17 febrero 2012

Tras su absolución, cargará contra el excesivo poder de los medios de comunicación a los que culpó del 'linchamiento'

Dimisión fulminante del Jefe de Estado de Alemania, Christian Wulff, tras ser vinculado a un escándalo de corrupción

Hechos

El 17.02.2012 dimitió Christian Wulff como Presidente de Alemania.

Lecturas

EL PODER DE LA PRENSA

bild_wulff El diario sensacionalista BILD fue el ariete de la campaña mediática contra Wulff, presentándole como un corrupto, campaña que también influyó en su decisión de dimitir.

22 Enero 2012

El 'caso Wulff'

Fernando Aramburu

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Raro es el día en que el ciudadano alemán no se desayune con la noticia de un nuevo escándalo, una nueva mentira, un nuevo arrepentimiento y petición de disculpas del actual presidente de la República Federal de Alemania, el democristiano Christian Wulff, en funciones desde junio de 2010. Por motivos menores dimitió su antecesor, Köhler, un economista a quien bastaron las críticas adversas suscitadas por unas declaraciones suyas sobre el estacionamiento de tropas alemanas en Afganistán para dejar el cargo.

Detalles deshonrosos de la vida privada de Christian Wulff andan estos días en boca de todo el mundo. Asistimos desde diciembre a un despellejamiento diario de su persona en periódicos, cadenas de televisión, emisoras de radio, foros de Internet… Wulff aguanta en el puesto sin más valedores de renombre que Angela Merkel, que insistió, erre que erre, en su candidatura (hay quienes aseguran que para librarse de un serio rival en el camino hacia la cancillería), y el propio Wulff, cuyo cinismo llegó recientemente al extremo de declarar ante micrófonos que dentro de un año lo suyo estará olvidado.

La presidencia de la República es un cargo sin poder que, de acuerdo con la Constitución alemana, ha de ejercerse al margen de intereses partidistas. Se mire por donde se mire, despide un tufillo a sucedáneo monárquico. El presidente reside en el suntuoso palacio de Bellevue, situado en una zona noble de Berlín. Sus atribuciones recuerdan las de los monarcas de las modernas democracias parlamentarias. Pronuncia discursos, recibe mandatarios, entrega condecoraciones. Esas cosas.

Frente a la cruda economiza-ción de la política actual, la presidencia de la República representa una suerte de contrapeso moral. El presidente postula valores democráticos y encarna, en nombre de Alemania, una firme voluntad de paz y concordia. Se espera de él, en consecuencia, que tenga aquello de lo que Christian Wulff carece: credibilidad.

Ha habido días atrás concentraciones de ciudadanos que, zapato en mano a la manera árabe, han exigido a gritos su dimisión delante del palacio.

Nacido en 1959, la rápida y ascendente carrera política de Christian Wulff se ha basado en el cultivo de una imagen de hombre sosegado. Su apego al orden, la familia, los principios religiosos, las maneras ceremoniosas, exentas de espontaneidad, le viene directamente de la educación conservadora que recibió de niño.

En sus discursos revela una tendencia constante a la identificación de política y moral. El político, se dijera, es tanto un gestor como un modelo de conducta. Con tales premisas, unidas a la ambición personal y a una innegable habilidad para la oratoria elevada, Christian Wulff hizo fortuna en y con el partido democristiano CDU.

La investigación periodística ha dado al traste en poco tiempo con su apariencia de hombre íntegro. Actuaciones de dudosa honorabilidad, que hasta podrían ser constitutivas de delito, incapacitan en opinión de una mayoría de ciudadanos a Christian Wulff para ejercer el cargo que ostenta. La lista de reproches no cesa de crecer. Algunas imputaciones remiten a los tiempos en que fue presidente del Gobierno de Baja Sajonia, land donde se prohíbe por ley que los funcionarios reciban obsequios de un valor superior a los 10 euros.

Wulff aceptó por entonces beneficios bancarios y créditos privados de muy bajo interés sobre los cuales no dijo la verdad en el Parlamento regional. Lo reconoció durante una entrevista televisada el pasado 4 de enero. Con llamativa frecuencia se alojó durante las vacaciones en villas de potentados, afirmando, cuando le pidieron cuentas, que los conocía del colegio, lo cual resultó ser una verdad a medias. Se le atribuye una oscura intervención como consejero de administración de Volkswagen para evitar pérdidas económicas de Porsche. Es autor de un libro titulado Mejor la verdad. Con no se sabe qué fin, un multimillonario de Hannover compró 5.000 ejemplares de la primera edición.

En 2007 pagó asientos de segunda clase, para él y su familia, en un vuelo desde Miami a Alemania con Lufthansa. Dentro del avión le fueron proporcionados asientos de primera. Al respecto declaró que había pagado la diferencia con bonos-premio. Los llevaba reuniendo desde finales de los ochenta, aun cuando dichos bonos no existían antes de 1993.

Sabiendo que la prensa planeaba difundir estas y otras confidencias, cometió la torpeza de grabar amenazas en el contestador automático del jefe de redacción del periódico sensacionalista Bild y en el del jefe de la casa editora Springer, lo que fue interpretado como un ataque a la libertad de expresión. Wulff, que, tras pedir perdón públicamente, se comprometió a ejercer la transparencia, vetó la publicación de ambos mensajes telefónicos. A socapa se rumorea que Gobierno y oposición ya están buscándole un sustituto.

21 Febrero 2012

¡Qué envidia!

José Antonio Gómez Marín

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EL PRESIDENTE de Alemania, Christian Wulff ha dimitido de su cargo. No se le ha probado, ni siquiera acusado, de ningún delito, pero sí de haber aceptado préstamos ventajosos, de no haber dicho toda la verdad al descubrirse éstos, aceptar vacaciones de un magnate amigo y, en fin pero sobre todo, de haber tratado de disuadir a diversos periodistas de hacer públicas esas circunstancias. ¡Qué envidia, Dios! En España estamos viendo todos los días espectáculos realmente viles, acusaciones gravísimas y probadas, sin que ni un peón caiga del tablero político como no sea por casualidad. Una vez, hay que reconocerlo, un juez despechado señaló a un Presidente con una equis enigmática pero, acaso por efecto de un miedo reverencial, no fue capaz ni de nombrarlo, lo que no quita que durante semanas hayamos asistidos recientemente a un circo de tres pistas en el que se acusaba a otro de segundo nivel de haber aceptado tres trajes de un amiguete político. En España Nixon se habría ido de rositas con su Watergate, Craxi no habrían tenido que exilarse por guardar sus lingotes de oro en Suiza, Papandreu padre no habría ido al trullo por corrupto, Mubarak no se vería encerrado en una caja blindada, Moshe Katsav, el expresidente israelí, no sufriría prisión por haberse propasado con sus secretarias, ni Carlos Andrés Pérez se hubiera visto arrestado en su domicilio a causa de sus mangancias, y no porque este país rebose respeto por sus dirigentes sino porque el sistema de control de las responsabilidades funciona aquí de un modo especialmente garantista a medida que el justiciable sube en la escala social. ¿Qué le habría ocurrido al pobre Wulff si en lugar de aceptar préstamos complacientes o vacaciones pagadas hubiera organizado una banda terrorista o un sacaperras como Filesa para financiar su partido, si llega a modificar una ley para largarle una millonada a la empresa de su hija, si se le hubiera ocurrido organizar un ‘fondo de reptiles’ destinado a combatir el paro pero, en realidad, dilapidado en coimas y prejubilaciones falsas concedidas en su propio entorno o si hubiera pagado con su Visa oficial en un prostíbulo?

Que yo recuerde de memoria ha habido por esos mundos de Dios en los últimos años, aparte de los que han acabado de manera trágica, más de veinte y más de treinta Presidentes que han acabado en la cárcel o inhabilitados (Menem, Fujimori, Pinochet, Videla, Echeverría, Bordaberry, Collor de Melo, Noriega, Alan García…) mientras que aquí sigue siendo noticia un concejal imputado o un delegata destituido. ¡Qué envidia! Entre el calvinismo continental y la tolerancia mediterránea sigue abierto el abismo que tan caro nos ha costado.

18 Febrero 2012

Una dimisión obligada por presunta corrupción

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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LA DIMISIÓN del presidente de la República alemana sume al país en una gran crisis institucional. Christian Wulff se vio obligado ayer a dejar el cargo, envuelto en un escándalo de presunta corrupción y tráfico de influencias que había crecido como una bola de nieve. De hecho, su nefasta forma de encarar el problema fue su peor trampa, ya que perdió toda credibilidad cuando se descubrió su intento de amordazar a la prensa para que no se publicaran nuevos datos. Investigado por ocultar en su día un crédito de medio millón de euros en condiciones muy ventajosas concedido por un amigo, la Fiscalía de Hannover solicitó la retirada de su inmunidad para poder juzgarlo. Era la primera vez que un jefe de Estado alemán se enfrentaba a un hecho semejante. La dimisión baja la temperatura del escándalo pero supone una patata caliente para la canciller Merkel, empeñada en defenderle hasta el último momento y que ahora debe pactar con la oposición la elección de un nuevo presidente.