17 julio 1977

Conmemoraba el inicio del alzamiento nacional contra la II República, el golpe de Estado de los generales franquistas que inició la Guerra Civil española

El Gobierno Suárez aprueba que el ’18 de Julio’ deje de ser festivo en España en un decreto ratificado por el Rey Juan Carlos I

Hechos

El 17 de julio de 1978 el Consejo de Ministros retiró el día 18 de Julio como festivo.

17 Julio 1977

El 18 de julio

EL PAÍS (Director: Juan Luis Cebrián Echarri)

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AUNQUE DE manera indirecta el decreto que declara «inhábil para todos los efectos» el día de mañana da a entender que el 18 de julio quedará en lo sucesivo definitivamente eliminado como fiesta oficial y laboral. La decisión se corresponde con el estilo gradualista del señor Suárez; y, como en otras ocasiones, la crítica que cabe dirigir al Gobierno por mantener, después del 15 de junio esa festividad, queda contrarrestada por el elogio que merece su cancelación futura.Porque es una paradoja macabra que los españoles celebremos como una fiesta la fecha que señala el inicio de una cruenta guerra civil que vistió de luto a la casi totalidad de las familias españolas de los dos bandos en lucha. No es ésta la ocasión ni el lugar para enjuiciar la sublevación durante el verano de 1936 de una parte de los mandos militares, respaldados por la jerarquía eclesiástica, apoyada por los partidos políticos de la derecha autoritaria, y aprobada por sectores considerables de las clases medias, contra las instituciones republicanas. Corresponde a los historiadores debatir las razones e incluso la necesidad -desde los supuestos de la propia derecha- de un pronunciamiento militar que las bendiciones de la Iglesia convirtió en Cruzada, la resistencia republicana en guerra civil y la intervención exterior en ensayo general de la segunda guerra mundial.

Pero lo que sí se puede afirmar sin mayor debate es que esa fecha luctuosa, trastrocada en festiva por los triunfadores, se halla en los antípodas de lo que una conmemoración histórica debe ofrecer para servir como símbolo de unión y consenso entre los españoles: vencedores y vencidos, monárquicos y republicanos, empresarios y trabajadores, catalanes, castellanos, vascos, canarios, gallegos y andaluces. En otros países el acontecimiento que expresa la identidad nacional y popular es la conquista de las libertades (como en Francia), la proclamación de la independencia (como en Estados Unidos), o la victoria contra una potencia invasora (como en Bélgica). Porque difícilmente puede fraguar la concordia sobre la memoria de la sangre derramada entre hermanos.

Este sentimiento une a la inmensa mayoría de los vencedores y de los vencidos; y a la casi totalidad de sus hijos, y de quienes invocan su herencia histórica. Ambos bandos sufrieron los horrores de la guerra y el dolor de la muerte de familiares, amigos y compañeros. Lo que distingue a los derrotados es que el azote del conflicto bélico no fue sino el comienzo de un largo calvario: el exilio dé cientos de miles de hombres, mujeres y niños, el fusilamiento de decenas de miles de prisioneros, el encarcelamiento de Ios disidentes, la privación de los puestos de trabajo y la expulsión de los escalafones administrativos de los represaliados, las humillaciones inferidas a esos ciudadanos de segunda. Pero también, una gran parte de quienes combatieron entre los vencedores pudieron comprobar con el tiempo que los frutos obtenidos poca o ninguna i relación guardaban con los ideales que les empujaron a empuñar las armas. Esta es la razón de que, a los 41 años de la sublevación, hombres que combatieron con los ejércitos de Franco -como Joaquín Satrústegui o Juan Manuel Fanjul- o vinculados familiarmente con dirigentes asesinados o fusilados de la derecha -como Miguel Primo de Rivera o Leopoldo Calvo Sotelo- convivan en los hemiciclos del Congreso y el Senado con símbolos vivos del bando derrotado en la guerra civil como Dolores Ibárruri, Manuel de Irujo, Rafael Alberti o Josep Andreu: Unos y otros saben que la guerra civil no sirvió para resolver, sino sólo para aplazar, los problemas de la convivencia entre. los españoles.

Porque tampoco entra en discusión que el sistema surgido del conflicto fratricida, el llamado Régimen del 18 de julio, ha caído -para emplear palabras de su propio fundador- como una fruta madura. Nada queda de sus pintorescas instituciones. Su ideología ha entrado en el museo de la historia. La inmensa mayoría de quienes contribuyeron a edificar las bambalinas del nacional sindicalismo -y la totalidad de quienes de entre ellos aunan la inteligencia con la honestidad- se retractan de su pasado o lo explican en términos emocionales. El 18 de julio, así pues, sólo puede ser el hito conmemorativo de una inútil carnicería y de un monumental fracaso histórico.

Por lo demás, cuarenta años de historia no pasan en balde. Y para fortuna de nuestro país los efectos económicos inducidos por la prosperidad europea de la posguerra, además de transformar una sociedad predominantemente agraria y rural, en otra preponderante mente industrial y urbana, ha modificado nuestra estructura social y, consecuentemente, nuestras ideas y nuestras costumbres. El crecimiento económico ha mejorado también la capacidad adquisitiva de la clase obrera y desarrollado un amplio sector terciario. Nuestro Ejército ha dejado atrás los recuerdos de Africa, se halla en vías de tecnificación y aspira a integrarse en los mecanismos defensivos de Occidente.

Las transformaciones en la Iglesia han sido aún más radicales: desde el Concilio Vaticano II una gran parte del clero y de su jerarquía han modificado profundamente sus concepciones sobre el ámbito de la misión evangélica y sobre las relaciones de la Iglesia con las clases dominantes y con el Poder. Finalmente, la Corona no es ahora una opción política, sino el marco de convivencia de toda la comunidad.

En suma, los grandes problemas planteados en 1931 -el enfrentamiento de laicistas y católicos, el enfrentamiento entre monárquicos y republicanos, la cuestión de la tierra, las reivindicaciones de las «nacionalidades históricas», la exasperación de las luchas obreras, la pouibilidad de manipular al Ejército y a la jerarquía eclesiástica- han desaparecido o han cambiado de términos. La España crispada y cejijunta de la década de los 30 ha dejado su plaza a una sociedad más relajada, más liberal, menos dramática.

Los españoles necesitamos, ahora, una nueva fecha que pueda servir de símbolo del consenso de todo el país; que no provoque reticencias de ninguno de los sectores que forman la comunidad española, sea cual sea su ideología, su situación de clase y sus sentimientos regionales o nacionales. Posiblemente, la promulgación de la nueva Constitución fuera la fecha más indicada como denominador común de todos los españoles.

17 Julio 1977

Evaporación del 18 de Julio

Antonio Tovar

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Un 18 de julio, el primero, estaba yo de estudiante en el extranjero. ¿Cómo describir mi emoción, al leer en los grandes titulares de un periódico que el ejército de Marruecos se había sublevado y que estaban cortadas las noticias de Madrid? Como una inmensa mayoría de españoles, no estaba yo templado para la guerra civil. Pasarían días y me decidiría, sin embargo, por uno de los bandos en lucha. El asesinato del jefe de la oposición, Calvo Sotelo, por el que yo no tenía la menor simpatía, a manos de la policía misma, era un suceso tan atroz que hacía olvidar el estallido de la insurrección; era fruto de una larga conspiración apoyada por potencias extranjeras.Pero no es que tenga importancia pública ahora lo que yo entonces hice; es que no es la primera vez que escribo con ocasión de esta fecha. Durante algunos años me dejé llevar de mi impulso inicial, y allá iba mi pluma al servicio de la fecha. Han pasado años, muchos más, en que yo ya no la he celebrado sino con preguntas hechas a solas, y ahora, al abrirse la quinta década después del 18 dejulio primero, puedo, en alta voz, decir algo sobre el sentido de este día. Y no tendría valor lo que pueda decir si no lo encuadrara en el recuerdo de lo que dijo y de lo que he pensado ahora.

Hay regímenes políticos, los basados en una revolución, que tienen fecha fundacional. Así es el 14 de julio en Francia, o el Día de la Independencia en los Estados Unidos o en otros países de América. Pero también hay países que no sienten basada su subsistencia en una revolución, que tienen una idea como inmemorial de su historia, que acaso prefieren olvidar contiendas pasadas y despolitizan, si la tienen, una fiesta comunal, nacional, de todos los ciudadanos.

La fecha nacional puede consistir en una afirmación política, casi una declaración de guerra, como seguramente lo es la conmemoración de la revolución de octubre en la Unión Soviética y como lo eran las fechas de la marcha sobre. Roma o de la que llamaban Toma del Poder en la Alemania nazi. Es posiblé que el 14 de julio la toma de la Bastilla, tuviera inicialmente ese sentido, pero los ideales de la Igualdad ante la ley y del gobierno representativo se han hecho tan indiscutibles, que ahora ya no es una fiesta polémica.

El 18 de julio, en cambio, es una fiesta polémica. Su disfraz de Fiesta del Trabajo que le impusimos algunos falangistas que creíamos en las posibilidades demagógicas del sindicalismo no pudo ocultar nunca lo que representaba de agresión desesperada, de último acto de u na creciente serie de atentados y violencias por ambas partes.

En las primitivas conmemoracíones del 18 dejulio fue un componente importante la combinación de lo que se llamaba «nacional» con lo «social». La demagogia fascista, los tonos delirantes de unas «reivindicaciones» imposibles, y ya inactuales, coloreaban los primeros aniversarios del estallido de la guerra.

Pero, alrededor de España aislada, los acontecimientos históricos se precipitaban y el cerco desesperado en que se debatían Hitler y Mussolini orientó pronto de otra manera el 18 de julio. Me acuerdo que el único 18 de julio que acudía la fiesta de La Granja fue en compañía del entonces ministro Gabriel Arias Salgado. La guerra ya estaba decidida, y tanto él como su director de prensa, Juan Aparicio, dedicaron, en la fiesta todas sus atenciones al agregado de la Embajada de los Estados Unidos. Discutimos después, porque yo consideraba que, mientras fuéramos falangistas (e íbamos vestidos de camisa azul), no podíamos dignamente pasarnos a quien naturalmente nos despreciaría.

Mas no importó ir cambiando matices, y en el 18 de julio se acentuó, a partir de entonces, lo que tenía de cruzada y de desafío al comunismo internacional y de vuelta a la eterna católica España. Es probable que los años de retirada de embajadores y de repudio por vencedores en Potsdam volvieran a acentuar moderadamente los tonos fascistas. Pero la inconsistencia ideológica del régimen privó de contenido al 18 de julio. Era cada vez más una fiesta cansada, ya únicamente consagrada al poder personal del general Franco y de los que le apoyaban porque les apoyaba. Todos, los antiguos combatientes (no ex combatientes de profesión) y los que con más o menos convencimiento habían estado en un lado de la. trinchera, sentían aquello ajeno, frío, ritual y sin interés. Y no digamos los que estuvieron, por ideas o por geografía, en el otro bando.

No, no llegó nunca el 18 de julio a ser fiesta nacional. Ni fiesta fundada en una ideología, fiesta desafiante, pero acaso vuelta al porvenir y a la esperanza -aunque sea sólo de un partido dominante-, ni fiesta ya diluida y popular en la que no hay ni vencedores ni vencidos. Como la guerra civil misma, la fecha fue personalizada, y las personas desaparecen de este mundo, evaporándose todo lo que no era más que su aureola.