22 abril 2021

El Congreso de los Diputados llama al comisario Villarejo a la Comisión de Investigación para que diga a cada grupo parlamentario lo que quiere oír

Hechos

El 22 de abril de 2021 D. José Manuel Villarejo Pérez declara en la Comisión de Investigación del Congreso de los Diputados del caso Kitchen.

27 Mayo 2021

Del cerdo se aprovecha todo y de Villarejo aún más

Íñigo Sáenz de Ugarte

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El comisario jubilado pone en marcha el ventilador en el Congreso y colma los deseos de la mayoría de los grupos con un espectáculo de acusaciones, olvidos e insinuaciones sin necesidad de aportar ninguna prueba

Las comisiones de investigaciones en el Congreso son fantásticas. Hay pocos sitios en que se puedan proferir difamaciones o acusaciones sin pruebas sin que haya consecuencias legales. Lo haces en la calle o en un medio de comunicación y se empiezan a encender todas las luces en la Audiencia Nacional. Pero en una comisión parlamentaria tanto los testigos como los diputados que hacen las preguntas están en condiciones de hacer todo eso y raramente les pasa nada. Incluso salen muy satisfechos de la reunión. Y evidentemente ha habido pocas ocasiones en que el espectáculo haya alcanzado tales cotas como con la comparecencia del jueves de José Manuel Villarejo, el comisario que ha estado presente en muchas de las guerras sucias o clandestinas en que ha estado implicado el Ministerio de Interior durante décadas.

Es uno de los legados de tantos años de lucha contra el terrorismo, cuando las fuerzas policiales empleaban todas las medidas posibles, incluidas funciones propias de los servicios de inteligencia en eso que se llama de forma caritativa ‘la zona gris’. Pasó ese tiempo y algunos mandos policiales pensaron que no había ninguna razón para no seguir usando esos métodos en beneficio propio o de sus superiores políticos. Y de ahí que hoy estemos hablando de la Operación Kitchen, un plan ejecutado por policías corruptos a las órdenes del PP para salvar al partido de las revelaciones que podía hacer Luis Bárcenas.

Los grupos parlamentarios trataron a Villarejo como si fuera un cerdo. No, no en el sentido en que están pensando. Por la idea de que del cerdo se aprovecha todo. Todos intentaron rentabilizar su presencia en favor de sus intereses. Villarejo cumplió sus expectativas y fue generoso con todos. Especialmente con el Partido Popular al que dio el gran regalo de dar credibilidad a su visión conspiratoria sobre la Gürtel. Esa que resumió Mariano Rajoy en 2009 con la frase: “Esto no es una trama del Partido Popular. Es una trama contra el Partido Popular”.

También apuntó directamente a Rajoy, aunque eso ya no preocupe mucho a la actual dirección del PP, que lo da por enterrado. Y lo hizo varias veces. “¿Es posible que Rajoy no supiera nada?”, le preguntaron en relación a la Kitchen. “Dudo que lo desconociera”, respondió. Unos pocos minutos después, recordó algo que sorprendentemente no había mencionado. Las dudas pasaron a ser certezas. Anunció que intercambió mensajes con el entonces presidente, que le hacía preguntas tan simples como “¿va todo bien?”. “Era todo para ratificar información”, explicó.

¿Entonces Rajoy se ponía en contacto con un policía-espía que estaba actuando fuera de la ley, es decir, fuera del control judicial, y dejaba rastro de sus comunicaciones en forma de SMS para conocer información que supuestamente ya había recibido de boca de los responsables del Ministerio de Interior? Eso es algo menos que poco creíble, teniendo en cuenta que como presidente Rajoy se mantenía bastante alejado de esos ámbitos. Además, confiaba plenamente en que Jorge Fernández Díaz, amigo desde hace tiempo, hiciera lo que fuera necesario.

La comparación con los famosos SMS con Luis Bárcenas no vale en este caso. Rajoy y Bárcenas se conocían desde hace años, ambos sabían lo que sabía el otro y los mensajes se produjeron en un momento en que aún se podía esperar que el tesorero no dijera nada. Muy pronto, cuando no se cumplieron las promesas, Rajoy tuvo que cortar la comunicación. Y bien que lamentó luego haberla tenido. Ahora Villarejo nos quiere hacer creer que el expresidente no había aprendido la lección.

Por la parte de la Gürtel, sí que colmó los deseos del PP. Como otros comparecientes de pasado oscuro, el diputado del PP Luis Santamaría se deshizo primero en elogios con el testigo. Parece que no hay policía sospechoso de prácticas corruptas del que no esté enamorado su partido. “¿Fue el caso Gürtel una operación política?”, le preguntó. “Desde luego. Y ya he dicho que lo explicaré en el juicio”, fue la respuesta. Santamaría estaba salivando de gozo y siguió para que Villarejo confirmara que respondía en ese caso ante los “máximos responsables” de Interior. Luego dijo que lo hacía “fundamentalmente ante el señor Camacho” (entonces secretario de Estado).

El objetivo del PP era dar carnaza a la interpretación que harán algunos medios de que la Kitchen, aunque censurable, fue sólo una más de las muchas operaciones policiales montadas por todos los gobiernos desde la época de Rubalcaba. Después de unos años en que los dirigentes del PP han llorado emocionados al recordar lo mucho que echan de menos el sentido de Estado de Rubalcaba, ahora retoman la imagen que crearon de él como el siniestro personaje que investigaba al principal partido de la oposición. Si el PP tuvo la Kitchen, Rubalcaba tenía cocinas para abastecer a todo un Ikea. Muy pronto en sus pantallas.

Otro capotazo al Partido Popular se produjo cuando Villarejo dijo que el PP era “más blandito” que el PSOE en el tema “institucional”, palabra que cuenta con unas connotaciones muy sucias en el diccionario del comisario. Es lo que él llama “estructuras opacas dentro de los gobiernos”. Luis Santamaría ya estaba disfrutando de un orgasmo y le agradeció que dejara claro que “el PP no participó en la trama de terrorismo de Estado de los GAL” (Villarejo no había mencionado a los GAL).

Cerca del final, Jon Iñarritu, de EH Bildu, dio voz a muchas de las personas que estaban siguiendo la sesión. “Me he sentido defraudado. Esperaba más”, comentó. Como hay que mantener las formas, no le dijo que era un mentiroso profesional –lo mismo Villarejo se lo toma como un cumplido– y admitió que al menos todo era bastante entretenido. “Usted ha hablado y nos lo hemos pasado bien”. Le preguntó entonces qué pruebas tenía sobre la “bomba informativa” en relación a Rajoy, porque no había ofrecido ninguna. “Todo está en mis archivos”, fue la única respuesta. Los archivos encriptados en poder de la policía que aparentemente no han podido ser descifrados y que no han sido facilitados a su abogado por el previsible temor de que su contenido aparezca en los medios de comunicación que han hecho un amplio uso de sus filtraciones en el pasado.

Evidentemente, cuando le interrogaban sobre su papel en la Operación Kitchen, que debe de recordar muy bien, nunca respondía nada concreto.

Gabriel Rufián se confesó perplejo por la doble consideración que merece la posición de Villarejo en medios judiciales y policiales. Algunos lo consideran poco creíble, pero no dejan que se vean sus archivos. “O es un mentiroso o es James Bond”, dijo. El policía siguió en esa línea para decir que lo pintan como “un Torrente de la vida”. Es un disfraz muy conveniente por el que siguió apostando en esta comparecencia. Como cuando le preguntaron por la frase en que decía que había “salvado el culo del Barbas” (Rajoy) para que no fuera a la cárcel. “Era un poco de charla cuartelera tomando copas”. Un Torrente salvando a España a las cuatro de la madrugada.

Si Villarejo tuvo, como dice, un papel muy relevante en la lucha contra ETA, lo raro es que no ganaran los terroristas. Por otro lado, para pinchar teléfonos sin control judicial, intimidar a mujeres e intervenir en campañas de intoxicación no necesitas ser Eliot Ness. Para declarar en una comisión de investigación del Congreso, tampoco.

20 Octubre 2021

Villarejo nos tira unos cacahuetes y todos nos apresuramos a cogerlos

Íñigo Sáenz de Ugarte

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José Manuel Villarejo llevaba casi dos horas de su comparecencia en la comisión de investigación de la Operación Kitchen y decidió que tenía que presumir de su experiencia de agente secreto. «Yo me he reunido en el desierto con gente muy próxima al ISIS comiendo dátiles y esperando que me corten la cabeza, y yo me tuve que pagar los gastos», dijo orgulloso dejando para los restos a James Bond. A 007 no solo le pagaban los gastos, sino que destrozaba los coches que le entregaban y luego nunca le obligaban a abonar los desperfectos. En España, somos unos ingratos. Es lo mismo que les ocurría a Mortadelo y Filemón, a los que el superintendente Vicente les prometía un viaje con todos los lujos y acababan en un carro tirado por un burro.

Villarejo apareció por segunda vez ante esta comisión. La primera fue en mayo, cuando el comisario jubilado dio un gran espectáculo. Los diputados se debieron de quedar con ganas de más, a pesar de que no aportó ninguna prueba sobre sus acusaciones, y volvieron a convocarlo. Ahora acaba de comenzar el juicio en el que la Fiscalía le pide 105 años de cárcel por delitos cometidos en sus negocios privados para distintas empresas. Lógicamente, no iba a autoincriminarse en su comparecencia del miércoles. Lo que sí podía hacer y además con mucho gusto era lanzar todo tipo de insinuaciones y denuncias de las que te dejan con la boca abierta, siempre que no seas muy exigente con la verosimilitud.

Al igual que en mayo, el Partido Popular salió muy contento de la sesión. Aquí todo el mundo utiliza a Villarejo para lo que le interesa. En el caso del PP, para afirmar que la investigación judicial del caso Gürtel fue un montaje del Ministerio de Interior de un Gobierno socialista, y eso a pesar de que ya hay sentencias judiciales al respecto. En ese sentido, Villarejo sería una víctima. «Pretenden meterle en la cárcel para que no hable», dijo el diputado Luis Santamaría, que debe de creer que la Audiencia Nacional está metida en el barullo. Santamaría sacó a colación una supuesta operación contra un alcalde de Burgos en los años noventa con la intención de acabar después con José María Aznar. Ese alcalde, José María Peña, fue condenado en 1992 a doce años de inhabilitación por un delito de prevaricación continuada. Años después, fue indultado por el Gobierno de Aznar.

Como Villarejo dijo sin concretar nada que tuvo contactos entonces con un político socialista que fue delegado del Gobierno en Castilla y León, Santamaría se vino arriba y sufrió un delirio de grandes dimensiones al comentar que es «un caso que se podría asemejar al Watergate». Por tanto, tampoco hay que extrañarse de que preguntara a Villarejo si había formado parte del «comando Rubalcaba» en un pequeño homenaje a las viejas obsesiones de su partido. Tampoco era un día como para tomarse en serio las intervenciones en la comisión.

Macarena Olona también quedó satisfecha, quizá porque todo lo que dice Villarejo puede interpretarse como un desprestigio para las instituciones, algo que forma parte de la dieta parlamentaria de Vox. Tan encantada estaba la diputada que le despidió con un «cuídese mucho».

La izquierda tuvo la oportunidad de recibir su parte de la merienda con una nueva acusación a Mariano Rajoy, como hizo en mayo. No solo insistió en que Rajoy le envió mensajes, sino que se reunieron «tres o cuatro veces más». Resulta que el expresidente se arriesgaba a verse con un policía de pasado tan oscuro para preguntarle por cosas que él ya había contado a los intermediarios del PP. Y eran preguntas tan esenciales como «¿hay algo nuevo?» o «¿esa persona se había reunido con Pedro J.?». No tiene pruebas de eso, aunque se ha hecho famoso por haber grabado todo tipo de reuniones.

Unidas Podemos optó por la estrategia de considerar a Villarejo un mártir o al menos alguien a quien han utilizado. Ismael Cortés comentó que algunos le tratan «como a un pagafantas», de ahí que le preguntara: «¿Por qué le dejan a usted solo?». A eso, el policía respondió que le tratan como a un cáncer. Y luego aclaró: «Yo era el que intentaba destapar el cáncer». Villarejo se rio del diputado y de todos los demás cuando dijo que sus encuentros secretos con Cospedal y su marido eran «reuniones sociales», porque así los ha definido el juez instructor que ha decidido no procesarlos. Reuniones en las que se hablaba de cosas menores, como «qué tal va todo, cómo te va la vida, estudias o trabajas». Con razón, Villarejo se reía a gusto en esos momentos.

No estaba contando nada que sirviera para armar una acusación de ningún tipo, pero lanzaba unos cuantos cacahuetes escandalosos para que políticos y periodistas saltaran a pillarlos al vuelo. Se refirió a los «encaladores», de los que dijo que «son gente que se dedica a surtir de droga a todo aquel al que se quiera controlar». O cuando «se usaron hormonas para rebajar la libido» del rey Juan Carlos. Eso ya salió en 2020 cuando se conoció una conversación entre Villarejo y Corinna Larsen. Pero cómo desperdiciar la oportunidad de volver a ponerla en circulación. Hay que reconocer que tiene un punto perversamente gracioso en relación a la intensa actividad sexual del anterior monarca fuera del matrimonio. Lo mismo encaja en un chiste de Wyoming en ‘El intermedio’.

A Gabriel Rufián le confirmó la historia de los encaladores, que daría para una buena película de intriga. Como ya estaba lanzado, sugirió que existe una organización que se ocupa de hacer desaparecer a la gente. El portavoz de ERC se quedó a cuadros e insistió para que diera algún ejemplo. Villarejo respondió con el caso de «la muerte de García Calvo», que dice que investigó. Como no parece que se refiriera al filósofo Agustín García Calvo, que falleció a los 86 años por insuficiencia cardíaca, es posible que estuviera pensando en el periodista Carlos García Calvo, que escribía un blog en El Mundo sobre la reina Letizia y que murió de un infarto. Resulta un poco rastrero introducir conspiraciones en la muerte de personas por causas naturales, pero a estas alturas a Villarejo ya le da igual ocho que ochenta.

En los últimos minutos de su actuación, Villarejo dejó una frase que igual ha sacado de algún artículo de Pérez Reverte: «El espíritu de los tercios de Flandes ha desaparecido de los cromosomas españoles». Quizá sí, pero el de los estafadores que se ganan la vida siguiendo los pasos del Lazarillo de Tormes goza de buena salud.