16 septiembre 1999

PSOE, Izquierda Unida, PNV, CiU, Coalición Canaria y Grupo Mixto unieron sus votos a favor de la condena

El Congreso de los Diputados condena el alzamiento de Franco del 18 de Julio de 1936 calificándolo como ‘golpe de Estado fascista’ con la abstención del PP

Hechos

La votación se celebró el 15 de septiembre de 1999.

Lecturas

El diputado del PSOE, D. Jesús Caldera, fue el ponente de la decisión.

16 Septiembre 1999

Memoria civil del 36

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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EL PARTIDO Popular no está todavía en condiciones de condenar abiertamente, sin eufemismos, el golpe militar del general Franco, que dio origen a la guerra civil y a centenares de miles de muertos y exiliados. Es lamentable, pero también lo sería convertir esta inconsecuencia de un partido democrático en prueba de que no lo es. Sería deplorable que una iniciativa a favor de la reconciliación y del reconocimiento a los españoles expatriados terminara provocando el efecto contrario: reabrir heridas que la mayoría quiso dar por cerradas al inicio de la transición.Hace 21 años, el rey Juan Carlos quiso sellar simbólicamente ese reencuentro con la España del exilio al visitar en su retiro de México a la viuda del anterior jefe de Estado constitucional, el republicano Manuel Azaña. La proposición votada en el Congreso aspiraba a reafirmar esa reconciliación mediante el reconocimiento público del papel de los exiliados y de los países que los acogieron. Precisamente porque durante años fueron considerados la antiespaña, ese reconocimiento sólo alcanza su objetivo si es unánime. Es decir, si suscita la aquiescencia de todos los representantes de la España actual, sean hijos de los vencidos o de los vencedores. Por ello debió haberse evitado una votación si el consenso no estaba garantizado.

Pero nada de esto disculpa al PP. Incluso si consideraba poco rigurosa la definición del 18 de julio como «golpe militar fascista», debía haber votado la resolución y matizado su opinión. Porque suponiendo que no fuera exactamente eso -o no sólo eso-, mucho menos fue una gloriosa cruzada en defensa del auténtico ser de España como pretendieron los vencedores.

Así lo reconocía el propio texto alternativo del PP al referirse a la guerra como «un enfrentamiento fratricida» movido por la «sinrazón y el odio». Sin duda lo fue, y los demás partidos pudieron suscribir esa declaración, pero tampoco fue sólo eso. Resulta sorprendente que el partido del Gobierno se sienta obligado a abstenerse ante una declaración en la que la Comisión de Exteriores del Congreso «condena y deplora el levantamiento militar contra la legalidad constitucional…». ¿Es el término condenar el que no comparte? ¿No cree que fuera un levantamiento militar?

Es lamentable en todo caso que 60 años después el Congreso se divida ante lo que quiso ser un homenaje al exilio. También lo es que se haya tratado de aprovechar este viaje para trazar una frontera entre franquistas y antifranquistas. Avala esa sospecha que en la exposición de motivos se incluyera una referencia a las fuerzas que combatieron al franquismo excluyendo deliberadamente a la oposición monárquica o democristiana. Pero es increíble que, de habérselo propuesto, el PP no hubiera logrado un acuerdo sobre ése y otros motivos menores de discrepancia.

La guerra civil fue una espada que dividió a España en dos, con la particularidad de que cada una pretendía encarnar a la verdadera. Los historiadores pueden discrepar sobre las causas de aquel drama. Pero lo indiscutible es que durante casi 40 años el bando franquista evitó todo signo de reconocimiento, de autocrítica y mucho menos de reconciliación hacia los vencidos. Es muy lamentable que el PP no haya sido capaz de ir un milímetro más allá de lo que sin duda piensan muchos de los suyos, pero se equivocarían los demás partidos si pensaran que los españoles desean reabrir ahora políticamente esa herida.

15 Septiembre 1999

No reavivemos nunca más las «dos Españas», por favor

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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La condena del «golpe fascista militar» -en la farragosa expresión del ponente, el socialista Jesús Caldera- con el que se inició la Guerra Civil española hace 63 años es lo más notable de la proposición no de ley aprobada ayer en el Congreso sobre el 60 aniversario del exilio. La inclusión de esa expresión «reduccionista», según el portavoz del PP, provocó la abstención del partido gubernamental. Del curioso incidente se puede decir que los historiadores son, a estas alturas, los que tienen que pronunciarse sobre aquellos sucesos, pero que es evidente que el pueblo español se dividió en dos bandos irreconciliables, cuyos análisis de las causas del conflicto fueron diametralmente opuestos, y que desde la Transición hasta hoy se había evitado siempre, desde los grupos que representan a los descendientes de unos y de otros, reavivar los argumentos de aquel terrible enfrentamiento. Hacerlo hoy tiene bien poco sentido.

16 Septiembre 1999

Los orígenes de la Guerra Civil

Federico Jiménez Losantos

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Así se titula un libro excelente, absolutamente recomendable de Pío Moa, publicado antes del verano en Editorial Encuentro. En él se aborda sistemáticamente y casi por primera vez la gran rebelión de 1934 contra la II República, dirigida y protagonizada por el PSOE con la única oposición de Besteiro y su facción, previamente arrinconados en el partido y la UGT por Largo Caballero y su cómplice decisivo: Indalecio Prieto. Por desgracia, la manipulación política cada vez más descarada que ciertos profesionales de la Guerra Civil en hábito de historiadores vienen perpetrando en periódicos y libros amenaza con hacernos perder de vista la verdadera raíz del problema político español, que desembocó en la carnicería de los años 30, cruelmente prolongado por Franco en los 40. Ese problema de fondo en el proyecto político totalitario de la izquierda, su empeño teórico y práctico de acabar con el sistema de libertades – la ‘democracia burguesa’ – para instaurar la dictadura del proletariado, es decir, del partido revolucionario según el esquema de Marx actualizado por Lenin. Frente a ese proyecto aniquilador, en España, como en toda Europa, tiene lugar la reacción de las distintas fórmulas de derecha, liberales y también totalitarias. La machaconería propagandística de la izquierda insiste, de modo típicamente marxista, en que el problema español era social y económico: Propiedad latifundista, poca industrialización, el atraso urbano, cultural, moral incluso. Pero la clave política nunca está en detectar un problema, sino en la fórmula para remediarlo. Y la solución de la izquierda era la implantación de una dictadura socialista a través de una guerra civil. Que eso deviene la lucha de clases entendida por Marx y Lenin.

La Guerra Civil española no era inevitable ni fatal por los problemas económicos y sociales. Peores eran en el 98 o en el 17 y no hubo guerra civil. Pero las fuerzas de centro y derecha pensaban que la propiedad y la libertad individual eran los únicos mecanismos reales  y duraderos de mejora social. Y defendían la religión. La división de poderes propia del liberalismo y la democracia representativa estaban doctrinalmente más en la Derecha que en la Izquierda. Un sistema pacífico de alternancia de derechas e izquierdas democráticas, con Monarquía o República, hubiera permitido la paz y el desarrollo económico. Per el PSOE se abonó al golpe de Estado. Lo desencadenó en el 34, porque no aceptaba el triunfo democrático de la Derecha en las urnas. Fracasó y la República sobrevivió. Pero el Frente Popular del 36 se planteó como reivindicación del 34, es decir, de la revolución. Y siguió empeñado en hacerla. Su fracaso en la Guerra prueba que media España no quería la fórmula socialista. ¿Quién podrá seriamente, honradamente, reprochárselo?

Me acordé del libro de Pío Moa anteayer, cuando el Parlamento, con la honrosa excepción del PP, condenó el ‘golpe fascista militar’ del 18 de julio. Entre los jabalíes, un Guardans i Cambó. ¿Y qué era su ilustre abuelo, con Franco en Burgos? ¿Militar o Fascista? Pues ni una cosa ni la otra, como casi todos los que se apoyaron en Franco. Su gran culpa fue actuar como el PSOE. ¿Para cuándo la condena del partido más responsable de la Guerra Civil?

17 Septiembre 1999

La condena

Jaime Campmany

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Querer enderezar la Historia que se contó torcida torciéndola aún más pero hacía el otro lado, es algo más que una injusticia; es una necedad. Nuestros socialistas, cuyos antepasados políticos tanto contribuyeron a traer la Guerra Civil, se empeñan ahora en condenar ‘el levantamiento fascista militar’. Se aprestan a vencer a Franco. A buenas horas, mangas verdes. Estoy sospechando que un día de éstos Rafael Caldera o Pérez Rubalcaba le declaran la guerra a Napeoleón o a Scipión el Africano.

Puestos a condenar episodios de nuestra Historia, no hay que detenerse en un aspecto parcial de la Guerra Civil. Después del fin de la contienda, hay que condenar el forzoso exilio de muchos derrotados, la represión cruenta que añadía a la sangre, la peripecia tragicómica del 23-F, la goma-2 y los tiros en la nuca de los etarras, ahora en tregua y quizá en paz, y las chapuzas criminales del GAL.

Dejando aparte la lucha de trincheras, hay que condenar las muertes en masa de la plaza de toros de Badajoz, y la masacre de Paracuellos, y los marinos fondeados en el puerto de Cartagena. Y antes, la Semana Trágica de Barcelona y la represión de Casas Viejas.

Los ‘hunos’ fusilaban a José Antonio Primo de Rivera y los ‘hotros’ como les llamaba Unamuno, fusilaban a Lluis Companys Hay que condenar todos los asesinos de la Causa general y todos los que no están allí. Condenemos las balas que silenciaron la voz de jazmín y agua de Federico García Lorca, y la celda donde tosía sangre Miguel Hernández, y el fusilamiento de Víctor Pradera, abuelo del Huerfanito [Javier Pradera] y de Pedro Muñoz Seca, abuelo de Alfonso Ussía. Condenemos los aviones de la Legión Condor que bombardearon Guernica, y los que Mussolini le mandó a Franco, y los tanques de Stalin, que sembraban estrellas de sangre por los campos de España.

Vamos Historia arriba, y hay que condenar la Revolución de Asturias, que hacía estallar dinamita entre los manzanos, y los paseos al amanecer, y el incendio de periódicos, conventos e iglesias. El fusilamiento del Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles no fue un crimen sino una gilipollez. Y hay que condenar la dictadura del general Primo de Rivera, y la bomba disfrazada de dalias que Matías Morral arrojó a la carroza nupcial de Alfonso XIII, y el asesinato de Cánovas en un pacífico balneario y el de Canalejas, delante de una librería, y el de Dato en la mismísima Puerta de Alcalá, cantada por Ana Belén, esto está lleno de belenes y el de Carrero Blanco, lanzado al espacio como un cohete, y el del general Prim, en la calle del Turco le mataron a Prim, metidito en su coche con la Guardia Civil.

Y yo condeno el robo yanqui de Cuba, con la añagaza del Maine y los soldaditos españoles dentro de su mortaja de rayadillo. ‘Los yanquis vienen volando, urracas azucareras, urracas que urraqueando hasta nos están llevando el airea de las palmeras’. Y la invasión napoleónica, con los fusilamientos goyescos del 3 de mayo. Y condeno las guerras carlistas, que se prolongan hasta Arzalluz y hasta los que se cargan continuamente el abrazo de Vergara. Y los cuartelazos del XIX y de siempre.  condeno la guerra de África, con el capítulo sórdido del Expediente Picasso. Éste es el país que tuvo preso a Fray Luis, ‘aquí la envidia y mentira me tuvieron encerrado y a Quevedo miré los muros de la patria mía, y a Cervantes, porque mientras escribía la gloria más alta del castellano le faltaban unas perras en las cuentas de la Armada Invencible, muchas menos que a Javier de la Rosa.

Todo eso y mucho más hay que condenar. Pero sobre todo hay que condenar a los que condenan la Historia cuando ya es Historia cerrada y dan terribles lanzadas al moro muerto. Muerto y enterrado.