11 julio 2001

Miguel Ángel Rodríguez acusa en LA RAZÓN al Gobierno de estar más preocupado en contentar a los enemigos que a los amigos

El director de ABC, José Antonio Zarzalejos, acusa al Gobierno Aznar de estar en Estado ‘de depresión’

Hechos

El 8.07.2001 el director del diario ABC, D. José Antonio Zarzalejos publicó la ‘Tercera’ «Un Gobierno en depresión».

08 Julio 2001

Un Gobierno en depresión

José Antonio Zarzalejos

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Las sensaciones de malestar físico pueden ser en las personas síntoma de una fase depresiva que cursa con la somatización de males sin causas orgánicas. Falla la química cerebral —los neurotransmisores— y aparecen los fantasmas del malhumor, la ansiedad y el miedo. Cuando las depresiones son exógenas —responden a causas externas— los tratamientos son muy eficaces y sus resultados relativamente rápidos; cuando la depresión es endógena, la curación es más problemática y, lo que es peor, puede cronificarse.
Los Gobiernos, lo mismo que las personas, tienen tono vital, ritmo y humor y transmiten en positivo o en negativo según la yuxtaposición de los estados de ánimos de sus integrantes, su nivel de coordinación, su capacidad de entusiasmo y la decisión de su perseverancia. Durante la primera legislatura popular, el Gobierno de Aznar gozó de un excelente estado de ánimo que desafió múltiples dificultades y obstáculos. Sin embargo, en esta segunda legislatura, el equipo del presidente y el propio Aznar parecen ofrecer una sintomatología depresiva que comienza a resultar alarmante.
Cuales sean las causas de la escasez de reflejos gubernamental, la renuencia de los ministros —en particular de los vicepresidentes— a enfrentarse a los problemas con deportividad y buen sentido, la heterogénea calidad entre los titulares de los departamentos y el malhumor —entre prepotente e indolente— que transmite el Ejecutivo, es asunto de difícil pero no imposible diagnóstico.
Una primera aproximación a la postración política del Gobierno, nos remite a un equipo sin cohesión que obliga a una tensa convivencia interna a ministros muy desiguales en su calidad y competencia política y profesional y cuya única argamasa consiste en la estricta decisión del presidente Aznar de juntarlos en un grupo sin sintonía suficiente. La segunda aproximación a las causas de la depresión gubernamental se refiere, sin duda, a la fase terminal del propio Aznar que en 2004 se despide del Ejecutivo pero no del poder, lo que propicia un ambiente de recelo que a más de uno —y de dos— le aconseja situarse al pairo y a otros gozar de la condición ministerial con fruición, sabedores aquéllos que ir de postulante por la vida es transitar en la incomodidad y seguros éstos de que el disfrute de la poltrona tiene fecha de caducidad. Las primeras dos aproximaciones diagnósticas conducen a la tercera: la indecisión en la asunción de responsabilidades y la liquidación de éstas cuando son inevitables con escasa profesionalidad, menos planificación y ninguna delicadeza. Y la cuarta aproximación: una mayoría absoluta que lleva a la prepotencia verbal, a los gestos adustos y antipáticos y a la ausencia de coherencia que le dota al desafinado discurso del Gobierno de una acidez que comienza a procurar la aparición de una gastritis social particularmente incómoda.
Es en este cuadro inicialmente depresivo en el que se explican los problemas de imagen del Gobierno —el último, la crisis del aceite de orujo en la que sobre una decisión de fondo acertada se han sobrepuesto enormes errores de gestión— y el crecimiento lento, aparentemente inane, pero sostenido y eficaz de los perfiles amables, blandos y cordiales de José Luis Rodríguez Zapatero que consiguió, por los deméritos temperamentales del Ejecutivo más que por sus propios merecimientos, salir de un debate parlamentario sin el deterioro a que su flojedad se había hecho acreedora.
La intolerancia a la crítica —más aún cuando procede de afines que no se subordinan—, la persistencia en algunas relaciones peligrosas propias de su época opositora y la inconsistencia en la elaboración de un buen marco teórico para encajar con solidez el denominado centrismo reformista, son también rasgos de un cuadro clínico del Gobierno que requeriría alguna reflexión más que el palo y tentetieso que se practica en los centros de decisión gubernamentales. Algunos ramalazos de suficiencia en el ámbito social —inéditos en España, pero elogiados con sartas ruborizantes de adjetivos— llevan a pensar que la lozanía gubernamental de la primera legislatura se ha transformado en un ajado comportamiento que reincide en alucinaciones que a otros llevaron al desastre.
En definitiva que puestos a arriesgar un diagnóstico estaríamos ante una depresión endógena del Gobierno causada por un cierto colapso en sus neurotransmisores; por un cierto bloqueo de la fluidez interna y por un distanciamiento de la realidad, aspecto éste que es muy propio de los episodios depresivos. Extramuros del Gobierno puede que haya eficacia —de hecho, este Ejecutivo puede ofrecer resultados al modo en que lo hizo Aznar en el debate del estado de la Nación— pero se trata de una eficacia sin las envolturas de la política, es decir, sin que las decisiones se acompañen de las ideas. Y se perciben como decisiones ayunas de calor, simpatía y complicidad.
El hecho de que el Gobierno firme acuerdos con la oposición —desde el tan meritorio sobre el terrorismo, al más discutible sobre la justicia— no es seguro que acreciente su patrimonio sino el de su interlocutor socialista porque es el PSOE de Zapatero el que gana al Gabinete en la rentabilización de los pactos, mientras deja que los ministros se aferren al espejismo de que tales consensos redimen al Gobierno de sus aristas antipáticas y adustas. Con un Ejecutivo temperamentalmente malhumorado, los socialistas sólo tienen que mostrarse razonablemente próximos y pragmáticos para ir ganando puntos, no tanto como alternativa, sino como referencia de modos y maneras, de estilos y gestos.
El Gobierno y el PP tienen por delante una agenda extraordinariamente complicada que, por bien que discurra, provocará convulsiones internas. Abordar esos temas a fecha fija con un estado de ánimo deprimido y receloso, como el que ahora reina en el Gabinete, sería persistir en el error. La perseverancia en él es tozudez y no demuestra virtud, sino soberbia. Y aquí llegamos al meollo de la cuestión: que, después de los esfuerzos de convicción y persuasión que tan buenos resultados dieron, desde el poder se practica la altanería ensoberbecida y antipática. Mal diagnóstico.
José Antonio Zarzalejos

09 Julio 2001

¡A por Aznar!

Miguel Ángel Rodríguez

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El discurso más duro contra el Gobierno de Aznar en los últimos tiempos no lo ha escrito el líder de la oposición sino José Antonio Zarzalejos, director de ABC.

Cuando el discurso más duro contra el Gobierno de Aznar en los últimos tiempos no lo ha escrito el líder de la oposición sino José Antonio Zarzalejos, director de ABC, conviene leer dos consecuencias: la primera, que el líder de la oposición está perdiendo oportunidades, y la segunda, que algo está pasando entre la gente cercana al PP que debería estudiarse. Parece ser que la queja generalizada es que el Gobierno prefiere hablar con los adversarios antes que con los amigos de modo que los poderes económicos y sociales empiezan a mostrar ambigüedades para ser escuchados.

Como aval de esa teoría presentan lo que está ocurriendo en ANTENA 3 con una Telefónica que por las razones que sean pone en manos de los enemigos de Aznar lo que debería ser una televisión no precisamente de oposición. El segundo dato recurrente es que, como el Gobierno tiene enfrente una oposición muy justita que planea la vida según sus propios calendarios (¡por cierto!, para ganar al Congreso del PSOE Rodríguez Zapatero no midió sus tiempos: se encontró con el balón y lo chutó a puerta con la ayuda de los guerristas, no cambiemos la historia), los miembros del Ejecutivo se pasean con una soberbia especial para los presuntamente amigos, y éstos empiezan a decir algo así como ‘hasta aquí llegó la riada’. Mala cosa, porque los enemigos no van a cambiar su voto.

Si el grito del verano es ‘A por Aznar’ y se ríen de que no tenga ni casa de verano, el sueño de una legislatura dulce se irá desvaneciendo. Pero, sobre todo se irá al carajo la ambición de que le reconozcan lo que ha hecho por el país: empieza ya el run-run de que, más que gobernar, Aznar tuve suerte y mucha ayuda de la UE. Esas cosas empiezan y no paran.

Miguel Ángel Rodríguez