13 abril 2001

Guardiola aspira a volver al club cuando finalice su etapa de jugador para pasar a ser su entrenador

El jugador de fútbol Pepe Guardiola abandona el Fútbol Club Barcelona después de 17 años que le han convertido en símbolo del club

Hechos

Su marcha como jugador se hizo pública el 12 de abril de 2001.

13 Abril 2001

Guardiola

EL PAÍS (Director: Jesús Ceberio)

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Una larga y brillante carrera ha hecho de Pep Guardiola algo más que un jugador de fútbol. De ahí la trascendencia que ha alcanzado su despedida del Barcelona, donde ha alcanzado todas las metas que puede soñar un futbolista. Ingresó de niño y, después de 17 años, sale convertido en el símbolo por excelencia del barcelonismo, el representante perfecto de una década prodigiosa. Pero su espléndida trayectoria no basta para explicar el impacto que ha tenido Guardiola para el Barcelona y, por extensión, para el fútbol español.

Probablemente ningún jugador español haya ofrecido tantas vertientes como Guardiola, un referente de primer orden en lo futbolístico, inquieto representante del deportista que se niega a vivir en una burbuja ajena a la realidad. Se diría que no hay un Guardiola, sino múltiples Guardiolas, o múltiples miradas sobre un jugador que deja un enorme vacío. El fútbol es mucho más que fútbol cuando lo protagonizan jugadores excepcionales como el centrocampista barcelonés, por su compromiso con el oficio que practican, con sus compañeros, con su club y con la afición que les sigue y que ellos mismos terminan representando.

Su marcha coincide con un periodo de turbulencias en el Barcelona, que ha visto desfilar en menos de un año al presidente Nuñez, al entrenador Van Gaal, a su principal estrella, Figo, y al capitán, el último representante del dream team que reunió Johan Cruyff. A esta sensación de estupor que sufre el barcelonismo se añade la perplejidad que provocó la soledad de Guardiola en el momento de anunciar su decisión, con la elocuente ausencia del presidente, Joan Gaspart, y de los principales dirigentes del club.

Es evidente que con Guardiola se va un gran símbolo del barcelonismo. Nadie ha hecho un uso mejor y más razonable de esa representatividad. Pero quizá ese manto comenzaba a ser demasiado pesado y le recortaba la verdadera pasión de todo jugador: el fútbol.

10 Abril 2001

Glorioso Guardiola

Santiago Segurola

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A la indiscutible contribución de Guardiola a los últimos diez años del fútbol español, hay que añadir su actuación en Vila-real, decepcionante para muchos, pero grandiosa en realidad. Desde el análisis puro se le puede considerar responsable de dos goles del Villarreal. Dos balones perdidos en una zona crítica, donde los centrocampistas tienen que afinar como cirujanos. Allí, la diferencia entre la vida y la muerte en un partido es un mal pase horizontal, un regate innecesario, un mal control.

Para un jugador tan perfecccionista como Guardiola, un obsesivo de la precisión, los errores debieron convertir su sufrimiento en un tormento. Cualquiera en su lugar quedaría destruido, fulminado por la culpa, en un momento crítico de su carrera, porque hay quienes cuestionan la vigencia de Guardiola como conductor del Barça.

Lo grandioso de su actuación no está tan relacionado con sus espectaculares pases a Kluivert y Rivaldo en dos de los goles del Barça, como con su capacidad para reponerse al calvario interno. Un gran futbolista no es simplemente uno que juega como los dioses. Con eso no es suficiente. Hay que tener un carácter de hierro, el espíritu competitivo para rebelarte contra la derrota personal y colectiva, la clase de entereza que convierte a un jugador en el líder del equipo. Eso es lo que fue Guardiola en una tarde terrible. De de ahí que su partido sea uno de los más admirables de su larga carrera.

Lo normal en su caso era claudicar, pero el capitán del Barça se negó. Probablemente en ese instante comprendió que estaban en juego demasiadas cosas. Si hubiera cedido al peso de sus errores, el partido frente al Villarreal se habría intepretado como el signo de su decadencia. El fútbol es así de simplista y cruel. Hay momentos que marcan definitivamente la carrera de los mejores jugadores de la historia. Guardiola se vio de frente a uno de esos instantes criminales y se negó a capitular, como tantas veces se ha negado. Como cuando le consideraban demasiado flaco y demasiado lento para jugar en los juveniles del Barça. Como cuando se dijo que ese tipo de medio centro no tenía cabida en el fútbol moderno. Igual que cuando se convirtió en el primer medio centro del mundo al que se le dedicaban marcajes individuales, a pesar de moverse a 50 o 60 metros del área. O cuando sufrió una lesión que estuvo a punto de poner fin a su carrera.

De todos esos desafíos salió ganador este futbolista irrepetible, el mejor medio centro que ha dado el fútbol español, el primero que ha definido exactamente la naturaleza de un puesto esencial en el fútbol, a pesar de los modernos de pacotilla que prefieren desdeñar el juego en el medio campo para no cometer errores como los de Guardiola en El Madrigal. Por fortuna, Guardiola tiene una ventaja sobre casi todos los jugadores. No sólo juega bien, sino que tiene convicciones inalterables. Bastó verle en una gloriosa tarde de perros.