20 marzo 2020

La crisis del COVID incrementa la caída económica de la prensa impresa

EL MUNDO despide como columnistas a Carmen Rigalt, Fernando Sánchez Dragó y Javier Villán argumentando la necesidad de un ajuste presupuestario

Hechos

En marzo de 2021 se hizo pública la salida de EL MUNDO de tres colaboradores veteranos del periódico.

Lecturas

El 3.03.2020 se hizo público que Unidad Editorial prescindía de Dña. Carmen Rigalt como columnista de EL MUNDO.

El 20.03.2020 se hizo público que Unidad Editorial prescindía de D. Javier Villán como columnista de EL MUNDO.

El 21.03.2020 se hizo público que Unidad Editorial prescindía de D. Fernando Sánchez Dragó como columnista de EL MUNDO.

05 Marzo 2020

Carmen Rigalt es una especie de periodista en vías de extinción

Jorge Javier Vázquez

Leer

Que un periódico prescinda de Carmen Rigalt no dice nada malo de ella sino del medio, que ahonda en su proceso de descomposición y se encamina de manera irremediable hacia la nada. Ese periódico se olvidó hace años de informar y se ha convertido en voz de la derecha, de la extrema derecha e incluso de la de más allá.

Un periódico que cuenta con tantos articulistas que enaltecen a Cayetana Álvarez de Toledo dice muchísimo de él. De sus principios y, sobre todo, de su final. Un final, por cierto, tan cercano como previsible, si es que no se ha producido ya. Decidir no contar con alguien como Carmen Rigalt es todo un alivio para ella porque no creo que una profesional de su valía se encuentre a gusto en un periódico que es de todo menos eso.

Es un club social, una pasarela de vanidades que sirve para que empresarios ajenos al periodismo alternen con el poder y vean la vida pasar entre campeonatos de pádel y comidas de negocios. Carmen Rigalt es otra cosa, una periodista. Cuidado, que se dice pronto. Pero no os creáis: es una especie en vías de extinción, un elemento que ya no abunda, una firme representante de un oficio del que van quedando ya muy pocos.

Porque ahora, reconozcámoslo, es difícil encontrar a un periodista de verdad. Quizás porque sean otros tiempos, pero se lleva otra cosa: una persona que siembre el pánico en un plató, un terrorista no ya de la información sino de la opinión, alguien que escupa tuits sin pestañear y a poder ser con coche para que le dé tiempo de ir de un plató a una emisora de radio para volver luego otra vez a un plató a continuar vomitando bilis. La Rigalt, ya digo, es otra cosa. Es un lujo tan preciado como el tiempo pero ahora los que contratan tiran más por el bolso con las iniciales de la marca bien grandes. Les tira más la evidencia que la sutileza.

Carmen Rigalt trabaja como las arañas, tejiendo historias que te atrapan por bien escritas, sensatas, lúcidas y que a veces escuecen porque te obligan a reconsiderar planteamientos que tú creías muy bien instalados e incluso aceptados en tu pensamiento. Puede que la Rigalt no esté de moda, pero tampoco lo está especialmente hoy en día Pessoa y mira el respeto que se le tiene. Yo a Carmen le tengo respeto, admiración, cariño, amor y muchísimas cosas más. Me ha enseñado de la profesión pero sobre todo de la vida. Es, sin lugar a dudas, una de las personas más importantes de la mía.

Se ha ido –o le han hecho irse– de un sitio donde ya no la merecían. No me alegro, porque no es agradable lo que le han hecho, pero sí que me da mucha felicidad saber que ya no está ahí porque últimamente ese periódico se me caía de las manos. Bueno, hace ya algunos años para ser exactos. Si la vida fuera justa, Carmen Rigalt debería estar en estos momentos escuchando ofertas laborales sin parar; agobiándose porque no es capaz de hacer frente a tanto trabajo; dándole con sus artículos en las narices a todos aquellos que han despreciado su categoría. Ojalá.

18 Marzo 2020

Historia de dos despidos El Mundo

Javier Villán

Blog

Leer

Quizá debiera escribir del coronavirus que nos asuela, pero creo que todo está dicho, o casi todo, quizá yo mismo he escrito, no sé, a no ser que alguien descubra que se trata de una guerra bacteriológica de exterminio. Quien  quiera profundizar en lo del coronavirus,  que lea a Camus autor de La peste Saramago que escribió Ensayo sobre la ceguera.  Algunos amigos y  la revista Artez, me piden que explique las razones de mi expulsión  fulminante y la de Carmen Rigalt del diario que fundó PedroJOTA, en el que llevábamos escribiendo 30 años, yo de toros y teatro y Carmen, la más deliciosa y viperina crónica de sociedad, entre otras cosas. La verdad es que no lo sé y estoy dispuesto a aceptar que son razones económicas.  Mi despido me lo comunicó el jefe de cultura, Manuel Llorente, atribulado y confuso: “estás despedido”. Tajante y contundente. De paso me transmitía los pesares de toda la redacción de cultura.  No parece  cierto ni demostrable que haya mediado en en el suceso Jorge Bustos, jefe de opinión,  cuyo lema,   “prefiero  un corrupto a un comunista”. En cualquier caso, nada más lejos del rojerío montaraz  que el seny catalán de Carmen. A   Carmen Rigalt, convaleciente de un infarto, la citó Rosell,  en el Palace para decirle que no le renovaba el contrato. Conmigo lo tuvieron más fácil; nunca firmé un contrato y, cuando  había  que negociar algo,  el Jota me exponía la situación y hablábamos.  Hubo dos momentos tensos con PedroJ. Uno, cuando  Paco Umbral decidió hacer crítica de teatro y tanto Fernando Baeta como Manuel Hidalgo me dijeron,  “El Jota y todos  estamos preocupados por tu reacción, no queremos perderte”.    Al día siguiente apareció un editorialillo en la tercera que decía: “Umbral y Javier Villán compartirán la crítica de teatro”. El otro momento, quizá más tenso, fue cuando me anunciaron el desembarco de Zabala de la Serna en la crítica taurina, via Luis María Anson, pues el histórico apellido Zabala, estaba a punto de ser  borrado  de ABC,  por no sé  qué rara circunstancia  que Andrés Amorós y Antonio Burgos explicaron a su manera, un tanto venenosa por parte de Burgos. Me limité a decirle a PedroJ que Vicente y yo representábamos dos conceptos antagónicos  de la Fiesta y yo no pensaba renunciar al mío que él, Pedro, había estimulado siempre. PedroJ dibujó una página. Por un lado la crítica, digamos narrativa,  y por otro lado un  “artículo  de autoridad” firmado por mí. Acepté y la verdad que la página resultó un éxito incontestable y Vicente y yo nos llevamos razonablemente bien, no importaba la diferencia de criterios.

Mi llegada al Mundo

Llegué a El Mundo  desde El Independiente de Pablo Sebastián y Cesar Alonso de los Rios que se lo tomaron como una traición. En El Independiente estaba Florentino López Negrín, subdirector de Pueblo, el periódico de Sindicatos, de Emilio Romero,  que me acusaba de inventarme críticas de espectáculos inexistentes.  No había razones para eso y Pablo Sebastian lo sabía. El hecho concreto  fue una función sobre Maiakowski en los jardines de Galileo. Diluvió durante un buen rato, la gente y los críticos pensaron que la representación se suspendería y se marcharon. Yo me quedé y la función se dio. Le propuse a Sebastián que, para evitar fricciones, yo podía dedicarme al teatro de vanguardia y Florentino a los clásicos y los románticos de los que afirmé “era un experto”. Cuando López Negrín y yo nos hicimos relativamente  amigos, me confesó que él temió que fuera a quitarle el sitio, lo cual hubiera sido como quitarle parte de su vida.  Pepe Lucas, el pintor murciano de Cieza y muralista de la estación de Chamartín,   vecino de Alfonso de Salas, fundador del Mundo, fue mi valedor.

Valga este excurso inicial para explicar cómo llegué con honores   al Mundo; y cómo con honores he permanecido hasta el reciente  despido escribiendo de teatro.  Me llamó Mari Carmen García, la Mariguapi de las columnas de Umbral, y me dijo: “Habla con Fernando Baeta; PedroJ quiere que hagas la Feria de Abril de Sevilla, ya tienes billetes y hotel reservado”. Me quedé de piedra, pues pensé que me llamaba por lo menos como editorialista, que es a lo que aspira  todo neófito. Ese fue el estilo de captar un colaborador. El estilo  de Francisco Rosell de despedir es otro. Y acaso también el de Alcalá Galiano, el gran jefe, que cuando me dieron  el Premio Carlos Porto en Almada (Lisboa), a las mejores críticas de teatro, me llamó para decirme textualmente, “tener un periodista como tú es un privilegio para el Mundo”. Puede que el gran jefe haya cambiado de opinión.  Estos son los hechos. La situación de la prensa es mala y la del Mundo no es una excepción, pese a algunas individualidades brillantes que no salvan a Francisco Rosell, el muchacho de provincias que creyó alcanzar el poder absoluto conquistando Madrid. Tampoco el Mundo fue generoso con un grande del periodismo español, el sabio y melancólico Pedro Cuartango. Tras tenerlo un año como director en funciones, tuvo que marcharse. Ahora le escucho todas las noches en Radio Nacional de España.  ¡Qué dios reparta suerte.!

20 Marzo 2020

Fernando Sánchez Dragó comienza andadura en Twitter y funda el semanario ‘La Retaguardia’

La Retaguardia (Web de Sánchez Dragó)

Leer

En mitad del caos reinante durante la pandemia, Fernando Sánchez Dragó acaba de abrirse una cuenta en Twitter. Éste ha sido su primer tweet: «¿Sorprendidos? ¿Dragó en una red social? Pues sí. Me como lo dicho. Los acontecimientos me obligan a ello. En el próximo mensaje explicaré por qué.»

Quien desee conocer los motivos, puede seguirlo en @F_Sanchez_Drago.

En el confinamiento, Dragó además ha fundado un semanario, cuya cabecera será ‘La Retaguardia’. He aquí su ‘Razón de ser’:

«Puede sonar a desvarío la decisión de fundar un semanario de información y de opinión cuando la toma alguien que ya no cumplirá ochenta y tres años y lo mismo, tal como están las cosas, tampoco cumplirá los ochenta y cuatro. Pertenezco por edad y por mis tres by-passes en las coronarias, unidos a la válvula de vaca brava que hace quince meses me pusieron en la aorta, a eso que ahora llaman grupo de riesgo. ¿De riesgo? ¡Pero si yo, que nací poco después de que comenzase la guerra civil y huí de ella, rumbo a Orán y en brazos de mi madre, a bordo de una avioneta de los servicios postales franceses, siempre he vivido en zona de riesgo! Pisé cárceles, crucé fronteras sin pasaporte, estuve en el exilio, atravesé el Sáhara en cuatro ocasiones, cubrí la guerra de Vietnam, la semana de protesta contra Pinochet, la revuelta de los sikhs en el Punjab y el terremoto de Fukushima, por poner unos cuantos ejemplos, y corrí muchas veces los sanfermines, los encierros de Cuéllar y la Saca de Soria. No lo digo por ponerme moños, sino para dar cuenta de las razones, pues sinrazones no son, que hoy me lleva a acometer esta nueva aventura lindante, al sentir de muchos, amigos o enemigos y familiares, con la locura. Quizá lo sea. Quizá La Retaguardia sea sólo una mascletá que tras hacer un poco de ruido se quede en nada. O quizá, en días tan locos como los que corren, nos viralicen ‒no todos los virus van a ser malignos‒ y podamos dar un empujón, por mínimo, que sea, a la inaplazable tarea de devolver al periodismo lo que el periodismo fue: un oficio de honor, de libertad, de independencia, de ingenio (no exento, cuando la ocasión lo requiera, de mal genio) y de insobornable búsqueda de la verdad. Palabras, meras palabras, bien lo sé, que sólo el quehacer, si está a su altura, convertirá en hechos.

»Hace muy pocos días fui expulsado del diario El Mundo, manu militari, por así decir, tras varias décadas de colaboración en él. Adujeron motivos presupuestarios. Veraces o no que fuesen ‒evito la tentación de caer en la conspiranoia‒, lo cierto es que me quedé sin hueco en la prensa escrita. Había empezado a caracolear en ella cuando tenía ocho años. Di entonces vida a un periódico ológrafo y de ejemplar único al que puse por título “La nueva España”. Lo alquilaba, de uno en uno, a los amables vecinos del inmueble de Madrid en el que vivía. Cobraba cinco céntimos de peseta. Conservo un ejemplar. A partir de aquello, aunque ya en edad adulta, pasé por muchas cabeceras de prensa, radio y televisión: ABC, la RAI, la NHK japonesa, El Alcázar (en su etapa de apertura política), Il Giorno, Informaciones, la Primera y la Dos de Televisión Española, Cambio 16, Diario 16, El Mundo, Radio Cadena, Radio Nacional, Onda Cero, la Cope, Canal Nou, Telemadrid, EsRadio…

»De casta me venía. Mi tío abuelo Modesto Sánchez Ortiz había sido director de La Vanguardia. Mi abuelo Gerardo, hermano suyo, fundó la Asociación de la Prensa de Madrid en compañía de otros colegas, mi padre, a los veinticuatro años de edad, había sido redactor jefe de La Voz y era ya director de la legendaria Agencia Febus, del grupo Urgoiti, y de otras tres agencias informativas: Noti-Sport, Esparta (de noticias cinematográficas) y Alpes (de colaboraciones literarias). Lo mataron en Burgos, inicuamente paseado, el mismo día en que cumplía veintisiete años.

»¿Podía yo, último vástago de ese linaje periodístico, resignarme ahora, en días de tanto y tan ominoso e insoslayable apremio, a colgar la pluma y a enmudecer hasta que el coronavirus o el goteo de la clepsidra del tiempo me arrenaten el oremus, la voz y la palabra? ¿Debía, y subrayo el verbo, pues se trata de un imperativo no sólo profesional, sino también moral, interrumpir definitivamente una trayectoria iniciada por los míos antes de que yo naciese y sostenida a lo largo de toda mi existencia por mi empeño en ser rama, no sé si bendita o no, que al tronco sale?

»Pues no. Ni el director de El Mundo, al que no guardo rencor por no ser ése mi estilo ‒la vida es así, y punto‒, ni la fuerza de las circunstancias y del coronavirus van a ponerme una mordaza. Haré lo que pueda, que de momento no es mucho, y Dios o el demonio dirán.

»Concebí este semanario hace cuatro o cinco días. Lo hago sin invertir ni tan siquiera un euro ni contar, por ahora, con patrocinador alguno. Estoy encerrado a rajatabla en mi domicilio de Madrid desde hace dieciséis días. No tengo síntomas. Más me vale tocar madera. Hay mucha en esta casa, convertida, en lo que a mí respecta, en isla de Robinsón. Cuento sólo con la ayuda de una persona que desde los ocho o nueve años quiso llegar a ser periodista, y que lo es. Nos comunicamos por correo electrónico y por teléfono. Quiere mantenerse en el anonimato y yo respeto su voluntad. Figurará aquí con el nom de guerre de Señorita Nouvelle Vague. Si La Retaguardia se lanza al fragor de la batalla en soporte virtual, y sólo en él, es gracias a su colaboración. Yo no sé hacer nada, lo que se dice nada, en la frondosa selva de la Red. Esa ineptitud, lejos de acobardarme, me excita. Me siento como el primer astronauta que pisó la luna.

»Convencido, como lo estoy, de que es en la retaguardia donde se ganan las guerras, empuño ya mi incruento fusil de francotirador (o de Lobo Feroz, señor Rosell) y me agazapo en ella. Mi madre me decía que siempre estaba yo corriendo delante del toro de la vida. «Como tu padre», añadía. Razón llevaba. Eso es, ni más ni menos, mamá (y papá), lo que hoy como ayer estoy haciendo.