28 diciembre 1970

Se le acusa del asesinato de Melitón Manzanas

El Consejo de Guerra conocido como ‘Proceso de Burgos’ condena a Penas de Muerta a seis miembros de ETA

Hechos

El 28.12.1970 se dictó sentencia en el Consejo de Guerra por el asesinato de D. Melitón Manzanas.

Lecturas


ACUSADOS Y SUS SENTENCIAS

  • MarioOnaindia Mario Onaindaia – Pena de muerte
  • bilbao95_uriarte Eduardo ‘Teo’ Uriarte – Pena de muerte
  • izkodelaiglesia Francisco Javier Izko de la Iglesia – Pena de muerte
  • José María Dorronsoro – Pena de muerte
  • Juan Gorostidi Artola – Pena de muerte
  • Francisco Javier Larena – Pena de muerte
  • Juan Echave Garitacelaya – 30 años de cárcel
  • Enrique Venancio de Guesalaga – 30 años de cárcel
  • Gregorio Vicente López – 30 años de cárcel
  • María Aranzazu – Absuelta

 

29 Diciembre 1970

Clemencia y Fortaleza

YA (Director: Aquilino Morcillo)

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Después de dieciocho días de deliberación, ha habido sentencia en el Consejo de Guerra de Burgos. Pendiente aún, para que sea firme, de la aprobación por el capitán general, previo informe de su auditor, la nota oficial facilitada sobre la misma informa de que, en tal caso y en vista de las penas capitales impuestas, su ejecución requerirá el ‘enterado’ del Gobierno, quedando siempre a salvo el derecho de gracia que corresponde al Jefe del Estado.

Por un lado, hay ciertamente la conveniencia de una sanción ejemplar que ponga término a la escalada de la subversión hacia formas de violencia que repugnan a toda conciencia civilizada y de las que la sentencia presenta un muestrario auténticamente escalofriante. Ante esa relación hay que explicarse la reacción (no cruel, sino de estricta defensa social) de los que asumen la actitud expuesta, conacientes de que la debilidad en los gobernantes nos pondría en peligro de retroceder hacia situaciones que debemos considerar definitivamente superadas. Por otro lado.

Queremos advertir previamente que no aspiramos a exponer todas las razones que pueden aconsejar benignidad ni siquiera a agotar el examen de las que presentamos. No creemos que nos corresponda desarrollar las consecuencias políticas que podrían derivarse del hecho de una opinión internacional que en estos momentos está pendiente de nuestro país; el hecho es, sin duda irritante, pero en un hecho que no podemos desconocer. Pretendemos limitarnos a aquella razón que actúa siempre como causa principal del indulto, la que ha movido a solicitar gracia a la Santa Sede y al Episcopado español en pleno: la clemencia, que adquiere fuerza singular en estos días navideños, donde todo habla del amor y de piedad,y con los que diríamos que providencialmente a esos efectos ha coincidido la sentencia.

Pero en favor de la clemencia actúa también la prueba de adhesión al régimen que han sido las manifestaciones celebradas en toda España. El indulto de penas de muerte es el privilegio de los poderes fuertes. No perdona el que quiere, sino el que puede. No perdona el débil, sino el que está seguro de sí mismo, y nuestro Régimen, respaldado por la adhesión del país, que especialmente se concentra en el Jefe de Estado y en las instituciones armadas, es un Régimen fuerte. Puede, por eso, perdonar.

Plantear el problema, como si se tratase de elegir ahora entre clemencia y fortaleza, vinculando ésta a la ejecución de las penas capitales, es planearlo mal; más exacto sería decir: clemencia, ahora, ante la sentencia; pero fortaleza., ahora y después, hasta desarticular totalmente la red subversiva y alejar definitivamente el fantasma del terrorismo. Lo pide la subsistencia del a propia patria y de todos sus ciudadanos, pero sobre todo, las fuerzas encargadas de asegurar el orden público, que se encuentran amenazadas no ya en las personas de sus abnegados componentes, sino en sus familiares, y a las que se puede pedir toda clase de sacrificios, pero no defraudarlos en aquello a que tienen derecho: una política de firmeza. La que puede emprender un Régimen que cuenta con el respaldo de la nación, cuya voluntad se ha mostrado inequívocamente en los últimos días y que aproveche hasta el máximo las facultades excepcionales que a ese ejercicio se han aprobado. Si eso no lo hiciese, de nada valdría el mayor rigor en la ejecución de la sentencia.

Que para obtener clemencia se recurran a procedimientos ilegales nos parece tan grave que nos creemos obligados a hacer una llamada a la reflexión. Acudir a terrenos ilegales, como se ha acudido, al de las amenazas contra las personas y las familias, tanto de quienes estaban relacionados con el proceso como incluso de quienes nada tenían que ver con él, obligaría a pensar que lo que es en realidad si quiere es provocar una reacción que condujera a la creación de unos mártires, conforme a la táctica seguida en tantos casos que no necesitamos ni citarlos siquiera. Quienes de veras se interesen por la vida de los condenados deben pensarlo seriamente antes de intentar obtener las únicas vías admisibles para demostrarlo. Pero observamos también la conveniencia de una decisión urgente que disipe cuanto antes la tensión y, sobre todo, el peligro de hacerle el juego al enemigo con las reacciones extremas que busca. Así como la presión exterior no ha podido obligar a la justicia a claudicar por debilidad en el desempeño de su alta misión, tampoco ahora ninguna presión emocional debe influir en el sentido contrario. Afortunadamente para el país, la decisión está en manos de quien ha acreditado sobradamente a lo largo de su vida, prudencia, severidad, profundo sentido político y un espíritu sinceramente humano, cristiano y español.

30 Diciembre 1970

Sin audacia y sin temor

ARRIBA (Director: Jaime Campmany)

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Conocidas las dieciséis sentencias dictadas por el Consejo de Guerra de Burgos, conocidas las nueve penas capitales, se ha producido una extensa teoría de opiniones que van desde el nivel primario de la calle a las más altas tribunas periodísticas. No tratamos de sumar a ese coro de voces heterogéneas ningún punto de vista polémico destinado a confrontarse con otras opiniones.

Todos los españoles hemos seguido con vivo y lógico interés, cuando se ha relacionado con el Consejo de Burgos, tanto en lo referente a la marcha del proceso como a las campañas que desde el exterior se han orquestado con indudable tendenciosidad y oportunismo político. Es natural, pues, que la resolución del Tribunal hubiera suscitado general expectación y es natural que ahora conocidas las penas impuestas, se especule con la posibilidad de su ejecución rigurosa o clemente.

Con la mayor serenidad de ánimo posible quisiéramos puntualizar algunos extremos tan lejos de cualquier fácil sentimentalismo como de cualquier apasionado juicio.

El Tribunal Militar que ha actuado en el Consejo Sumarísimo de Guerra ha cumplido con su deber, ejemplarmente, y merece la gratitud de todos por su serenidad y por el honor con que ha desempañado su penosa misión.

Las penas que enumera la sentencia tienen ahora que cubrir para su cumplimiento unas etapas legales y previstas: aprobación por el Capitán General y el enterado del Gobierno. Como ha habido petición de penas de muerte, cabe que el Jefe del Estado, en uso de su prerrogativas, pueda ejercer el derecho de gracia, conmutando algunas o todas las penas. Mientras estos trámites se cumplen, es natural, por supuesto, que se especule con la decisión última.

El hombre que puede ejercer su derecho de gracia, está adornado de unas virtudes extraordinarias y nos tiene suficientemente demostrados a todos los españoles, a lo largo de su vida, cuanta es la sabiduría política que le asiste, cuanta es la fortaleza de su ánimo y la serenidad de su juicio. La acción de la justicia ha concluido. En la consideración final del Jefe del Estado pesan ahora todos los argumentos humanos, políticos y concretos que rodean el caso. Es natural que sea sensible a esas masivas y espontáneas manifestaciones de entusiasmo y adhesión con que el pueblo entero de España le ha renovado su fidelidad y su cariño. Su poder está popularmente respaldado por todo el país. No necesita, como nunca necesitó, subrayarlo. Dice Cicerón que la fortaleza, virtud o temple del ánimo, vence el temor y modera la audacia. Y Santo Tomás comenta que la audacia no es más que una forma del temor, al revés. Ninguna audacia hay que esperar ni pedir. Ningún temor hay que sospechar ni sufrir. Sería malévolo, estúpido e incongruente creer que la injusticia en los juicios del exterior puede forzar el rigor al máximo. Sería ingenuo, torpe y catastrófico suponer que la generosidad clemente del corazón puede entenderse como una debilidad política.

Si las instancias del país se inclinan a una petición indulgente, si como está probado, la unidad de la Patria y su deseo de paz y progreso es algo que no puede poner en peligro la acción terrorista de un grupo minoritario de desesperados políticos y si el consejo, leal y sereno, de algunos altos organismos reunidos estos días, es favorable a la templanza, todo habría que entenderlo, seguramente, como una prueba de la salud política de nuestras instituciones fundamentales y de la fe en los destinos de la Patria.

Sin audacia en el pronóstico y sin temor de debilidad alguna, esperamos la resolución final. Estamos los españoles acostumbrados a que en los trances históricos decisivos, cuando los argumentos o las posturas se debaten en la incertidumbre, una voz suprema y responsable haya acertado a decir la palabra definitiva y exacta. Es fácil, cuando no se tiene el peso de la responsabilidad, emitir una opinión o su contraria. Tenemos los españoles fama de algo apasionados y de un mucho de radicales. Pero podemos estar tranquilos. Hay quien vela, sin nervios; quien, mesuradamente, reflexiona; quien, desde su conciencia sólo se plantea el interés sagrado de España y de los españoles. Franco ha acertado siempre. La decisión está, pues, es unas manos firmes, seguras, serenas. Nosotros podríamos inclinarnos fácilmente, irresponsablemente, a la clemencia o al rigor. Franco se inclinará, estamos seguros, hacia esas difíciles cuatro cirtudes que son la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. Porque en su ánimo no se interfieren – nunca se ha interferido – ni la audacia ni el temor.