25 abril 1988

La radio del Grupo PRISA, la Cadena SER, es la única gran radio generalista que no tiene en su programación tertulias radiofónicas diarias de periodistas

El diario EL PAÍS publica un editorial contra las tertulias de periodistas en la radio (por las de las cadenas COPE, Antena 3 Radio y Radio España)

Hechos

El 1/2 de abril de 1988 el periódico EL PAÍS publicó un editorial sobre las tertulias de radio.

Lecturas

La radio del Grupo PRISA, la Cadena SER, es la única gran radio generalista que no tiene en su programación tertulias radiofónicas diarias de periodistas como las que tiene D. Luis del Olmo Marote en ‘Protagonistas’ de COPE, D. Alejo García Ortega en ‘La Espuela’ de Radio España o D. Antonio Herrero Lima en ‘Primera Hora’ de la cadena Antena 3 Radio. El editorial de EL PAÍS era responsabilidad del director del periódico D. Juan Luis Cebrián y redactado por D. Eduardo Haro Tecglen, aunque era inevitable pensar que el propietario de EL PAÍS era, además, el propietario de la Cadena SER.

01 Abril 1988

Nuevos predicadores

Editorial de EL PAÍS (Eduardo Haro Tecglen)

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«YO NO ahueco mi voz para asustaros», decía un poema de León Felipe. Por la radio, los nuevos predicadores ahuecan la voz exactamente para asustarnos. El oficio de periodista con que se suelen presentar no corresponde propiamente a esta profesión, y su uso la tiñe de acentos apocalípticos, de catastrofismos, del ulular del fantasma en el viejo corredor. Sólo en Madrid hay más de 60 emisoras transmitiendo diariamente. Entre algunas de las más afortunadas hay abierta como una subasta para fichar a esos personajes que han ido emergiendo. Otras hacen que los de su plantilla imiten el estilo. Hay también emisoras de radio, públicas y privadas, que buscan la dignidad en todos sus horarios.La radio tuvo en España un resurgir brillante aquel 23 de febrero de 1981; adoptó los tonos defensivos cívicos necesarios, y se le quedó desde entonces una ilusión de trascendencia que ahora va aplicando a temas menores, que se pervierten cuando el micrófono lo usa un histrión y les da un énfasis parecido. Así se ha creado una secta de predicadores, tan parecida a la que en Estados Unidos acumula millones de dólares y hasta opta a la Casa Blanca. Aquí se les escucha lanzar venablos contra sus enemigos; lloriquear sobre una falsa caridad que apenas modifica su voz para utilizarla en una publicidad adyacente; formar tertulias de charlatanes, en las que meten algún inquieto de la izquierda para justificarse y potenciar los ataques al sistema democrático, del que se aprovechan tanto como lo fustigan. Lejos de la información y de la reflexión sobre ella, lanzan su estentóreo grito, matizado a veces de humildades fingidas, y buscan confirmación a sus fobias en testigos elegidos.

Las emisoras de radio españolas no son eso: en su contexto, mantienen una seriedad y una dignidad, aunque la voz de cultura parezca muchas veces ahuyentarlas. Pero la presencia ostensible en algunas cadenas de tantos sermoneadores y denostadores sistemáticos y arbitrarios de todo lo que su ignorancia no alcanza analizar ha concluido en una pérdida de credibilidad de la crítica. El incauto consumidor de noticias y comentarios se ve perdido a la hora de distinguir el fuego del humo en esa romería de futilidades.

Quienes de esa guisa iluminan a los españoles están en su derecho a hacerlo, mientras no vulneren la Constitución -y muchas veces la rozan- y no perturben el orden publicitario. Pero ese derecho puede estar creando un ambiente confuso y falso, con informaciones a medias, rumores increíbles que nunca se confirman -se llegó a decir que el accidente de aviación del monte Oiz era obra de los terroristas de ETA- y énfasis en lo desestabilizador. Es cuestión de que los oyentes sepan reaccionar y busquen en el dial a quienes les ofrecen una variedad seria -lo que no excluye el humor, la crítica, el ingenio-, informativa, musical, actual. Hay suficiente oferta como para ejercer esa defensa contra la intoxicación de la realidad.

02 Mayo 1988

A censurar las ondas

Federico Jiménez Losantos

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Ha causado un revuelo considerable cierto editorial de EL PAÍS en el que se denigra, descalifica, denuncia y repudia una cosa tan ligera e impalpable como las tertulias radiofónicas. El autor del editorial es, a todos los efectos, el director, Juan Luis Cebrián, aunque el redactor parece haber sido el crítico teatral Eduardo Haro Tecglen.

Las tertulias que les resultan indeseables a Cebrián, por Haro incorporado, parecen ser las de la COPE, en donde hay algún nostálgico franquista – yo sólo identifico a Vizcaino Casas – y donde como en toda tertulia, se pone como mandan los cánones, o sea, de hoja de perejil, a estos gobernantes tan progres que tenemos en el Mystere.

A las tertulias radiofónicas se les imputa lo mismo que Guerra a la crítica de su gestión: una oscura intención antidemocrática y desestabilizadora. Me quedo atónito. Estamos llegando a un extremo en el que el felipismo parece la República de Weimar, con Hindemburg dándole la alterantiva a Hitler.

¿Pero esto qué es? ¿A dónde estamos llegando? ¿Es que se imagina alguien a un periódico francés, inglés, italiano o alemán diciendo que las tertulias radiofónicas atentan contra la democracia? Aunque fueran antidemocráticas, de extrema derecha o de extrema izquierda, a ningún demócrata se le ocurriría criticarlas, las daría por inevitables.

Pero hay más: un periódico que defiende la legalidad de Herri Batasuna, enombre de que la democracia debe albergar también a los antidemócratas, ¿cómo se atreve a censurar unas tertulias cuyos miembros son, por otra parte, probados antifranquistas en su inmensa mayoría? ¿Pero es que Cebrián y Polanco han perdido el seso? El tino, desde luego.

El Gobierno, por una parte, diciendo que todo el que critica sus barrabasadas es un desestabilizador, y el periódico de la izquierda instalada intentando prohibir las tertulias radiofónicas: realmente, como dice Pablo Castellano, estamos perdiendo el sentido común. Hay un empacho de monopolio y un temor visceral a la realidad. ¡Qué pena dan los progres de antaño!