30 diciembre 1980
Mediante coche bomba
El miembro de ETA José Martín Sagardia Zaldua “Usúrbil” es asesinado en Francia en un crimen reivindicado por el Batallón Vasco Español
Hechos
El 30 de diciembre de 1980 murió asesinado José Martín Sagardia Zaldua “Usúrbil”.
03 Enero 1981
El mal francés
EL ASESINATO del dirigente de ETA Militar Sagardía a manos de un comando que ha reivindicado el hecho en nombre del Batallón Vasco Español es buen motivo de meditación sobre algunos puntos. en torno a la lucha antiterrorista, los métodos empleados y la complicidad del Gobierno francés con la violencia política en nuestro país.Comenzando por el hecho mismo, detestable y vil por más que Sagardía fuera uno de los líderes de la delincuencia armada de ETA, hay que señalar que la reivindicación a nombre del Batallón Vasco Español (BVE) no debe inducir a error en el análisis. Con alta probabilidad, la responsabilidad de este nuevo crimen es achacable al mismo género de comandos que, sufragados por siniestros organismos españoles, se dedican a contestar al terror inhumano y cruel de ETA con la violencia a sueldo. La utilización de las siglas del BVE fuera de las fronteras por mafiosos y antiguos terroristas de OAS, junto con la de la Triple A, ha sido relativamente frecuente. La diferencia esencial es que mientras el BVE, integrado por terroristas y bandoleros de la ultraderecha españoles, no actúa normalmente más que en suelo español, los terroristas mercenarios, de nacionalidad argelina o francesa, actúan exclusivamente en el país vecino.
Respecto a los métodos empleados, nada más podemos hacer sino condenar de nuevo y sin paliativos esta violencia ciega, estúpida e inútil que envuelve a Euskadi. No nos merecen ni un ápice más de respeto los asesinos de Sagardía que los asesinos de ETA. Nos merecen mayor desprecio aún si consideramos su probable condición profesional, sus motivaciones inconcebibles para quitar la vida a un hombre -sea quien sea ese hombre- y su ninguna contribución a un proceso pacificador en Euskadi. Quienes planearan el acto y quienes lo ejecutaran siguen siendo tan crueles como idiotas si piensan que esta es la manera de acabar con el terrorismo etarra. Antes bien, es la mejor forma de avivarlo, atizar el ascua de las pasiones y entorpecer cualquier posible proceso de pacificación.
No conviene obviar, por último, la responsabilidad directa y nunca confesada del Gobierno francés en el mantenimiento del santuario terrorista en sus provincias de Euskadi norte. Merece la pena señalar el cinismo con que el presidente Giscard ha abordado siempre la cuestión, prometiendo de manera constantemente ambigua una colaboración en la erradicación del bandidaje armado español que opera en nuestro suelo y se hospeda en su casa. ¿De qué extrañarse? La misma Francia que alimenta a los asesinos de casi cien españoles durante el año 1980 es la que, representada por su presidente, se vinculaba con lazos de amistad, diamantes y riquezas a un presidente africano (Bokassa) que torturaba niños y se deleitaba con carne humana. ¿De qué sonrojarse? Era la misma Francia que decretaba la extradición a la República Federal de Alemania del abogado Claude Croissant, defensor de los terroristas de la Baader-Meinhof, o de Antoni Negri, intelectual de las Brigadas Rojas, y de tantos otros teóricos de la izquierda europea no directamente implicados con acciones terroristas, pero peligrosos para las relaciones de amistad entre los Gobiernos de tres países pertenecientes al Mercado Común. Es la misma Francia genocida de Chad, la que quita y pone Gobiernos en Mauritania y no duda en enviar sus aviones a bombardear al Polisario cuando razones de Estado lo exigen. La Francia que se querella contra el director de Le Monde y calla cuando un ministro se suicida envuelto en una serie de rumores sobre corrupción y cohecho que afectan a importantes y honorables familias vecinas al Ejecutivo. Es la Francia oficial, decrépita, millonaria y estéril, huérfana de una grandeur que no se resiste a dejar de disfrutar, soñadora de imperios a destiempo. Una Francia detestada por millones de franceses deseosos de devolver a su país las actitudes de dignidad moral e intelectual que su Gobierno le hurta desde hace tantos años. Esa es la Francia de Giscard, que será presidente de su país, si Dios y los franceses no lo remedian, siete años más, y podrá seguir otorgando y negando extradiciones a su arbitrio y albedrío. Mientras por la frontera pasan de un lado a otro bandoleros armados, fanáticos, asesinos a sueldo, bajo la mirada complaciente y dulce de unas autoridades incapaces de solucionar un problema que ya, y por desgracia, no es sólo de españoles, sino también de franceses.