6 abril 1988

La polémica iniciada en las páginas de EL PAÍS se traslada a la televisión pública

El debate entre Fernando Savater y Javier Sádaba en ‘Querido Pirulí’ en TVE por el terrorismo acabó en un cruce de descalificaciones

Hechos

En el programa ‘Querido Pirulí’ de La 1 de TVE del 06.04.1988 se produjo una discusión entre los filósofos y columnistas D. Fernando Savater y D. Javier Sádaba. 

Lecturas

Los filósofos vascos Fernando Fernández-Savater Martín y Javier Sádaba Garay polemizan en las páginas de El País sobre la cobardía y el terrorismo de ETA, en una polémica en la que también participará Fernando Sádaba Garay, con descalificaciones a su hermano y que se taasladará a TVE donde el programa ‘Querido Pirulí’ emitirá un debate entre Fernando Fernández-Savater Martín y Javier Sádaba Garay en la que ambos se descalificaron mutuamente.

El periódico El Independiente de Pablo Sebastián Bueno publicó un editorial posicionándose contra Fernández-Savater y a favor de Sádaba Garay.

21 Marzo 1988

SILENCIO POR MINUTOS

Fernando Savater

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Con fastidiosa reincidencia vuelve cada cierto número de meses a hablarse del papel político o antipolítico de los intelectuales. Y se discute su compromiso o su complicidad, su integración en el sistema 3, su resistencia a las seducciones del poder, su sacrosanta libertad de permanecer puros escribiendo en los diarios más repelentes o de resultar repelente a fuerza de escribir en diarios puros. Tranquilícense, no voy a volver sobre este asunto. Voy a hablar de un aspecto tangencial de este problema. No voy a referirme al papel del intelectual como elemento de presión sobre el grupo, sino a la elemental presión que el grupo ejerce sobre el intelectual. Lo llamaremos miedo para no andar con rodeos: miedo a perder la clientela. o miedo a perder el pellejo, pero miedo al fin y al cabo. El miedo a los otros, que son más y que pueden darnos tanto, mimarnos tanto o quitamos tanto. Lo ilustraré con un caso «de la vida real», como suele decirse: la breve historia de una pequeña cobardía. Como el sujetó de tal oprobio soy yo, creo tener derecho a sincerarme sin escrúpulos.Aunque desdichadamente sé que no soy valiente, no me tengo por más cobarde que la media; incluso diría que los años y sus circunstancias me han llevado a pensar que soy menos cobarde que bastantes de los de mi casta. Desde: luego, no temo chocar a los bienpensantes: puede que alguien haya llegado alguna vez a respetarme, pero ni mis peores enemigos pueden decir que yo he intentado hacerme respetable. Tiendo a suponer que la primera obligación de quien ha conseguido hacerse con lectores es la de escribir de cuando en cuando contra ellos. El día que mis artículos o mis libros no despierten ya virtuosas repulsas comprenderé que ha llegado el momento de cambiar de oficio. Pero tampoco tengo la manía de la provocación, ni del desplante, ni de la iconoclastia: me encanta la cordura, creo útil el acuerdo, y respecto al malditismo literario sólo puedo decir que la mayoría de los malditos que, he conocido en mi vida eran unos malditos imbéciles. Perdón por tanto descaro egoísta, pero en esta ocasión me parece un preámbulo necesario.

Érase que se era un debate público sobre ola negociación con ETA, celebrado hace muy poco en una sala de conferencia de San Sebastián. Lo organizaba una publicación religioso-política del País Vasco, y los participantes invitados a la mesa éramos Javier Sádaba y este servidor de ustedes. El encuentro formaba parte de otros varios sobre el mismo tema, y en la convocatoria se mezclaban -como no es infrecuente- títulos políticos y referencias a la fe evangélica. Aunque mi opinión sobre el papel de los curas en la génesis y mantenimiento de la violencia en Euskal Herría coincide con lo expuesto por Monty Python en La vida de Brian, y pese a desconfiar bastante respecto a las posibilidades de persuadir o ser persuadido en este tipo de actos, acepté la invitación por varios motivos: el interés cívico del tema, mi antigua relación amistosa con mi compañero de mesa y la convicción, más triste que enorgullecedora, de que lo que yo podía decir allí no lo iba a decir en mí ausencia nadie y no precisamente por la originalidad de mis planteamientos. Para completar el cuadro, añado que el público fue muy numeroso y, pese a la vehemencia del coloquio, fundamentalmente correcto: la tradición liberal de los donostiarras salió inmaculada de la ocasión.

Se nos pedía un acercamiento filosófico al tema de la negociación. Como ni la índole del público ni del acto mismo parecían aconsejar una pretenciosa incursión por los océanos de la filosofía política, creí que la única aportación filosófica pertinente era clarificar en lo posible las posturas en litigio. A mi juicio, podemos hablar de dos guiones para la misma película. Según el primero de ellos, el pueblo vasco está oprimido por un invasor foráneo apoyado por algunas aisladas complicidades internas; la lucha armada de ETA es una empresa necesaria y hasta gloriosa, pese a faltos eventuales; la negociación debe partir del reconocimiento por el adversario de la legitimidad de esta lucha y la aceptación básica de sus objetivos prioritarios. Segundo guión: durante la dictadura franquista los ciudadanos vascos fueron mutilados de algunas legítimas aspiraciones políticas y culturales que han recuperado con la democracia; la autonomía puede cumplirse de modo más pleno, incluso puede convertirse en alguna forma de autogobierno más completa, pero es evidente que los vascos no padecen por serlo ningún tipo de opresión ni discriminación en el Estado español; ETA surgió como un movimiento de resistencia contra la represión dictatorial, y con el paso del tiempo su ideología y métodos se han hecho tan totalitarios como los de su primer adversario; la negociación no puede versar sino sobre cómo dar salida generosa y prudente a los terroristas que quieran sinceramente incorporarse al juego político mayoritariamente establecido en el país, pero en modo alguno debe referirse a la discusión de este marco político. Plantear la negociación lo único que reconoce a ETA es su capacidad de hacer daño-incluso a sus propios miembros-, pero no representación política ninguna; en cuanto a Herri Batasuna, que sí es representativa (aunque ni un punto más ni menos que el número de sus votantes), sería absurdo que esperase una prima de consolación política por haber surtido de acólitos a la organización criminal y totalitaria que se aspira a disolver. Ya veremos cómo se las arreglan cuando le falten sus rayos de centellas… Ni que decir tiene que asumí como el mío personal este segundo planteamiento.

La intervención de Javier Sádaba fue mucho más ambiciosa que la mía: se remontó a grandes temas, como el poder, la resistencia del pueblo ante el poder, las miserias de las democracias formales, etcétera. En general siguió una vía esencialmente negativa y aporética, del género «ni sí, ni no, ni quizá, sino todo lo contrario». Es un método prestigioso, que en Oriente presta su opaco fulgor al Prajnaparamita y las reflexiones de Nagarjuna; en Occidente, más frívolamente, lo hallamos representado en las jocosas peroratas de Cantinflas. La parte más precisa de su intervención me pareció que reclamaba una negociación previa a la negociación misma, lo cual me recordó aquellas asambleas de mis años estudiantiles, cuando antes de cada votación nunca faltaba el purista que -sin miedo al regressus ad infinitum-proponía una votación previa acerca de si había que votar o no. Desde luego, su intervención recibió un respaldo infinitamente mayor que la mía, quizá porque en la sala daba la impresión de haber una proporción de simpatizantes de HB ligeramente superior a la de otras formaciones políticas. Entiéndaseme bien, no es que Sádaba dijera nada concreto a favor de HB ni mucho menos de ETA (sólo dijo que el Gobierno atacaba, mientras que la postura de ETA era defensiva, lo cual pudo prestarse a un reproche parecido al que Gibbon hacía a Tito Livio cuando éste daba a entender que Roma había conquistado el mundo en defensa propia), pero el tono de alguna de sus referencias históricas se prestó a suscitar cierta confusión partidista. Es como si en el marco de una discusión sobre terrorismo el conferenciante hablase de Robin Hood, que ayudaba, a los pobres y combatía a los ricachos: ¿no es posible que alguien, cegado por supartipris, sacara la conclusión de que los terroristas son como Robin Hood o que Robin Hood es el santo patrono de los terroristas?

En cuanto quedaron ambas posturas planteadas, el tema de la negociación fue definitivamente olvidado y entramos en pleno esperpento. Para comenzar, y como primera prueba de que no hay más geografía que la geografía política, quedé convertido en «el que venía de Madrid», mientras que Sádaba se convirtió «en el de casa»: intercambiamos cátedras, vamos. Por lo demás, como todo el mundo parecía ser conservadoramente revolucionario, me tocó oficiar revolucionariamente de conservador. Yo había señalado que la noción de autodeterminación, que sustituyó inmediatamente a la de negociación, no era tan nítida e inequívoca como parecía suponerse por la alegría de su manejo. Un señor me informó que la noción era clarísima: se observa incluso entre los animales, que van a donde quieren, y también aparece en el evangelio. Varias señoras sonreían satisfechas al saberse apoyadas por la historia natural y la historia sagrada; suponían al caer el refrendo de la otra historia, la de la humanidad. El mismo señor, que era una mina de noticias, me reconvino por suponer alguna veleidad marxista-leninista a ETA: su único objetivo es la liberación nacional, y en cuanto a lo socioeconómico, «poco más o menos lo de Felipe González, es decir, democracia cristiana». Ya más tranquilo por esta precisión, afronté a un interlocutor que trazó como cosa sabida una historia de los vascos y su relación con otros pueblos peninsulares al lado de la cual la «historia de España contada con sencillez» de José María Pemán era un modelo de objetividad. El hombre insistía mucho en que los vascos «nos perdemos en la noche de los tiempos» y parecía muy orgulloso de semejante pérdida: recé a Aitor porque le encontraran antes de que fuera demasiado tarde. Se oyeron comparaciones del País Vasco con Argelia, con Noruega y cosas así. Alguien proclamó que ningún Estado es legítimo porque nunca se ha convocado al pueblo para preguntarle qué tipo de Estado quiere: esta línea neocontractualista parecía prometedora, pero fue abandonada para escuchar a otro afirmar que las democracias occidentales «son para echar a correr». No precisé hacia dónde hay que echar a correr, indicación que, dado como está el mundo, no resultaría superflua… Yo me desesperaba un poco ante el sesgo del coloquio, pero a Sábada se le notaba complacido: quizá él reconocía causas perdidas donde yo no atinaba a ver sino casos perdidos.

Cuando se mencionó el Gobierno autónomo, el Parlamento vasco, el estatuto de autonomía, la diferencia de tratamiento de la identidad nacional en Francia y España, etcétera, estas alusiones fueron descartadas con risas o bufidos. Lo único que cuenta, quedó claro, es el pueblo y el poder. He llegado a la conclusión de que lo que tienen en común los embaucadores y los embaucados en política es su afición a hablar del pueblo. Y es que el pueblo es siempre homogéneo (quien no piensa como el pueblo no es pueblo), nunca se engaña a sí mismo sobre lo que necesita (aunque puede ser engañado), tiene todos los derechos sin necesidad siquiera de formularlos inteligiblemente, etcétera. Dando por hecho que el pueblo está de nuestro lado, ya somos mayoría, y además no hay que contar, lo que resulta aún más cómodo. En cuanto al poder, es una cosa a la que hay que resistirse y que está en Madrid. Se insistía mucho en que hubiera sido muy deseable hacer un coloquio como éste que manteníamos en Madrid, «pero eso no era posible». Nadie sabía por qué no era posible (de hecho es muchísimo más fácil hacer un coloquio sobre la autoderminación de Euskadi en Madrid que en Euskadi, y más tranquilo sobre todo), pero se dejaba flotar por la sala un escalofrío represivo. Por lo visto, ETA y la autodeterminación vasca son problemas que tienen en Madrid, pero que los vascos ya hemos resuelto a plena satisfacción de todo el «pueblo». En cuanto al poder, es una cosa que tiene que ver con la Guardia Civil y con Barrionuevo, no con tiros en la nuca, bombas mataniños y constante presión social sobre los disidentes del pueblo… No sé en qué consistirá resistir al poder en la universidad Autónoma de Madrid, pero en la facultad donostiarra de Zorroaga consiste sin lugar a dudas en no doblegarse ante los que el otro día aplaudían a Sádaba.

Y llego a mi momento de cobardía; perdonen si les he hecho esperar demasiado. Cronológicamente debería haber comenzado por él, porque ocurrió al principio del acto que reseño. El religioso que moderaba la sesión se puso en pie y pidió un minuto de silencio por un recluso etarra que se había suicidado esa noche en la cárcel. Durante un par de días se habló de «asesinato» y no «suicidio», pero eran sólo «ganas de enredar», como dice en tales casos Iñaki Esnaola. En fin, había que guardar silencio. Nunca está mal un minuto de silencio, sobre todo en mi caso: y toda muerte merece respeto. Pero mientras callábamos -¡cualquiera se niega sin pasar por provocador a tan forzado homenaje!-, yo pensé empezar y acabar mi intervención diciendo que me disponía a continuar al menos otros tres cuartos de hora de silencio por los últimos muertos de la violencia etarra, incluyendo las víctimas de Hipercor, Zaragoza y los propios guardias civiles asesinados por Lopetegui. Ya ven, no me atreví a decirlo. Por un tonto afán de intervenir en un diálogo de sordos no dije lo único que debía aquella tarde haber sido dicho. Aún tengo mal sabor de boca por haber añadido un minuto de mi silencio a tanto silencio cobarde como retumba en Euskal Herría.

Fernando Savater

28 Marzo 1988

CRUZ Y RAYA

Javier Sádaba

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El 21 de marzo de 1988 se publicó en este periódico un artículo de Fernando Savater en el que se daba cuenta de un debate mantenido en San Sebastián entre él y yo acerca de la negociación. En dicho artículo se hacía una exposición de lo que allí yo dije. Mi intención en lo que sigue es fijarme, muy sintéticamente, en el contenido de lo escrito por Fernando Savater en lo que respecta a mis palabras. Para nada deseo entrar en cuestiones personales que poco me interesan. Y mucho menos en una posible polémica.Antes de nada quiero dejar bien claro que mi pensamiento no tiene por qué interpretarlo nadie. Me basto a mí mismo para decir o no decir lo que desee y existen medios adecuados que se puedan hacer cargo de las palabras que uno vierte públicamente. En este sentido, nadie le ha pedido vela alguna para que traduzca el producto de mi charla. Pero es que, para rematarlo, lo que escribe que yo dije es falso y acusatorio.

Según El Diario Vasco, yo sostuve que «ETA no representa a nadie, pero lo que defiende, lo defiende también una parte importante del pueblo vasco». Y, según Egin, «Sádaba indicó que, efectivamente, ETA no representa al pueblo vasco, pero lo que defiende es lo que defiende una parte importante del pueblo vasco». Recojo estos testimonios de dos periódicos locales y con distintos colores que, en lo más delicado y polémico, son mucho más objetivos que Savater. Pero lo que es más importante: la sustancia de mi intervención se centró, por encima de todo, en la paz. Dije que, por múltiples razones, la paz es superior a la guerra. Y lo apoyé, ciertamente, con lo que suele entenderse por razonamiento filosófico. En calidad de tales íbamos y por ello me detuve en los aspectos morales, lógicos y políticos del problema. Todo lo demás es parcial, descontextualizado o no haberse enterado de nada.

Pero, además, lo que Savater afirma es acusador. ¿Qué le parecería a cualquier persona sensata que yo escribiera en un diario vasco que Savater es un buen chico, pero que, en el fondo, apoya o anima a los GAL? Le parecería, como mínimo, una insensatez. Que no se preocupe que nunca haré tal cosa. Es, no obstante, y en la forma opuesta, lo que se seguiría de su escrito. Y eso, repito, es falso. Mi intención ha sido y sigue siendo la de romper la lógica de la guerra que atraviesa a Euskadi. Y si estoy dispuesto a defender hasta el final lo que creo que son los derechos democráticos de quien sea, más dispuesto estoy aún a defender la paz. Precisamente y antes de comenzar lo que iba a ser el contenido de mi charla, leí, al pie de la letra, un folio en el que advertía lo siguiente: a pesar de mi admiración por el pueblo vasco, era hora de reconocer que a los vascos se nos ha endurecido el alma, por lo que sería necesaria una consideración sin miramientos de las fatales consecuencias que conlleva la pérdida de maneras y la instalación continua de la muerte.

Dije, naturalmente, muchas cosas más. Hablé, indirectamente, por ejemplo, de la autodeterminación. Igual que dije, en un momento dado, que no era democrático, verbigracia, que no aparezca nunca en un programa de televisión un eurodiputado elegido por sufragio como Txema Montero, mientras están todo el día otros políticos vascos menos votados. Independientemente de que tengan más razón unos u otros. Supongo que esto irrita. E irrita porque no hay modo de refutarlo. O, mejor, la única refutación consistiría en que mañana mismo se desbloquearan los medios públicos y la tolerancia democrática hiciera vanas mis palabras. No creo que tal cosa ocurra. La cadena de obediencias es tan grande y la sumisión ha llegado a tal punto que la única seudoargumentación que espero es la que se salda con el silencio o la calumnia. Más aún, si no tengo razón en lo que digo, desafiaría a Savater a que podamos exponer claramente lo que ambos dijimos en San Sebastián en cualquier medio de difusión nacional que sea realmente tal. Si los poderes son democráticos, que se note, y si no, que se reconozca.

No voy a añadir más en lo que atañe a la negociación. Simplemente estoy a favor de ella y, se interprete como se quiera, siempre tendrá una adjetivación política. Si se hace a tiempo, con inteligencia y concesiones, se conseguirá, para todos, mucho más que hablando a lo tonto. Por eso es absurdo tergiversar cualquier opinión discordante, como se está haciendo últimamente, con una irresponsabilidad que asusta. En cuanto se dice algo que no es oficial, sale el mandao de turno y te llama neoanarquista o alguna bobada semejante.

Se puede pedir la libertad de Revilla, estar en contra de cualquier atentado y pedir, entre otras cosas, que se respeten los deseos de autodeterminación. Esto no es jugar a Cantinflas (quien, por cierto, me gusta). Es, sencillamente, distinguir y razonar. El que no distingue, sonaba un viejo adagio filosófico, confunde. Naturalmente, yo no soy culpable de que no se quiera o no se pueda ejercitar dicho arte. Como no soy culpable de que la gente no aplaudiera a Savater o encontrara pobre su exposición o nulos sus argumentos. No es extraño que, después y a toro pasado, se cuente otra historia.

Repito qué sólo acepto una discusión pública en las condiciones expuestas. Y repito que no voy a contestar a Savater en este periódico aunque diga misa. Mi decisión es irrevocable (con permiso de Anguita). Al pan pan y al vino vino, pero sin que estén adulterados. Todo lo demás me parece ejercer el oficio más antiguo del mundo: el de acusica. Por mi parte, cruz y raya.

06 Abril 1988

HISTORIA DEL SILENCIO

Fernando Sádaba

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Tengo el hábito personal, que practico como profilaxis, de no leer periódico alguno desde hace ya varios años. Como excepción ocasional, adquiero su diario algún sábado, que en provincias publican el suplemento. Y lo gozo mucho, sobre todo, con la guía de compras y con los monográficos sobre ropa interior femenina.El trance más formal estaba este fin de semana cuando, tras la lectura de dos cartas enviadas a esta misma sección de su diario, he logrado encontrar después un número previo del mismo y he leído el artículo de Fernando Savater que titula Silencio por minutos.

Ruego de usted y del propio Fernando Savater, al menos, que me disculpen de una coincidencia biológica por la cuál, aunque comparto nombre con él, comparto apellido con mi hermano y, sin embargo, amigo. Y ruego también acepten mi afirmación de que no practico el hermanismo en ninguna modalidad. Confieso -y no sé si acabaré arrepintiéndome- que obran en mi poder y conocimiento las obras y sobras de ambos.

El citado artículo de Savater me parece sencillamente repugnante; teóricamente, indigno de él y sospechoso por innecesario.

No es la primera vez que me asombro en los últimos tiempos, pero sí es la primera vez en muchos años que vuelvo a contemplar la penosa situación del chivateo en público; espectáculo éste que recuerdo en mi infancia como escolar sujeto de castigo, y más tarde, en la universidad, como delación policial en aquel ambiente que Savater cita de paso.

Lo más grave de la delación es que obliga a la víctima a dar explicaciones de su comportamiento, de cualquier comportamiento; adquiere así valor en sí misma (el que empieza, gana) y hace bueno el principio: explicación no pedida, culpa manifiesta. El chivato, adelantándose, gana siempre. Ya lo sabe la voz popular: difama que algo queda.

Lo de Savater es una delación no tanto por el contenido de lo sucedido (?) en San Sebastián, sino por la forma de hacerlo, refugiándose en la Villa y Corte y removiendo la sangrante herida entre Madrid y el País Vasco. Savater, Sádaba y tantos más representan un papel que no pueden separar de sí mismos. Y esto, para todos ellos, es algo que, con un mínimo de decencia, deben encarar con todas sus consecuencias y allí donde sucediere. Es poco creíble, a pesar de la ironía añadida, que Savater haga un introito en su artículo, pasando de la llamada responsabilidad del intelectual. Eso es falso, y baste, paraprobarlo, su presencia en San Sebastián como en tantos otros sitios y -¡Dios mío!- en la página de opinión de EL PAÍS. Su comportamiento es de juez y parte.

Puestos a buscar excusas, y al pairo de algo que insinúa en su artículo, no vale quejarse de jugar fuera de casa». Que yo sepa, por ejemplo, Javier Sádaba vive en Madrid, de cuya universidad Autónoma es profesor. Y que yo sepa, Fernando Savater es titular de la universidad del País Vasco por vía de la en su día Ramada idoneidad, teniendo hoy cátedra en San Sebastián (amada tierra natal en su último libro), en tanto que vive en Madrid. Esto, además de administrativamente inadmisible y predemocrático (supongo diría él así), hace absurdo cualquier plantamiento de temor (?), en un ambiente que, dice él, fue adecuado o similar en este caso.

Además, y, en mi opinión, aún más grave, su artículo no sólo es injurioso contra una persona en concreto, sino que, a todos sus efectos, se fundamenta en su interpretación personal, haciendo gala de un mixto psicoanalítico-conductal-político, según el cual, y en continuidad con tesis más claramente expuestas en su día por Martín Villa y Rosón, en España no hay problema ni más nacionalismo feroz que el vasco, pueblo éste infantil y sometido al fru-fru de las sotanas, cuyas manifestaciones más visibles son el arrastre de bueyes y las bombas. Tantos años de ética, filosofía, sociología, literatura y demás ramas para continuar, a estas alturas, en posiciones tan penosas, hacen sospechoso a alguien como Savater no sólo de ocultar la verdad, sino de ser cómplice en una mentira de charanga y pandereta tan compleja como esa verdad múltiple. Salvo mejor información de la actualmente disponible, corresponde a él explicarnos su ganancia. El resto perdemos todos.

Parece poder concluirse de su texto que cuando Savater acude a la llamada del intelecto fuera del País Vasco, el público sólo le hace doctas preguntas y no las patochadas que cita de San Sebastián. Comprenderá que ni yo ni nadie va a creerlo, y puedo asegurarle que conozco España y el idioma español muy bien. Llevo tantos minutos de silencio guardados en mi vida, por unos y por otros, que de hecho hablo muy poco, y no me cuesta esfuerzo. No he matado nunca a nadie,no tengo intención alguna de hacerlo y tengo experiencia próxima, sobre tantos muertos, desgraciados, marginados, torturados y trastornados como Savater no puede imaginarse. Eran -y son- de todos los colores. Me ha repugnado, me repugna y me repugnará siempre. La cuestión no puede zanjarse, como afirma Savater, a cargo del «sílencio cobarde de Euskadi». Queda pendiente, al menos, una historia del silencio.

Porque me repugna y básicamente por eso, no me parece tolerable que acuda a contarnos su irónica historia sobre el minuto de silencio -que, por decencia, todo el mundo debiera guardar por todo el mundo-, para, además de contarnos una vez más su vida, decir verdades a cuartos y hacer asombrosos resúmenes de situaciones políticas y sociales cuya complejidad es manifiesta. Su síntesis del problema le convierte en el padre Astete del llamado problema vasco, del cual piensa mucha gente honesta que comienza por el análisis del que debiera llamarse problema español. Es horrible el maniqueísmo de Savater en este aspecto y resulta vomitiva su invitación tácita a elaborar una lista de culpables.

Sin estética no hay ética -dejo la cita para quien proceda-, y la voz popular traduce esto diciendo que la cara es el espejo del alma. Invito por ello a Fernando Savater a que antes de coger la pluma se mire al espejo. E invito a EL PAÍS a que intente seguir pareciendo lo que parece; así, le animo a continuar adelante con el suplemento con muchos anuncios y fotos y a hacer un esfuerzo para incorporar en Opinión y en su Tribuna a firmas de autores extranjeros, que los hay muy buenos. Muchas gracias-.

Fernando Sádaba

07 Abril 1988

RESPUESTA AL SEGUNDO SÁDABA

Fernando Savater

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Por comunes que vayan siendo en esta época tachada de individualista, las manifestaciones de solidaridad tribal nunca dejan de resultar conmovedoras. De las tres cartas publicadas en apoyo de Javier Sádaba a raíz de mi artículo Silencio por minutos, una viene de su hermano, otra de un amigo al que se llevó a Madrid para que hiciera la carrera de filosofía en su facultad (era el que elogiaba a Sádaba por «desdramatizar la guerra», como si lo mejor que pudiera hacerse con las guerras fuera quitarles importancia) y al que firma la tercera no le conozco, pero pudiera ser una prima segunda con seudónimo. De las dos primeras nada hay que decir, porque nada decían, pero el hermano merece respuesta. Como no me gusta molestar a la familia por minucias personales, le contestaré yo mismo.Contrasta en la carta de Fernando Sádaba la exuberancia de manifestaciones fisiológicas -repugnancia, vómitos, etcétera…, que indican un difícil embarazo- con el retraimiento de las funciones llamadas intelectuales: no lee periódicos, habla muy poco y tiene evidentes dificultades en la expresión escrita de ese pensamiento que -como a los soldados el valor- habrá que suponerle. Los términos genéricos de su disertación aportan poco: yo oculto la verdad y soy cómplice de una mentira de charanga y pandereta, pero la verdad revelada de kaiku y tamboril no nos la nombra para no mancharla. Me pregunto si Fernando Sádaba escribirá semanalmente, cartas a Egin para combatir, con sus habituales vómitos y eructos, otras complicidades atentatorias contra la verdad. Cuando desciende a lo concreto, se ve obligado a la mentira retórica (cuando afirma que yo he injuriado a su hermano en mi artículo) o a la simple mentira (cuando dice que no vivo en San Sebastián, lo cual este gran enemigo del chivatazo denuncia como «administrativamente inadmisible y predemocrático»).

Pero el núcleo de su carta es repetir que soy un «delator» y un «chivato». Naturalmente, no puede señalar qué es lo que delato o de qué me chivo, pero no por ello repite menos la acusación. Como Fernando Sádaba no lee ni periódicos, no sabe lo que puede pasarle en Euskal Herría a alguien denunciado públicamente como «delator». ¿O sí lo sabe? ¿Por qué insiste tanto en esa inconcreta, falsa y ridícula acusación de delator: para inspirarme dolor de corazón o dolor de nuca? Aumenta mi pecado el haberme «refugiado» en la Villa y Corte para «remover la sangrante herida entre Madrid y el País Vasco». De modo que yo, que vivo y trabajo en el País Vasco, que nunca he rehuido participar en ningún debate en Euskadi o en cualquiera de sus medios de comunicación diciendo lo que los demás callan para que no les apunten el nombre, que sostuve en la mesa redonda de San Sebastián (contra lo reiteradamente afirmado por el otro Sádaba) que no es verdad que en Madrid no pueda debatirse el tema de la autodeterminación o cualquier otro referente al País Vasco, vengo a Madrid a refugiarme y a ensangrentar heridas abiertas por otros. Corro a mirarme al espejo, como Sádaba bis me aconseja, pero él no debe pasar la ocasión de hacerse un escáner.

Aquel día en San Sebastián sólo oímos patochadas del público, lo cual, evidentemente, puede ocurrir en el País Vasco o en cualquier otro sitio. Pero aquel día predominaban gentes como Fernando Sádaba: que aportan vísceras y rechazan las ideas, que son neutrales a la hora de la prédica y partidistas todo el resto del año, que siempre están prestos a denunciar como «delatores», «GAL» o «sicarios del Ministerio del Interior» a quíenes no se avienen a andarse con chiquitas a la hora de decirles no y que cuando por fin dan un dato concreto dicen una falsedad. Gente así también la hay en todas partes, pero en Euskadi tenemos excedente de cupo.

Fernando Savater

07 Abril 1988

LA DERROTA DE SAVATER

Editorial (Director: Pablo Sebastián)

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Un filósofo – es un decir – tiene al menos que parecerlo. Y Fernando Savater no lo pareció en la polémica que mantuvo con Javier Sádaba, ante millones de telespetadores y gracias a la oportunidad y al acierto que Fernando García Tola tuvo en este caso en su programa ‘Mi querido Pirulí. Los gestores amanerados, la risita nerviosa y tontorrona, los insultos, las descalificaciones, las interrumpciones y los métodos infames para impedir que otra persona se explique o simplemente hable fueron utilizados como si de un panfleto contra el todo se tratara, por parafrasear a tan ilustrado autor, que ha hecho realidad en TVE lo que intenta demostrar el libro de moda de Filkienkraut: la derrota del pensamiento.

Gloria bendita para un rograma en directo es la polémica y la tensión y ello facilitó que mucho espectadores defraudados del Real Madrid se engancharan en el Pirulí de Tola durante el descanso deportivo para ver hasta el final la encendida disquisición inquisitoria de Savater. Pena daba, sin embargo que el obstruccionismo de Savater impidiera a los espectadores obtener información y opinión sobre un debate sin duda inédito en televisión sobre la autodeterminación vasca, la negociación con ETA, el terrorismo y la paz. Fue imposible porque los gestos, los saltitos, los insultos y la destemplanza de Savater acabaron dando la razón a Sádaba de que en madrid es casi imposible hablar con libertad de estos temas, al menos cuando don Fernando está presente.

El problema vasco es demasiado dramático como para no mantener la frialdad y el rigor, y aunque en el fondo de la cuestión es más fácil entender las posiciones de Savater – pero no adornadas de las formas extremas que utilizó el filósofo ante las cámaras, sino con argumentos más democráticos – que las de Sádaba tenemos que afirmar que se perdió una excelente oportundiad de clarificación de un debate excepcional. Don Fernando el impetuoso tenía como el Madrid la eliminatoria a favor y muy posiblemente la razón político, al menos desde nuestra modesta opinión, pero perdió como intelectual, se llevó una goleada por su empacho de ser tan listo, tan procaz, tan perfecto y tan políglota. Cosas sensatas y de prestigio ha escrito muchas veces, pero le pierde la lengua y los malos modales. La Fundación Pablo Iglesias, durante un coloquio sobre Che Guevara, ya dio el numerito, en Querido Pirulí, un segundo espectáculo, estamos a la espera del tercero, porque sabemos que trabaja sobre un adaptación de la Orestiada, y bonito va a quedar Orestes como a Savater se le disparen los nervios.

06 Abril 1988

TRANSCRIPCIÓN DEL PARTE DEL ENFRENTAMIENTO EN 'QUERIDO PIRULÍ':

RTVE

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  • Fernando García Tola– En un debate público sobre la negociación con ETA en San Sebastián nació una polémica entre los profesores Savater y Sádaba. Aunque la diferencia de criterio, pienso yo que viene de lejos. El caso es que Javier Sádaba, filósofo y vasco, desafiaba desde las páginas a Fernando Savater, filósofo y vasco, a exponer claramente lo que ambos dijeron en San Sebastián en cualquier medio de difusión nacional que sea realmente tal, o sea, ‘Querido Pirulí’. Pues, mis queridos amigos, ¿qué pasó en San Sebastián?
  • Fernando Savater– No, yo lo que me sorprende un poco más es lo de necesitar un medio de difusión y además decir lo de ‘nacional’. Yo creo que lo que Javier quería decir era ‘estatal’, de hecho habíamos mantenido ya una polémica bastante extensa en EL PAÍS y no creo que haya ningún impedimento especial para tenerlo aquí. Allí, en ese coloquio se mantenía constantemente, además Javier lo mantuvo de manera muy reiterada, la idea de que no se podía hablar de determinados temas en Madrid, cuando 20 días antes él mismo había tenido en El Ateneo en Madrid con absoluta libertad. El otro reto era que eso no se podía decir por televisión ¡y aquí estamos! Lo que espero es que los oyentes oigan alguna cosa nueva por tu parte, Javier.
  • Javier Sádaba– Gracias por pasarme el micrófono. Bueno, primero por qué yo decía en las páginas de EL PAÍS, retaba o desafiaba…
  • Fernando García Tola– Sugerías que Savater descontextualizó tus argumentos, fue parcial o no se enteró de nada. Le calificaste de acusica. Casi de…
  • Javier Sádaba– Antes de responder a eso me gustaría responder a lo que ha dicho Fernando, porque yo creo que no es verdad. Yo en San Sebastián no dije que no se podía hablar en Madrid de la autodeterminación, que me parece un tema fundamental.
  • Fernando Savater– Yo lo oí, yo lo oí.
  • Javier Sádaba– Bueno, yo lo dije y lo dije en un contexto y además lo expliqué, porque precisamente en el momento en que tú dijiste que se podía hacer, por cierto, viene bien en tu paréntesis la carta en EL PAÍS en la cual se decía lo mismo que acabas de decir tú ‘que cómo me quejaba yo de que no se podía hablar en Madrid de la autodeterminación cuando yo había estado en un coloquio hablando. Bueno, es curioso que de ese coloquio que estaba patrocinado por un grupo llamado Euskadi 88, que tenía una manera bastante democrática y abierta para hablar de los problemas de Euskadi y España en general, la única referencia, la única, en toda la prensa española era una carta en la que se daba cuenta, exceptuando un punto – en el que yo estaba de acuerdo con él – de que tal vez el coloquio era excesivamente sesgado, de la gente que había ido, en todos los demás estaban en desacuerdo. Realmente, la única referencia del acto era aquella carta perdida en un periódico determinado para decir cosas muy distintas a las que habían dicho ahí.
  • Fernando Savater– Pero el coloquio se había podido hacer en Madrid ¿no?
  • Javier Sádaba– Déjame acabar. Yo, precisamente, lo que decía en San Sebastián fue, ciertamente Timotief o como se llame, puede decir lo que está ocurriendo en la Unión Soviética actualmente, concretamente en la zona media…
  • Fernando Savater– No, no, en El Ateneo de Moscú no se puede hablar de esas cosas y aquí sí. Ahí, en San Sebastián, lo que aseguraste es que no se podía hablar en Madrid de estas cosas, no de que luego no salieran en la prensa.
  • Javier Sádaba– Supongo que tú has estado en El Ateneo de Moscú y, ciertamente, en el de Madrid no.

(…)

  • Fernando Savater– Después de que hayamos venido aquí tras pedirlo tú en el periódico…
  • Javier Sádaba– El problema, que tiene que ver con Euskadi. Si es en una ocasión para que se empieza a plantear con una cuestión tienen que ver con la paz y de hablar de algunas cosas que creo, que es la primera vez. Yo creo que es un puntito. Eso es lo que deseaba.
  • Fernando García Tola– Javier, lo vamos a decidir después del intermedio y además he tomado una determinación que no sé si les gustará…
  • Javier Sábada– ¿Una autodeterminación?
  • Fernando García Tola– No, determinación ¿he dicho auto…? (ríe) En fin, una cosa que es separarlos, no sé como lo verá la realizadora. Que pasen los anuncios.
  • (…)
  • Fernando García Tola– Bueno, parece ser que Fernando Savater no está muy de acuerdo con la versión de Sádaba sobre lo que pasó en San Sebastián.
  • Fernando Savater– No, yo creo que eso podemos dejarlo. Yo simplemente digo que en aquel sitio se hablaba de que era imposible mantener un coloquio como ese en Madrid, a parte de que tampoco era el tema, lo importante es tenerlos donde lo estábamos teniendo ahí. Era fomentar esa especie de victimismo hacia Madrid, decir ‘en Madrid no nos dejan hablar’. A mí me parece repugnante, eso es lo que he combatido y luego se decía ‘no se dice en televisión’, cuando la televisión en el País Vasco, que ese sí que es un medio nacional, no estatal, ahí está manteniendo constantemente polémicas sobre estas cuestiones, y me parece muy bien, naturalmente y debe ser así. Pero en fin, la idea de que las cosas no están claras porque no le dejan a uno hablar es, me parece, un intento de echar humo a los ojos.
  • Fernando García Tola– Porque tú decías en algún lado, yo creo que lo he leído, que no es lo mismo la resistencia al poder desde Madrid, que en el País Vasco. Esto podía parecer contradictorio, tú en la Universidad de San Sebastián, Sádaba en la Universidad de Madrid…
  • Fernando Savater– Ahí en aquel momento, los que estábamos ahí y estamos todos los días manteniendo posturas que no son las que tienen el apoyo de los grupos matones que están imponiendo ideas, estamos sufriendo presiones constantes que las estamos resistiendo, como hemos resistido en la universidad franquista. Como hemos vivido en dos casos, resistiendo contra presiones del poder. Y el poder ahí, es el tipo de gente que hace las pintadas en las paredes, que te presiona en las asambleas, que impide que se hagan otro tipo de actos, y ese no es el poder de Madrid, ni es el poder de Barrionuevo. Es el poder de Herri Batasuna y, en último término y por atrás, es el poder de ETA. Entonces la resistencia al poder ahí, es resistencia a la dictadura militar de ETA y la dictadura militar subvencionada de los que apoyan a ETA. Esa es la resistencia al poder y esa es la que mantenemos algunos y por eso nos molesta un poco que otros vengan a darnos, desde Madrid y apoyando a las teorías que de alguna forma allí representa la dictadura militar, dando lecciones de resistencia al poder.
  • Fernando García Tola– Señor Sádaba…
  • Javier Sádaba– Bueno. Yo voy a decir lo que dije allá, porque me interesa hablar de ello. Yo en primer lugar hablé de aquello de lo que me habían llamado para hablar, que era de la negociación con ETA y hablé desde una perspectiva determinada. Ahí había varias mesas redondas, unas tenían que ver con la negociación y la escatología. La nuestra era la negociación y la filosofía, que es lo único en lo que milito, aunque no me guste esa palabra. A lo único desde lo cual yo intento hacer las cosas que hago. (…)

El Análisis

BIEN POR TVE, MAL POR EL INDEPENDIENTE

JF Lamata

Permitir que una polémica iniciada en la prensa, pudiera trasladarse a la televisión era un éxito para el director del programa ‘Querido Pirulí’ y para aquella TVE, para demostrar- en contra del victimismo filoetarra, sostenido – entre otros – por los Sádaba, de que en la TVE española no se podía hablar de independencia de Euskadi o de negociación con ETA.

El papel de D. Fernando Savater tiene una parte admirable si se tiene en cuenta lo que se jugaba por aparecer en público ante millones de telespectadores como un enemigo de ETA. El Sr. Sádaba, que estaba en Madrid, se arriesgaba con su postura, como mucho, a que algún facha le calificara de ‘pro-etarra’. Pero el Sr. Savater se arriesgaba a que algún abertzale le pegara un tiro, no era exactamente la misma situación.

La actitud que parece más criticable es la del diario EL INDEPENDIENTE, que publicó un editorial contra el Sr. Savater por su actitud en aquel debate de TVE. El diario EL INDEPENDIENTE (dirigido D. Pablo Sebastián) podía criticar perfectamente el papel del Sr. Savater en aquel programa si no le había gustado, pero es difícil deslindar esa crítica del hecho de que el Sr. Savater hubiera rechazado una oferta del Sr. Sebastián para ser columnista de EL INDEPENDIENTE y se había quedado en el diario EL PAÍS, el propio Sr. Savater lo relataría años después. Nada peor que un desaire para provocar editoriales críticos.

J. F. Lamata