4 enero 1979

“Cualquier día me pegan dos tiros, el día menos pensado soy yo la víctima”, había confesado a un colaborador el militar

Terroristas de ETA asesinan al General Ortín, Gobernador Militar de Madrid, desatando profunda indignación en sectores militares

Hechos

El 3.01.1979 fue asesinado el General Constatino Ortín, Gobernador Militar de Madrid.

Lecturas

Hechos: El 3 de Enero de 1979, cuando no se ha cumplido ni un mes desde la aprobación de la primera constitución democrática, es asesinado a tiros en la puerta de su casa el General de la Guardia Civil Constantino Ortín Gil, que ocupaba el cargo de Gobernador Militar de Madrid. “Cualquier día me pegan dos tiros, el día menos pensado soy yo la víctima” con estas palabras se había expresado el General Ortín pocos días antes ante la salvaje oleada terrorista contra los militares.

Víctimas Mortales: D. Constantino Ortín Gil

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El Gobernador Militar de Madrid, D. Constantino Ortín, fue tiroteado cuando se encontraba dentro de su coche a la puerta de su casa. Para la prensa de derechas la situación era intolerable y era en parte culpa del Gobierno UCD del Sr. Suárez. La prensa progresista lo consideraba una provocación al Ejército.

LOS ASESINOS DEL GENERAL ORTÍN

parot_esnal El crimen fue llevado a cabo por los asesinos del ‘Comando Argala’, Henri Parot y Jacques Esnal siguiendo órdenes de Txomin Iturbe, principal líder del Comité Ejecutivo de ETA en 1979 fue quién ordenó al Comando Argala el asesinato del General Ortín.

UN ENTIERRO ACCIDENTADO CON ABUCHEOS AL GOBIERNO: «¡ESTÁIS ACOJONADOS!»

incidentesFeretroAlcaOrtinEnterados del deseo del Gobierno Suárez de realizar un entierro discreto, un grupo de militares se hicieron con el féretro antes de que fuera introducido en el coche fúnebre y lo sacaron en hombres a la calle, ante los vítores de un sector de la población ahí presente que dio vítores al Ejército y abucheos contra el Gobierno de UCD al que acusaban de debilidad ante el terrorismo. Se coreo en especial contra el presidente Suárez, contra el ministro Sr. Martín Villa y contra el vicepresidente, el General Gutiérrez Mellado, que tuvo que escuchar como se le gritaba «¡Gutiérrez Mellado, estás acojonado!».

GeneralOrtin El diario EL PAÍS aseguró en portada que aquello había sido era una ‘manifestación antidemocrática’ lo que fue replicado por otro periódico EL ALCÁZAR.

EL REY PIDE DISCIPLINA ANTE EL ‘BOCHORNOSO ESPECTÁCULO’ 

1979_Rey_Reina Tras los incidentes en el entierro del General Ortín, se produjo la Pascua Militar. En ella, el Rey Juan Carlos I afeó la actitud de los militares que desobedeciendo órdenes, cargaron a sus hombros el féretro, definiendo su actitud como ‘bochornosa’ y exigió ‘disciplina’ al ejército. Unas palabras que fueron replicadas en prensa por D. Ángel Palomino en el diario EL ALCÁZAR.

General_Prieto El general Prieto justificó los incidentes: «Al general Ortín no se le enterró con los honores militares que le correspondían… por eso me parecen lógicos los gritos que se produjeron en los funerales».

04 Enero 1979

Las luces de la provocación

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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La provocación de ETA para que se adopten medidas de intervención militar en el País Vasco es ya evidente. Los execrables asesinatos del comandante Herrera y del gobernador militar de Madrid, y el propio anuncio de la organización terrorista de que «ha llegado el momento oportuno de proceder a una campaña armada contra la estructura jerárquica del Ejército español», así lo ponen de relieve. El momento no podía estar mejor elegido desde el punto de vista de los asesinos. El paréntesis abierto hasta la celebración de las elecciones generales, sin significar un vacío de poder, debilita, no obstante, las capacidades de reacción de las fuerzas políticas y del Gobierno contra el fenómeno terrorista. La actual escalada dirigida ya indistintamente contra civiles y militares, con o sin responsabilidades de mando, con o sin implicaciones o compromisos de signo político, trata, sin duda, de empeorar las condiciones en que han de celebrarse los comicios en toda España y especialmente en el País Vasco. El menor de los objetivos de los terroristas es la declaración de medidas excepcionales, con suspensión de garantías constitucionales, en Euskadi.

En su dialéctica de «cuanto peor, mejor», ya que es difícil creer obedezca sólo a la ingenuidad o la torpeza intelectual de quien se ha-indigestado con los manuales clásicos de la revolución y la guerra subversiva, quienes dirigen la acción coordinada de esta acción incivil contra el régimen y la estabilidad de nuestro país saben que una «ulsterización», tanto tiempo buscada, del País Vasco, tendría reflejos de extraordinaria importancia, no sólo en la política interna española, sino en toda la Europa de Occidente. Una España normalizada y fuerte en lo político y lo- económico -cosa no tan lejos de alcanzar-, con un peso específico, aunque mediano, en el concierto internacional, con voz propia -en las cuestiones que afectan al Mediterráneo y norte de Africa, en el diálogo con América Latina y en la creación de una política europea no necesariamente alineada en todo y para todo con las opciones tradicionales de la Europa del centro, no debe satisfacer a muchos. La utilización de los sentimientos nacionalistas e independentistas de un sector minoritario de Euskadi; el aprovechamiento de las reacciones emocionales contra la represión indiscriminada de la última década franquista contra las provincias vascas, y un confuso resurgir de los ideales y aspiraciones autonómicos en toda la Península, al hilo del restablecimiento de las libertades públicas, son, sin duda, elementos que se encuentran a la espalda de la organización terrorista, que emplea además, y como es lógico, el-miedo como principal arma psicológica para obtener el apoyo pasivo entre la población. Los objetivos de ETA no son ni la liberación de un pueblo que, por otra parte, hoy no está en absoluto en situación de opresión, ni la implantación, imposible, de una Albania en el Cantábrico, ni la apelación a la lucha popular a una población a la que ha vejado, menospreciado, utilizado y traicionado. ETA es hoy una banda de pistoleros amparados ante sí mismos en una difusa amalgama de sentimientos políticos un tanto irracionales y en los que algún efecto menos revolucionario que sus proclamas ha tenido que hacer el verse administradores de decenas y decenas de millones de pesetas, fruto de sus atracos y hamponerías. Pero en la dirección de ETA sí hay una mente política, y de extraordinaria capacidad. Esa es la que alienta los deseos de empujar a una nueva operación Galaxia a las Fuerzas Armadas, siquiera limitada en lo que se refiere a las responsabilidades en el País Vasco, o a una «ulsterización» perdurable de Euskadi. Eso debilitaría nuestras posiciones negociadoras con la CEE, enrarecería nuestra capacidad de opción ante la OTAN, destrozaría la normalización política interna, impediría un proceso autonómico sensato y moderno no sólo en Euskadi, sino en Cataluña, Galicia y el resto de España; limitaría gravemente las posibilidades de relanzamiento económico y pondría en definitiva a España en el camino de ser Italia, en el menos malo de los casos, o Argentina, en el más impensable y menos deseable de todos.

El proceso de «ulsterización» dirigida es palpable no sólo en los propios sistemas de guerrilla urbana y que se siguen en los atentados o en la manipulación de los sentimientos de sectores populares; también en la utilización espúrea de los cauces políticos establecidos -en un doble juego de simular buscar legalmente las reivindicaciones que en realidad nunca se defendieron- en el pretendido deseo de forzar una negociación que siempre se ha planteado con premisas de juego inaceptables y en la extensión de la red de apoyo y terror fuera de las fronteras. El sur de Francia hace aquí las veces de la propia Eire -como bases de actuación toleradas por los respectivos Cobiernos- Los vascos emigrantes en América -algunos de ellos muy poderosos- comienzan, como en el caso de los irlandeses, a ayudar económica y-emocionalmente a sus «hermanos» de Europa, en su «lucha nacional». Si el amor no les conmueve a hacerlo, puede conmoverles el miedo. Los industriales atemorizados que huyen de Euskadi a otras regiones de España son seguidos hasta allí por los terroristas, que les explican mediante el secuestro y el tiro a las piernas que el «impuesto revolucionario» han de pagarlo tanto si viven en Badajoz como en Donosti. Y, por si fuera poco, támpoco faltan elementos religiosos en esta lucha asesina en la que los párrocos locales, enervados, sin duda, por lecturas sobre los curas trabucaires de la de la independencia contra los franceses, pretenden ahora emularles.

El repugnante espectáculo -tan franquista, por otro lado- de utilización política de los púlpitos, los confesionarios y los comulgatorios de Euskadi contra el establecimiento de las libertades democráticas en España, la condena indiscriminada de la violencia, como si la violencia terrorista y asesina fuera comparable a la violencia legítima del Estado, ejercida con arreglo a la ley y a las garantías que ésta establece, y el silencio cómplice del episcopado ante esta actitud, resultan ya más que preocupantes. Al enorme cinismo de Francia en su falta de colaboración real y positiva -al margen de algún contubernio policiai- en este tema, a la falta de cooperación de los servicios de inteligencia occidentales con el Gobierno español, habrá que sumar ahora estos otros cinismos ejercidos en el nombre de Dios.

Para nuestra mayor desgracia, hay muchas cosas sin embargo que diferencian al UsIter del País Vasco. Euskadi es una de las zonas de mayor renta per cápita de toda la Península, mientras el Ulster es una provincia tradicionalmente pobre. No ha habido guerras entre vascos y castellanos, como entre irlandeses e ingleses, y las guerras civiles que hubo no fueron de religión, sino dinásticas. Pero, sobre todo, y además, no podemos inventarnos un brazo de mar ni establecer un cordón sanitario ficticio entre las provincias vascas y el resto del país. Entre otras.cosas, porque la historia de España es incomprensible sin la de Euskadi-Sur, desde todos los puntos de vista que se la mire. La presencia militar activa y las medidas de excepción en la zona no sólo meterían a nuestro Ejército en la misma trampa en la que cayó Londres. Los íngleses pueden mantener tropas de ocupación en Irlanda. Lo vienen haciendo desde hace siglos. Los españoles no deben ocupar militarmente su propio país. Sería dar una baza demasiado evidente a las pretensiones de ETA de articular en tomo suyo una lucha popular.

La supresión de las garantías constitucionales a las libertades públicas no resolvería nada -no lo resolvió en el pasado- y sí empeoraría las cosas. Nuevamente caería la mano de la represión de manera inevitablemente indiscriminada sobre justos e injustos, y se facilitarían las condiciones que ETA necesita para contar con un «pueblo oprimido». Las fuerzas de orden público, mandadas como están por oficiales del Ejército, y con una preparación y dotación en su tropa muchas veces, superior, tienen los medios policiales suficientes para combatir a unos centenares de hombres armados, por bien entrenados que éstos estén. Necesitan, eso sí, el amparo político y psicológico de la población. La responsabilidad acrecentada de los partidos y la específica del PNV -que ha hecho ya una declaración valiente y decidida- en este caso es imprescindible de recordar. También la de los sectores financieros, demasiado acostumbrados a ser débiles en la cotización al impuesto revolucionario, y la del Gobiemo, que no ha querido entender la necesidad de un reajuste a fondo, en hombres y sistemas, de la policía que emplea.

Por último, ya tuvimos ocasión de decirlo en nuestro primer editorial del año, el terrorismo es un fenómeno de difícil extinción en las modernas sociedades industriafizadas que respetan la liberdad.Nterrorismo se institucionaliza y perdura en la entraña misma del Estado. Los españoles hemos de saber aprender a aislar y combatir el fenómeno terrorista, pero también a no desestabilizar nuestros horizontes de progreso y convivencia cada vez que un loco o un, desalmado coge una pistola y mata a un ciudadano.

Incluso si eso ocurre con la frecuencia y la impunidad a la que por desgracia empezamos a acostumbrarnos. El País Vasco, sus habitantes, están pqgando un alto precio por el aventurerismo criminal de ETA: su bienestar y seguridad han descendido, pero también el aprecio que por él se sentía en amplias zonas de España. El temple del poder, de las fuerzas políticas, del Ejército y de las instituciones del régimen, el valor cívico de todos y cada uno de los españoles está siendo sometido a una dura prueba que no ha de terminar en plazo corto, se aplique la medicina que se aplique. De nuestra capacidad de convicción en la defensa de nuestra propia convivencia, de nuestra ilusión como pueblo para seguir adelante, depende en gran parte la solución de esta crisis.

05 Enero 1979

Las trampas de la provocación

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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La actitud de un grupo de oficiales del Ejército ayer, con ocasión del funeral y posterior sepelio del gobernador militar de Madrid, no puede ni debe ser pasada por alto en el más somero de los análisis de la situación. Aun con toda la comprensión hacia los sentimientos de dolor e indignación que entre sus compañeros de armas ha producido el execrable asesinato del general Ortín, el gesto protagonizado ayer por un puñado de hombres de uniforme, coreados en la calle por alborotadores fascistas, y la rentabilización política por la extrema derecha del propio acto del sepelio, merecen una respuesta por parte de la autoridad militar y de la política. De forma inevitable, este suceso nos retrotrae a lo acaecido con ocasión del sepelio del policía de tráfico asesinado el mes pasado en Madrid. La no adopción de medidas disciplinarias ante un hecho como éste, y la afirmación posterior del alcalde de que nadie lograría enfrentarle con la Policía Municipal, cuando ésta se había enfrentado días antes abiertamente con él, con las órdenes recibidas y con el orden callejero, eran y son un mal precedente para lo que ayer pasó. Ayer, un grupo de jefes y oficiales del Ejército se comportó de manera tumultuaria en el patio del Cuartel -General del mismo, solicitando a gritos la dimisión del Gobierno legítimo al que todo militar debe respeto y obediencia, politizaron unilateralmente un acto castrense y realizaron- una manifestación no autorizada. La calificación de estos hechos no ha de hacerla la prensa, pero alguien ha de hacerla.

El comportamiento de las Fuerzas Armadas durante el proceso constitucional trata ahora de ser quebrado por las provocaciones de ETA, estúpida o culpablemente seguidas por los agitadores de la extrema -derecha. A éstos habría que recordarles que al menos la mitad de la inteligencia consiste en no desdeñar la inteligencia de los demás. Y si a los analistas de la adrenalina se les hace difícil comprender la parcela de inteligencia que pueda tener el Gobierno en su actitud ante el terrorismo, deberían al menos asumir la que pueda tener el enemigo: en este caso la propia ETA. La estrategia actual de la organización terrorista, por aberrante que parezca, no parece una simple pataleta. Ayer hablábamos de un proceso «ulsterización» consciente. Hoy habrá que recordar además las tesis, crueles y absurdas, que llevaron a realizar la actividad guerrillera en Uruguay o Argentina resultados de la contestación militar a esa radicalización. El mejor regalo que se podía hacer a los asesinos del general Ortín fue lo acaecido ayer en su sepelio. El otro gran regalo habían sido las declaraciones del ministro del Interior en Televisión al asegurar que «o ETA acaba con nosotros o nosotros con ETA», como si esto fuera una película del oeste o como si hubiera que admitir, sin más, que una banda de unos pocos cientos de hombres es capaz de acabar con el Estado. ETA no podrá acabar nunca con «nosotros», como dice el señor Martín Villa, pero s los resultados de las reacciones insensatas ante su provocación. «Nosotros», el Estado, en cambio podemos y deseamos acabar con ETA, pero no como si fuéramos los hombres de Harrelson.

La lucha contra ETA pasa por varios frentes: el diplomático (hacia Francia), el político (el pleno funcionamiento del Gobierno autonómico vasco) y el policial (habrá que resignarse a que el comisario Conesa curripla la edad reglamentaria y alguien verdaderamente eficaz ponga en funcionamiento una auténtica brigada antiterrorista). Pero ETA continuará matando, por cuanto ni este Gobierno ni ningún utópico Gobierno «de autofidad» acabará con este problema en forma milagrosa y repentina. ETA no es el pueblo vasco, ni se alimenta con la democracia o del progresismo político. Si el Gobierno y las fuerzas políticas, si las instituciones del Estado no aprenden la perseverancia en la lucha contra el terrorismo, si a cada golpe asesino pierden los nervios quienes más deberían mantenerlos, las perspectivas de éxito a corto plazo se desvanecen.

Por eso, sin duda alguna, otro de los frentes de la lucha contra el terrorismo, pasa por el mantenimiento a ultranza de la disciplina en los cuerpos armados. Primero por un elemental principio castrense y en segundo lugar porque esa indisciplina es objetivo táctico y básico del terrorismo. Por lo demás no vamos a decir que no comprendemos la situación de acoso en que las fuerzas de orden público se desenvuelven en el País Vasco y,la indignación, que compartimos, de los sectores militares por los atentados y asesinatos. Conocemos también que lo sucedido ayer no responde al sentir general de los oficiales y que es el propio espíritu del Ejército el más dañado ante sí mismo por hechos como el que comentamos. Pero el Gobierno no debe despreciar, una vez más, estos signos preocupantes de focos de insubordinación y el miedo militar debe actuar en consecuencia.

06 Enero 1979

Dimisión

Ismael Medina

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No deja de ser curioso, aun cuando sea tácticamente razonable: EL PAÍS escribe a lo bestia lo que MUNDO OBRERO editorializaba con suavidad canovista. No es difícil deducir a un lector asiduo lo que EL PAÍS entiende por democracia. El más acabado modelo democrático que para EL PAÍS existe en el mundo es el de cualquier Estado soviético o sovietizado. Para EL PAÍS no hay tiranía ni crímenes en Vietnam, Camboya, Angola, Cuba, Argelia, Rumanía, Bulgaría, URSS, etcétera. La lógica enseña a deducir que, para quien sirve tales teorías, la acusación de ‘antidemócrata’ sólo puede tener un significado. Cuando EL PAÍS titular que ‘el entierro del gobernador militar de Madrid se convirtió en una manifestación antidemocrática’, debe entenderse, sin lugar a dudas, que el entierro del general Ortín Gil se transformó en una manifestación patriótica. Si el patriotismo lo considera EL PAÍS una provocación contra la democracia, es cosa de su responsabilidad. Si el patriotismo choca frontalmente con el entendimiento que Suárez y demás componentes del Frente Popular Ampliado tienen de la democracia, allá también ellos.

Desde el Cuartel General del Ejército al cementerio de la Almudena lo único que hicimos militares de españoles fue honrar a España, a las Fuerzas Armadas y a los caídos bajo las balas de las milicias marxistas. Cuando se registraron incidentes, fue por culpa de marxistas que provocaron con puños cerrados e insultos al paso del féretro. Lo saben igual que yo los redactores de EL PAÍS. Y si lo callan, lo tergiversan o mienten, allá ellos con su conciencia personal y profesional.

Está bastante claro en qué campo milita EL PAÍS y a quién sirve. De las detenciones registradas ayer y nerviosamente utilizadas en vacío por el Gobierno para intentar ‘taparse’, igual que los malos toreros escribe EL PAÍS que ‘las siete detenciones efectuadas corresponden a ciudadanos vascos’. El reconocimiento de la ciudadanía vasca supone la consagración de la nacionalidad vasca, de la cual la ETA es el brazo armado. Está bastante claro que el gobernador militar de Madrid fue muerto por esa supuesta ciudadanía vasca.

Por lo demás, desearía recordar al consejero delegado de EL PAÍS [Jesús Polanco] y a su director [Juan Luis Cebrián] que muchos más beneficios obtuvieron ellos de la ‘dictadura fascista’ a la cual vituperan, que quienes estábamos en la calle tras los restos mortales de un soldado de España. ¿O habremos de hacer cuentas?

En esta indispensable reconversión al colega filomarxista se contiene una parte de la respuesta que exige la nota hecha pública por el Ministerio de Defensa, con apresurada preocupación paragüera. El ministro de Defensa conoce por personalísima experiencia que no hubo en el patio del Cuartel General del Ejército un ‘estado emocional’, sino que se produjo una manifestación enérgica de repulsa. Y, asimismo, que es demasiado complaciente y evasivo atribuir a dicho ‘estado emocional’ que ‘se profirieran, por parte de algunos asistentes, gritos entre los que se mezclaban los de contenido patriótico con otros de repulsa y alusiones contrarias al ministro de Defensa, entre las que destacaba la palabra dimisión”. Los testigos presenciales conocen de sobra que no fueron ‘algunos asistentes’, sino la generalidad de los asistentes quienes protagonizaron aquellas manifestaciones verbales de protesta. Es difícil distinguir entre los gritos de ‘contenido patriótico’ y los de ‘repulsa’, pues también los considerados de repulsa nacían de un mismo ánimo patriótico y eran igualmente de afirmación de los valores de la conciencia nacional, aunque adoptara la forma de repulsión de las contradicciones a dichos valores.

Al hacer pública la nota oficial, el ministro de Defensa sería también consciente de algo evidente para los observadores: don Manuel Gutiérrez fue el autorizado receptor de las muestras de repulsa y de las manifestaciones de ‘contenido patriótico’ por la simple razón de ser el único miembro del Gobierno que tuvo el valor de cumplir su deber. El presidente del Gobierno y los restantes ministros le dejaron solo, cuando en cualquier nación con un Gobierno digno de tal nombre, éste habría asistido en pleno a las honras fúnebres de un general-gobernador muerto en acto de guerra. ¿O habremos de recordar a nuestro Gobierno cómo cumple en casos semejantes el Gobierno alemán, sin ir más lejos? Ni Suárez, ni Martín Villa, ni nadie en el Gobierno y en la Diputación Permanente de las Cortes tuvo agallas para acompañar a don Manuel Gutiérrez en el homenaje funeral. Por eso fue el depositario inequívoco de una petición unánime de dimisión que, además de a él, afectaba al entero espectro político. Barrunto que al confirmarlo así, estoy satisfaciendo la intención última de la nota del Ministerio de Defensa. En efecto, señor Gutiérrez, los culpables del desaguisado son también el señor Suárez y quienes comparten con usted la mesa del Consejo de Ministros, además de otros cuya mención es obvia. Todos ellos están obligados a dimitir con usted.

Explica también la nota que las cosas sucedieron ‘contra lo previsto’. Y es natural, pues lo previsto estaba en desacuerdo con los honores públicos debidos a los soldados que mueren por España, más aún si son altos mandos militares. Ni al pueblo ni a sus compañeros pueden serles hurtados impunemente los honores debidos a los caídos. De celebrarse en lugar abierto, de reposar el féretro sobre un armón, de haberle rendido honores una unidad militar en presencia libre de las Fuerzas Armadas y del pueblo y haber recorrido el cortejo fúnebre un trayecto oficial, todo habría sido normal. Quiero decir que cuando la autoridad política tergiversa la normalidad y convierte los procesos legítimos en anormalidad, nada puede extrañar que se produzcan situaciones como las del jueves. Me dicen que se están buscando culpables y se intenta montar otra especie de fantasmal ‘galaxia’. Lo creo inútil. Sólo existen unos responsables de estas situaciones: aquellos precisamente a quienes se pedía unánimemente la dimisión en el patio del Cuartel General del Ejército.

La dimisión del Gobierno en pleno, con Suárez a la cabeza, constituiría el primer paso indispensable hacia el establecimiento de una posibilidad cierta de proceso democrático. Pero ahorraría, además, el forzamiento político a que sin duda se verá obligado muy pronto el Rey para salvar la grave situación presente y llenar el calculado vacío dejado en la Constitución sobre la disolución imperativa del Gobierno en periodo electoral. La peligrosidad de laactual coyuntura política es tanta que apenas restan dos opciones para salvar el Estado: aceptar la dimisión de Suárez o imponérsela.

Ismael Medina

17 Enero 1979

Majestad

Ángel Palomino

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Nuevamente me atrevo a dirigirme a Vos desde mi solitaria condición de español sin partido, de español que coincide con V. M. en aquello que me dijisteis en ocasión honrosa: ‘Los dos – fueron vuestras palabras – amamos mucho a España’.

Os pido con el mayor respeto que exijáis a los políticos dignidad y alteza de miras. Que les exijáis, señor, gobernar y que cuando sus errores sobrepasen lo admisible dimitan dignamente o se les cese agradeciéndoles los servicios prestados; o que, si su contumacia lo exige, sean despachados con cajas destempladas.

Se habla de crisis pero los ministros desmienten el rumor porque en sus mentes de aspirantes al poder vitalicio no existen otras crisis que aquellas que se resuelven con la pérdida del cargo.

No es el Gobierno, Señor, lo que está en crisis; en España. Los acontecimientos de los últimos días, solamente signos menores de esa crisis gravísima producida por informaciones mal intencionadas y a inconcretos juicios condenatorios con exigencia de depuración de altos mandos que, por otra parte, observan innegable actitud de aceptación de los hechos políticos.

Puede hablarse de bochorno, Majestad, porque bochornoso es que gobernar consista en la reunión apresurada de los ministros de Defensa y Gobernación cuando es asesinado el general gobernador militar de Madrid [General Constantino Ortin] más que para tomar decisiones contra los terroristas –pues esas decisiones ya están dictadas y se ponen en marcha automáticamente – para organizar el entierro de un soldado hurtándole honores que merece y politizando – porque es el Gobierno quien lo politiza – un acto que debería servir para acrecer la solidaridad entre el pueblo español y las Fuerzas Armadas que son un pueblo, sí, señor, y del pueblo nacen.

Bochornoso es, Majestad, que un político, un español de media casta entrenado en la escuela apátrida del Partido Comunista y militante destacado del Socialismo Internacional mezcle la demagogia con el menosprecio insultando a ilustres soldados, lanzando falsas especies respecto al trato recibido por los miembros del Ejército en el pasado, mientras hace promesas a la oficialidad joven de rápidos ascensos, dinero abundante y viviendas, utilizando ante esa comunidad de caballeros que son las Fuerzas Armadas los trucos y la palabrería mitinera de la lucha de clases.

Imprescindible es la disciplina en los Ejércitos, Señor, pero no es disciplina el silencio impuesto ni es disciplina la obediencia forzada por voz autoritaria que da la orden de ¡firmes! Interrumpiendo reuniones en las que están presentes oficiales generales como si de un pelotón de soldados se tratara.

En el Cuartel General del Ejército, Majestad, se dio un viva al Honor. Ambos, disciplina y honor, son necesarios; al general Ortín se le estaba negando los honores que le correspondían, a sus compañeros, superiores y subordinados, se les intentó mandar por megafonía en forma poco adecuada y el ministro de Defensa [Gutiérrez Mellado] abandonó el lugar en actitud poco brillante pese a que, según informes oficiales sólo unos pocos militares habían expresado hostilidad hacia él.

Bochornoso es que alguien esté entregado al trabajo de buscar culpables en fotografías de agencias periodística cuando si se preguntase quiénes habían conducido a hombros a su general caído en acto de servicio, todos ellos darían un paso al frente sin necesidad de que se les identifique con lupa.

Desmoralizador es que los más encendidos elogios como militar se le hacen al ministro de Defensa los expresen los políticos marxistas que constantemente ponen en duda la lealtad de las Fuerzas Armadas.

Desestabilización muy grave es que del despacho de un ministro discutido, contestado y rechazado por todos los partidos políticos – menos por el suyo- de ese hombre de palabra torpe, mirada huidiza y dialéctica paquidérmica que tantas y tan contraproducentes concesiones ha hecho a los terroristas desde el Ministerio de Interior, tengan que tomar la decisión de salir altos mandos de las FOP con el rostro encendido de justa indignación a solicitar la baja en sus destinos.

Señor, las cámaras de TVE ofrecieron en el reportaje de la Pascua Militar en palacio, el retablo patético de unos hombres uniformados escuchando los discursos. Sus rostros de una seriedad impresionante, inspiraban un gran respeto.

Los Ejércitos, Señor, son leales a la Patria y al Rey. Lo son y lo han sido sin necesidad de que la Constitución legalice lo que para ellos estaba sobradamente legalizado en vuestra persona. La grave crisis de nuestra Patria puede tener y tiene muchas deferentes causas, algunas de ellas ajenas a la acción del Gobierno. Pero es evidente que el Gobierno merece áspera corrección y que es intolerable que los políticos disculpen errores, demasías y crímenes, atacando a las Fuerzas Armadas.

Nuestra Patria, Señor, tiene un Ejército ejemplar. Lo que, evidentemente, no puede afirmarse de sus políticos.

Dios guardia a España y a vuestra Majestad.

10 Enero 1979

Honor y patriotismo

Joaquín Satrústegui

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Hay minorías que llevan demasiados años utilizando, a modo de monopolio, las expresiones «honor», y «patriotismo». Son las que confunden -más o menos conscientemente- el honor y el patriotismo con sus particulares preferencias por el sistema de gobierno consistente en que todo el poder lo ostente una sola persona siempre que ésta sea de sus ideas. Por eso, cuando durante la era de Franco nació la organización ETA, que, tras su conocida escalada de secuestros, atracos, asesinatos de policías y subsiguientes consejos de guerra sumarísimos, dio muerte al propio presidente del Gobierno, almirante Carrero Blanco, a tales minorías no se les ocurrió pedir la dimisión del Generalísimo o la del ministro de la Gobernación Arias Navarro. Como eran partidarias de su sistema de gobierno no invocaron el honor ni el patriotismo contra los evidentes fallos de su política de orden público.En vez de ser destituido, Arias Navarro fue ascendido al cargo de presidente del Gobierno, que ocupaba el almirante asesinado; y es oportuno recordar que no declaró ningún nuevo estado de excepción en el País Vasco, por la sencilla razón de que los declarados en 1967 y 1968 resultaron no sólo ineficaces, sino contraproducentes. Prosiguió, eso sí, con más energía su política de orden público, hasta el punto de que en septiembre de 1975, un mes antes de la última enfermedad de Franco, se ejecutaron aquellos cinco tristemente famosos fusilamientos (dos de los fusilados eran miembros de la ETA), que fueron inmediatamente contestados el 1 de octubre con cinco nuevos asesinatos, casi simultáneos, de otros tantos policías armados que prestaban servicio en Madrid.

Las minorías a las que me estoy refiriendo no pidieron tampoco en esta ocasión la dimisión de nadie; y después del fallecimiento de Franco, Arias Navarro siguió al frente del Gobierno hasta junio de 1976.

Durante ese período, ETA continuó en su escalada terrorista y ocurrieron los graves sucesos de Montejurra y de Vitoria. No se invocaron tampoco ahora, frente a los gobernantes, los sentimientos de honor y patriotismo, como no recuerdo que se invocaran, a lo largo de la era de Franco, cuando fuimos abandonando sucesivamente Marruecos, Guinea, Ifni y el Sahara.

Más vale no pensar en lo que hubieran dicho esas personas si el derrumbamiento de las posiciones de España en Africa se hubiera producido bajo el signo de la democracia. Es probable que habrían actuado más o menos como los hombres de la OAS frente al general De Gaulle cuando éste, apoyado por las fuerzas parlamentarias francesas, consideró necesario abandonar Argelia.

Nadie tiene el monopolio del honor y el patriotismo. Si las minorías nostálgicas dudan de algo tan evidente como que más del 95% de los parlamentarios, el actual Gobierno, y por supuesto el Rey, se sienten españoles hasta la médula; si dudan de que todos ellos rechazan rotundamente los objetivos de la ETA y harán cuanto sea necesario para acabar con sus crímenes cómo con los de otros grupos terroristas de cualquier signo; es muy claro que su pasión, política, su parcialidad, les ciega.

Entristece comprobar que esa pasión política, esa parcialidad, haya podido llevarles a convertir el entierro de un prestigioso, de un espléndido general vilmente asesinado por la ETA, en un acto que ha escandalizado a la inmensa mayoría del país y que por su propia naturaleza no logró, según todos mis informes, más que la adhesión -menguante a lo largo del recorrido- de quienes se propusieron organizarlo.

El país se ha escandalizado y por partida doble, como lloviendo sobre mojado: primero, por el abominable crimen, y después, por la descarada instrumentación del crimen con fines partidistas, cayendo así en la siniestra trampa tendida por ETA.

Esta organización terrorista no desaparecerá de la noche a la mañana -el nuevo execrable asesinato del presidente de la Sala Sexta del Tribunal Supremo lo demuestra-, pero la gran mayoría estamos convencidos de que en un próximo futuro, mediante el pleno ejercicio de las libertades democráticas, el uso de una inteligente y necesaria energía, y el imprescindible cambio de la actitud de Francia hacia esta España democrática, todo el país recuperará la verdadera paz. Esa paz que nunca logró establecer, no hay que olvidarlo, un régimen que feneció entre la angustia de los secuestros, los ecos de bombas, metralletas, fusilamientos y pistolas, el asombro de una marcha verde que avanzaba sobre el Sahara, y el miedo político de adoptar las impopulares, pero imprescindibles, medidas que hubieran paliado los efectos de la crisis económica mundial sobre nuestra propia economía.

Estoy muy lejos de negar honor y patriotismo a quienes colaboraron o se sintieron compenetrados con ese régimen. Soy amigo personal, aprecio y respeto a muchos de ellos. Pero me indigna que alguien ponga en duda que ese honor y ese patriotismo los tengamos quienes en abrumadora mayoría hemos votado a favor de lá democracia. Lo hemos hecho, porque, a diferencia de los que tratan de monopolizar ambos sentimientos, creemos y confiamos en el pueblo español, cuya voluntad soberana -esa sí- ha de ser honrada y respetada por encima de todas las provocaciones de la violencia. Muy especialmente por quienes no supieron atajarla en su origen.