30 diciembre 2006

Irán celebra la muerte de uno de sus mayores enemigos, mientras que Estados Unidos y occidente se muestra escéptico con las maneras de la ejecución

El ex dictador de Irak, Sadam Hussein, ahorcado tras ser condenado a muerte por ordenar la matanza de 148 chiíes en 1982

Hechos

  • El 5.11.2006 un Tribunal Especial iraquí condenó a muerte a Sadam Hussein, Barzan al Tikriti y Awad al Bander como responsables en 1982 de 148 asesinatos en el ‘caso Duyail’.
  • El 30.12.2006 Sadam Hussein fue ahorcado y las imagenes de la ejecución fueron difundidas por Internet.

Lecturas

juicio_Sadam A pesar de que Sadam Hussein tenía pocas posibilidades de salir vivo del juicio, al ser juzgado por aquellos a los que persiguió durante su régimen, el juicio sí dio al ex dictador el derecho a intervenir y dar su versión de los hechos. En su intervención Hussein calificó el juicio de ‘teatro’ y denunció que ‘el verdadero criminal era el presidente de Estados Unidos, George Bush’.

OTROS AHORCADOS EN JUICIOS POSTERIORES

juicio_ramadan El ex vicepresidente de Irak, Taha Yasin Ramadan fue condenado a cadena perpetua en la sentencia del 5.11.2006 por la matanza de chiíes, pero en la revisión de la sentencia por el tribunal de apelación se consideró que aquello había sido demasiado suave y Radamán pasó a ser condenado también a pena de muerte. Fue ahorcado el 20.03.2007.

juicio_quimico Ali Hasan al Majid ‘Alí el Químico’ y primo de Sadam Hussein estaba considerado uno de los más despiadados colaboradores del régimen de Sadam por crímenes con gas durante la guerra contra Irán y contra los kurdos. Fue ahorcado el 25 de enero de 2010.

abi_hamid_juicio Abid Hamid Mahmud, considerado el hombre más poderoso en la Irak de Sadam Hussein después de este y sus dos hijos, fue ahorcado el 7 de junio de 2012.

PERDÓN PARA AZIZ

aziz Tarek Aziz fue condenado a muerte el 26.10.2010 por la persecución a chiíes. No obstante, Aziz no fue ejecutado por decisión del presidente de Irak, Yalal Talabani.

06 Noviembre 2006

Sadam, condenado

Javier Moreno

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no cabe alegrarse sin más por la condena muerte por la matanza de 148 chiíes en la aldea de Dujail en 1982, decidida ayer por un tribunal especial iraquí contra el ex dictador Sadam Husein debido, entre otras muchas razones, a las irregularidades procesales y la politización de un juicio que ha durado un año. También han sido condenados a la pena capital su hermanastro y ex jefe de los servicios de inteligencia y el ex presidente del Tribunal Revolucionario. No se trata para nada de cuestionar la gravedad de los hechos y de que Sadam y sus colaboradores no paguen por ellos, pero sí que deriven en la pena de muerte, de nuevo vigente en Irak tras la promulgación de la Constitución. Ojalá que el fallo, recurrido por sus abogados y recibido con gritos y protestas por el derrocado mandatario, no dé pie a un baño de sangre acentuando más si cabe la violencia.

Ésta era una de la docena de causas que Sadam tenía pendientes sobre presuntos crímenes de genocidio desde el golpe de Estado de 1968 hasta su caída en marzo de 2003 tras la ocupación militar de EE UU. El pasado agosto se inició la vista por la matanza en el Kurdistán de más de 180.000 personas en 1988, que también adolece de la misma falta de garantías procesales que la del caso Dujail. En el transcurso de este proceso, tres de los abogados de la defensa fueron asesinados y tres de los jueces tuvieron que ser reemplazados, lo cual da idea de las condiciones de excepcionalidad que lo rodearon y de la escasa limpieza y transparencia habidas. Mucho más justo habría sido, incluso para honrar la memoria de las víctimas, que Sadam hubiera sido juzgado por un tribunal especial internacional, evidentemente distinto al de la Corte Penal Internacional que ni EE UU ni Irak reconocen.

No está todavía escrito que el destino de Sadam será la horca. Si el recurso de la defensa ante el tribunal de apelación prospera deberá celebrarse un nuevo juicio. Pero si el ex dictador fuera al final ejecutado es muy probable que muchos de sus seguidores de la comunidad suní lo conviertan en un mártir, dificultando la cada vez más difícil normalización del país. La caída del régimen de Sadam en marzo de 2003 fue anunciada por la Administración de Bush como el amanecer democrático de Irak y Oriente Próximo; y la captura del dictador, nueve meses después, como la pacificación definitiva del país. Nada de eso ha sucedido. Al contrario, la situación es aún peor: el Gobierno de unidad nacional es muy débil, no cesa la violencia interétnica, el terrorismo islámico se expande, continúan muriendo soldados americanos y el presidente Bush se pregunta cómo salir de ese avispero.

31 Diciembre 2006

Una ejecución con visos de asesinato ritual que exacerbará las heridas de Irak

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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Apenas se supo que la ejecución de Sadam era inminente, advertimos en estas páginas que se trataba de un inmenso error. En el terreno de lo moral, rebajaba a los gobiernos de EEUU e Irak a la misma categoría del tirano. En el plano meramente pragmático, evitaba que fuera juzgado por la inmensa mayoría de sus crímenes y sólo iba a servir para recrudecer la violencia y entorpecer la reconciliación nacional. Ahora que por desgracia el dictador ya ha muerto en la horca, nos reafirmamos en nuestro rechazo razonado a la ejecución, pero debemos añadir que ésta se ha llevado a cabo de la peor manera posible. Tanto Bush como el Gobierno iraquí han convertido el ahorcamiento del dictador en un vergonzante espectáculo televisivo más digno de un western de medio pelo que de un país donde presuntamente se abre camino un Estado de Derecho. Cada detalle de la ejecución llevaba el amargo sello de la venganza propio de un asesinato ritual. No es casual que el escenario de este macabro epílogo fuera un edificio donde los servicios de Inteligencia del propio Sadam colgaron durante el régimen a decenas de presos políticos. Las imágenes del comprensible pero inaceptable alborozo de los chiíes, pero sobre todo la difusión de las imágenes de los instantes previos a la muerte del dictador -nadie duda de que las de sus estertores acabaremos viéndolas más temprano que tarde- responden al objetivo execrable de humillar públicamente a Sadam y transmiten la desasosegante impresión de que el proceso no ha perseguido tanto la justicia como la revancha. No cabe duda de que las potencias ocupantes han tratado de disimular su fracaso en Irak detrás de la muerte del dictador, pero nadie debe olvidar que no fue ése el motivo que les llevó a la guerra sino unas armas de destrucción masiva que a día de hoy todavía nadie ha encontrado. El vejatorio final de Sadam con la soga al cuello no ha producido reacciones inesperadas. Israel, Irán y los kurdos han saludado con júbilo la ejecución. Europa y sus viejos aliados la han censurado. Especialmente llamativas fueron las palabras de Bush, quien definió el ahorcamiento de Sadam como «un hito importante en el rumbo seguido por Irak para convertirse en una democracia». ¿Qué está queriendo decir? ¿Que los iraquíes sólo pueden acceder a los derechos humanos y las libertades individualesahorcando a su anterior líder? ¿Que la democracia sólo se puede construir sobre la sangre del tirano? Nuestro análisis es justo el contrario. Lejos de conjurar el pasado, el siniestro show del ahorcamiento de Sadam no hace sino actualizarlo y perpetuarlo. La cadena de atentados que ayer azotó Bagdad y Kufa es la mejor prueba de que el futuro de Irak no será menos sombrío por tener al dictador bajo unos cuantos palmos de tierra.

31 Diciembre 2006

La horca inútil

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

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El apresurado ajusticiamiento de Sadam Husein tras un largo e irregular proceso y la expeditiva falta de piedad que refleja son probablemente el final inevitable de un viaje que comenzó cuando el dictador ahorcado ayer fue capturado oculto en un zulo, hace ahora tres años. El Gobierno iraquí ha preferido deshacerse del reo en el día más sagrado del calendario musulmán, comienzo de una semana de festividades religiosas, sin duda para intentar rebajar el impacto popular de su muerte.

La muerte de Sadam pone punto final a un capítulo importante y terrible en la historia de Irak. Pero es lamentable que el poco creíble Gobierno del chií Nuri al Maliki haya sucumbido a la fácil tentación de ejecutar a su reo. Conseguirá o no con ello mayor apoyo popular, pero el país árabe no es hoy mejor, ni su futuro más prometedor, por haber eliminado al hombre de Tikrit. Tampoco avanza con su muerte la causa de la democracia en Irak, como de manera simplista pretende el presidente Bush. Ni se estrecha la creciente falla étnica y religiosa entre los iraquíes.

Con la precipitada y casi clandestina cita del tirano con la horca, Bagdad no sólo ha perdido una oportunidad histórica para mostrar una magnanimidad que Irak necesita desesperadamente si quiere tener una mínima esperanza. Ha desperdiciado también la ocasión de seguir juzgando a Sadam por sus crímenes contra la humanidad y de exponer ante los iraquíes en toda su crudeza la verdad de un reinado atroz, ejemplo definitivo de todo lo que debería ser evitado si el país quiere recuperar su alma.

Hacer justicia a los déspotas nunca ha sido fácil. Desde Nuremberg hasta nuestros días, los escasos procesos a grandes dictadores y criminales de guerra han pretendido trascender su aspecto legal para mostrar además los horrores de unos procedimientos o una época, desterrar la idea de que los poderosos escapan al castigo o intentar reconciliar a sociedades rotas por crímenes horrendos. En los últimos años se ha abierto paso la alentadora evidencia de que se ha acabado la impunidad para los tiranos (Pinochet, Milosevic, Charles Taylor…). Algunos de ellos han pasado en poco tiempo del apogeo de su crueldad y su triunfo aparente al banquillo de los delincuentes, sin rastro de fulgor alguno. Tampoco a esa importante función educativa de la justicia aporta nada Sadam muerto y secretamente sepultado.

No está escrito que la desaparición de Sadam Husein vaya a contribuir a que dejen la lucha sus más fanáticos partidarios baazistas. El ajusticiamiento es para la otrora poderosa minoría suní la evidencia final de que ellos son los perdedores de los acontecimientos de los últimos años. Y presumiblemente, la dignidad aparentemente mostrada por Sadam en los instantes finales de su vida sirva para conferirle a los ojos de algunos una aureola de mártir. En cualquier caso, la pesadilla del terror sectario que devora el país árabe, y que ayer volvió a manifestarse con más de 70 muertos, tiene ya causas que exceden con mucho el siniestro papel desempeñado por el déspota ahorcado.