17 diciembre 1980

Sastre está casado con Genoveva Forest, procesada por la matanza de la Calle Correo de 1974 (liberada tras la amnistía de 1977)

EL PAÍS permite al dramaturgo pro-etarra Alfonso Sastre exponer la posición de los que se niegan a condenar a ETA en tres tribunas en las que ataca a Manuel Fraga, a Rosón y a Juan Tomás de Salas

Hechos

En diciembre de 1980 publicó tres tribunas de Alfonso Sastre para hablar sobre terrorismo.

Lecturas

En una muestra de pluralidad el periódico EL PAÍS dirigido por D. Juan Luis Cebrián y con D. Javier Pradera como Jefe de Opinión, firmemente contrarios al terrorismo de ETA, que siembra de cadáveres a diarios las calles de Euskadi, decide publicar una serie de tribunas de Alfonso Sastre dando su opinión sobre el tema de ETA. Sastre, dramaturgo, es un conocido partidario de ETA, casado con Eva Forest, miembro de ETA y que participó en varios asesinatos por los que no fue condenada gracias a la amnistía de 1977.

En su tribuna Sastre critica a 33 vascos que se han atrevido a posicionarse contra ETA (y que se han jugado la vida con ello).  Sastre, que no ha se ha cansado de repetir que los medios de comunicación de Madrid no recogen el punto de vista de los afines a Herri Batasuna y se encuentra con que el periódico más leído le publica tres amplias tribunas como para permitir desarrollar su punto de vista (y volverá a permitírselo en 1983 cuando polemizará con D. Fernando Savater (intelectual comprometido en la lucha contra ETA) y, por tercera vez, en en 1985.

LOS 33 VASCOS CONTRA EL TERRORISMO A LOS QUE CRITICA SASTRE

Un manifiesto de 33 vascos contra la violencia de ETA y todo tipo de violencia a los que critica Alfonso Sastre asegurando que ‘no entienden al pueblo vasco’ son lo siguientes:

D. José Miguel Barandiarán. D. Koldo Michelena, D. Julio Caro Baroja, D. Eduardo Chillida, D. José Antonio Ayestarán, Dña. Idoia Estornes, D. Pío Montoya, D. Javier Churruca, D. Juan San Martín, D. Xabier Lete, D. Edorta Cortadi, D. Eugenio Ibarzábal, D. José Ramón Scheiffer, D. Gregorio Monreal, D. Juan Ajuriaguerra, D. José Ramón Rekalde, D. José Altuna, D. Ignacio Telechea Idígoras, D. Néstor Basterrechea, D. Gabriel Celaya, D. Agustín Ibarrola, D. wJuan Maria Lecuona, Dña. Amelia Beldeón, D. Mikel Achaga, D. Manuel Lecuona, D. José María Satrústegui, D. Martín de Ugalde, D. Iñaki Barriola, D. Antón Artamendi, D. Miguel Castells wadriasens, D. José María Ibarrondo, Aguirregabiría, D. José María Lacarra y D. Bernardo Estornés Lasa.

RÉPLICAS DESDE EL GRUPO16

A parte del propio editorial de EL PAÍS de D. Juan Luis Cebrián, desde el Grupo16 replicaron los argumentos del Alfonso Sastre los Sres. D. Ricardo Utrilla y D. Xavier Domingo.

16 Diciembre 1980

Ni humanismo ni terror / 1

Alfonso Sastre

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Como habrá observado el culto lector -y si no Io ha advertido se lo digo yo ahora-, el título y el subtítulo que cuedan arriba contienen una cierra y ambigua glosa de conocidos títulos de obras pasadas: Humanismo y terror, de Maurice Merleau-Ponty, y el no menos conocido Reflexiones sobre la violencia, del confuso pensador Georges Sore , un hombre que podía ser sucesivamente, pero casi a la vez, admirador de Benito Mussolini y de Vladimiro llich Lenin. En realidad se trata de una forma de entrar en un tema tan complejo que no sabe uno por dónde cogerlo, y por algún sitio habrá que empezar, pero tampoco es una forma cualquiera de atacar este tema concreto, que ahora, después de no pocas vacilaciones y «bajo el imperio de la ley»…, antiterrorista, rne decido a tratar en un periódico de Madrid, si es que ese periódico decide acogerlos en sus páginas, en las que, de ser así, no pasaré de ser un.raro huésped. Este tema es ni más ni menos el de la violencia en Euskadi: el tema de la guerra que estamos viviendo, pues esto es verdaderamente una guerra, y, claro está, el de las posibilidades que se abren a la perspectiva de que esta guerra, con sus medios propiamente bélicos, se termine un día: rara dar paso a unos términos de lucha social armada con otra cosa que armas de fuego y explosivos, con la violencia (porque es utópico pensar en una lucha sin violencia y, más aún, en la posibilidad de cambios sociales -y no digamos de «cambios revolacionarios- sin lucha por gracioso otorgamiento de los enemigos de clase); pero sin otras armas que las de los movimientos decididos de las masas trabajadoras: con esa violencia de masas que encuentra sus defensores en el movimiento comunista desde sus orígenes.

No porque lo digan los clásicos del marxismo, sino porque nos lo muestra la experiencia común, la violencia forma una parte esencial del entramado de la vida, del entramado de la paz ante la que los humanistas ponen los ojos en blanco. No es necesario leer nada al respecto, porque basta con mirar seriamente la realidad; pero si alguien necesita de estos apoyos librescos puede leer, por ejemplo, Théorie de la violence, de Engels, Union Génerale d’Editions, Col. 10-18, París, 1972, donde uno encuentra cosas tan consabidas como las que dice Gilbert Mury en la introducción a dicho libro. Así como ésta: «La vie de tous les jours est faite de violence cachée». Pero también que: «Quand la contrainte silencicuse et masquée ne suffit plus, la classe dominante dispose de la force publique». Frente a este dispositivo esencial de las democracias burguesas, ¿qué hacer? ¿Recostarse en la confianza de que las cosas pueden,ser cambiadas por las vías pacíficas -que son aquellas en las que las clases dominantes ejercen su solapada dictadura, su enmascarada violencia- del sistema parlamentarllo? Sobre esto, las cosas se pueden decir de muchas maneras, pero, una vez más, resultaque uno ya se encuentra escrito y publicado lo que, piensa, y entonces, ¿para qué hacer un esfuerzo suplementario? recuerdo algo que va muy bien en este momento: es el anti-Kautsky, deTrotsky, o sea, su obra Terrorismo y comunismo, de cuya, edición francesa cito a continuación: «Le fétichisme de la majorité parlementaire n’implique pas seulement le reniement brutal de la dictature du prolétariat, mais aussi celui du marxime et de la révolution en géneral. S’iI faut subordonner en principe la politic que socialiste au rite parlementaire des majorítés et des minorités, il ne reste plus de place, dans les demo craties formelles, pour la lutte révolution naire». Naturalmente, la dictadura del proletariado era terrorismo para la derecha y para los socialdemócratas (ahora lo es también para los eurocomunistas). En realidad, todo asomo de poder por parte de la izquierda es vivido por la derecha como insufrible y vituperable terrorismo (así re cuerdo haber leído en un periódico de la derecha chilena, durante la Unidad Popular, que Chile vivía «bajo el terror rojo»; afortunadamente, la paz y el orden volvieron con Pinochet, y por cierto con el apoyo de la democracia norteamericana -tan celosa de los derechos humanos- y de la democracia cristiana chilena). También es, cierto que comunmente se reserva ahora el término terrorismo para las actividades políticas armadas, de derecha o de izquierda. Sobre este tipo de luchas, la tradición del movimiento comunista ha sido clara: sí a la lucha armada cuando tiene el oarácter de insurrección popular, y no a lo que se ha llamá do siempre el terrorismindividual, aunque este término no siempre ha sido bien definido. Para que lo fuera, su definición tendría que responder nítidamente a estas preguntas: ¿es terrorismo individual la acción armada realizada por un individuo (o por un pequeño y destacado grupo, a la manera de la RAF alemana)? ¿O ha de enten derse por terrorismo individual la acción armada que se ejerce sobre un individuo (ejemplo, el atentado al almirante Carrero Blanco), aun que esa acción esté respaldada y asumida por un amplio, sector po pular (es el caso de ETA)?

¿Es posible tratar de estos temas sin que tengamos que liarnos a bofetadas inmediatamente? ¿Se nos permite emplear un método, digamos, científico en nuestro análisis? ¿Existe la posibilidad de que suspendamos por un momento nuestras bajas -y, lo que es peor, nuestras altas- pasiones? Se trata simplemente de intentar establecer lo más objetivamente que sea posible el mundo de los hechos; es decir, de rechazar, aunque sólo sea por un momento, todo talante manipulatorio.

La realidad de los hechos

A este respecto he de decir que acabo de leer un texto verdaderamente vergonzoso y del que su autor algún día, si no acaba definitivamente degradado en un mundo de pasiones y de intereses, se sentirá él mismo, sin que nadie le diga nada, avergonzado: es el de la ponencia que Juan Tomás de Salas leyó recientemente en una conferencia europea «sobre terrorismo ». ¿Cómo un intelectual puede proponer el cultivo de la mentira para oponerse a una realidad, cualquiera que ésta sea? Degradar a toda costa o incluso borrar la imagen del enemigo es un método altamente indeseable, creo yo, en la medida en que no renunciemos de manera definitiva a ser personas decentes. El que esto escribe tiene, es cierto, horror a la sangre, pero mucha mayor es mi aversión al pus, sinceramente. Si se plantea, como él hace, por ejemplo, el caso de los GRAPO, lo decente es tratar de establecer la realidad de los hechos; no empezar por falsear esa realidad, es decir, por «inventar» el enemigo, ensuciando, embarrando, el mundo de la objetividad a los efectos de que «todo esté permitido» contra ese enemigo. ¿Cómo puede contribuir un intelectual digno, por ejemplo, a que se superponga al hecho humano de un guerrillero vietnamita la iniagen fabricada de un «enano rojo» sobre el cual sea posible y hasta necesario disparar para defender las más sagradas libertades puestas en peligro por la existencia y la lucha. de esos «enanos»? «Extraños grapos», «agentes de la CIA o del KGB», son imágenes repugnantes para la conciencia de cualquier persona honesta porque son una mentira y atentan «contra los derechos humanos más elementales», de los que los satisfechos demócratas en sus confortables despachos dicen ser ardientes defensores. Es preciso, pues, pára no ser merecedores de ser arrojados al cubo de la basura, empezar por establecer los hechos de un modo correcto, y una vez hecho así tomar la posición que uno considere justa, aunque mucho habría que objetar a la justicia de unos juicios que excluyen la posibilidad social de opinar de otro modo: por ejemplo, sobre los GRAPO sólo es posible opinar públicamente llamándoles asesinos. Por el mero hecho de que no nos parezcan «extraños», ya graves amenazas se ciernen sobre nosotros, lo cual me parece que no está bien, aunque usted, señor De Salas, se quede tan tranquilo y duerma en paz -en su paz-, y no -pueda ni imaginar que es usted un agente del terrorismo ejercido por el poder sobre la libertad de los otros. Cada vez, ciertamente, es preciso tener más valor para atreverse a expresar los resultados de las investigaciones sobre la realidad, o sencillamente a publicar las mentiras oficiales como tales mentiras. En nuestro querido periódico Egin yo hice recientemente un intento -«Por la libertad de expresión, contra seis mentiras oficiales » (26 de septiembre de 1980)- de Carácter meramente científico, y ya el director del diario ha sido citado por un juez de San Sebastián, y yo lo seré de un momento a otro. No creo que usted, señor De Salas, tenga el menor interés en leerlo, pero sí le diré que es un artículo esencialmente antiterrorista. Sobre las maneras terroríficas con que somos tratados quienes opinamos críticamente contra la reforma suarista, algo traté de explicar a la misma policía en una «Carta abierta a la policía española en Euskadi» (Egin, 29 de octubre de 1980).

Seguiremos estas reflexiones contra la violencia en un próximo artículo.

17 Diciembre 1980

Ni humanismo ni terror / 2

Alfonso Sastre

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Dejábamos planteadas en el anterior artículo unas preguntas acerca de la definición del terrorismo y concretamente de lo que se conoce -sin saber bien qué es lo que se conoce- por «terrorismo individual». Sea como sea, algo es muy claro aunque no lo parezca: que lo que se llama terrorismo en nuestros días no es ni más ni menos que una forma particular de la guerra, y que no es preciso ni justo adoptar ante este fenómeno aires distintos a los que se adoptan cuando de otro tipo de guerras se trata, si bien pueden encontrarse y establecerse muchas diferencias formales entre lo que es una guerra convencional y lo que es una guerrilla urbana o rural, etcétera.En cualquiera de los casos, sin embargo, se trata de matar al enemigo -así como suena: de matar al enemigo- para debilitar sus fuerzas y canunar hacia la victoria, y de esto se ocupan los ejércitos cristianos igual que los musulmanes, los marxistas u otros. Imagino que la filosofía de los militares «humanistas» y «cristianos» se basará en algo parecido a lo que Sóren Kierkegaard llamaba «suspensión teleológica de la moral»: es decir, que se, mata -suspendiendo temporalmente las garantías que parece otorgar el quinto mandamiento de la ley de Dios- en función de una causa superior. Esto es justamente lo que piensa también el guerrero no convencional: el guerrillero, el cual no suele hacer gestos de hipócrita sorpresa o de escándalo cuando lo matan. El hecho de que lo maten no le parece un «acto terrorista»; le parecen actos terroristas la tortura o el bombardeo de poblaciones civiles, por ejemplo, prácticas muy habituales en la defensa de las libertades democráticas, y no digamos cuando de la defensa del fascismo desnudo se trata: en este sentido pueden mezclarse, sin que se produzca mayor confusión, Guernica, Hiroshima, Vietnam o las humanistas promesas que encierra la bomba de neutrones, por ejemplo.

Es, pues, cuanto menos curioso que en una sociedad carnicera como lo es todavía -¿y hasta cuándo lo será?- la sociedad humana, se estremezca, de esa manera, la sensibilidad de ciertas gentes que parecen ajenas a este carácter violento y carnicero de la vida en que viven, hasta el punto de responder a la gota de sangre -gota en comparación con los océanos de lo mismo o las escabechinas de napalm que forman parte de nuestra existencia- que brota de un pinchazo que nos hacen en un dedo, como si de un derramamiento insólito de sangre se tratara: como si la sangre fuera un fenómeno inusitado, insólito, cuando tanto forma parte de lo que se usa, de lo que se suele, en este mundo de guerras en el que la paz sólo es una máscara de la opresión en la mayor parte de los lugares de este mundo. A este desvelamiento -o a esta revelación, si se quiere decir así- hemos de proceder, creo yo, los de oficio intelectual; y si no lo hacemos, maldita sea mil veces nuestra existencia, digo yo. ¿Pues a tanta degradación ha podido caer el oficio intelectual que, en su mayor parte, se haya puesto al servicio del establecimiento definitivo -así se puede entender, por ejemplo, lo de la «consolidación» de la democracia suarista- de la injusticia en el mundo? De acuerdo en que sea considerado como imposible cambiar, en las actuales circunstancias, el mundo; pero de ello a contribuir a la consolidación de este mundo va un largo trecho que algunos pueblos, entre ellos el vasco, no parecen dispuestos a recorrer, al menos voluntariamente. Nos queda, por lo menos, estar en contra de esta consolidáción. Torpedearla lo más y lo mejor posible parece la tarea propia de un humanismo bien entendido; por lmenos, eso. Subrayo lo de «por lo menos, eso», para señalar que lo menos que se puede hacer es eso: situarse en una trinchera «testimonial» (los pragmáticos se sonríen ante esta expresión con su habitual cursilería suficiente; pero la historia está llena de «testimonios» que luego se convierten, y no por arte de magia, en historia). Y cuando digo «por lo menos» quiero decir que también se pueden hacer otras cosas que las puramente «testimoniales»: por ejemplo, organizarse para las grandes luchas que se avecinan (como siempre; no es cosa de ahora) en el mundo; cuya historia no ha terminado, sin embargo, por rnucho que así nos quieran hacer creer quienes están interesados en que, definitinamente, nada cambie: para ellos todo lo que tenía que cambiar ha cambiado ya -adiós a las ilusiones revolucionarias!, ipero cómo!, ¿todavía hay gentes tan camp que sueñan con la revolución?, ¡la revolución, el tango y otras nostalgias!-, si es que algo ha cambiado alguna vez. De modo insidioso se ha difundido así la consigna de obedecer, ya sea con las formas propias de la obediencia -la derecha desnuda- o con las de la rebelión («obedecer con las formas de la rebelión», Adorno).

¿Quedamos, pues, en que la guerra (en su forma convencional o en otras, guerilla, «terrorismo», etcétera) comporta, cuando son seres morales quienes la practican, una cierta «suspensión teleológica» de la moral? ¿O cuál es si no la filosofía del guerrero cristiano, cuál es la filosofía de los ministerios cristianos de la guerra, o, si se quiere, de la defensa nacional? Evidentemente es la que reside en el postulado de que la guerra es justa en determinadas circunstancias. También esta suspensión teleológica de la moral se da en la aplicación de la pena de muerte, cuya restauración es ahora reclamada, según leo, por líderes cristianos como don Manuel Fraga Iribarne, que algo sabe de eso, tanto en el orden formal (ejecución de Julián Grimau) (*) como en el ejercicio callejero -«Ia calle es mía»- del «monopolio de la violencia»: aIguna sangre ha sido de esta manera derramada como respuesta a manifestaciones pacíficas, producidas por causas indudablemente justas desde los postulados del más sencillo humanismo.

Ir a las cosas mismas

Es duro que el establecimiento de los hechos, independientemente de las posiciones que luego se adopten ante ellos, sea todavía una tarea no sólo peligrosa, sino prácticamente imposible; es duro que una tarea así se convierta cada vez más en un trabajo solitario y hasta maldito. Parece como si en España, con algunas dignas excepciones, se hubiera aceptado la necesidad de una «suspensión» de la justicia como necesidad, a favor del orden público, que se habría erigido en el valor supremo («prefiero la injusticia al desorden» es una cita ilustre y humanista, de modo que es posible mantenerse en esa posición sin avergonzarse demasiado). Se trataría, pues, sencillamente, de decir las cosas como son, de ir «a las cosas mismas» (por citar el famoso y siempre recordable postulado de Husserl) y de plantear la guerra dialéctica en esos términos y no en los del disimulo y la mentira. ¿Tan podridos estamos para que esto no sea posible ahora? ¿Y no es algo detestable que la derecha, experta en estas mistificaciones, se encuentre ahora arropada y guardaespaldada por la izquierda intelectual? Pulsada la tecla «terrorismo», oigamos las respuestas programadas en los laboratorios de la derecha, pero pronunciadas por cualquier escritor o periodista de la intelligentsia española, o vasca, como en el caso de un triste documento que 33 intelectuales y artistas vascos publicaron no hace mucho: un documento impregnado de mentira, pues sus signatarios, que dicen estar contra la violencia, «venga de donde venga», nunca dejan oír su voz contra la violencia fascista: ante esa sagrada violencia guardan un respetuoso silencio. Y no digo nada contra el hecho de aue ellos estén contra la violencia revolucionaria -ésta es una posición aceptable-, sino contra la mentira, contra la simulación: «Contra toda violencia, venga de donde venga». Señores 33: cuando escriban una carta contra la tortura, contra las detenciones arbitrarias y otros mil males que sufre el pueblo vasco, yo aceptaré de muy buen grado que ustedes rechacen las acciones de ETA; mientras tanto, no. Mientras tanto, no pasan ustedes de ser unos tristes farsantes en la comparsa del ministro Rosón. Por ejemplo: digan ustedes algo sobre el vergonzoso episodio de Hendaya y la frontera de Irún. ¿No clama al cielo una cosa así? Para ustedes, por lo que parece, sólo clama al cielo la violencia que procede del otro campo; eso no está bien; eso no está ni medio bien. Es politiquería de la peor especie. Es lo contrario del humanismo que pretenden predicar.

El problema de la violencia en Euskalherria es algo que hay que considerar, en la medida de lo posible, con la cabeza fría y con la mayor prudencia de que seamos capaces. Si ahora he tomado la pluma, después de muy largo silencio en Madrid, es precisamente porque estoy muy seriamente dolorido por esta tragedia y porque el hecho de vivir en este país me procura unos datos quizá inasequibles para quien no vive en él o para quienes, viviendo en él, están intoxicados de politiquería y, en definitiva, aislados del medio en el que creen vivir: la población vasca, los vascos como pueblo; pues hay quienes, teniendo catorce apellidos vascos, todavía no han caído en la cuenta ni siquiera de que son vascos, mientras que otros -como yo, que soy un semita salmantino-murciano- he tenido bastante con tres años de vivir aquí para caer en la cuenta de algunas cosas.

Y la verdad es que este problema, todo este dolor, no se resuelve more franquista: llamando asesinos a los comandos de ETA o hablando de conjuras o contubernios. Es preciso tener el valor de ir a las raíces del problema, por mucho que la UCD y los poderes fácticos hagan todo lo posible por ignorarlas. Y en el fondo del problema no hay una lucha de asesinos por un lado (ETA) y sádicos por otro (la policía española en sus diversas especies). Con sus métodos, señor De Salas, es seguro que no se va a llegar a ninguna parte, si no es a la perpetuación de esta tragedia. Hay que buscar por otro lado. Tenga en cuenta lo que voy a decirle: para resolver este problema hay que empezar por esa cosa tan rara que es pensar. ¡Pensar!

Como se recordará, el terrorista Julián Grimau, a quien conocí durante nuestra lucha antifascista, se dedicaba a predicar la doctrina terrorista de la «reconciliación nacional». Por entonces el Ministerio de Fraga Iribarne publicó un asqueroso folleto titulado Crimen y castigo. Unos cuatro meses después fueron ejecutados por el procedimiento, humanista del garrote vil dos anarquistas, Granados y Delgado, cuya participación en el acto que se les imputó -la explosión de una bomba en la DG- era más que dudosa.

18 Diciembre 1980

Ni humanismo ni terror / 3

Alfonso Sastre

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Desde luego que el traer a colación en estos artículos el nombre de Maurice Merleau-Ponty y el título de una de sus obras (Humanismo y terror) no ha sido a título mera mente decorativo. Lo hemos hecho porque puede ayudamos a pensar, proyecto que hemos enunciado al final del anterior artículo, y ello aunque su autor escribiera esta obra en muy otro contexto: el de la discusión en torno a los llamados procesos de Moscú. A propósito de aquellos problemas dijo Merleau-Ponty cosas que merece la pena recordar en cuanto que desvelaron mucho de lo que él llamó, en aquel libro la mistificación liberal. No contra fascistas de viejo o nuevo cuño, sino contra posiciones liberales o neoliberales van mis ánimos cuando escribo ahora, pues esa filosofía liberal -bajo las formas (mejor o peor en camadas en siglas) centristas, democristianas, socialdemócratas, socialistas y eurocomunistas- es la que hay en la base de, para mí, aberraciones como la reciente mente promulgada ley antiterrorista (que es una ley de inseguridad ciudadana, por mucho que se haya formulado de otra manera: también en esto entra la mistificación, pues, como muy bien ha escrito Fernando Savater en estas páginas, estamos ante una ley de seguridad del Estado).Pues bien, es el contenido de esta filosofía liberal el que habría que desentrañar, y no por mero prurito filosófico, sino porque la filosofía es una cosa muy importante en los procesos sociales -nada menos que como «la lucha de clases en el plano de la teoría» la definió nuestro, querido y admirado Louis Althusser-, y es en este plano donde se celebran batallas muy importantes que no, es posible desdeñar y menos por parte de los que nos reclamamos, por modestamente que lo hagamos, del.campo del pensamiento. A este respecto, nos recuerda muy bien Merleau-Ponty que las «ideas liberales» forman parte de un sistema de violencia: «forman sistema» con la violencia, dice literalmente. Estas ideas conformarían, según Marx (sigo citando a nuestro autor francés), un «pundonor espiritualista », un «complemento solemne» o una «razón general de consolación y justificación» de los sistemas liberales, que así presentan su cara humanista contra el terror (revolucionario). Asunto, pues, de ideas; pero verdaderamente la cuestión seria y profunda es muy otra: «La cuestión -dice Merleau-Ponty- no es solamente saber qué piensan los liberales, sino qué hace en realidad el Estado liberal dentro de sus fronteras y fuera de ellas». Y, en verdad, es cierto que: «Un régimen nominalmente liberal puede ser realmente opresivo». De manera que: «Un régimen que asume su violencia podría encerrar un humanismo mayor». En nuestra reflexión no se trata precisamente de un régimen internacionalmente opuesto a otro; (allí se trataba de la URSS frente a los regímenes bienpensantes occidentales, todos ellos llenos de la sangre de sus colonias y de las de sus propias clases obreras, como queda claro en el discurso de Merleau-Ponty). Porque, como él dice en otro pasaje de su libro: «¿Qué podemos contestar cuando un indochino o un árabe nos hace observar que ha visto nuestras armas, pero no nuestro humanismo?». Atacado por los liberales en función de principios humanistas, Merleau-Ponty no puede por menos de preguntarse, recibiendo en su rostro los golpes del humanismo: «¿Es culpa nuestra si el humanismo occidental está falseado al ser también una máquina de guerra?».

¿Para qué seguir? No se trata ahora de resucitar una polémica producida en otro contexto, sino simplemente de recordar que, con aquel motivo, Merleau-Ponty hizo una profunda reflexión perfectamente válida hasta hoy, pues lo que él vino a decir es que el pretendido enfrentamiento entre humanismo (occidental, liberal, democrático) y terror (rojo) revelaba, en el análisis científico, graves elementos de terror en el primero de los términos y quizá fuertes asomos de humanisrno en el segundo. Suficiente, para que, en tiempos como éstos, fuera sometido a un proceso por apología del terrorismo.

Desde entonces, las trampas del humanismo han sido teóricamente desmontadas más de una vez, y hemos reflexionado, con Althusser y otros maestros sobre el antihumanismo teórico de Marx. ¡Antihumanismo! ¡Qué palabra tan fea! Pero hemos aprendido bien a pronunciarla, cono otras, después de un duro aprendizaje: llamar a las cosas por su nombre y tratar de asumirlas, para aceptarlas o rechazarlas, en sus verdaderas esencias. De manera que hoy el humanismo es una instancia sospechosa en cuanto que oculta, en las democracias burguesas, un fuerte armamento y una real y aún más potencial violencia. El humanismo occidental alberga unas entrañas de terror verdaderamente impresentables en sociedad; y es una instancia también sospechosa en cuanto que invita al desarme ideológico de quienes tratan de oponerse al sistema capitalista. Falsas filosofías contra la violencia -como la muy confortable que se expresa famosamente en la postura de «estar contra toda violencia, venga de donde venga»- se cubren bajo la capa de este humanismo fabricado en las oficinas del sistema intrínsecamente violento que es el sistema capitalista. O mejor que de violencia podría hablarse de la brutalidad de este sistema, que, como dijo alguien, «rezuma sangre por todos sus poros». Sangre y pus, si se me permite esta un poco repugnante expresión.

Dicho esto, no puedo dejar de añadir mi profundo horror ante lo horrible de la guerra. En las páginas de los periódicos aparecen, una y otra vez, fotos de cuerpos muertos en esta guerra, ensangrentados en el suelo de un bar o en cualquier encrucijada de un camino. Ello -descontando las acciones mercenarias, cuyos ejecutores son asesinos a sueldo pagados desde el vientre de la derecha, desde sus inconfesables entrañas- nos tiene, que poner a reflexionar seriamente, a tratar de respondernos a la pregunta: ¿Pero qué pasa, qué está pasando aquí? Y la respuesta no puede ser la mentira técnica postulada por el señor De Salas u otras semejantes (y no digamos las patochadas a lo Ramón Tamames, según el cual el problema es generado por un «cerebro diabólico», a la manera del doctor Mabusse o del doctor Infierno, protagonista de algunos tebeos que, seguramente, son la léctura de Tamames, pues si no no se comprende), sino la investigación seria y valerosa de lo que sucede, como único método. Y lo que sucede es que en Euskalherria hay un amplio movimiento popular, patriótico (abertzale) y socialista, que rechaza muy decididamente la reforma suarista, la cual se ve como una trampa inmovilista en el sentido, ya consabido, de reformar un poco (y hasta con tacañería: lo menos posible) para que no cambie relativamente (y hasta absolutamente) nada. Y lo que sucede es que la guerra aquí, desde los años sesenta particularmente, ha comportado terribles sufrimientos a este pueblo y que no es posible que ahora se acepte, como si nada, la burla de una mera descentralización administrativa (y aun ésta muy mezquina) que haga tabla rasa de las diferencias, metiendo en un mismo saco todas las nacionalidades y regiones; indeterminando «pa los restos», como diría un castizo, la calidad de las diferencias: diferencias que no pueden ser entendidas con una óptica de cliché: la de los privilegios u otras banales argumentaciones destinadas a ocultar los verdaderos términos del problema, de manera demagógica, para enfrentar a los vascos con los demás pueblos, ellos también oprimidos, pero de diferentes formas, dada la diferencia de las distintas situaciones históricas y culturales. ¿Alguien será capaz de emprender este camino, que conduce, como decíamos, a las cosas mismas?

Esta tendría que ser una tarea propia de los intelectuales españoles de hoy, en lugar de como hacen, guardar silencio o, si hablan, hacerlo en calidad de caja de resonancia de las ideologías de la derecha. Es muy grave, creo yo, esta responsabilidad que asumen reproduciendo, como si tal cosa, el peor y más interesado periodismo; y la verdad es que no es preciso acudir a la existencia de un «fondo de reptiles» y al disfrute de sus fondos para explicar esta degradación intelectual que permite que la tecla «terrorismo» produzca tan idénticos mensajes en cabezas, en principio, tan varias como las que se dedican a pensar -¿sí?- en el panorama intelectual español, cuyo corrimiento a la derecha es un fenómeno fácilmente verificable: ¡Qué gracioso es Giménez Caballero! ¡Qué talento tiene Fernando Sánchez Dragó! Etcétera.

Por ejemplo, es muy curioso advertir que el chauvinismo -lo que Lenín llamó, muy bien, «chauvinismo de gran potencia»- se encarge, a la hora de enfrentarse con determinados problemas, en gentes cuya condición crítica tendría que estar por encima de toda sospecha, y que, en definitiva, con relación a algunos temas, la diferencia sea mínima entre el pensamiento de Piñar o Fraga Iribarne y el de tantos intelectuales de la izquierda. Así es, sin duda, en cuanto al problema vasco se refiere. ¡Por favor, hagan ustedes un esfuerzo! ¡Pensar, sobre la base de los datos que la realidad nos presenta, desnudados de la ideología que siempre los encubre, es una tarea bella! O feísima, no lo sé; pero, de un modo o de otro, parece ser que se trata de nuestro oficio. Un oficio desde el que se ama la paz; pero desde el que también se ve, si no se anda por los alrededores del «fondo de reptiles », que la única paz concebible para la derecha pasapor que adoptemos como nuestros sus puntos de vista. Pero entre nuestros puntos de vista no puede ser rechazado, por ejemplo, uno tan elemental como el de que todos y cada uno de los pueblos de este mundo, y de cualquier otro posible, tienen derecho a autogobernarse. Y en este caso está muy claro, para cualquiera que tenga dos dedos de frente, que es preciso negociar con ETA * ¡Antes de que, como siempre, sea demasiado tarde! ¡Y ya está siendo demasiado tarde!

* En cuanto a ETAm, parece que las condiciones propuestas por esta organización para un alto el fuego están claras: celebración de negociaciones públicas sobre la base de los puntos mínimos del Komité Abertzale Sozialista (KAS), que constituyen una alternativa táctica. Por su parte, ETApm parece que conformaría su alto el fuego a la práctica real y satisfactoria del Estatuto llamado de Gernika, en cuyas virtualidades parece creer esta organización. Por lo que se refiere a los Comandos Autónomos, ignoro si hay una posibilidad de negociación. A fenómenos como éste me refiero cuando expreso mi inquietud de que ya esté siendo demasiado tarde. ¡Ay, Dios! Las cosas siempre llegan tarde, mal y nunca, y las consecuencias de ésto son siempre funestas.

19 Diciembre 1980

Los intelectuales, ante el terror

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián)

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LA PUBLICACIÓN en las páginas de este periódico, tomo «Tribuna libre», de tres artículos del dramaturgo y ensayista Alfonso Sastre, centrados en el tema de la violencia en el País Vasco, ha suscitado algún revuelo y cierto desconcierto.El desconcierto se debe a que prácticamente todas las tesis polémicas defendidas por el articulista discrepan de las actitudes habituales sostenidas en los editoriales de EL PAIS y en la gran mayoría de los trabajos de sus colaboradores. El revuelo nace, a nuestro juicio, de que Sastre pretendía entablar un diálogo de palabras, sobre el diálogo de las metralletas. Algo que incomprensiblemente se hace demasiado poco entre nosotros.

Parece superfluo señalar, una vez más, que en ese diálogo hay unas cuantas cosas que distancian la posición editorial de EL PAIS de la de Sastre. En nuestra opinión, las ramas de ETA no tienen, más representatividad que la que les otorgan sus armas y el apoyo parcial de sectores minoritarios que votan a opciones políticas emparentadas ideológicamente con ella. En tres ocasiones -junio de 1977, marzo y abril de 19179-, los ciudadanos del País Vasco han mostrado en elecciones libres su adhesión mayoritaria a plataformas políticas que excluyen la violencia armada como instrumento para dirimir problemas ideológicos y políticos. A lo largo de este último año, el viraje espectacular de Euskadiko Ezkerra y cambios cada vez más visibles en Herri Batasuna han debilitado considerablemente los apoyos a las dos ramas principales de ETA. No se puede decir por eso que haya un pueblo vasco que libre un guerra contra sus opresores, sino más bien con grupos armados que ejercen una violencia criminal contra los representantes de un Estado constitucional y democrático y contra otros vascos. Por eso, la tentativa de bautizar cómo guerra las acciones terroristas en el País Vasco -tentativa que hace felices a los energúmenos. de la derecha que quieren contestar a esa guerra con los medios bélicos apropiados- no es una simple cuestión de léxico, sino una decisión cargada de implicaciones ideológicas. Ya hemos dicho que la ultraderecha y algunos sectores de la derecha autoritaria convergen en este punto, como en tantos otros, con el radicalismo abertzale. La declaración verbal de guerra operaría aquí como profecía autocumplida de un desenlace que pocos desean y que la mayoría rechaza: la renuncia a las soluciones políticas para el País Vasco con una respuesta policial en el seno de las leyes a la actividad terrorista y la apuesta por una intervención castrense que haría desaparecer las instituciones de autogobierno. Los etarras podrían convertirse entonces con alguna facilidad en un movimiento de liberación. Más, dudoso es que llegaran nunca-a ganar la guerra esa en la que se ven empeños, y desde luego es aún pensable que lo que perecería en ella serían las libertades de todos.

En lo que al empleo, de la violencia se refiere, seguimos pensando que, aunque los seres humanos se acuchillen entre sí, el derecho a la vida es un principio que debe ser defendido por encima de las estadísticas. Aunque la libertad sea pisoteada en el mundo entero, incluidos los países donde existen instituciones democráticas y garantías que dificultan las violaciones de los derechos humanos, no debe debilitarse el compromiso con las libertades.

Pero si estos puntos, y otros que no es propio citar ahora, distancian radicalmente nuestro análisis político de la situación vasca y la criminalidad terrorista del que Sastre hace, pensamos que el escritor ha tenido el valor de intentar un acercamiento ideológico al problema de la violencia política. Y el 50% de la ruidosidad de su tríada la aporta la soledad de su autor. Los intelectuales españoles, con las excepciones de rigor que confirman este aserto, vienen dimitiendo desde los últimos cinco años (desde cuando podían hacerlo con libertad) del magisterio de costumbres que se supone es una principal responsabilidad suya con la sociedad en que habitan. Y así las reflexiones sobre la violencia y el terrorismo parecen estar reservadas al oportunismo de los publicistas políticos o al inevitable efectismo de la oratoria parlamentaria.

Acaso nuestros intelectuales. rehúyan el reto ante lo que desde hace centurias parece un problema sin respuesta ni solución posible. Es verdad que las reflexiones sobre la violencia tanto valen para un roto como para un descosido y que en la justificación intelectual de aquélla han entrado a saco lo mismo Lenin que Benito Mussolini. El primer ministro de Israel, se inició en la «política» minando el hotel Rey David, de Jerusalén, en lo que fue una matanza de oficiales y civiles británicos, y su actual enemigo natural, Yasir Arafat, dirige una organización que practica el terrorismo, lo que no obsta para que sea internacionalmente, reconocido, admitido en la palestra de las Naciones Unidas y abrazado por un presidente de Gobierno -Adolfo Suárez- que lucha contra la criminalidad etarra. El presidente libio predica la confraternización universal con la «tercera vía» expuesta en su librverde y financia toda una teoría de movimientos terroristas. El IRA, tan comprensivo con ETA, saboteaba industrias británicas entre 1939 y 1945 por cuenta de los servicios nazis del almirante Canaris.

La reflexión, en suma, sobre el terrorismo no sólo es obligada, es propia de las sociedades libres y civilizadas. Pero siempre será una reflexión sobre terreno minado. Sometida al lícito dolor de las víctimas a la locura sangrienta del crimen, a la revancha ciega e igualmente criminal.

La condena indiscriminada del terrorismo no es por eso en absoluto una actitud despreciable o inútil. Aunque esa condena sea en ocasiones farisea, enlaza en la mayoría de los casos con el mejor pensamiento que ha edificado la civilización europea, y que todavía sigue siendo algo más que una palabra o una referencia. Por eso mismo, aunque la respuesta de Sastre a la pregunta con la que comenzó sus artículos sea, a nuestro juicio, inconsistente, creemos que la interrogante que plantea continúa en pie: las causas de la violencia armada en Euskadi y las maneras de eliminarla.. Y el desafío que él mismo lanza a los intelectuales para que opinen debe ser recogido. Las páginas de EL PAIS están abiertas.

22 Diciembre 1980

Mari Carmen y su muñeca

Ricardo Utrilla

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Y es que éste, por mucho que nos empeñemos en ignorarlo, es un señor país, un país de tomo y lomo, de aquí te espero con toda la barba.

Claro que ello no se consigue gratuitamente. Hay que estar siempre a la altura de la seriedad que exigen nuestros cánones. Así, los señores Arias Salgado y Abril Martorell, en un sorprendente gesto de humildad, se escandalizan de que se les aproxime el PSOE, en vez de echar las campanas al vuelo como haría, frívolamente, cualquier despreciable partido de cualquier otra despreciable democracia. No os vengáis para el centro, que es peor. Quedaos en vuestra gloriosa izquierda socialista, tan necesaria para el país. Si eso no es altruismo lindando con el heroísmo, que venga Maquiavelo y lo husmee.

Pero el novamás de los movamases en materia de recato y contención hispánicos es, por ahora, el ejemplo que acaba de brindarnos, mal que le pese a su modestia, don Alfonso Sastre.

Durante tres días consecutivos y en unos miles de palabras, el niagárico articulista ha revelado en EL PAÍS la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad sobre el terrorismo.

Claro que no tiene mucho mérito, como él mismo reconoce, porque únicamente él se ha parado a pensar en la coa. No como ‘los 33 intelectuales vascos’ o Juan Tomás de Salas, fundador y presidente de esta revista, quienes se lanzan alegremente a condenar a los terroristas como asesinos sin pararse a pensar en el meollo del problema.

El Sr. Sastre, que sí se ha parado en el franquismo y ello le permite seguir pensando en el franquismo, advierte que ‘en el fondo del problema no hay una lucha de asesinos por un lado’ (ETA) y sádicos por otro (la policía española en sus diversas especies). Después de señalar: «Y la verdad es que este problema, todo este dolor, no se resuelve ‘more franquista’: llamando asesinos a los comandos de ETA o hablando de conjuras o contubernios’.

Claro que no. Y aquí entra la humildad bajo palio. El Sastre valiente y pensador, el que conoce la solución, se calla para no humillar a nadie. A menos que se acepte como fórmula su fraguista equiparación de terrorismo y guerra. De independencia, por supuesto.

Hace medio siglo que Julién Benda escribió un hermoso libro sobre ‘La traición de los intelectuales’. Un intelectual que se hace sectario es un traidor. Un intelectual que sirve a una sola idea, o a un solo grupo de hombres, es reo de traición. Pero el grito de advertencia fue barrido, pulverizado y desintegrado por el gran vendaval nazicomunista. Sálvese quien pueda. El traidor resulta ahora quien habla en nombre de todos frente a unos pocos. O tempora o mores!.

Claro que, en su juventud entusiasmo revolucionario, tan malos son para Sastre la UCD como Hitler, Reagan como Mussolini, la Thatcher como el budismo, Idi Amín Dada como Recaredo o el PSOE como la Guardia Civil… Con matices, por supuesto, que uno tiene amigos en casi todas partes.

Castro y Gadafi quedan como cosa aparte. Sus omnímodos poderes estatales son tan legítimos y santificados que asesinos serían realmente los terroristas que contra ellos se alzaran. ¿O no, don Alfonso?

 

 

24 Diciembre 1980

Ni el fin ni los medios (I)

Xavier Domingo

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La minoría leninista de revolucionarios profesionales no cobra por no hacer nada y anda que te anda creando condiciones objetivas, según la jerga del gremio.

Alfonso Sastre acaba de publicar en EL PAÍS tes largos artículos titulados ‘Ni humanismo ni terror’ en los que, al mismo tiempo que asume la defensa de los terroristas, expresa el deseo de que los revolucionarios abandonen el terror y se dediquen a formar más ortodoxas marxistas y leninistas de violencia, sin más armas ‘que las de los movimientos decididos por las masas trabajadoras’.

Salas es periodista, no intelectual.

Sobre esta base, el dramaturgo invita a los intelectuales (los demás no le importan) a pensar, o sea y en definitiva, a hablar del terror y de los terroristas en términos más delicados que los que suele usar Juan Tomás de Salas en sus editoriales o en la ponencia de Estrasburgo y más conformes con la dostrina de Sastre.

Importa subrayar, en primer lugar, que Salas no es exactamente un intelectual, como el Sr. Sastre, sino un periodista, lo que a mi modo de ver, es bastante más importante a la hora de informar, comentar o enjuiciar hechos que nada tienen de ‘intelectuales’ como son los hechos de sangre.

En este sentido y sobre el caso concreto del terror proveniente de ETA o de los GRAPO, los escritos y palabras del periodista Salas reflejan, sin duda; alguna y de modo fiel y exacto, el pensar y el sentir de la opinión pública.

Lo que Salas grita, ha dicho y gritado en escritos y editoriales de toda la prensa española y editoriales de toda la prensa española, incluido, por supuesto, el excelente periódico que la semana pasada albergó el ‘pensamiento’ del Sr. Sastre.

Pongo ‘pensamiento’ entre comillas no por ironía, sino porque tengo la impresión de que lo que yo entiendo por pensar no es el ‘pensar del señor Sastre.

Que parte, por lo que leo en EL PAÍS de un presupuesto o de una fe o de una entelequia o de una certeza dogmática y ciega, fuera de dudas para el señor Sastre y un grupuscular círculo de amigos suyos: la revolución comunista es posible en Euskadi y el fin justifica los medios. Lo que pasa es que el terrorismo no es tan buen medio como se creía o ha dejado de serlo.

Entonces, el pensamiento del señor Sastre es como un geranio que crece en la maceta de esa fe mientras pensar sería, entiendo yo, una planta mucho más rara que crecería en el movedizo terreno de la duda, o sea, de la realidad.

Es muy dudoso, señor Sastre que la revolución comunista sea posible en Euskadi, la revolución marxista-leninista del querido y orate Althuser, con o sin terrorismo.

Claro que la minoría leninista de revolucionarios profesionales no cobra por no hacer nada y anda que te anda ‘creando condiciones objetivas según la jerga del gremio.

Lo cierto ¿verdad? es que ha llegado un momento álgido en el que el terrorismo en vez de movilizar ‘desmovilizar’ a las masas. Eso se está observando claramente de un tiempo hacia aquí en todo Euskadi.

No sólo eso. Contra el terrorismo parece haberse hecho en toda España una especie de unión sagrada que va desde la izquierda a la derecha y esto para defender un sistema parlamentario de democracia, sistema contrarrevolucionario por excelencia, mucho más que cualquier dictadura y cuya solidificación y asentamiento pueden en efecto hacer infinitamente más dudosa esa revolución comunista en Euskadi, la cual desea con toda su alma el Sr. Sastre.

Revolucionario tardio.

En eso de la revolución don Alfonso Sastre es clérico de vocación tardía, pero no ignora que la pérdida de la fe en la vía revolucionaria conduce inexorablemente a cualquiera de las múltiples fórmulas de la contrarrevolución, pero lo peor, según se ve, lo peor para el revolucionario es que conduzca a la socialdemocracia y al reformismo liberal. Porque eso, más que contrarrevolución es antirrevolución.

Conviene, pues, olvidar que esa Monarquá parlamentaria y burguesa dio una amnistía total a los terroristas y también conviene recordar que hasta hace muy poco Amnesty Internacional lavaba a España de toda sospecha de torturas y servicios a los presos. No hay violencia institucional en la Monarquía parlamentaria española.

26 Diciembre 1980

Ni el fin ni los medios (II)

Xavier Domingo

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En nombre de Marx y Althuser (vascos de pura cepa), 33 euskaldunes que firmaron el manifiesto contra el terrorismo son arrojados por Alfonso Sastre al cubo de la basura, porque para el semita salmantino-murciano sólo con vascos los abertzales que paoyan a ETA y al separatismo.

Ciertos párrafos de los artículos publicados la semana pasada en EL PAÍS por don Alfonso Sastre, con el título de ‘Ni humanismo ni terror’ han debido dejar perplejos a todos los vascos.

Es cuando escribe a propósito de 33 intelectuales vascos que firmaron un manifiesto contra el terrorismo y la violencia venga de donde venga que hay quienes teniendo catorce apellidos vascos, todavía no han caído en la cuenta ni siquiera que son vascos mientras que otros – como yo, que soy un semita salmantino-murciano – he tenido bastante con tres años de vivir aquí para caer en la cuenta de muchas cosas.

Así pues, el Sr. Sastre ‘semita salmantino-murciano’ (rápido, señor Suárez, sáquese de la manga otra preautonomía para esa nacionalidad) puede distribuir certificados de vasqueidad y negársela a otros.

Simplemente para refrescar la memoria, voy a recordar los nombres de los 33 intelectuales vascos que firman aquel magnífico y valiente manifiesto: José Miguel Barandiarán, Koldo Michelena, Julio Caro Baroja, Eduardo Chillida, José Antonio Ayestarán, Idoia Estornes, Pío Montoya, Javier Churruca, Juan San MArtín, Xabier LEte, Edorta Cortadi, Eugenio Ibarzábal, José Ramón Scheiffer, Gregorio Monreal, Juan Ajuriaguerra, José Ramón Rekalde, José Altuna, Ignacio Telechea Idígoras, Néstor Basterrechea, Gabriel Celaya, Agustín Ibarrola, wJuan Maria Lecuona, Amelia Beldeón, Mikel Achaga, Manuel Lecuona, José María Satrústegui, Martín de Ugalde, Iñaki Barriola, Antón Artamendi, Miguel Castells wadriasens, José María Ibarrondo, Aguirregabiría, José María Lacarra y Bernardo Estornés Lasa.

En nombre de Marx y Althuser (vascos de pura ceba) esos 33 euskaldunes son arrojados por el señor Sastre el cubo de basura de los que viviendo en medio del pueblo vasco, están aislados en el medio en el que creen vivir.

Sólo Abertzales

Los excluidos son de todos modos muchos más. Para nuestro semita salmantino-murciano, sólo son vascos aquellos abertzales que apoyan a ETA, es decir, los militantes del separatismo. Y aun. TEndrían además, para ser del gusto salmantino-murciano, de fuerte coloración comunista. EN eso el señor Sastre es perfectamente fiel a las enseñanzas sobre nacionalismo del loco Althuser y de su padre Stalin.

No se olvide. Según esa doctrina, han dejado de ser vascos el PNV, los militantes vascos del PSOE, los de UCD, los de la derecha españolista y toda la masa que pasa de política y siglas.

Y al comenzar sus artículos, el señor Sastre tendía una mano, aunque fuera la izquierda, pidiendo diálogo sin bofetadas. Claro que de entrada excluía de ese diálogo a Juan Tomás de Salas y a todos los humanistas. Gente nefanda, los humanistas, cuya maldad intrínseca les lleva hasta la insigne aberración de apoyar lo que el señor Sastre llama despectivamente ‘la reforma suarista’, o sea, la wconstitución votada por los españoles. Un documento perfectamente democrático, pero antirrevolucionario. Con eso, claro, no se va a la parte donde quiere ir don Alfonso.

También quedan excluidos del diálogo propuesto por el señor Sastre una importantísima parte de vascos de cuatro apelidos que no se han enterado de que son vascos.

¿Con quién quiere pues hablar el señor Sastre? Con poca gente: con quien quiera escuchar esta propuesta, el terrorismo cesará si los terroristas son generosamente personados y si se les permite integrarse, como héroes populares, en las luchas de masas de la ortodoxia profesional leninista a fin de dar un fuerte impulso a una revolución comunista en el País Vasco, que el murciano-salmantino cree posible.

Pensando en términos leninistas y de profesional de la revolución, hay en efecto, fundamento para que el señor Sastre piense que conviene frenar el aislahiento progresivo de ETA, organización terrorista, y aprovechar en otro tiempo de acciones y luchas más científicas de integridad del aparato revolucionario.

El terror ha hecho su efecto. Muchos vascos de los que el señor Sastre considera indignos ya han huido de su tierra o están bajo tierra. La crisis y el paro son dramáticos. Separatismo y comunismo revolucionario gozan de instrumento de propaganda nada desdeñables. Una parte del clero está con ellos. Y las instituciones permiten ese despliegue.