8 noviembre 2022

Debate público entre afines a Yolanda Díaz y Pablo Iglesias sobre el encaje de Podemos en la plataforma SUMAR: «Nosotros te hicimos vicepresidenta»

Hechos

El 7 de noviembre de 2022 durante una tertulia en la Cadena SER D. Pablo Iglesias Turrión reclamó a Dña. Yolanda Díaz ‘respeto’ a los militantes de Podemos.

15 Febrero 2022

Melancolía de Podemos

Antonio Maestre

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Yolanda Díaz es la única tabla de salvación de un espacio progresista a la izquierda del PSOE que pueda volver a ilusionar a votantes propios y a quienes no se identifiquen con ese espacio ideológico. La ministra de Trabajo es consciente de que las siglas de Unidas Podemos están agotadas y eso le ha hecho tomar distancia

Un proyecto político que surgió para canalizar una emoción de hartazgo e indignación corre el riesgo de morir cocido en un estado de ánimo de profunda melancolía. Podemos se encuentra inmerso en ese humor decadente que adormece en el otoño de la existencia y con el riesgo de apagar los rescoldos del proyecto más potente de la izquierda en democracia en vez de usarlos para construir una nueva formación que ilumine en tiempos de penumbra reaccionaria. Podemos fue audaz en su tiempo y logró en 2014 encontrar el punto dulce donde anclar diferentes sensibilidades políticas que proyectaron a un partido sin estructura ni cuadros hasta destrozar un sistema bipartidista que parecía incólume. Los ideólogos reconocían en los albores de la formación morada que la tensión de la transversalidad con la que irrumpió estaba en canalizar una pulsión política indeterminada hacia un espacio progresista que corría el riesgo de convertirse en reaccionaria si el agente movilizador fuera de diferente signo. Ahora tenemos emergentes posfascistas bebiendo de la misma pulsión y una izquierda desnortada que boicotea desde dentro a la única figura que puede servir para sacar al electorado progresista del estado catatónico en el que se encuentra.

Podemos sufre de astenia y añora lo que un día logró. No es capaz de revertirlo y por sentirse impotente ante el desánimo recurre a regodearse en la estética de la resistencia que sirve para atrincherarse y cerrar filas, pero jamás para avanzar y ganar. Podemos se sabe herido y sin fuerzas para plantear un nuevo espacio propositivo, de vanguardia, incisivo e ilusionante y se encela en usar la épica de la víctima para mantener el castillo sin rendir. La salida de Pablo Iglesias, que mantenía las estructuras en asedio permanente, sirvió para salvar los muebles madrileños y terminar con una fase crítica de acoso mediático-reaccionario. Sin embargo, dejó huérfanos a los escasos militantes que aún mantiene fuera del festín de hienas que son las redes y que solo sirven para asustar a críticos primerizos que no están acostumbrados a lidiar con turbas digitales, mucho más efectivas, crueles y con menos escrúpulos.

Las elecciones en Castilla y León no son para Podemos una coyuntura sobre la que definir su devenir porque siempre ha sido terreno baldío, aunque no hay que desdeñar la pérdida de 160.000 votos desde 2015. Sí es más relevante la consolidación de un desgaste de gota fina que sucede cada vez que se abren las urnas. La decadencia de Podemos es erosiva y no tan explosiva como la de Ciudadanos, pero ya nadie duda de que ha dejado de ser la fuerza pujante que un día fue y que puso en cuestión el liderazgo en el espectro ideológico de la izquierda. Unidas Podemos tiene diferentes problemas y todos de difícil solución si lo que quiere es salvar las siglas de un hundimiento de efecto retardado pero inevitable. La inutilidad del proyecto político tal y como está conformado es una realidad que reconocen diputados, cargos y trabajadores con peso del partido. Es normal que no lo expresen de forma abierta porque sería certificar la muerte antes de tiempo de una organización que tiene que expirar construyendo con sus cenizas un nuevo espacio de progreso liderado por Yolanda Díaz para resolver los males que han asolado a la formación morada. No es un secreto, tanto Alberto Garzón como Sira Rego han expresado públicamente la necesidad de trascender las siglas de Unidas Podemos y construir junto a Yolanda Díaz una plataforma que entierre las estructuras actuales. Unidas Podemos no solo está en riesgo por la abstención que provocan tantos años de desgaste ni por ser el socio minoritario de un gobierno de coalición que genera múltiples contradicciones, sino porque ahora también se ve amenazado por la cantonalización del electorado transversal que un día perteneció a Podemos. Las plataformas locales de la España vaciada están plagadas de electores que pudieron ser de las marcas regionales de Podemos que afloraron por toda la geografía nacional que tenían en consideración las especificidades locales del electorado y que se han deshecho como un azucarillo hasta atomizarse y dejar de pertenecer a un espacio agotado.

Podemos quema las naves discursivas culpando de todos sus problemas a una correlación mediática que jamás le será propicia a una izquierda contestataria, porque es un espacio de poder que las oligarquías nunca cederán. La influencia, increíble pero cierta, de Juanma del Olmo, que sigue siendo importante a pesar del daño causado a la formación, incide en el error. Es una obviedad que la propiedad mediática ha ido con todo contra ellos, como ya hemos denunciado, escrito y reflejado en multitud de artículos e intervenciones. Los periodistas progresistas que tuvieron que encontrar acomodo en cooperativas de trabajadores o medios digitales por las tácticas turbocapitalistas de empresarios “marxistas” o que siguen sin cobrar colaboraciones son conocedores del salvajismo mediático mejor que nadie como para encima tener que escuchar lecciones desde micrófonos pagados por esos mismos empresarios. Pero eso no es óbice para no reconocer lo evidente. La persecución judicial y mediática que ha sufrido Podemos no tiene precedentes en el ámbito nacional y solo es comparable a la sufrida por la izquierda abertzale hace años y el independentismo en tiempos más recientes. Se han cruzado muchas líneas rojas con Podemos y Pablo Iglesias, pero asumir la realidad y dejar de lado el infantilismo es necesario para no obviar lo que sí pueden hacer y está en su mano. Errores que también han cometido en el plano mediático que dicen germen de todos sus problemas. La paranoia de la antigua dirección, y de algunos remanentes de la nueva, que proyectó su obsesión viendo un enemigo en cada pluma, espumilla o teclado por el ataque antidemocrático de los medios reaccionarios les enrocó en una política de medios frentista y contraproducente que les dejó sin espacio donde defender sus propuestas. Los medios ya eran cuando Podemos surgió y nada va a cambiarlos. En política el principio de aceptación de la realidad es primordial para no desfallecer.

Yolanda Díaz es la única tabla de salvación de un espacio progresista a la izquierda del PSOE que pueda volver a ilusionar a votantes propios y a quienes no se identifiquen con ese espacio ideológico. La ministra de Trabajo es consciente de que las siglas de Unidas Podemos están agotadas y eso le ha hecho tomar distancia de unos partidos a los que no pertenece. No es necesario que ustedes, quienes leen, crean la palabra de quien tiene información interna y se dedica simplemente a contarla, pueden comprobarlo en los mismos foros que la niegan, ya sea en artículos, radios o podcasts. También les bastaría haciendo un ejercicio prospectivo para desencriptar las tensiones entre quienes aún mandan y quien pusieron para liderar intentando explicar por qué Yolanda Díaz realizó un acto en Valencia con Mónica Oltra, Ada Colau, Mónica García y Fátima Ahmed sin nadie de Podemos, o por qué el acto en Madrid con Thomas Piketty y Yolanda Díaz contó con la escasa representación del partido morado por parte de Lilith Verstrynge en un discreto tercer plano. Es cierto que el círculo de la ministra de Trabajo podía haber sido más empático con Ione Belarra y el grupo parlamentario en diversos momentos para que Podemos no sintiera que se le está arrinconando en la conformación de la nueva plataforma. Pero los problemas son otros, la verdadera tensión está en una réplica exacta de aquellos que asolaron el Podemos primigenio con la guerra entre pablistas y errejonistas, solo que en esta ocasión es un enfrentamiento frontal de Pablo Iglesias contra Yolanda Díaz, mientras ella rehuye la disputa de forma pública. Una contienda que se produce a los oídos de todos y que tiene a la formación morada atenazada por la influencia que el exlíder de Podemos mantiene en el partido desde sus plataformas mediáticas. Las dinámicas que demolían la disensión han disciplinado a quienes aún militan porque la crítica hacia arriba nunca ha sido una opción. Paradójicamente desde los medios se está quebrando la nueva conformación del liderazgo de Yolanda Díaz, pero no desde los señalados. Sí es cierto que los medios tienen influencia en Podemos, pero no como quieren hacer creer a sus seguidores. La ley de hierro de las oligarquías de Robert Michels expresaba la máxima de que en toda organización acaba gobernando una minoría que se resiste a dejar sus posiciones de poder. En Podemos ese núcleo está formado por Irene Montero y Juanma del Olmo en la interna y Pablo Iglesias desde fuera pero marcando las líneas al partido.

Lo común es más importante, es tiempo de ceder y no hacer más daño. La construcción del espacio de Yolanda Díaz busca poner en el centro lo concreto y lo material y dejar a un lado la metapolítica que solo importa a unos pocos abducidos para mirar a las cosas del comer. Un proyecto colectivo que abandone el centralismo, toque tierra, amase pan y escuche en femenino y plural. Quienes fueron importantes para Podemos, a quienes hay que agradecer su esfuerzo y dedicación en el pasado, tienen que pensar en colectivo y dejar el nuevo proyecto construirse con calma y sin sabotajes internos. Existe un riesgo cierto de quemar al mayor activo que tiene la izquierda para el próximo ciclo político desde el mismo lugar desde el que se la nombró sin permiso. Son muchas las alertas que Yolanda Díaz ha dado de no soportar dinámicas internas tóxicas y zancadillas de los propios, lo ha hecho de forma pública y privada. No olviden estas palabras si creen que Yolanda Díaz es el futuro de la izquierda, porque está en peligro.

24 Septiembre 2022

La izquierda necesita un abrazo entre Yolanda Díaz y Pablo Iglesias

Antonio Maestre

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El “Abrazo” de Juan Genovés es un símbolo de encuentro y reconciliación en la transición, pero lo cierto es que esa no fue su intencionalidad artística. Enric Juliana, en una conversación con Pablo Iglesias, decía lo siguiente: “Juan Genovés se usa para simbolizar el abrazo entre centristas. Sin embargo, cualquiera que conozca la historia de ese cuadro sabe que representa la salida de la cárcel de los presos políticos”. Es cierto, el cuadro era una celebración de la amnistía. Una palabra recuperada esta semana en un entorno muy diferente. Pero ambas, la intención original y la pervertida por la cultura de la transición, son necesarias en el contexto de la izquierda actual. Abrazo, amnistía y reconciliación.

No parece fácil hacer una analogía, para comprender el estado de las relaciones en la izquierda actual, con un periodo en el que olvidarse de odios atávicos para mantener una relación de respeto institucional por el bien mayor que era la convivencia fuese necesario, pero lamentablemente es grotescamente preciso. Lo es porque además la situación que ahora mismo se vive es en parte similar a la que latía durante la transición, cuando se intentaba doblegar las voluntades de las organizaciones mediante la fuerza para instaurar la posición predominante.

Pablo Iglesias y Yolanda Díaz no han coincidido de manera pública desde que el exvicepresidente abandonó la política habiendo dejado el nombre de la ministra de Trabajo como su sucesora. Que no lo hayan hecho es un ejemplo claro de que la situación no es buena entre ambos. No es necesario hacer una recopilación de declaraciones con indirectas, pullas y divergencias por el hecho de que Yolanda Díaz no haya seguido el camino marcado por el que la nombró; basta con observar lo que es un hecho evidente, concreto y palpable que ni el más cínico puede negar. No parece que haya mejorado en los últimos tiempos, cuando Yolanda Díaz sigue construyendo su proyecto al margen de Podemos y estos utilizan la última campaña de descrédito de la extrema derecha contra Irene Montero para dirigirse a los silencios en los apoyos.

Hace solo unos días Yolanda Díaz pedía una amnistía entre la izquierda en una reciente entrevista en elDiario.es y para un observador externo el uso de esa palabra puede resultar excesivo cuando se habla de partidos y organizaciones que no tienen grandes diferencias ideológicas. De hecho, no tienen diferencias ideológicas. Pero las palabras de Yolanda Díaz eran meridianamente claras: “Yo creo que las izquierdas españolas tienen que darse una amnistía si quieren que gobernemos en el 2023. Soy clara […] una amnistía, porque yo voy a lugares en los que da igual lo que uno piense: es que se llevan mal, es que están todos enfadados con todos, es que no hay racionalidad, es que ni siquiera se escuchan”.

Solo hay que ver lo ocurrido en Andalucía para darse cuenta de que las posiciones están enconadas. Un miembro de Podemos intentó colar una propuesta en la mesa del Parlamento de Andalucía para favorecer los intereses de su partido, a lo que respondieron IU y Mas País expulsando a la representante de Podemos de la mesa. Todos tendrán sus culpables, ninguno se considerará responsable y acusará al otro de ser el causante de los problemas. Pero así el único camino que se fragua es el de la irrelevancia y la desaparición. Los pactos de coalición en Andalucía degeneraron lo poco que se podía hacer por una alianza de izquierdas sincera. Se acordaron empujados por la coyuntura, sin creer en ello y ya no hay actores inocentes que puedan justificar su comportamiento. La coalición se forjó derramando sangre y dejando heridas que ya no pueden ser suturadas. En verano se consolidó la grieta con la expulsión del secretario general del PCE de su cargo como secretario de Estado en un ministerio controlado por Podemos, que ha sido contestado con IU y MP cobrándose la venganza expulsando a Podemos de la mesa en Andalucía. El bucle infinito de agravios, vendettas y revanchas.

Lo previsible que pueda ocurrir en las elecciones de mayo con estos mimbres no es muy halagüeño. La situación en cada municipio, provincia o comunidad es diferente, pero la gran mano se juega en las grandes plazas. Podemos presentó sus candidatos para el Ayuntamiento de Madrid y la Comunidad de Madrid con la estrategia de fingir querer confluencias con el resto de formaciones. No quiere, pero es que ninguno quiere. Más Madrid no quiere saber nada de ellos, eso es cierto. Así que Podemos peleará por lograr los porcentajes mínimos para tener representación, algo que ya era un riesgo cierto hace dos años, cuando Pablo Iglesias dejó la vicepresidencia para presentarse en la Comunidad Autónoma de Madrid salvando los muebles, logrando un pírrico 7% que mantuvo la viabilidad económica del proyecto organizativo, pero no sirvió absolutamente para nada en términos colectivos y sociales. El panorama es desolador.

No se pueden poner de acuerdo. Está asumido. Un pacto de no agresión podría ser una solución. Una entente por elusión e incomparecencia. Como no son capaces de llegar a acuerdos y no se soportan tendrían que evaluar la deserción en favor del proyecto mayoritario en cada espacio. Dejar el camino libre a la candidatura más potente en cada territorio con la condición de que eso ocurrirá mirando los últimos resultados y eludir presentar lista que divida el voto. Podemos no tendría que presentar candidatura en Madrid porque Más Madrid es hegemónica a la izquierda del PSOE. A cambio, otras formaciones tendrían que abstenerse de hacerlo donde Podemos sea más fuerte e integrarse en inferioridad de condiciones en sus proyectos. No queda tiempo para conformar nada con posibilidades de lograr triunfos relevantes por sí solos y lo único que pueden hacer es servir al PSOE, si llegan, como partido de coalición. Ya pasó el tiempo disruptor. Solo queda priorizar lo común a lo individual.

Las posiciones ahora mismo son “irreconciliables”, en palabras de un alto responsable conocedor de las negociaciones para confluir en las autonómicas y municipales, si a eso se le pueden llamar negociaciones. La prioridad de todas las fuerzas en disputa por el espacio es acumular capital político para, de cara a las negociaciones después del verano para la conformación de una candidatura, tener la fuerza suficiente para imponer sus intereses y doblegar a Yolanda Díaz, forzándola a un acuerdo por arriba que la ministra de Trabajo lleva tiempo desdeñando. ¿Cuál puede ser la solución? La planteo desde la desesperación de la inminencia del abismo.

Llegados a este punto, con las elecciones autonómicas y municipales en tan solo ocho meses y con la imposibilidad manifiesta de que algunos desistan de presentarse por el bien mayor, solo existe la posibilidad de una entente visible para todos los actores implicados que pase por un abrazo con publicidad y alevosía entre Pablo Iglesias y Yolanda Díaz que entierre los enfrentamientos desde la cúpula a las bases. Las luchas entre militancia, redes digitales y núcleos locales y autonómicos de poder son descarnadas y están carcomiendo cualquier posibilidad para una izquierda transformadora. Pero estas se suceden porque son correa de transmisión de lo que ven en la dirección que les marca los adversarios. Personalmente no creo que sea posible a la vista de los últimos acontecimientos ni que sea la mejor opción para el futuro, mis opiniones son otras sobre un espacio que ya no creo que tenga ninguna capacidad real y efectiva para transformar nada, pero no sería este un análisis de punto final si no comienza con una enmienda a la totalidad de las posiciones previas. Las propias percepciones sobre lo preferido no pueden cegar el análisis evidente de que en las disputas internas todos pierden y quien más necesita una herramienta que vele por sus intereses, la clase trabajadora y las personas más vulnerables son quienes más perderán.

Ya no queda tiempo para otra cosa que no sea hacer frente común de la manera en la que crean pero que sea lo menos lesiva posible para los intereses de la gente a la que dicen representar. La representación política no tiene que ver con los egos ni con los proyectos, se trata de ser lo más útiles posibles a las necesidades de las personas más vulnerables que necesitan un proyecto que les proteja. Los privilegiados podemos perdernos en debates de poder que den primacía a quién tiene razón o sobre agendas personalistas que solo tienen interés en burbujas irrelevantes que son completamente desconocidas para el común de los ciudadanos. La reconstitución y reconstrucción de un espacio de posibilidad pasa por un acto, evento o suceso que reúna a Yolanda Díaz y Pablo Iglesias en cualquier situación y haciendo lo que sea y después caminen separados para que también desde abajo cesen las hostilidades y no conviertan la izquierda en un reino de taifas sin tierras que gobernar. No necesita ser sincero, porque no lo sería, y puede imitar aquel abrazo de reconciliación fingida entre Pablo Iglesias, Ramón Espinar e Íñigo Errejón para ganar tiempo y dejar a Yolanda Díaz caminar sin ataduras. Abrácense, olviden las disputas, ignoren lo que les separa, háganlo por todas esas personas que alguna vez confiaron en lo que fueron.

04 Noviembre 2022

¿Quién quiere matar a Yolanda Díaz?

Antonio Maestre

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"Lo normal será pensar en las grandes empresas o la patronal, en las élites, pero recuerden que el asesino nunca es el que lo parece a primera vista. Hay que seguir las pistas para ver quiénes quieren terminar con Yolanda Díaz, porque pueden ser todos o quien menos se espera".

Imaginen ustedes que juegan al Cluedo, ese juego de mesa mítico que consiste en buscar el asesino entre una serie de personajes usando el pensamiento inductivo. Hay una serie de personajes políticos y actores sociales en un tablero y Yolanda Díaz ha sido la víctima. La lógica deductiva diría que el PSOE, por competir por el mismo electorado, la derecha, por ser su adversario ideológico o la extrema derecha por odiar a todo lo que huele a rojerío. Luego está la propia izquierda, que por su propia conformación siempre tiene más querencia por el enemigo interno que por el que debe combatir unida. Lo normal será pensar en las grandes empresas o la patronal, en las élites, pero recuerden que el asesino nunca es el que lo parece a primera vista. Hay que seguir las pistas para ver quiénes quieren terminar con Yolanda Díaz, porque pueden ser todos o quien menos se espera.

Gabriel Rufián es uno de los que no disimula a la hora de elegir a Yolanda Díaz como su objetivo principal. Más allá de las críticas parlamentarias o de los tuits obsesivos contra la ministra de Trabajo está el día en que estuvo a punto de acabar con ella, quizás por eso, por ese fracaso, le cueste disimular. Yolanda Díaz estuvo muerta políticamente. La mataron sus socios, la mataron los suyos. Pero sobrevivió por una cuestión de puro azar. Por azar y por el despiste espirituoso de un diputado popular que salvó la votación y evitó que Yolanda Díaz dimitiera como ministra de Trabajo y dejara la carrera por liderar el espacio de la izquierda alternativa. Durante mucho tiempo se preguntaba a ERC y a Gabriel Rufián si no se arrepentían de su voto en contra de la reforma laboral viendo los beneficios que ahora está provocando la norma. La pregunta es incorrecta, porque pensamos que lo que estaba en cuestión era lo que respecta a la votación de la reforma laboral y no que era una apuesta calculada por quitarse de en medio a una rival política que tiene como prioridades las cuestiones materiales por encima de las del poder institucional. Tuvo cómplices en esa labor que nunca lo reconocerán, pero ese fracaso aún les escuece.

Hay muchos apoyos que son tan solo formas de quitarse a rivales con alto capital político. También son lugares para buscar al sospechoso. Elegir a alguien cuando el espacio está en disolución es una manera de acabar con quien no tienes en mucha estima. Es lo que hizo Albert Rivera con Inés Arrimadas, cargarle el muerto. A veces esos nombramientos se revuelven y consiguen sobrevivir, que se lo digan a Susana Díaz con Pedro Sánchez. A Yolanda Díaz la temen también muchos de su propio espacio político que ven disuelta su relevancia, puristas de izquierdas que consideran que la candidata no es lo suficientemente ambiciosa o que saben que no tienen el favor de la ministra para encontrar acomodo en sus listas electorales. No querer a Yolanda Díaz es igual que no querer a Victoria Rosell. No se entiende. Victoria Rosell sería una magnífica vocal del CGPJ, pero sería una aún mejor número 2 de Yolanda Díaz. Relegarla a un puesto irrelevante en una minoría judicial sería echar por tierra todo ese caudal político que puede ser aprovechado en la primera línea de acción. ¿Quién no querría que Victoria Rosell fuera ministra de Justicia en un gobierno de coalición de Sumar con el PSOE? ¿Quién podría negarse a eso en el espacio de la izquierda?

Yolanda Díaz tiene el apoyo sindical, algo que para una ministra de Trabajo tendría que ser un punto a favor cuando defiende los intereses de la clase trabajadora. Todas los ministros anteriores tenían el favor de la patronal y no se entiende que desde la izquierda se criticara que una ministra de trabajo progresista tenga el apoyo de las bases sindicales porque defienden los mismos intereses. Sumar no sabremos qué será ni si sobrevivirá a su propio intento de conformación. Habrá que seguir las pistas con atención para desencriptar quién quiere acabar con Yolanda Díaz.

08 Noviembre 2022

Iglesias se resiste a soltar el poder

Joaquín Manso

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LAS DECLARACIONES de Pablo Iglesias sobre la estrategia política de Yolanda Díaz revelan hasta qué punto el ex secretario general de Podemos no asume su pérdida de poder. El ex secretario general de Podemos, forjador de un proyecto de país disolvente, avanza día a día por un camino peligroso para los intereses de su propio partido, aumentando el tono de las críticas al único salvavidas con opciones para el espacio a la izquierda del PSOE de cara a los comicios generales de 2023.

Iglesias era vicepresidente del Gobierno cuando dejó su puesto para salvar los muebles de su partido en las elecciones adelantadas por Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid. Perdió de forma estrepitosa en las urnas y tomó dos decisiones: dejó Podemos en manos de una de sus dirigentes más fieles, Ione Belarra, y nombró a dedo a su sucesora como cabeza de cartel a la Moncloa, la ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz. Ahora, un año y medio después, agita Podemos desde un pódcast y, este fin de semana, desde el acto de la denominada Uni de Podemos. Su reaparición ha supuesto un duro ataque a la mujer a la que él mismo aupó como precandidata, entre los aplausos entregados de una audiencia decreciente.

Yolanda Díaz peca sin duda de vacío programático: ha hecho de la indefinición, o de la buscada equidistancia, marca personal. Sus compañeros le reprochan no haber librado algunas de las batallas clave de las que Podemos ha hecho bandera, como la Ley Trans o el rechazo al envío de armas a Ucrania. Ha iniciado además un «proceso de escucha» antes de decidir si efectivamente será candidata en las elecciones generales. Y en una decisión que en la práctica puede ser muy discutible, ha optado por volar libre, sin contar con Podemos, lo cual ha soliviantado al sector oficialista, encabezado por la pareja de Iglesias, Irene Montero -quien ya se perfila como posible alternativa-, y la amiga de esta, Belarra.

El personalismo invade ya sin sonrojo todos los recovecos del proyecto populista. Iglesias creó un artefacto electoral que llegó al Gobierno por la enorme división de la sociedad española y la ambición del entonces candidato socialista a la investidura Pedro Sánchez. Con purgas recurrentes, como la temprana del cofundador Íñigo Errejón, se afanó en destruirlo, hasta que el partido ha perdido ya cualquier atisbo de aquella conexión con el enfado ciudadano con la crisis económica que de forma exitosa supo construir. La última en la lista es la ministra mejor valorada de su espacio político en el Gobierno. Así, mientras las encuestas penalizan a Unidas Podemos, Iglesias la tilda de reaccionaria y llama «estúpido» a quien, como la vicepresidenta segunda, piensa que puede reinar sobre las cenizas que el partido deje en las elecciones municipales y autonómicas de mayo.

La lucha fratricida de su socio inquieta al PSOE, pues los números para revalidar el Gobierno no dan si este espacio se estrella en las urnas. Mientras tanto, como publicamos hoy, Díaz ha decidido por el momento ignorar los «insultos» de su mentor. Aunque es probable que no cesen. El país asiste en directo a un padre devorando a su propia criatura.

09 Noviembre 2022

Yolanda Díaz y el lastre de Podemos

Sergio del Molino

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Si no corta ese cable, Iglesias arrastrará a la vicepresidenta al fondo de ese gallinero paranoico en el que vive

Un día después de arrojar culebras y sacos de estiércol sobre Yolanda Díaz en un auto de fe bautizado como la Uni de Podemos (uni, de universidad), el coportavoz del partido de Belarra, Javier Sánchez Serna, salió a pedir respeto en tono imperativo: “Hay que respetar a Podemos”. Tras un fin de semana de burlas e insultos al proyecto de Díaz, y después de haber condenado por traición a los últimos cronistas y columnistas afines que les quedaban en la prensa, desde la soledad residencial de Somosaguas, reclamaban para sí un respeto que jamás han concedido a los demás. Con Pablo Iglesias aún al frente de lo que una vez fue un movimiento político, y en el tono más marrullero y engorilado que se le recuerda, Podemos pide respeto, y al pedirlo confirma su irrelevancia en la articulación de una izquierda a la izquierda del PSOE. Cualquier proyecto en ese sentido debe faltarle al respeto o ignorar lo que queda de Podemos. Yolanda Díaz no tiene nada aún, ni estructura ni plan, pero esa nada es la única posibilidad de la izquierda a la izquierda del PSOE para pintar algo en la próxima legislatura. Podemos no va a ningún sitio sin Díaz, pero es probable que Díaz tampoco llegue a ninguna parte si no suelta antes ese lastre resentido y chorreante de bilis.

Si no corta ese cable, Pablo Iglesias —el autodepuesto aunque aún amado líder— la arrastrará al fondo de ese gallinero paranoico en el que vive, donde todos conspiran contra él y no consiente que nadie ponga peros a su condición de víctima. No ha dejado Iglesias ni un resquicio para la tragedia. Su caída no va a inspirar ni un verso. No ha permitido que se compadezcan de él ni quienes comprometieron su reputación e independencia de opinadores para defenderle, y hoy, ya sentenciados por herejes, se lamen las heridas en público, liberados del voto de obediencia que se impusieron. Quien abanderó la transversalidad y una política participativa, abierta y ajena al partidismo e incluso a la rigidez ideológica (la que aún propugna Díaz en teoría) es hoy un predicador agresivo que amenaza con disparar balas que no son de fogueo (aunque espero que sí metafóricas) contra todo lo que se mueva fuera de su podcast. Yolanda Díaz y Sumar están a tres insultos de ser incluidos en esa conspiración. Ni España ni los votantes de izquierdas a la izquierda del PSOE merecen que su representación política esté tutelada por un personaje tan tóxico.

12 Noviembre 2022

La ruptura entre Pablo Iglesias y Yolanda Díaz: qué está pasando en Unidas Podemos

Ignacio Escolar

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Yolanda Díaz y Pablo Iglesias casi no hablan desde octubre de 2021. Toda relación entre ambos es inexistente y es muy difícil que pueda recomponerse

Yolanda Díaz y Pablo Iglesias casi no hablan desde el 12 de octubre de 2021. Ni una reunión, ni un café, ni una comida, ni una cena. Apenas algunos mensajes. Solo se han visto dos veces en el último año, cuando han coincidido rodeados de gente en un par de eventos públicos: el 22 de abril, en la fiesta previa a Sant Jordi de La Vanguardia, y el 30 de mayo, en el aniversario de Hora 25 de la SER. En el primero charlaron un rato, en presencia de algunos periodistas. En el segundo casi ni se saludaron. Toda relación entre ambos está rota y es muy difícil que pueda recomponerse. La división entre la vicepresidenta segunda del Gobierno y su predecesor en el cargo es tan profunda como probablemente irreparable.

Según la versión de Iglesias, fue él quien se distanció porque ya había perdido demasiados amigos en política y porque no compartía lo que ella estaba haciendo. Según la versión de Díaz, fue ella quien dejó de hablar con Iglesias, después de varios desencuentros y tensos mensajes telefónicos.

Para explicar esta ruptura entre el fundador de Podemos y la sucesora que él mismo nombró hay que remontarse a hace más de dos años.

En el verano de 2020, Pablo Iglesias comunicó a Yolanda Díaz su intención de retirarse pronto de la política. Y ya entonces le dijo que ella debía ser su sucesora al frente de Unidas Podemos y más tarde como candidata. Díaz pidió primero unos días para pensárselo, consultó con distintas personas y después respondió que no: que no quería dar ese paso. Que no quería ser la líder de Unidas Podemos.

En diciembre de 2020, Yolanda Díaz estuvo muy cerca de dimitir como ministra de Trabajo, dejar la política y regresar a Galicia por un encontronazo con la vicepresidenta Nadia Calviño a cuenta de la subida del salario mínimo. Fue en gran medida Pablo Iglesias quien convenció a Díaz para que no lo dejara.

Y el 15 de marzo de 2021, Pablo Iglesias anunció su dimisión como vicepresidente del Gobierno para presentarse a las autonómicas de Madrid. Ese día, en un vídeo que difundió en redes sociales, Iglesias también comunicó que Yolanda Díaz le sustituiría como vicepresidenta y como futura candidata.

La frase literal con la que Iglesias nombró a Díaz como su sucesora fue esta: “La gente de izquierdas tenemos que animar y apoyar a Yolanda para que, si ella así lo decide y si así lo quiere la militancia de nuestras organizaciones, sea la candidata de Unidas Podemos en las próximas elecciones generales y la primera mujer en ser presidenta del Gobierno de España”.

“Si ella así lo decide”, dijo textualmente Iglesias. Era un matiz importante. Porque en aquel momento –y el ex secretario general de Podemos era plenamente consciente– Yolanda Díaz no quería ser la candidata. No quería sustituir a Iglesias. No quería liderar Unidas Podemos. Y no sabía siquiera que Iglesias iba a presentarla como futura candidata y vicepresidenta sin consultárselo primero.

Iglesias decidió lanzar a Díaz a la piscina de un empujón, consciente de que después no podría negarse a nadar. Él mismo lo contó después en uno de sus últimos libros, ‘Verdades a la cara’: “Para que saliera bien –escribe Iglesias–, sabía que no podía decírselo a Yolanda. De hecho, si se lo hubiera comunicado no me habría dejado hacerlo”.

Yolanda Díaz se enteró por la prensa de que Iglesias la había nombrado como su sucesora sin su permiso. Y su primera tentación fue negarse. Estuvo muy cerca incluso de rechazar la Vicepresidencia y dimitir como ministra ese mismo día, aseguran desde su entorno. Fue su equipo más cercano quien la convenció de que no podía irse, después de toda la esperanza que había generado en buena parte de los votantes de la izquierda.

Díaz aceptó ser vicepresidenta. Y también decidió que, si iba a ser la candidata, sería con sus reglas: con su propio proyecto político. Que sería muy distinto en las formas y en el fondo al de la última etapa de Pablo Iglesias.

En su primera entrevista como vicepresidenta, el 8 de abril de 2021, Yolanda Díaz ya dejó marcada su ruta: “Voy a tender puentes, la política del ruido y los muros no conduce a nada” (…) “Yo no ordeno y mando, quiero un liderazgo no confrontativo y no jerárquico” (…) “Nunca le he hecho una crítica a un medio de comunicación y no lo voy a hacer”. (…) “Nunca me van a ver peleando por un puesto”.

Iglesias fue uno de los primeros que conocieron sus planes al detalle: un “proceso de escucha” a través de una asociación, sin siglas de partidos, desde la que construir un nuevo proyecto. El modelo que ya había funcionado antes con las mareas gallegas. Fue en una cena entre ambos, en verano. Según fuentes cercanas a Yolanda Díaz, Iglesias no puso entonces pegas a la hoja de ruta.

Fue al final del verano de 2021, en el que Díaz empezó a tomar sus propias decisiones, cuando comenzó un distanciamiento personal y político con Pablo Iglesias: uno de sus amigos más cercanos durante años, desde que Iglesias aterrizó en Galicia en 2012 como asesor de Alternativa Galega de Esquerda (AGE), la coalición que lideró Xosé Manuel Beiras y donde Yolanda Díaz era la número dos. Contra pronóstico, AGE logró no solo entrar en el parlamento gallego sino superar al BNG en aquellas elecciones.

Yolanda Díaz fue después diputada de En Marea, en el grupo confederal de Podemos formado en las elecciones de 2015, que lideraba Pablo Iglesias. Más tarde entró en el Gobierno de coalición porque se lo propuso Pablo Iglesias, que contaba con ella como una de sus personas de máxima confianza. Su nombre como ministra de Trabajo fue de los primeros que Podemos puso encima de la mesa. Y allí, por méritos propios, se ha convertido en la ministra mejor valorada. Pero si Díaz es hoy vicepresidenta del Gobierno no fue solo porque era la dirigente de Unidas Podemos con más respaldo entre los votantes. También porque así lo decidió Pablo Iglesias: una persona que no solo ha sido el líder de su coalición electoral, sino también su amigo.

La foto de Valencia

El primer desencuentro entre ambos llegó con la forma en la que Iglesias forzó a Díaz a aceptar una responsabilidad que ella había rechazado: liderar Unidas Podemos. Aunque aquello se arregló entre ambos.

El segundo desencuentro, el más relevante, fue con el acto de las “Otras políticas”, que se celebró en noviembre en Valencia. Es una herida aún abierta.

Aquel encuentro lo organizó Compromís: concretamente el equipo de la entonces vicepresidenta valenciana, Mónica Oltra. El plan, según explican los organizadores, era “reunir en un mismo acto a las reinas de la baraja de la izquierda española”. Un repoker. Además de Oltra, el equipo de la anfitriona invitó a la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, a la líder de Más Madrid, Mónica García, a la diputada ceutí Fatima Hamed Hossain, y a la vicepresidenta Yolanda Díaz. También intentaron convocar a la líder del BNG, Ana Pontón, que rechazó la invitación.

Díaz no estuvo en la organización ni en el origen de este encuentro. Y desde Compromís aseguran que no pensaban que esa selección fuera a incomodar tanto a Unidas Podemos, teniendo en cuenta que dos de las cinco mujeres de la foto son dos de las principales líderes de este espacio: Yolanda Díaz y Ada Colau.

El problema de fondo es que Podemos y Unidas Podemos no son la misma cosa. Y que en Podemos hay quien considera a Díaz, o a Colau, no como dos de sus principales líderes y referentes sino como personas ajenas a su proyecto y a su militancia. Al menos eso trasluce el diagnóstico y el enfado con esa foto de su ex secretario general, Pablo Iglesias.

Esta semana, en varias intervenciones públicas, Iglesias ha mostrado su malestar porque no se invitara a Ione Belarra o Irene Montero a este encuentro en Valencia apelando a “cómo se podían sentir los militantes” porque Díaz acudiera a ese acto de Compromís si ninguna de ellas era invitada. Es la primera ocasión en la que lanza esa crítica en público. No así en privado. Este asunto ya fue el principal detonante que provocó la ruptura entre Iglesias y Díaz, hace ya un año.

El 12 de octubre de 2021, semanas antes de que se celebrara este encuentro valenciano, Iglesias reprochó a Díaz que fuera a participar en este acto. Desde Podemos aseguran que ella no fue del todo clara sobre si iba a asistir cuando el ex secretario general le preguntó directamente por este tema. Según fuentes cercanas a la vicepresidenta, Iglesias llegó a pedir a su sucesora que no acudiera a Valencia si no invitaban también a Ione Belarra o a Irene Montero. Yolanda Díaz –aseguran esas mismas fuentes– primero intentó mediar con Compromís para ampliar la cita, a lo que este partido se negó, porque ya había dos personas de Unidas Podemos. Después Díaz decidió acudir, a pesar del veto de Iglesias. Y eso provocó el gran conflicto entre ambos.

Pablo Iglesias envió a Yolanda Díaz un duro mensaje por teléfono donde criticaba su decisión de acudir a ese acto en el que no estaría la secretaria general de Podemos, Ione Belarra. Un mensaje que Díaz consideró intolerable. Y que decidió no contestar. Y ahí se rompió todo.

Podemos no era el único miembro de la coalición Unidas Podemos que no salía formalmente en esa foto. Tampoco había nadie de Izquierda Unida, un partido en el que Yolanda Díaz no milita desde el año 2019: se dio de baja por discrepancias con la posición de Alberto Garzón durante las negociaciones fallidas con el PSOE tras las primeras elecciones de ese año. “Nosotros no hemos cambiado por eso nuestra posición sobre la candidatura de Yolanda Díaz ni hemos hecho de esa foto un ‘casus belli’ contra ella, como sí ha hecho Iglesias”, aseguran fuentes de la dirección de Izquierda Unida.

El acto de Compromís en Valencia no nació como parte de la estrategia política de la vicepresidenta. Yolanda Díaz no fue la organizadora, pero sí la estrella y principal protagonista del evento, donde fue aplaudida con gritos de “presidenta, presidenta”. Y aquel encuentro acabó convirtiéndose de facto en la primera carta de presentación de su futuro proyecto de país: la plataforma electoral, Sumar. Una foto en la que estaba Mónica García, y Mónica Oltra, pero no Ione Belarra.

Desde aquella dura discusión, que fue en octubre de 2021 –antes incluso de que se celebrara este encuentro–, Iglesias y Díaz rompieron lazos. Y la distancia entre la vicepresidenta segunda y el ex secretario general de Podemos es cada día más grande. Díaz sí mantiene interlocución tanto con Irene Montero como especialmente con Ione Belarra, con quien tiene mejor relación personal que con la ministra de Igualdad, con la que nunca se ha entendido. Pero no así con Iglesias, que en la práctica sigue siendo el principal referente de Podemos, aunque ya no sea su secretario general.

Iglesias niega estar en las decisiones políticas de su partido, como afirman otras fuentes de Unidas Podemos. “A Ione Belarra la dirigen desde fuera”, critican estas mismas fuentes. En Podemos lo niegan.

Pero la división en Unidas Podemos y en su grupo parlamentario no se explica solo como una fractura entre Pablo Iglesias y Yolanda Díaz. Es una grieta mucho más amplia.

Los aliados de Yolanda Díaz

Del lado de Iglesias están Ione Belarra, Irene Montero, Pablo Echenique, Lilith Vestrynge y buena parte de la dirección y los diputados de Podemos. Algo más de la mitad del grupo parlamentario en el Congreso de los Diputados. Y la mayor parte de los cuadros y militantes de Podemos.

Del lado de Díaz está Izquierda Unida y Alberto Garzón. Está el Partido Comunista de España y su secretario general, Enrique Santiago, que en el último año ha pasado de ser una de las personas más cercanas a Iglesias a ser recientemente despedido del Ministerio de Asuntos Sociales por “yolandista”. Están Ada Colau, Joan Subirats y Jaume Asens, y los Comunes en pleno. Están algunos dirigentes autonómicos de Podemos. Y están también algunos otros diputados que entraron en las listas por Podemos, pero que hoy están disconformes con la posición de Iglesias.

El ‘Sumar’ de Yolanda Díaz también cuenta entre sus más que probables aliados a Íñigo Errejón y a Mónica García; a quienes protagonizaron la gran escisión de Podemos, Más Madrid, que hoy es el mayor partido de la izquierda en la asamblea madrileña. Y está también muy cerca Compromís, que es la fuerza a la izquierda del PSOE más potente en la Comunitat Valenciana. No es solo una historia de “Yolanda vs Iglesias” o de “Podemos vs Yolanda”. No es tampoco una guerra de Yolanda contra los partidos, porque la mayoría de estos partidos respaldan su estrategia. Es una brecha entre Pablo Iglesias y buena parte de la dirección nacional de Podemos, enfrentado a todo el resto del espacio de la izquierda española, que hace piña alrededor de una candidata que fue designada por el propio Iglesias.

Desde Podemos también critican que Díaz cuide más a estos aliados potenciales que a quienes la llevaron al Consejo de Ministros. Y ponen como ejemplo lo que ocurrió cuando Joan Baldoví fue nombrado candidato a la presidencia de la Generalitat Valenciana por Compromís. Díaz respaldó públicamente su candidatura, a pesar de que Podemos presentara otra lista contra él. O lo que ocurre con Más Madrid, donde es Mónica García quien no quiere pactar una lista común. “No puede ser que la confluencia sea solo donde ellos son débiles”, argumentan desde Podemos.

En Unidas Podemos y fuera de esa coalición son muchos los que han intentado mediar en este desencuentro entre Pablo Iglesias y Yolanda Díaz –entre otros, el expresidente José Luis Rodríguez Zapatero–. El enfrentamiento, sin embargo, no cesa, y las escaramuzas entre ambos lados son cada vez mayores hasta el punto de que esta guerra interna se ha convertido en uno de los factores más importantes que juegan a favor de la derecha.

A pesar de la gravedad de la situación política española, con el PP y Vox liderando las encuestas, el conflicto interno dentro de Unidas Podemos está escalando casi cada mes. Ya no es descartable incluso la posibilidad de que esto se traduzca en una fractura definitiva para las próximas generales, donde la candidatura de Yolanda Díaz bajo la marca Sumar acabe compitiendo contra una lista de Podemos. “Cara a ganar las elecciones, nos preocupa más este factor que el desgaste por la inflación”, asegura un ministro del PSOE.

La grieta en Unidas Podemos ha aflorado de forma aún más visible esta última semana. Pero hace más de un año que se han producido distintos enfrentamientos no tan conocidos. Como las distintas posiciones respecto al envío de armas a Ucrania, o sobre la cumbre de la OTAN. O la reforma laboral, donde los partidarios de Yolanda Díaz critican que Podemos no remó lo suficiente.

Uno de los primeros enfrentamientos llegó cuando la presidenta del Congreso. Meritxell Batet, dejó sin su escaño a Alberto Rodríguez tras la injusta condena del Supremo. Podemos anunció una querella contra Batet, que de presentarse (nunca se hizo) habría supuesto una enorme crisis en el Gobierno de coalición –no todos los días se denuncia por lo penal a la tercera autoridad del Estado y militante de tu socio de Gobierno–. Desde Podemos se acusaba veladamente a Yolanda Díaz –que se opuso a esa querella– de no defender lo suficiente a un diputado del partido tratado tan injustamente.

Los acontecimientos posteriores dejaron las cosas más claras: Alberto Rodríguez, ex secretario de Organización de Podemos, se dio de baja del partido; harto, entre otros motivos, de que se intentara instrumentalizar su expulsión del Congreso contra Díaz (con la que mantiene muy buena relación, como ha contado en distintas entrevistas). Después Alberto Rodríguez ha fundado una nueva plataforma electoral para Canarias, Proyecto Drago, que es probable que acabe confluyendo con Sumar para las generales.

El siguiente conflicto llegó con las elecciones andaluzas. La versión que trasladan los críticos con Iglesias es que Podemos forzó las negociaciones de una coalición hasta el último momento porque había muy pocas ganas en el partido para ese acuerdo. Para Podemos, aseguran estas fuentes, era un precedente muy peligroso: una confluencia donde también estaba Más País y que no encabezaba su candidato sino la de IU. Algo entendible, teniendo en cuenta que Podemos apenas cuenta con estructura en Andalucía, tras la expulsión de Teresa Rodríguez con todo su grupo. Algo razonable, pero que también podía ser extrapolable a otros muchos territorios donde Podemos ya no es la primera fuerza a la izquierda del PSOE.

El plazo para inscribir las coaliciones para las andaluzas terminaba a las doce de la noche y, hasta las 23:30, desde Podemos no cogieron el teléfono. A falta de pocos minutos, presentaron al resto de partidos (Izquierda Unida, Más País, Equo…) una última oferta donde, según la interpretación de IU, exigieron una representación desmesurada en las listas que estaba destinada a que fueran el resto quienes rompieran. A pesar del órdago de Podemos, en IU dijeron que sí al acuerdo. Pero como en Podemos ni siquiera habían mandado a nadie al registro con los poderes –otro síntoma de su falta de voluntad para este pacto, argumentan– no hubo tiempo para inscribir la coalición en tiempo y forma, lo que terminó provocando un enorme fiasco económico y político para el proyecto.

La versión de Podemos sobre este conflicto es que aquello que pasó con la inscripción de la coalición no fue un error: fue intencionado. Aseguran que IU lo hizo deliberadamente para controlar después el grupo parlamentario. Un grupo que hoy, de facto, está roto en dos: Podemos por un lado, el resto por el otro.

La crisis andaluza con aquella candidatura provocó, el 22 de mayo, las primeras declaraciones públicas del ex secretario general de Podemos contra su sucesora. En la tertulia de la SER, Pablo Iglesias aseguró que no quería “generar ningún titular que perjudique a Yolanda Díaz, ni a la candidatura del cambio, ni al frente amplio o como leches se termine llamando” para, a renglón seguido, responsabilizar a Díaz de lo ocurrido por no convocar primarias.

Y el último gran desencuentro, antes de que estas luchas internas vieran del todo la luz pública, llegó con la frustrada renovación del Consejo General del Poder Judicial.

La cobardía de Feijóo evita que Unidas Podemos se rompa

La negociación repitió el mismo esquema que el Gobierno había intentado en otras ocasiones. El mismo modelo que previamente había aceptado Pablo Iglesias en anteriores intentos: el PP solo negociaba con el PSOE, no con Unidas Podemos. Pero el PSOE sí le cedía a sus socios de Gobierno dos puestos en el CGPJ, que pactaban entre ambos.

El negociador por parte de Unidas Podemos era también el mismo que Pablo Iglesias había nombrado en su etapa como líder: Enrique Santiago.

En febrero de 2021, el acuerdo se rompió porque el PP vetó a los dos candidatos que proponía Unidas Podemos: la jueza y exdiputada Victoria Rosell y el juez José Ricardo de Prada.  A la primera, el PP se negaba con el argumento de que había sido diputada de Podemos. Con el segundo, argumentaban que sería “un fraude de ley”, porque es un juez pero iba a entrar por el turno de juristas. Era una mala excusa. La realidad es que no querían a José Ricardo de Prada por otra razón: porque fue uno de los jueces que firmó la sentencia de la Gürtel, que acabó con la moción de censura y la caída de Mariano Rajoy. Por eso, y solo por eso, lo vetaban.

Aquel veto del PP a Rosell y a De Prada acabó con esas negociaciones, que probablemente tampoco habrían avanzado en ningún caso porque el PP no tenía intención alguna de renovar. Unidas Podemos se negó a presentar a otros candidatos y el PSOE les apoyó en esa decisión. La negociación formalmente se rompió por ese veto que en el PSOE también consideraban injusto, especialmente en el caso de José Ricardo de Prada que –a diferencia de Rosell– no había estado nunca en política.

Al arrancar estas nuevas negociaciones, tras la dimisión de Carlos Lesmes, el veto a José Ricardo de Prada dejó de ser un obstáculo. Porque fue el propio juez quien decidió retirarse del proceso. Pero el PP sí mantuvo el otro veto.

Desde que empezaron las conversaciones, quedó claro que la jueza Victoria Rosell, hoy delegada del Gobierno contra la Violencia de Género, no tenía muchas posibilidades de entrar en el nuevo consejo. No porque no se lo mereciera, que se lo merece más que nadie. Sino porque el primer punto que pidió el PP para sentarse a hablar fue que no hubiera “puertas giratorias” del Gobierno a la Justicia: que nadie saltara directamente del Ejecutivo al Poder Judicial. Una premisa que el PSOE aceptó. Y que, en el pasado, Podemos también había defendido públicamente.

Es cierto que esa condición impuesta por PP –diseñada para vetar a Rosell y para vender a lo suyos que no habría otra ministra que pasara a ser Fiscal General del Estado, como Dolores Delgado–, era del todo hipócrita. ¿Puertas giratorias? ¿En serio? En la anterior renovación, el PP puso al frente del CGPJ a Carlos Lesmes: exdirector general de Justicia con Aznar. Pero la realidad es que Rosell tenía muy difícil llegar a este consejo, hiciera lo que hiciera Yolanda Díaz. Porque no dependía de ella.

Dato importante: los votos de Unidas Podemos no eran necesarios para renovar el CGPJ. Entre PSOE, PP y el PNV –que obtenía también un vocal– ya superan ampliamente los tres quintos necesarios en el Parlamento.

Unidas Podemos lo intentó. Y en las primeras conversaciones con el PSOE –según confirman fuentes de este partido– Enrique Santiago volvió a plantear el nombre de Victoria Rosell para el CGPJ. El PSOE no puso peros a su candidatura. Pero el PP volvió a vetar a Rosell, con el argumento de que venía de la política.

Tras varios días de bloqueo –no solo por este asunto–, el PSOE trasladó a Unidas Podemos que tenían que proponer otro nombre. Que esta vez el PP iba en serio. Y que en esta ocasión no estaban dispuestos a perder la oportunidad de lograr sendas mayorías progresistas en el CGPJ y en el Tribunal Constitucional, después de cuatro años de bloqueo: que irían adelante con la renovación, con o sin Rosell, con o sin Podemos.

Unidas Podemos se encontró de ese modo ante la siguiente disyuntiva: mantener el nombre de Victoria Rosell contra viento y marea, asumiendo que probablemente se quedarían fuera del nuevo CGPJ, o presentar a otro candidato distinto a Rosell. Y este debate partió el grupo parlamentario en dos mitades. Por un lado Podemos, en una posición que también defendía públicamente Pablo Iglesias: mantener a Rosell a toda costa. Por el otro, el resto del espacio: Yolanda Díaz, Enrique Santiago, los comunes y también algunos diputados de Podemos críticos con la actual dirección, que defendían la alternativa más pragmática. Díaz llegó incluso a convocar una reunión del espacio confederal donde solo Pablo Echenique se opuso a proponer otro nombre en lugar del de Victoria Rosell.

La candidatura de Victoria Rosell al CGPJ se acabó convirtiendo en otro caballo de batalla de Iglesias contra su sucesora. La dirección de Podemos avisó de que el partido votaría en contra del acuerdo si Victoria Rosell no entraba en la lista. A través de su podcast, Iglesias acusó a Yolanda Díaz de “ceder a las presiones” de los medios y la retó públicamente a decir que Rosell no era su candidata.

Pese a estas crecientes presiones, Díaz no cedió. Y el interlocutor de Unidas Podemos, Enrique Santiago, negoció con el PSOE una lista donde no figuraba Rosell entre los vocales del CGPJ, pero sí otros dos nombres propuestos por Unidas Podemos. Un pacto que finalmente saltó por los aires por otro motivo: porque Feijóo no aguantó sus propias presiones internas. Pero de haberse renovado el CGPJ, de haberse producido esa votación en el Parlamento de los 20 vocales acordados, la división habría sido evidente en el grupo parlamentario, que se habría partido casi por la mitad: una parte de los diputados de Unidas Podemos habría votado lo que planteaba Díaz. La otra, lo que pedía Iglesias.

Para Podemos, según explican fuentes del partido, el veto a Rosell era intolerable. Porque había sido víctima del ‘lawfare’ y porque la premisa contra las “puertas giratorias” del PP era un traje a medida contra ella. “Tampoco había novedad en renovar el CGPJ con dos vocales nuestros, IU también ha tenido vocales en este órgano y no sirvieron de mucho”, argumentan. Las mismas fuentes aseguran que “todo Podemos” prefería salirse del acuerdo, aún perdiendo esos puestos, que aceptar ese veto. Incluso asumiendo que el grupo parlamentario se rompería en la votación en un asunto de tanta trascendencia.

Sin entender este último choque, que no fue el definitivo porque a Feijóo le temblaron las rodillas, no se entienden tampoco las críticas públicas de Pablo Iglesias contra Yolanda Díaz de estos últimos días.

“Ay de aquella que le falte el respeto a la militancia”

La ruptura se hizo visible a las ojos de todos el pasado domingo, en un acto de Podemos que clausuró el ex secretario general en un teatro de Madrid y donde lanzó numerosas críticas a su sucesora, pero sin nombrarla abiertamente: “Claro que los partidos son necesarios. No hay discurso más reaccionario que el que dice que el problema son los partidos” (….) “Los que aceptaron el veto a Rosell no lo van a poder reconocer jamás” (…) “Necesitamos una izquierda que diga la verdad” (…) “Podemos tiene que ser generosa. Pero Podemos debe ser respetada”.

La última frase de Iglesias en ese discurso era también inequívoca: “¡Ay de aquel o de aquella que se atreva a faltarle el respeto a la militancia de Podemos!”.

La mayor parte de la prensa interpretó ese discurso como lo que era: como una dura advertencia a Yolanda Díaz. El lunes por la mañana, distintas voces desde Podemos argumentaron que no era así: que Iglesias no se refería a la vicepresidenta, a la que no nombró en todo el discurso. El lunes por la noche, desde la tertulia de la SER, el propio Iglesias fue aún más explícito. Y dejó claro que sí, que esa petición de respeto por supuesto que se dirigía a quien él mismo eligió como su sucesora.

Según la explicación de Iglesias, Podemos debe ir con Sumar, pero Yolanda Díaz no está siendo generosa. No por voluntad propia, sino por culpa de “sectores mediáticos” que ven en ella la oportunidad de “destruir definitivamente a Podemos”. El exvicepresidente hace meses que acusa a los medios de “sembrar cizaña” en Unidas Podemos –como si su mala relación con Yolanda Díaz fuera un relato inventado y no una realidad a la vista de todos– y aprovecha la pésima imagen de la prensa entre sus partidarios para desacreditar cualquier crítica.

Iglesias sabe bien que los numerosos abusos de la mayoría de los medios de comunicación contra Podemos han galvanizado a buena parte de los militantes y simpatizantes de su partido contra las críticas. Y utiliza esa merecida mala imagen de la prensa para desgastar el liderazgo de su sucesora, para forzarla a negociar unas listas donde Podemos no pierda peso. Es siempre Iglesias –no Díaz, ni Belarra, ni Montero, ni Echenique– quien provoca los principales titulares sobre la división en Unidas Podemos, en una espiral creciente.

La pelea de fondo, si se llegara a un acuerdo, es por ver quién controla el futuro grupo parlamentario. Pero no descarten que todo salte por los aires y Yolanda Díaz acabe siendo presentada por Pablo Iglesias como la enésima traidora, junto con varias de las caras más visibles de Unidas Podemos que le acompañan en Sumar, como Alberto Garzón o Ada Colau o Jaume Asens o Joan Subirats o Enrique Santiago… Nada alegraría más al PP y a Vox que ese escenario que hoy no es para nada improbable.

Antes que Yolanda Díaz o Ada Colau fueron Luis Alegre, Carolina Bescansa, Íñigo Errejón, Ramón Espinar, Tania Sánchez,Teresa Rodríguez, Sergio Pascual, Miguel Urbán, Manuela Carmena, Rita Maestre, Alberto Rodríguez, Pablo Bustinduy, Gemma Ubasart, Lorena Ruíz-Huerta, Gloria Elizo… y tantos otros que estuvieron y ya no están en Podemos. Tantos y tan distintos entre sí que es muy difícil argumentar que todas las rupturas sean siempre culpa de los demás (o del poder mediático).

Sin alguien con la personalidad de Pablo Iglesias, Podemos nunca habría existido. Pero las mismas virtudes que hacen de Iglesias un político excepcional son las que después le convierten en un mal jugador de equipo. Y un expolítico aún peor para su partido.

Iglesias acusa a los medios de “presionar” a Yolanda Díaz. Cuando es él, desde sus intervenciones en los medios, quien más presiona a la vicepresidenta que él mismo nombró, para intentar marcar su línea.

Yolanda Díaz también ha cometido errores que debería enmendar. Porque se ha dejado arrastrar por este enfrentamiento con Iglesias y no ha dado el cariño necesario a un partido, Podemos, que es mucho más que su antiguo líder.

Podemos ya no es hoy la marca electoral arrolladora que fue hace unos años. Pero en la militancia de Podemos y en los muchos simpatizantes del partido residen buena parte de las esperanzas de la izquierda para que el PP y Vox no alcancen La Moncloa. Si Díaz no logra ilusionar de nuevo a estas personas comprometidas, y que ellas también sientan que forman parte de su proyecto, difícilmente podrá hacerlo con una mayoría amplia de los españoles. Y para eso es necesario que la vicepresidenta dé más pasos lo antes posible. El primero de ellos, que confirme oficialmente su candidatura.

Muchos dicen que Pablo Iglesias y Yolanda Díaz tienen que hablar, y arreglar esta ruptura.

Pero quienes tienen que hablar más, mucho más, para no tirar por el retrete la oportunidad de otro gobierno progresista, son otras: Yolanda Díaz e Ione Belarra. Afortunadamente, parece que ya lo están haciendo.