22 julio 1934
Amplia repercusión en todo el mundo a la caída del mafioso con fama de seductor, señalándose que fue precisamente una ex novia la que delató a la policía su posición
El gangster John Herbert Dillinger, el ‘enemigo público número 1’ de Estados Unidos, es abatido a balazos a la salida de un cine

Hechos
El 22.07.1934 miembros de la policía dieron muerte a John H. Dillinger.
Lecturas
John Dillinger, conocido en Estados Unidos como el ‘enemigo público número uno’ ha muerto hoy, en Chicago, abatido por las balas de los agentes del FBI. Dillinger ha muerto a la salida de ‘Biograph’, en el que acababa de presenciar una película de gángster, interpretada por Clark Gable y Mayrna Loy. Lo acompañaban dos mujeres: Polly Hamilton, que era su compañera y la rumana Anna Campaña, que es al parecer quien la delató.
Al agente federal al mando de la operación se le conoce también como Little Mel (el pequeño Mel).
La celebridad e Dillinger, muerto a los 33 años había trascendido más allá de Chicago y Estados Unidos.
Este gángster que tanto se jactaba de su osadía, se ha convertido en una triste leyenda viviente al igual que la persona responsable de su ajusticiamiento J. Edgar Hoover, director del FBI.
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10.000 DOLARES POR SU CABEZA
Hasta la prensa española había llegado la fama del mafioso Dillinger, ocupando portada la noticia de que el Gobierno norteamericano ofrecía la cifra de 10.000 dólares por su cabeza.
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OTROS GANGSTER DE LA EPOCA
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El Análisis
La muerte del joven gánster John Dillinger, abatido por agentes federales a la salida de un cine en Chicago, marca no sólo el final de uno de los criminales más célebres de la era reciente, sino también el declive de una época en la que el crimen organizado tejió mitos que desbordaron lo policial para convertirse en fenómenos de masas. Dillinger no era un simple atracador: fue declarado enemigo público número uno por el gobierno de los Estados Unidos y su rostro apareció en portadas de prensa desde Nueva York hasta Barcelona, símbolo de una sociedad sacudida por la Gran Depresión, en la que el delito podía convertirse, para algunos, en sinónimo de audacia, desafío o incluso justicia popular. Es un éxito para J. Edgar Hoover, el fundador del FBI.
Lo verdaderamente desconcertante ha sido la reacción a su muerte: miles de personas se agolparon ante la funeraria para ver su cadáver, muchas de ellas mujeres fascinadas por el joven criminal de sonrisa cínica y fama de conquistador. Según se informa, habría sido una expareja quien, movida por despecho o necesidad, lo delató, cerrando así un círculo de romance, traición y muerte que haría las delicias de cualquier novelista. Dillinger había conseguido escapar de varias prisiones, desafiar al FBI y construir una narrativa de forajido moderno, en la que la ley era la adversaria y él, el protagonista carismático.
Pero con su muerte también muere una era. El FBI de J. Edgar Hoover, fortalecido por éxitos como este, consolida un nuevo orden donde la figura del gánster romántico deja paso a la implacable maquinaria del Estado. La fascinación por Dillinger revela una peligrosa tolerancia popular al delito cuando este se envuelve en el ropaje del mito. Hoy, la tumba de Dillinger no entierra sólo a un criminal, sino también a toda una etapa de culto al fuera de la ley. Estados Unidos —y el mundo que lo observa— parece dispuesto, por fin, a dejar atrás esa oscura admiración.
J. F. Lamata