31 octubre 2007

En la tribuna de invitados del congreso históricos referentes del bando de la izquierda durante de la Guerra Civil española como Santiago Carrillo o Marcos Ana

El Gobierno Zapatero logra sacar adelante la Ley de Memoria Histórica con el voto en contra de PP y ERC

Hechos

El 31.10.2007 el Congreso de los Diputados aprobó la Ley de Memoria Histórica.

Lecturas

– El Partido Popular votó en contra de la ley de Memoria Histórica por su posición contraria a condenar a la derecha como ‘los malos’ en la Guerra Civil. Mientras que ERC votó en contra por considerar la ley demasiado blanda con la derecha.

ÁLVARO CUESTA (PSOE) ACUSA A ZAPLANA (PP): DE MANCHAR A AZAÑA POR CITARLE

El portavoz del PP en el debate fue D. Eduardo Zaplana, en el momento en el que este citó a D. Manuel Azaña, los diputados de la izquierda le abuchearon y el diputado del PSOE, D. Álvaro Cuesta le gritó: ¡No lo manches!’.

«¿AHORA DURÁN LLEIDA SE VA A ERIGIR COMO TROSTKISTA?»

El diputado de CiU, D. Josep Antoni Duran Lleida criticó la postura de ERC y en un momento recordó que la izquierda también cometió crímenes durante la Guerra Civil recordando el de D. Andreu Nin. Desde el público se le increpó por aquello: «¿Ahora se va a erigir como trostkista?

 

02 Noviembre 2007

Contra la concordia

ABC (Director: José Antonio Zarzalejos)

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EL proyecto de ley de «memoria histórica» fue aprobado el pasado miércoles por el Congreso de los Diputados, lo que, dado que la mayoría relativa del PP en el Senado no supone un obstáculo, garantiza

EL proyecto de ley de «memoria histórica» fue aprobado el pasado miércoles por el Congreso de los Diputados, lo que, dado que la mayoría relativa del PP en el Senado no supone un obstáculo, garantiza que este texto acabe en el Boletín Oficial del Estado antes de que termine el año. Se trata, sin duda, de una mala noticia para la sociedad española, porque será una ley que liquide el consenso constitucional sobre nuestro pasado inmediato, pues la Constitución de 1978 fue fruto de la más fiel memoria histórica de los españoles, dispuestos a no repetir más actitudes de enfrentamiento y odio. Ahora se presenta esta futura norma como una iniciativa que restaña heridas, buenas y falsas palabras que esconden las peores intenciones de una izquierda empeñada en sembrar el ordenamiento jurídico de normas cuyo verdadero efecto es la deslegitimación de la Transición y de los valores constitucionales. Nunca la memoria de un pueblo puede ser regulada por ley, ni la historia definida sólo por algo más de la mitad del Parlamento, salvo que se persiga lo que realmente se pretende en este caso, que es una ley ideológica, una ley doctrinaria cuya finalidad es el desahogo extemporáneo de una izquierda aún marcada por el fracaso de la República y cada día más al margen de la concordia nacional reiniciada en 1978. El apoyo del Partido Popular a las medidas que contiene el proyecto de ley para indemnizar a las víctimas republicanas de la contienda y de la dictadura y para despolitizar el Valle de los Caídos demuestra que, si el PSOE hubiera querido, habría podido lograr el consenso con la oposición. Pero el propósito no era tanto hacer justicia con quienes podrían merecerla, como demostrar que ahora hay en el Parlamento una mayoría de izquierda, radicalizada y revanchista -coreada por nacionalismos que quieren cuadrar el círculo de defender sus idearios democristianos en pactos contra natura con socialistas y comunistas-, dispuesta a pasar por encima de la convivencia con tal de demostrar que ésta no es la democracia ni el orden constitucional que les hubiera gustado hacer hace treinta años.

Por otro lado, es una ley sin aprecio ciudadano, porque no resuelve ninguno de los problemas que condicionan el presente y el futuro de la sociedad española. Aun cuando se insista -y el objetivo es legítimo- en que la norma pretende resarcir a las víctimas, la ley seguiría siendo innecesaria, porque todos los gobiernos democráticos han reparado moral y materialmente a los represaliados republicanos sin necesidad de normas legales ni debates retrospectivos. Además, es una ley que juega con los sentimientos porque hace pasar como derechos individuales lo que no son más que meros artificios legales, tales como la declaración de ilegitimidad de las sentencias dictadas por tribunales franquistas o la derogación de algunas leyes del anterior régimen, como si lo primero fuera suficiente por sí solo para anular una sentencia y lo segundo no se hubiera producido ya por efecto de la entrada en vigor de la Constitución. En definitiva, un golpe de mano legislativo de la izquierda contra la convivencia.

31 Octubre 2007

La memoria y el espíritu de la transición

Jaime Sartorius

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Ahora que se encuentra en trámite la llamada Ley de la Memoria Histórica con un texto mejorado, merced a las numerosas enmiendas introducidas, distintas voces desde el principal partido de la oposición intentan desacreditarla haciéndose portavoces de un supuesto espíritu de la transición, a la que tantas trabas pusieran en su momento, defendiendo el borrón y cuenta nueva que supuso la Ley de Amnistía de octubre de 1977.

Treinta años que, por momentos, no parecen haber cambiado nada en una derecha política que no es capaz de asimilar sin reticencias su condena a la Guerra Civil y a la dictadura del general Franco, cuando en su seno existen mimbres generacionales que, sin lugar a dudas, sostienen posturas inequívocamente democráticas sobre la cuestión, desmarcándose de ese periodo negro de la historia de España.

Negar la evidencia de la historia no tan lejana de España es tanto como negar que destacados miembros del Partido Popular se encontraron muy cómodos durante la dictadura, pero treinta años después de su desaparición y con el caudal informativo sobre las injusticias y sobre el retraso que supuso en todos los órdenes, sociales, culturales y políticos, parecería acertado que la ciudadanía percibiera signos evidentes de readaptación a los nuevos tiempos que, dicho sea de paso, serían recibidos como una lección educativa a los nostálgicos.

En esa reticencia a condenar la injusticia se encuentra, sin duda, la base del clima de crispación de esta legislatura en la que se ha creado una tensión innecesaria que, en ningún caso, se basaba en factores objetivos y que afortunadamente parece ir remitiendo.

Cómo entender si no las continuas alusiones sobre el alcance de lo que supuso la Ley de Amnistía. Alusiones que desbordan el contenido de la misma, que declaró exentos de responsabilidad penal todos los actos de intencionalidad política tipificados como delitos y sus conexos, realizados antes del 15 de diciembre de 1976, pero que en ningún momento tuvo la pretensión de provocar el olvido de la historia y menos todavía el ser un freno a la reivindicación moral y política de los que sufrieron por defender la legalidad republicana y la instauración de las libertades.

El doble rasero y unas ciertas dosis de hipocresía son los elementos que parecen inspirar a los defensores del borrón y cuenta nueva. Y para muestra un botón: mientras se afirma que esta norma rompe el consenso de la transición por reconocer derechos elementales a los represaliados políticos -muchos de cuyos restos se encuentran todavía en fosas comunes y cunetas no existe el menor problema para que la Iglesia, dentro de la más absoluta normalidad, beatifique a cientos de sacerdotes y religiosos ejecutados en el enfrentamiento armado. Como si sólo los vencedores de la contienda, como fue el caso durante decenios, tuvieran el derecho a reivindicar la memoria de las víctimas.

Pero, si hablamos de memoria histórica, sería bueno en este debate recordar que hace ahora treinta años se aprobó la Ley de Amnistía por las Cortes españolas, eso sí, con la abstención de Alianza Popular, que no quiso participar ni siquiera en la comisión redactora del proyecto, pese a que constituida ésta y por unanimidad de sus integrantes se invitó reiteradamente a sus representantes, sin resultado alguno.

La de Amnistía fue una de las leyes claves de la transición. Discutida y aprobada tras las elecciones de junio de 1977, en plena discusión de los Acuerdos de la Moncloa y con ruido de sables al fondo, cumplía una reiterada aspiración de las fuerzas contrarias a la dictadura y daba credibilidad al proceso democrático. Se trataba de amnistiar a las decenas de miles de represaliados, muchos de ellos exiliados, que cometieron la imprudencia de oponerse al franquismo.

El acuerdo sobre la ley no fue fácil, aunque las discusiones entre los representantes de los partidos políticos estuvieron presididas por la voluntad del consenso. Hubo un gran debate sobre la fecha de aplicación en tres fases y la razón de las exclusiones habidas en cada una de ellas; la autoridad aplicante; las garantías de aplicación y el plazo máximo para ello.

El acuerdo en la Comisión redactora parlamentaria fue general en casi todos los casos, pero desde el primer momento se pudo constatar que el escollo se producía en tres aspectos concretos: la amnistía laboral; la de los presos de ETA que habían cometido delitos de sangre y la de los militares represaliados.

La amnistía laboral era necesaria para permitir a miles y miles de trabajadores y funcionarios que fueron despedidos de sus puestos de trabajo por razones políticas reintegrarse a ellos sin pérdida de derechos, cubriendo el Estado las cotizaciones a la Seguridad Social.

La amnistía de los presos condenados o acusados por prácticas terroristas, que tenían las manos manchadas de sangre, sobre todo ETA, fue harina de otro costal. Desde el primer momento UCD se opuso frontalmente a esa posibilidad, alegando esencialmente que la sociedad no lo entendería y que los militares no lo aceptarían.

En algún momento pareció que el acuerdo devendría imposible y no fue hasta el último momento del último día que el Gobierno lo aceptó, al recordársele que las objeciones carecían de fuerza moral, cuando las condenas se habían aplicado por un régimen político que basó su legitimidad en un levantamiento armado contra un Gobierno elegido democráticamente, que consolidó su existencia en la victoria en una cruenta Guerra Civil -que destrozó al país-, en la supresión absoluta de las libertades públicas y en una represión masiva y brutal contra sus opositores.

Lo cierto es que la Ley puso en libertad a todos los condenados por terrorismo, pese a la resistencia del aparato militar que les tenía encarcelados.

La gran frustración de los representantes de la izquierda en la Comisión parlamentaria redactora de la ley fue la clara insuficiencia de la amnistía militar, sobre todo la que se refería a los oficiales y mandos que fueron condenados por pertenecer a la Unión Militar Democrática, a los que no se les reintegró en sus puestos en el Ejército. La posición de UCD fue inamovible. Se podrían reconocer los derechos económicos, como se hizo, de los mandos apartados del Ejército. Se prometió que más adelante se resolvería su situación, pero su posición no cambió. La aprobación de la propia Ley se tambaleó y estuvo a punto de irse a pique. Dejar fuera a los militares demócratas constituía una injusticia flagrante, muy difícil de aceptar. Pero los representantes de UCD fueron explícitos: el vicepresidente del Gobierno, Gutiérrez Mellado, en sus intentos de neutralización al Ejército, se había comprometido con sus altos mandos en que mientras estuviera en su puesto los miembros de UMD no volverían a las Fuerzas Armadas. Y si la Ley acordaba lo contrario dimitiría de la vicepresidencia.

Antes de que se produjera esa situación, los integrantes de la delegación de UCD transmitieron la que afirmaron era la decisión del presidente Suárez. No podía permitirse la dimisión de su segundo en el Gobierno y antes de ello daba carpetazo a la Ley de Amnistía y se replanteaba la continuación de los Pactos de la Moncloa. Puesta en tal disyuntiva, la oposición entendió que se había alcanzado un acuerdo en muchas cosas positivas y no merecía la pena arriesgarse a perderlas todas.

Y ese fue el espíritu de la transición al que algunos aluden constantemente pero en el que, en ese caso, como en muchos otros, se negaron a participar.

Jaime Sartorius