23 octubre 1952

Fernández de la Mora será el encargado de publicar la réplica desde ABC lamentando los modos del periódico del Movimiento

Demoledor ataque del diario ARRIBA de Ismael Herráiz contra el director de ABC, Torcuato Luca de Tena y Brunet

Hechos

  • El artículo ‘Ciudadanos’ publicado en ABC y firmado por su director D. Torcuato Luca de Tena y Brunet, fue replicado en el diario ARRIBA por el editorial ‘Pioneros’.

Lecturas

D. Torcuato Luca de Tena Brunet, nieto del fundador, se estrena como director de ABC con un alegato en favor de los Ciudadanos es replicado con un editorial en el diario Arriba dirigido por D. Ismael Herráiz Crespo que, sin citarle, alude a su llamamiento como el de figuras del pasado. El ABC replica con otro editorial en Tercera redactado por D. Gonzalo Fernández de la Mora Mon. Arriba responde alegrándose por el eco de su editorial pero ‘presentando excusas’ si alguien hubiera podido ofenderse.

«Ciudadanos» contra «Pioneros»

El recién llegado director del diario ‘ABC’, D. Torcuato Luca de Tena y Brunet – del sector monárquico del franquismo –  publicó un editorial en el que venía a solicitar que las escuelas de formación del régimen franquista debían formar ‘ciudadanos’ con valores cívicos y no soldados, como podía interpretarse que querían desde el sector falangista del franquismo.

15 Octubre 1952

Ciudadanía

Torcuato Luca de Tena y Brunet

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En los últimos días, como eslabones escalonados que intentan fundirse en común cadena, han surgido súbitamente en las columnas editoriales de este periódico, algunas observaciones que bien podrían servir de índice de meditación ante el tema tantas veces olvidado de la educación cívica. En la frondosa complejidad del mismo, desmochado jaras y decapitado helechos, olvidando sugerencias y desoyendo invitaciones, el tema ha dejado de lado la posibilidad de centrarse en los mil y un paralelos que nos conducirían a la divagación en torno a la enseñanza, a la formación cultural, a la formación religiosa, a la capacitación intelectual del español, para dispararse  sólo hacia el blanco de la educación ciudadana. Porque los temas a veces se disparan solos, apenas la tinta – inquieta – comienza a fluir por el canal de la pluma.

Una de las primeras impresiones que hiere la retina del observador español que cruza temporalmente nuestras fronteras, con visado de salida, es el desnivel que existe en nuestra patria entre la valoración de las plurales normas que rigen toda actividad social. España, que produce buenos abogados, buenos médicos, buenos padres de familia, buenos religiosos, está en déficit, en cambio, en la producción de buenos ciudadanos. Todo español con un mínimo de sensibilidad social, sospecha este desnivel antes de salir de casa; pero es, por razón comparativa, al salir de ella, cuando la realidad s presenta más patente ante él por poco tensa que lleve las antenas de la observación. Hay algo inaprehensible, difícil de matizar y difícil, por consecuencia, de traducir a palabras; algo como un primer impulso, como un movimiento irreprimible de reacción que sitúa al francés, al inglés, al americano, y no digamos al alemán y a los nórdicos, en un sometimiento intuitivo ante la ley Después viene la reflexión, la observación y cualquiera de los ciudadanos citados, después de analizada y meditada, podrá o no discrepar de ella, discutirla e incluso combatir por su abolición. Pero el primer movimiento es siempre intuitivamente, impremeditadamente de respeto a la ley: movimiento que en el español es, por lo general, también intuitiva e irreflexivamente contrario a ella.

La solitaria luz del tráfico, que puede con su solo parpadeo verde y roo dirigir y ordenar la circulación con anta eficacia como un pelotón de guardias municipales, tropieza (en la antípoda que pretendemos por contraste resaltar) con el ‘sigamos ahora, que el guardia no nos ve’, de nuestra primigenia reacción de automovilistas o de peatones. Y si proyectamos el (de tan humilde, casi indigente) ejemplo, al plano de los político y de la convivencia nacional, la metáfora es capaz por sí sola de fruncir de preocupaciones el ceño del espectador que compare.

“El español es generalmente tan rico en patriotismo como pobre en civismo. El español sabe, generalmente, morir con heroísmo por su patria y no sabe, por lo general, vivir cívicamente para su patria”, tuve ocasión de escribir hace algunos meses, al enfrentarme con este tema desde otros meridianos mentales, desde otras latitudes políticas. Y esto, que nos responde a la arbitraria colocación de unos vocablos con la intención de producir un puro efecto literario, entraña quizá una de las más tristes realidades de nuestra intimidad social.

Ante este hecho difícil de contradecir, que se preocupaba un editorial de ABC:

“¿Puede el español abandonar su incivismo al ritmo de una educación social que lo pretendiera, o no puede desprenderse de él, como no puede hacerlo el negro respecto a la pigmentación de su piel o el albino con el permanente sonrojo de sus retinas?” ¿Somos así porque sí o hemos llegado a ello al ritmo de esta deseducación paulatina? Porque la deseducación que puede llegar por el norte de la mala educación puede también alcanzarnos por el lado no de la educación mala, sino tan sólo de la ausencia de educación. No es preciso fomentar el vicio para que éste exista, sino que basta que no se persiga para que crezca, como le basta al bosque la falta de guardadores para que crezcan entre sus ramas las blancas bolsas de la procesionaria, sin necesidad de que se le proteja.

Perdida en España la fiebre misional, agotada su capacidad de empresa proyectada al exterior, la sociedad española, abandona entre las viejas paredes de su casona solariega, se fue lentamente desmoronando en lo moral, sin que bastaran para detener su ruina los parches y las vigas con que no pocas previsoras intervenciones pretendieron detener su curso. Hemos oído tantas veces que España era el arca de la cortesía, la reserva espiritual de Occidente, la campana neumática donde aún se conservaban puras viejas virtudes, en otros países olvidadas, que hemos llegado, con narcisista autosugestión a creerlo. Y da pena ver cómo sin el sentido ecuménico de la vida que aún conserva, afortunadamente, el español; sin este concepto de la trilogía en que se encierra nuestro destino – Dios, hombre, Universo – otros pueblos han alcanzado, con menos pretensión ecuménica y menos algaradas patrioteras, fórmulas cívicas que casi no son desconocidas: la del respeto al derecho ajeno; la de reservar la intransigencia sólo para aquello que lo merezca, aplicando para el resto la transigencia (que no es tanto norma de generosidad como de eficacia en la convivencia); la de lubrificar nuestras coincidencias y nuestras discrepancias sin el empalagoso cristal ahumado de la adulación o de la violencia; la de reconocer la superioridad del mejor, sin sentir gravemente afectado nuestro sistema hepático de imparciales observadores; la de aceptar la competencia como ley de vida, sin odiar por ello al competidor, sino procurando superarle; la de alejar, en fin, el medio de ‘cueste lo que cueste’, ‘sea como sea’, para la consecución de nuestro objetivo, pues en esta fórmula se esconde el aforismo – tan innoble en la vida deportiva como en la política como en la social – de que un fin bueno para justificar procedimientos vituperables. Y tantos y tantos etcéteras que por ser el decálogo de la convivencia entre quienes recorren juntos en un mismo vehículo una trayectoria vital práctica de las normas marcadas – es pueril recordarlo – en el a veces tan lejano Evangelio.

En las aulas de la escuela, del colegio, de la Universidad falta esta asignatura de la formación ciudadana, que no hay que confundir – ¡válgame el cielo! – con la formación política o la formación patriótica. Un buen patriota que yerra podrá salva su conciencia de hombre de bien, pero puede ser perjudicial, con toda su buena fe a cuestas, a su patria y a sus contemporáneos. Un buen ciudadano, no. Es tan discutible el derecho (como, a la larga, la eficacia) de pretender anteponer en las almas en barbecho de los niños y los jóvenes ideas políticas a la pura y sencillamente cívicas. Por dos razones: en primer lugar porque por muy nobles que aquellas sean, van quizá en contraposición con las de los padres – y su derecho es sagrado – que no las deseen para sus hijos. En segundo lugar, porque en cualquier caso corren el riesgo de ser inservibles algún día ante el verginoso y voluble correr del tiempo. Pero el respeto a la ley, el respeto al derecho ajeno, el sentido de la responsabilidad, la conciencia de que en manos de uno está una parcela, por pequeña que sea, del porvenir de la sociedad en la que se vive, esa ideas, en cambio, serán siempre permanentes y eficaces.  Un grano solo no forma granero, pero ayuda a su compañero. Sentido de la colectiva responsabilidad, civismo: esta es la asignatura que, desgraciadamente no hemos aprendido en el colegio.

Torcuato Luca de Tena y Brunet.

23 Octubre 1953

Pioneros

Editorial (Director: Isamel Herráiz)

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Sin duda por puras razones de seguridad, en estos últimos tiempos periodísticos se ha puesto de moda hablar de ciudadanía, término generalmente cursi y solamente aceptable por parte de ‘hinchas’ nostálgicos. La seguridad, claro está, se refiere a la personal seguridad de los comentaristas, nunca más firme que bajo el tiempo español ganado por los que el pasado domingo, en representación de todos sus camaradas y conmiflitones, se han reunido entre la niebla, el frío y la lluvia del Alto de los Leones. Los veteranos de la Cruzada – que no son tan viejos para despertar desatinadas ilusiones en ciertas parcelas de la vida nacional – conquistaron como un generoso botín la simple vida de España y la vida particular de cada uno de los españoles; incluso conquistaron el derecho a filosofar de todos y cada uno de nuestros compatriotas. Quien se encontró limpiamente, sin esfuerzo con su joven vida ganada, considera como inalienable derecho lo que para los combatientes siempre fue considerado un lujo: el elegante juego dialéctico sobre temas capitales. Resulta ahora fácil, holgado y casi sesteante al hablar de educación cívica, el resucitar todos los viejos clichés de la ciudadanía y otras garambainas por el estilo, no tan queridas en los tiempos del desorden, la anarquía y el pistolerismo. Ahora no es penoso el discutir los derechos del Estado a la concreta educación política de sus hombres. Pero cuando los ciudadanos quemaban iglesias, periódicos; cuando ocupaban – muchas veces con harta razón – tierras e industrias, o quemaban cosechas y maquinarias, los mismos filosofitos de la guardarropía reclamaban una urgente y dura represión sobre aquellos ciudadanos para los cuales se pide ahora una benevolencia rayana en la risa. La educación cívica, especie política anticoncepcionista, va bien en los recursos de quienes se sienten sobradamente defendidos por un Régimen nacido del sobrehumano y heroico trabajo militar de los españoles; pero no era tan recomendable cuando los ciudadanos, con un bidón de gasolina en la mano de votar, cantaban aquella odiosa copla de “Somos los hijos de Lenin”. Cuando la educación cívica, por lógica extensión, ponía el peligro la existencia misma de la Patria – campamento sacro en el que algunos meten el contrabando de sus más queridos y rentables intereses – se nos reclama para el orden pretoriano. Sin embargo, es llegada la hora de prever con la justicia y no de reprimir con la estaca la estúpida e ilusoria argumentación de los que se creen ciudadanos con garantía a todo riesgo, se mete a discutir esa educación política que el Estado da a sus regidos para evitarse, entre otras cosas, un mayor consumo de energía represiva. Los profesores de función benéfica se enfadan porque esta educación política no coincide con la que ellos, soñando en ser déspotas ilustrados, darían a tiros y troyanos. No admiten que la justicia, llevada al necesario extremo de la justa convivencia nacional, roce sus bolsillos, frecuentemente confundidos con sus ideas, y se desvelan por conseguir, sobre bases mucho más paremiológicas que políticas y justiciereas, un punto de apoyo para el retroceso histórico. Educación cívica, aceptemos por un momento la antigualla conceptual, es, por ejemplo, saber que decir Caudillo es mucho más que decir Jefe de Estado, porque el caudillaje implica una conquistada seguridad de la Patria y del Estado, nunca conseguida  con aquellas situaciones verbeneras, castizas y goyescas que se derrumbaban al primer soplo de un viento electoral. Educación cívica es saber que desde el 18 de julio los españoles todos estamos a cero, y que todos nuestros derechos arrancan del respeto a esta fecha y a todo cuanto ella significa de libertad y de renunciamiento. Educación cívica es saber que no basta con las próximas y reconocidas culpas de la República, comodín político que satisface en calidad de cabeza de turco a unos cuantos, sino que es necesario remontarse por el árbol genealógico de la Historia española – mejor dicho, de sus dinastías – para reconocer en la República una pura consecuencia del desaliño, la desgana, la traición y la injusticia permanentemente instauradas sobre la vida de nuestro pueblo en los dos siglos antecedentes. Educación cívica es saber que no se debe abusar de la confianza que el Régimen concede a los que en él y por él hallaron acomodo y hasta ocasión de mandar. Educación cívica es saber que los pioneros no nacen sin razón alguna, y que es preferible evitarlos que aplastarlos. Educación cívica es saber que la paz de España costó mucha sangre para arriesgarla ahora en vanas especulaciones, en imbéciles mimetismo, en sistemitas más o menos de moda. Educación cívica es saber que un buen patriota vale más que un buen ciudadanos, porque un buen patriota es siempre un buen ciudadano, pero nadie puede asegurar que un buen ciudadano sea incompatible con la logia, el afrancesamiento y otros peligrosos escollos, tan dolorosamente responsables de nuestra Historia, lo mismo bajo la Monarquía que bajo la República marxista. Estos ‘ciudadanos’, que en estos últimos tiempos son evocados por la inexperiencia y la gentil tolerancia, al alimón, son los que acaban dejando que sus hijos se afilen al pionerismo staliniano. Y entonces, amigos, se replica gordo llamando a los que un 18 de julio eligieron entre los patriotas y los ciudadanos, entre la educación política y la educación cívica, entre el porvenir y la murga actualista, facilona y zarzuelera. Y, por nuestra parte, basta.

25 Octubre 1952

Ciudadanía, por favor

Gonzalo Fernández de la Mora

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Como réplica a nuestra campaña sobre temas formativos, y deteniéndose con especial fervor en el artículo de colaboración titulado ‘Ciudadanía’ se nos ha dedicado un editorial ilustrado que nos ha producido tanto estupor como tristeza. Pese a su brevedad, el autor ha encontrado ocasión bastante para – escudándose en valores que respetamos como el que más – dirigir contra un periódico ex combatiente y ex cautivo – también como el que más – expresiones y términos un tanto peregrinos como ‘cursi’, ‘hincha’, ‘sesteante’, ‘garambaina’, ‘pistolerismo’, ‘estúpida e ilusoria argumentación’, ‘filósofitos de guardarropía’, ‘especie política anticoncepcionista’, ‘antigualla’, ‘situaciones verbeneras’, ‘desaliño’, ‘desgana’, ‘traición’, ‘imbéciles mimetismos’, ‘murga facilona’ y otros vocablos de los que hacemos gracia al lector, y que son de una inelegancia verdaderamente suma.

Tiene, sin embargo, este editorial de nuestro colega, virtud, que es la que nos ha animado a darle difusión, y esa virtud es que, por contraste, el artículo contribuye con un argumento más al buen éxito de nuestra campaña formativa. Denunciábamos, hace días, algunos defectos nacionales: ahora no nos cabe duda de que todavía existen. Proponíamos determinadas virtudes: hoy sabemos ciertamente que hay quienes las necesitan. Por los vocablos transcritos se puede juzgar el contexto del editorial que comentamos. Nuestros lectores ya se habrán percatado de que se trata precisamente del tipo de artículo que no se debe escribir y que nosotros, aunque se nos de pie para ello, no escribiremos nunca, sencillamente nunca. Porque entre el razonamiento difícil y la fácil palabrería, optaremos siempre, en aras de la convivencia, por la argumentación.

26 Octubre 1952

Agradecimiento

Editorial (Director: Ismael Herráiz)

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Agradecemos, conmovidos, la extraordinaria difusión prestada a nuestro reciente editorial titulado Pioneros. Acaso, al margen de tal complacencia, tuviéramos que hacer una mínima, pero esencial, aclaración a las apostillas con que se favorece a nuestro editorial. Pretendimos entonces salir al paso de una campaña que, bajo un enmascaramiento correcto, trata de impedir que el Régimen español enseñe y propague en las generaciones jóvenes los ideales del Alzamiento y evite, por consiguiente una nueva y definitiva catástrofe. Como estos ideales costaron a todos – incluidos, desde luego, con alto honor, los periódicos ex combatientes y ex cautivos – más de un millón de muertos, se comprenderá que sintamos cierta alarma al ver que se pide nada menos que su sustitución como tema formativo por una difusa alegoría de supuestos éticos y cívicos. Al expresar esta alarma hemos utilizado el material lexicográfico inventariado por la Real Academia ara uno de ciudadanos elegantes y de ciudadanos económicamente débiles. Si por impericia, y jamás por mala intención, hubiéramos despegado algún adjetivo de su paro y concreto objetivo político – cosa que no creemos en conciencia  rogamos se acepten nuestras excusas. Fuera de ello, el artículo en cuestión subsiste en nuestro ánimo tal y como está escrito y, además, incontestado.

Y con nuestro modesto sombrero de copa saludamos benévolamente a todos los ciudadanos del universo mundo.

Franco sí, pero...

Torcuato Luca de Tena Brunet

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Como medida de cortesía (y también por cortar desde el principio de actitudes acres u hostiles entre mis colegues) comencé a visitar a los directores de los periódicos de Madrid. Emilio Romero, que había convertido PUEBLO en un diario chispeante, periodísticamente agresivo y amenísimo. Él y yo inauguramos un modus oeprandi que parecía olvidado en España: polemizar sin acritud. En la sala de confección de este periódico semioficial, dependiente del Movimiento a través de la Delegación Nacional de sindicatos, conocí a Juan Luis Cebrián, jovencísimo a la sazón, que al paso de los años llegaría a ser director de EL PAÍS y consejero delegado de la empresa editora que preside Polanco, la eminencia gris. Era Juan Luis Cebrián hijo de Vicente, redactor jefe de ARRIBA, el periódico de la Falange.

Visité asimismo al entrañable don Juan Pujol, director propietario del vespertino MADRID; y a Ismael Herráiz, que lo era del periódico del Movimiento ARRIBA, en cuya visita voy a detenerme un punto, por lo que en seguida se verá. Era Ismael Herraiz un gran director de periódicos. Él mismo fue un excelente escritor. ARRIBA era, por así decirlo, el periódico rival del que yo dirigía y me interesó desde el primer momento establecer con su director una relación de cordialidad personal y profesional, con independencia de las discrepancias políticas que pudiera surgir. Se mostró sorprendidísimo de mi visita. Era ancho de cara y sus ojos, un tanto bovinos, me miraban con cierta incredulidad, como pensando en una segunda intención de mi parte. Pero era hombre inteligente y no tardó en advertir mi buena fe. Yo era un profesional como él, con tanta o más experiencia que él en conocimientos de la prensa extranjera y con harta menos experiencia en la nacional. Era un colega que quería saludar a otro colega. Y punto. Pensaba que así lo entendió, cuando súbita y sorprensiva su periódico se destapó con un artículo sin firma, contra mí, tan cargado de injurias y ultrajes gratuitos que su lectura me dejó más pasmado que ofendido. No hubo nunca polémica de por medio, ni provocación alguna por mi parte, ni por la del periódico. Fue una bofetada alevosa e injustificada, una voz donde más duele, lanzada al aire, porque sí.

Franco se apoyó en Falange, por ser la más débil de las fuerzas que colaboraron con la victoria. Si se hubiese apoyado en las más fuertes (tradicionalistas, monárquicos juanistas o Democracia Cristiana, unidas todas ellas en la común idea de una restauración de la monarquía).

¿Qué explicación tiene el burdo, violentísimo ataque de que fue víctima el nuevo director de ABC, sino el de pretender abatir a uno que parecía llegar y ascender inopinadamente sobre un bunker político que consideraban exclusivamente suyo, y al que el intruso no pertenecía? ¿A qué venía esa acrimonia innecesaria sin o a un complejo de debilidad?

La respuesta fulgurante, inmediata, brillantísima que dio ABC a aquel ataque se debe a la pluma de Fernández de la Mora. ¡No había errado, no, al seleccionador a tal colaborador!

Lo que ni en sus peores pesadillas pudo soñar Ismael Herráiz, director de ARRIBA, al que llegué a considerar erróneamente autor de aquel atentado, es que yo era un gran admirador suyo. El estilo, la gracia y el desgarro de Rafael García Serrano una de los renovadores de la moderna manera de escribir en castellano. Más adelante se incorporaron a ese estupendo plantel otras plumas de oro, como la de Pedro Lorenzo, Jaime Campmany y otros profesionales admirables cual Manuel Blanco Tobío.

Y no obstante ABC ganó por K. O. la batalla periodística. Y no por méritos míos, bien lo sabe Dios (aunque tampoco los excluyo) sino porque las ideas que ARRIBA mantenía estaban ya en su ocaso. El éxito en ventas que en aquella época obtuvo ABC sobre ARRIBA fue un referéndum diario, constante a favor de la institución monárquica, harto más real y verdadero que el que obtuvo ante las urnas la Ley de Sucesión.