14 febrero 1984

Decepción para los que esperaban la elección de un nuevo líder más joven como Mijail Gorbachov o Grigori Romanov

El anciano Konstantin Chernienko se convierte en el nuevo dictador de la Unión Soviética ante la repentina muerte de Yuri Andropov

Hechos

  • El 10.02.1984 falleció Yuri Andropov, Secretario General del PCUS.
  • El 13.02.1984 Constantin Chernienko fue designado nuevo Secretario General del PCUS.

Lecturas

Constantin Chernenko de 72 años ha sido elegido este 13 de febrero de 1984 nuevo Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), en sustitución de Yuri Andropov, fallecido el día 9. La elección de Chernenko ha sorprendido a buena parte de los corresponsales extranjeros en Moscú, se esperaba el comienzo de un proceso de rejuvenecimiento en los principales cargos políticos de acuerdo con las directrices anunciadas durante el mandato de Andropov. El equilibrio de fuerzas reinante en el Comité Central del PCUS parece haber aconsejado una solución provisional en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas antes de dar paso a dirigentes más jóvenes. El estado de salud de Constantin Chernenko tampoco es muy óptimo. 

Andropov_2 Yuri Andropov, logró copar todos los poderes de la Dictadura de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas como Secretario General del partido único, el PCUS, y como jefe del Estado de la URSS, pero su mandato apenas ha durado año y medio.

11 Febrero 1984

Andropov y la nada

Eduardo Haro Tecglen

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Se ha muerto Andropov: se ha muerto nada. Quince meses de Gobierno apenas han ayudado a definir a Yuri Andropov: se va inédito. Apuntó su política a tres puntos esenciales: un intento de reducir la tensión agobiante con Reagan y con la generalidad de Occidente (sin perder nunca el sentido previo de la separación del bloque adverso, buscando la cuña de separación entre Estados Unidos y Europa), una recuperación de la amistad perdida con China, que apuntó desde el mismo acto solemne de su toma de posesión, y un saneamiento de la sociedad de la URSS: de la disminución de la forma popular de la corrupción que es el absentismo laboral, la holgazanería, el desapego no sólo por el trabajo, sino por la participación; es decir, un deseo de detener la continua erosión del tiempo en la base del régimen. En los tres fracasó, y podría decirse que fracasó porque no tenía en sus manos el poder suficiente, aun acumulando los cargos. No parece ya que el poder en la URSS pertenezca a un hombre, pero tampoco debe residir en los Gobiernos, el partido o el ejército; mucho menos al pueblo: es como un gigantesco robot nacional que vive entre otros robots de su tamaño y actúa por antiguas programaciones. La ficción de la decisión se está reduciendo cada vez más a la anécdota. Cuidado: no es un problema soviético. Atañe a todas las sociedades más o menos evolucionadas, que ven diluirse hacia un punto que parece el infinito lo que antes estaba bien definido como el centro de decisión. Pero en la Unión Soviética tiene un desarrollo histórico propio.El sistema de apaciguamiento o el fomento de los pacifismos no detiene nunca el movimiento perpetuo del rearme, las conferencias no contienen la nueva guerra fría. La cuestión china obedece a otra dinámica interna del país del otro comunismo -y el comunismo es ya donde se aplique un magma indefinible, unos preceptos que han perdido toda su rigidez y se adaptan al recipiente nacional que los contiene- y se inscribe a su vez en la gran maquinaria de la política mundial.

En cuanto a la sociedad soviética, tiene algo de animal pasivo y lento que se degrada y empobrece -un poco en lo material, en el consumo: mucho, enormemente, en la inventiva, en la imaginación, en la plasticidad-, a la que ni el látigo ni el estímulo hacen salir, de su huella. No faltan alusiones, al contemplar este fenómeno, a la cuestión del carácter nacional y, reduciendo, del alma eslava.Si algo tenía Andropov de verdaderamente interesante era representar él mismo esa imagen de la pasividad inerte, del lento camino hacia la decrepitud. Andropov, un policía inteligente con fama de liberal dentro de su género, probablemente no había recibido suficiente enseñanza -porque no está en los grandes textos de la revolución- acerca de por qué se produce la pereza colectiva, el desapego de un pueblo por sus formas de trabajo y por la participación en algo de lo que simplemente sobrevive. Suele ser la acumulación de la falta de sentido de la vida, la desaparición de los objetivos finales, la idea creativa de la civilización en la que participa. Andropov no ha insuflado, a pesar de su optimismo inicial, de ese desmayado renacimiento que experimenta el hombre al contacto del cargo nuevo, de su diversidad de formaciones, de su contacto con el extranjero, de lo que se ha considerado como su liberalismo dentro del régimen: un sistema de esperanzas.

Ha manejado, en cambio, algo profundamente real: el miedo. Probablemente un grande y antiguo poder en la URSS, y en todas las Rusias, pero ahora ya no con el mismo signo de la época de Stalin, ni aun de las posteriores, sino el miedo a la agresión internacional, a la guerra nuclear, a la palpable presencia de los euromisiles implantados en torno a su territorio en Europa. Probablemente Reagan muera un día sin comprender cuánto ha ayudado su política de firmeza y de enfrentamiento a la fabricación del poder de cohesión del miedo en la sociedad soviética. Es el mismo miedo administrado en la forma de política internacional sobre los países del Este y desde luego, sobre la Europa nuclearizada.

Se puede pensar ahora que el comunismo soviético ha vivido y se ha desarrollado siempre a la sombra del miedo: desde la revolución de 1917 -y el cordón sanitarioy la guerra civil- al de una posible alianza entre las democracias y Hitler para destruirle; luego, la invasión real de los alemanes y, finalmente, una larga guerra fría que, desde Reagan, se ha agudizado. Al hacer la biografía de la URSS en estos últimos años aparece como el factor constante y único. El comunismo soviético es Marx y Lenin más el terror, interno y externo. La contrapartida sería la de saber si la atenuación de un miedo externo hubiese sido capaz en algún momento de romper el miedo interno y producir un cambio paulatino o rápido del régimen. Es la carta que queda por jugar.

Ese miedo, ese conservadurismo patológico, ha hecho a la URSS renovar sus generaciones de dirigentes cambiando las estatuas de piedra una tras otra, sin verdaderamente renovarlas: yendo a lo falsamente seguro, al gran frigorífico de los hombres de la vieja guardia que, extinguida, ha dado paso a sus hijas mayores. Andropov era uno de ellos, izado al poder a los 68 años y enfermo, para cubrir el vacío de otra mole petrificada, la de Breznev. Apenas pudo añadir nada a los años grises de su predecesor, como no hayan sido otros años grises y fríos.

Se le dice, hoy, difícil de sustituir. Nadie le va a sustituir: se le va a continuar, como él era un continuador. El poder está en la maquinaria externa e interna, en este movimiento sin fin de lo programado hace medio siglo y que sigue un camino biológico hacia la nada. Deja tras él un saldo sin demasiado interés; abre desde su vacío otro vacío. Probablemente el sistema de los hombres fundamentales, el régimen de secretario general, se ha ido desgastando de esta apurada manera: han dado nombre y cáscara a una fuerza oscura que, de no mediar la catástrofe, y mientras siga alimentándose de las distintas formas del miedo, podría seguir enfriándose lentamente hasta el infinito.

14 Febrero 1984

Continuidad en la URSS

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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La designación de Constantin Chernienko como secretario general del PCUS admite un primer enjuiciamiento de que la clase política de la Unión Soviética apuesta por la continuidad. La sucesión de Yuri Andropov se está desarollando de acuerdo con las costumbres y ritos consagrados. El nuevo líder de la segunda potencia mundial recibió el encargo de presidir la comisión organizadora de las exequias de su antecesor, antes de ser investido de los máximos poderes. Hasta en esta cuestión simbólica la maquinaria del poder en la URSS ha apostado por la continuidad. La personalidad y la biografía política del nuevo líder inequívocamente confirman la tesis del continuismo.Pero siempre surgen dudas. Las interrogantes razonables que depara un sistema cerrado, donde las decisiones se toman con el mayor secretismo, difícilmente pueden tener explicaciones coherentes. Una organización política basada en la ausencia del debate público sólo puede ser juzgada por los escasos síntomas que trascienden del restringido núcleo de la cúpula del poder. Cuando una nueva persona accede a la Secretaría General del Partido Comunista de la Unión Soviética, no todo es protocolo y ceremonias; es necesario indagar cuáles pueden ser las razones políticas que han determinado la elección de Chernienko, y por qué se ha desechado a otros candidatos. Con estas cautelas, propias de un sistema cerrado de acumulación de poder, se puede afirmar que Chernienko ha sido elegido, en cierto modo, para no elegir a otro.

La primera aproximación solvente que se debe realizar en esta circunstancia es el estudio de la personalidad política y la biografía del nuevo dirigente. Algunos exegetas del sistema suelen insistir en que el poder en la Unión Soviética no es una cuestión de personas. Sin embargo, los datos de la realidad demuestran que todos los cambios en la cúpula han supuesto variaciones sustantivas en la dirección del Estado.

La biografía del nuevo dirigente no ofrece datos especialmente cualificados para suponer que la estructura del poder pueda dar soluciones a las demandas sociales. Más bien al contrario. Chernienko es un hombre del aparato. En 1965 fue designado por Breznev jefe del departamento de Asuntos Generales del Comité Central del partido, organismo encargado del control y reparto de las prebendas de la clase dirigente. Su trayectoria política no ofrece especiales cualificaciones en el terreno económico, ni en el ámbito de las relaciones internacionales.

El 14 de junio del pasado año, el ahora nuevo líder de la Unión Soviética hizo ante el pleno del Comité Central un ejercicio de proclamación de las esencias más caducas del sistema. Su discurso fue contrapuesto por numerosos observadores a las incipientes líneas políticas que intentaba instrumentar Andropov. Todo parece que este nombramiento sólo conduce a la prolongación de cierto estado de provisionalidad, a la incapacidad de los dirigentes soviéticos para dar una salida con futuro a su país. Tijonov, un hombre con escaso poder y próximo a pasar a la reserva, ha sido el encargado de presentarlo ante el pleno extraodinario del PCUS. Candidato frustrado para suceder hace 15 meses a Breznev, se experimenta ahora la sensación de que la designación ha recaído en un segundón. Los perfiles biográficos y políticos parecen indicar que se está ante un nuevo interregno.

En la actual situación, las dificultades económicas son hoy las fundamentales. La ideología, en cambio, cerrada en sí misma, les aleja de ella. Contrariamente, los otros candidatos, como Gorbachov y Romanov, sí contaban con alguna experiencia en este dominio. Chernienko ha hecho la parte fundamental de su carrera en el aparato de Agitación y Propaganda, el lugar encargado de perseguir los quebrantos del lenguaje marxista-leninista. íntimo colaborador de Breznev, en Moldavia primero, luego en Moscú. Parece inevitable relacionar su elección a un fenómeno más general de carencia de dirigentes. Todo indica que el sistema soviético, por la rigidez de sus estructuras, la falta de libertad y transpareticia, la estrechez de los canales por los que pueden abrirse camino nuevas capacidades, difícilmente concede el poder a aquellos dirigentes que pueden ofrecer cambios sustantivos. Por causas muy diferentes, las sociedades occidentales también sufren de carencias de ese género, y la actual campaña electoral en EE UU lo pone de relieve. Pero en el caso soviético tiene consecuencias mucho más graves; porque la personificación del poder, la falta de métodos de rotación, el papel nulo de los órganos elegidos, otorgan al secretario general un papel objetivo muy particular. Aunque no formalmente, se trata casi de un cargo vitalicio; al menos por la costumbre. Salvo Jruschov, eliminado como consecuencia de una especie de golpe de Estado, todos los secretarios generales han muerto siendo titulares del cargo. La personalidad de cada uno de ellos ha marcado profundamente cada etapa de la historia soviética: sin hablar del caso excepcional de Stalin, que ejerció su poder despótico durante 25 años, Jruschov lo ocupó durante 10 años, y Breznev durante 18. Chernienko llega al cargo a los 72 años, es decir con una edad más avanzada que la de cualquiera de sus antecesores del país.

La elección de Chernienko es, pues, una señal inequívoca de continuidad; y de continuidad en lo provisional, cuando precisamente la situación interior y las circunstancias internacionales requieren una capacidad de elaboración y decisión política muy alta. Todos los comentarios coinciden en que la Unión Soviética atraviesa una etapa muy difícil, con gravísimos problemas; no sólo la crisis económica, sino la vetustez e inoperancia de los instrumentos para hacerle frente. De Andropov se sabía que, si bien con timidez, estaba muy interesado en la experiencia húngara de reforma. económica. Sobre las ideas de Chernienko, no llega ningún signo en un sentido semejante. En cuanto a los problemas internacionales, tan cargados hoy de peligros, el nuevo secretario general no ha tenido ocasión, en su larga carrera. política, de desempeñar en ellos papel alguno digno de mención. Es, pues, probable que predomine asimismo la política seguida hasta ahora; y que Gromiko, otro veterano, con su larguísima experiencia, conservará la dirección de esa parte esencial de la política de la URSS. En el discurso que pronunció ayer, después de su elección, Chernienko ha reafirmado las ideas ya sabidas sobre el apoyo de la URSS a la coexistencia pacífica; que haya insistido en la voluntad soviética de negociar en condiciones de igualdad es, sin duda, un hecho positivo. Pero aún es pronto para saber si el nuevo dirigente de la URSS estará interesado en llegar a un diálogo al más alto nivel con la otra superpotencia. Por otra parte, no cabe descartar que, por razones de imagen en un período electoral, aparte de factores más profundos, Reagan esté interesado en propiciar un encuentro.

Una consecuencia casi inevitable de una situación de interregno es que ciertas estructuras de poder más o menos autónomas, y de un modo particular los militares, puedan incrementar su influencia. Por otro lado, si la composición del Politburó no se modifica, la carencia de un . a personalidad fuerte en su centro permitirá, de una u otra forma, mayores espacios para las iniciativas de los miembros más jóvenes que, necesariamente, tienen que pensar en otras soluciones; en algo que no sea una provisionalidad prolongada. Chernienko podría así representar la conservación del sistema, en espera de que sectores más jóvenes se preparen o superen sus diferencias ante una necesidad objetiva, insoslayable a medio y largo plazo, de adaptación a la realidad.

En definitiva, los datos que se poseen hoy no ofrecen margen para pensar que el nuevo secretario general pueda instrumentar una nueva política. Más bien parece que la propia esclerosis del sistema relega cada día más al partido a un mecanismo burocrático de encuadramiento y que las instancias fácticas -policía y militares- son decisivas para la toma de decisiones en una sociedad cuya organización política se convierte cada día más en un corsé que impide su desenvolvimiento.

14 Febrero 1984

Unión Soviética: Continuidad químicamente pura

ABC (Director: Luis María Anson)

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Lo más interesante en el nombramiento de Chernienko es la comprobación – quizá innecesaria – de que nada fundamental cambia ni puede cambiar en el sistema soviético: la designación del lugarteniente de Breznev es el triunfo de la continuidad químicamente pura. Konstantin Chernienko es el hombre más seguro del aparato, probablemente el más avezado en sortear sus tensiones internas, el más familiarizado con los laberínticos corredores del nivel supremo de la URSS. Nadie, en nuestro país, lo ha expresado con mayor claridad Ignacio Gallego, líder del recién constituido Partido de los Comunistas, e intérprete fidelísimo del PCUS: “Esté tranquila la Prensa burguesa, no gaste el tiempo ni el papel en intoxicar y malinformar a la opinión pública… Ningún dirigente ha sido, o es, insustituible. La historia del socialismo lo ha demostrado”.

No cabe, sin embargo, la simplificación: no puede hablarse de dos poderes, Partido y Ejército, sin caer en un error de bulto. Nos hallamos ante una unidad que vive del doble componente totalitario (dictadura del partido único) e imperial (complejo militar, industrial y científico al servido de un criterio expansivo de la URSS). Es ese complejísimo entramado de poder el que sienta a sus representantes en el Polítburó: conviene recordar como Andropov, que no era un militar profesional, era no sólo jefe de los Servicios de Inteligencia Militares (KGB), sino general del Ejército soviético, graduación que compartí con su antecesor, Leónidas Breznev. El mariscal Ustinov por su parte, se sienta en el Secretariado y en el Polítburó: pero no es, como ministro de Defensa, el representante de otro poder en la sede del poder político. Pensar eso es no entender nada. No estamos ante un simple expansionismo militar que diluye el contenido ideológico del poder. Estamos ante un poder militar imbuido en doctrinarismo totalitario y ante un partido único, inflexible en su concepción única del poder, que ha comprendido hasta qué extremo la fuerza pura, esto es la fuerza militar, es el elemento determinante de su política. Y nada hay tan peligroso para Occidente como desconocer esta naturaleza profunda de la URSS.

El sistema que puso a punto Lenin acuñó el verbo militar, que en castellano es idéntico al sustantivo. Los fieles al partido militan y no es una casualidad que la conjugación naciera con la subida al poder del marxismo-leninismo. Lenin exigía de sus seguidores una disciplina castrense unida a una moral muy precisa (el fin justifica los medios) y a la certeza de cumplir una misión histórica, que llevaba de la revolución a la definitiva dictadura del proletariado. Está claro que el objetivo final no se ha cumplido, pero también está claro que el planteamiento permanece: el omnímodo Partido-Estado, entendido como monopolio total del poder, se mantiene hoy, con su inequívoco componente militar.

Sobre este telón de fondo, que todo lo condiciona, hay que analizar la designación de Chernienko como sucesor de Andropov. Los seis grandes problemas que decidirán el futuro soviético (rearme militar agotador, relaciones con Occidente, desarrollo tecnológico, reordenación económica, desintegración del tejido social, problemas internos, culturales, étnicos, generacionales) no podrán abordarse con un sistema aquejado de esclerosis e imposibilitado de toda innovación. La ruptura – escribíamos el sábado – es impensable y la reforma es imposible: Chernienko no aventurará ningún cambio de fondo, y sí algún pequeño movimiento táctico.

Quizá el más inaplazable de los problemas de la URSS sea el desorden económico. En paralelo, se extiende el problema de una corrupción desenfrenada, nacida del poder absoluto, del partido, que agrava aún más el genético caos económico del llamado socialismo real.

El panorama se endurece con la carrera de armamentos, que la economía rusa no puede soportar. El fantasma de Polonia planea sobre los debates del Polítburó, junto con el de la pequeña reforma económica húngara. La polémica salta así incesantemente desde los problemas exteriores a las contradicciones internas y viceversa. Hoy por hoy sería aventurad interpretar la designación de Chernienko como una tregua, en espera de un desenlace definitivo. Quizá nos hallemos ante un hombre de transición: o quizá estemos ante un robusto septuagenario, capaz de mantener la tradicional mano de hierro durante toda esta década. Ayer los especialistas hablaban de una nueva victoria de los burócratas del partido sobre los  tecnócratas de la economía. Lo que de nuevo queda en evidencia es la práctica imposibilidad de reforma del sistema; la casta burocrática cortocircuita o frena, según la relación de fuerzas, todo el proceso renovador.