos del hambre en moto y sin casco, Alba y Natalia marcan cada movimiento como si estuvieran electrocutándose pero les diera igual porque van a bailar hasta caer muertas y el público lo vive como un éxtasis. Porque lo que está ocurriendo, tan preciso como orgánico, es realmente difícil de creer. Y así, por primera vez en esta edición, una actuación pasa a la historia del programa. El año pasado fue City of Stars. Este es Toxic. Porque tener un novio está bien, pero salir de fiesta con tu amiga, pongan una de Britney y que los pasos de baile os salgan coordinados es la razón por la que existimos como especie.

Y la lideresa de esa especie es, por lo visto, María. Su naturalidad a la hora de poner sobre la mesa la homofobia cotidiana con la que llevamos décadas conviviendo y hacer reflexionar así a millones de personas que se han sentado a tener una conversación que hace unos años resultaría marciana ha acabado siendo tremendamente subversiva. María hace la revolución amable. María cruza la pasarela como favorita o eso cree ella, porque lo que el público ve es a una khaleesi. Una libertadora de esclavos del lenguaje. Y esta madre da dragones ha tenido el escudero más noble.

Por paradójico que resulte terminar esta crónica con un hombre blanco heterosexual en vez de con la mujer bisexual que ha prendido la mecha de la reflexión, Miki es también un símbolo de su generación. Hace exactamente 17 años, Javián fue nominado por perpetrar Mira ven ven de Chayanne junto a David Bisbal y Álex. Cuando Carlos Lozano le dio la oportunidad de defenderse, Javián aclaró que la camiseta negra ajustada con tres flores estampadas que le habían puesto no le representaba.

Esta noche, Miki ha llorado mientras abrazaba a su amigo Joan antes de que abandonase el concurso, ha expresado su disconformidad ante un término homófobo con respeto y se ha referido a los concursantes como “todas nosotras”. Miki representa una nueva masculinidad porque, al fin y al cabo, quedan más chicas (8) que chicos (5, la semana que viene 4). Puede que ellas (o ellos, o elles) todavía dependan del permiso de figuras de autoridad profanadas de otra época, pero el futuro es solo suyo. Y van a utilizarlo para hacerse preguntas. El futuro está en buenas manos.

24 Octubre 2018

Decir ‘ofendidito’ también es de ‘ofendidito’

Lucia Taboada

GQ

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Dice el refranero español que “no ofende quien puede, sino quien quiere”, que adaptado a estos últimos meses sería “no ofende quien puede, sino quien tiene redes sociales”. Llamar a alguien ofendido cuando tú estás ofendido es como decirle que se tranquilice mientras le gritas y le zarandeas por los hombros. Y eso es exactamente lo que está pasando estos días, con Operación Triunfo como telón de fondo. Vivimos en una escena perpetua de ‘Aterriza como puedas’.

Una lucha generacional fratricida en la que vuelan como dardos calificativos como ‘pollavieja’, ‘señoro’, ‘niñato’ o ‘milenial’ (que más que una categoría, ya es un insulto en sí mismo). Todo comenzó con el famoso ‘mariconez’ y ha continuado con la polémica por el uso del término ‘arreglarse’. Alba, una de las concursantes de ‘Operación triunfo’, decía en una clase del concurso que ella prefiere utilizar otra expresión para referirse al acto de acicalarse porque ‘arreglarse’ da a entender que hay algo estropeado, algo que está mal de base. La profesora propuso el término ‘potenciarse’ en su lugar. Y con esta frase, y valga la redundancia, potenció de nuevo el bucle de la ofensa. Bucle que consta de varias fases:

-Fase 1. Concursante de Operación Triunfo reflexiona sobre un uso determinado del lenguaje. O sobre cualquier asunto más o menos normalizado.

-Fase 2. Algún seguidor de Operación Triunfo extrae el vídeo a redes sociales aplaudiendo la reflexión.

-Fase 3. Una avalancha de personas acude al reclamo del vídeo tildando a toda la generación de “ofendiditos”.

-Fase 4. Personas de generación mentada responden argumentando que los ofendidos son ellos, anclados en el pasado y contrarios al cambio.

-Fase 5. La rueda de la ofensa recíproca generacional va cuesta abajo a toda velocidad.

Antes de nada conviene aclarar que los concursantes de Operación Triunfo no son millennials. Técnicamente son ya generación Z. Si les increpas diciendo “¡OFENDIDITOS MILLENNIALS QUE CRECIERON EN SU BURBUJA SIN DAR UN PALO AL AGUA!” cabe la posibilidad de que te estés hasta insultando a ti mismo, porque el término millennial engloba a todos los nacidos desde inicios del año 80. Millennial era mi Alcaltel One Touch amarillo con antena a vuelta de rosca, millennial no es un chaval de 18 años que casi nació tecleando. Millenial es pagar por mandar un SMS, millennial no es hacer los deberes por Youtube.

Reducir a toda la generación Z –que no millennial- a lo que dicen 16 chicos seleccionados exhaustivamente -también por su discurso– es como reducir a Pérez Reverte a todos los hombres de más de cuarenta años con acceso a Internet. El reduccionismo es recíproco y categorizante. Pero en realidad, lo que está ocurriendo estos días no es nada nuevo, aunque sí amplificado. Las generaciones siempre hemos mirado a las que vienen por detrás desde el púlpito de los logros que les dejamos, «qué sabrás tú si yo a tu edad ya estaba luchando por lo que hoy tienes”. Y la generación venidera nos mira, no desde abajo a arriba, desde arriba abajo, con ganas de abrir las ventanas para ventilar lo que huele a cerrado.

Si bien yo me he reído alguna vez de los problemas de mi madre para entender el funcionamiento básico de un teléfono móvil -especialmente de los ajustes de sonido-, mi primo de catorce años se ríe de mí por no entender el funcionamiento básico de los filtros de Snapchat. Si bien mi madre dice que mi generación es narcisista, yo en el fondo he sacado a relucir la señora que llevo dentro cuando he visto a un grupo de chicos de trece años haciéndose ochenta tomas de fotos en el andén de la estación.

Esto es tan antiguo como la propia Roma. El filósofo griego Hesíodo dijo de los jóvenes de su tiempo que “Sólo se preocupan de cosas frívolas, son maleducados, desdeñan la autoridad y charlan en vez de trabajar (…) No veo esperanza para el futuro de nuestro pueblo, en tanto dependa de la frívola juventud de hoy, pues ciertamente todos los jóvenes son increíblemente irresponsables, demasiado impulsivos y los límites los impacientan”.

Es normal que chicos de 18 años tengan diferentes criterios lingüísticos o vitales que los que tenemos nosotros. Criterios que puedes ignorar por ridículos o que, por el contrario, te pueden conducir a una reflexión o el autocuestionamiento. Lo que no es entendible es que el único recurso que se utilice para solventar estas discrepancias sea llamar al otro ofendidito. «Mira, si no piensas como yo es que eres un ofendidito», debate zanjado.

¿Qué es ofendidito? ¿Y tú me lo preguntas? Ofendidito eres tú.