10 octubre 2009

El Presidente de Estados Unidos, Barack Obama, recoge el Premio Nobel de la Paz antes de haber cumplido ni un año de mandato

Hechos

Fue noticia el 10 de octubre de 2009.

10 Octubre 2009

Nobel bienintencionado

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

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Barack Obama recibe el premio de la paz a un esfuerzo que apenas ha comenzado a dar fruto

No pudo ser Chicago, pero sí el propio presidente norteamericano Barack Obama. No hubo Juegos para la urbe, pero sí el mayor galardón que se otorga por la paz mundial para el mandatario que ha hecho de ella su ciudad adoptiva. Este año no se ha concedido un premio a la obra acabada, sino a un proyecto de futuro. El propio primer ministro noruego, Jens Stoltenberg, lo subrayaba cuando decía que el galardón estaba cargado de expectativas, «aunque está por ver si va a tener éxito en la búsqueda de la reconciliación, de la paz y del desarme nuclear».

Pero incluso admitiendo que la vida de Obama está aún en su primer o segundo capítulo, no es del todo cierto ni justo afirmar que todo es aún proyecto; contrariamente, ha puesto fin a buena parte de las políticas unilaterales y agresivas de su antecesor, George W. Bush. No sólo ha cambiado en Washington la faz de las cosas, sino que está limpiando, bien que no sin dificultades, el pentagrama para inscribir en él partitura muy distinta.

El presidente norteamericano ha iniciado ya el despeje de Guantánamo, donde aún había centenares de presos, ni procesados, ni juzgados, ni condenados, cuando asumió en enero pasado; y aunque ya admite que no podrá cumplir su promesa de cerrar el campo de la infamia en enero de 2010 por razones de legalidad y oportunidad, el principio del fin de esa ignominia sí es una realidad; en diciembre expira el tratado START con Rusia para la limitación de armas nucleares, y la sensible mejora de relaciones con Moscú, entera obra de Obama, permite algún optimismo; la retirada de Irak, si bien es cierto que ya estaba en alguna medida prevista por Bush, dejará el país sin tropas de combate norteamericanas, y quizá de ninguna clase, para fin de 2011; la negociación sobre el programa nuclear iraní comenzó el pasado 1 de octubre y lo abrupto de la situación no ha de negarle al presidente la posibilidad de combinar con éxito generosidad y firmeza.

Y queda, por supuesto, un doble parto de los montes que pondría a prueba al más excelso de los mandatarios. Afganistán-Pakistán, donde Obama resiste las presiones militares para que escale la guerra; y el conflicto palestino-israelí, que muchos ven como clave de bóveda de las tensiones de todo Oriente Medio. La reacción israelí ha sido, como no podía dudarse en diplomacia, formalmente entusiasta, cuando lo que Jerusalén siente por Obama se describiría mejor en términos más glaciales; y, paralelamente, la Autoridad Palestina, contando con que las víctimas siempre son más libres de decir la verdad, algo menos calurosa pese a que nadie desea más que EE UU medie de verdad por la paz en la zona.

Es un premio merecido porque incentiva, dibuja un horizonte. Y, sobre todo, cuando Henry Kissinger y Le Duc Tho pudieron ser conjuntamente Nobel de la Paz por un Vietnam cuya guerra hizo caso omiso de sus pactos, ¿quién puede negar hoy a Obama el beneficio de la duda?

10 Octubre 2009

Un premio al liderazgo de EE UU

Antonio Caño

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El galardón reconoce el compromiso de Obama por el diálogo internacional y el desarme nuclear - El comité noruego evoca los casos de Gorbachov y Brandt

La concesión del Nobel de la Paz a Barack Obama por sus esfuerzos a favor de la diplomacia multilateral y el desarme nuclear eleva aún más las expectativas sobre su presidencia y su responsabilidad personal en la transformación del mundo que conocemos. Obama aceptó ayer esa pesadísima carga al declarar que entendía la concesión del prestigioso premio como «una llamada a la acción», un estímulo para hacer frente a conflictos que desangran a la humanidad desde hace décadas y a las nuevas amenazas. Nunca antes, la concesión del Nobel había sido la expresión de una esperanza. La misma que aupó a Obama a la presidencia de EE UU en noviembre pasado y la misma que lo ha convertido en el mayor símbolo del cambio hacia un futuro mejor.

Aunque el comité noruego que decide el premio explicó en Oslo su decisión como un respaldo «a lo que ha defendido y al proceso positivo que ha puesto en marcha», sólo la esperanza puede justificar esta monumental distinción a un hombre que sólo lleva nueve meses en la Casa Blanca y que, por tanto, no ha cosechado aún méritos suficientes.

Obama reconoció ayer con humildad su corto historial y quiso extender el reconocimiento al papel que Estados Unidos puede jugar en esta época post-George Bush en el fomento de una convivencia internacional basada en el respeto, el diálogo y la cooperación. «Siento que no merezco estar en compañía de tantas figuras transformadoras que han sido honradas con este premio», manifestó.

Este galardón constituye, seguramente, un orgullo para millones de compatriotas que tienen que remontarse hasta 1919 para encontrar al último presidente, Woodrow Wilson, que lo recibió durante su mandato -antes lo había ganado Theodore Roosevelt, en 1906, y después, ya fuera de la Casa Blanca, lo obtuvo Jimmy Carter en 2002-. Pero eso no significa que el Nobel no deje fríos a otros muchos millones de norteamericanos indiferentes a la opinión extranjera ni que esto sea una patente de corso para el resto de su gestión.

Al contrario. El premio le llega a Obama cuando, dentro de Estados Unidos, empieza a cuestionarse seriamente el acierto de sus principales decisiones, tanto internacionales como domésticas, y cuando su popularidad, hoy ligeramente por encima del 50%, empieza a decrecer. Pasado el furor de las primeras horas, con toda probabilidad esta distinción será utilizada por sus rivales para acentuar las críticas sobre la pretendida vanidad de un personaje al que se acusa de que, a medida que crece como estrella mundial, se despega más de las preocupaciones del ciudadano común. Hasta tal punto, que el portavoz de la Casa Blanca, Robert Gibbs, ya tuvo ayer que responder a preguntas sobre si Obama había considerado la posibilidad de renunciar al galardón.

Tratando de anticiparse a todo eso, el presidente declaró que no interpreta el Nobel como un reconocimiento a sus propios logros sino como «una afirmación al liderazgo norteamericano». Precisamente de la pérdida de ese liderazgo le acusan sus críticos. El último ejemplo fue la derrota de la candidatura de Chicago para la celebración de los Juegos Olímpicos. Y, en áreas más delicadas, Obama es acusado por la oposición de abandonar a los aliados y no plantar cara a los enemigos.

En ese sentido, este premio puede ser útil frente a esas críticas como refrendo de la política que Obama trata de desarrollar. Así lo entiende por lo menos el comité del Nobel, cuyo presidente, Thorbjoern Jagland, comparó ayer este galardón con el que, en su día, se otorgó a Willy Brandt o a Mijaíl Gorbachov con el ánimo de impulsar la ostpolitik y la perestroika.

Obama ratificó ayer, en su comparecencia en la Casa Blanca, el pensamiento por el que ha sido laureado. El primero, el de una diplomacia multilateral. «Los desafíos actuales no pueden ser afrontados por un líder o una nación sola», dijo. «Mi Administración trabaja para establecer una nueva era de compromiso en la cual todos los países asuman su responsabilidad en el mundo que se pretende construir».

El segundo pilar de la política exterior premiada en Oslo es el del desarme y la no proliferación: «No podemos tolerar un mundo en el que las armas nucleares se extiendan a otras naciones y en el que terror de un holocausto nuclear amenace a más personas. Por eso hemos empezado a dar pasos concretos hacia un mundo sin armas nucleares».

Frases similares pueden ser pronunciadas por cualquiera sin más valor que el de la bella retórica. Obama, en cambio, es el presidente de Estados Unidos, y cuenta con los instrumentos para cumplir con sus promesas, al menos parcialmente. El Nobel viene a ser un instrumento más que se le concede a un hombre ya poderoso para lidiar con asuntos como el programa nuclear de Irán, la guerra de Afganistán, la retirada de Irak, el conflicto de Oriente Próximo, el desarrollo de África, la extensión pacífica de la democracia y la convivencia en términos de colaboración con otras potencias mundial, especialmente China.

Este galardón es, en cierta medida, un mensaje de la comunidad internacional a Estados Unidos sobre el camino que desea que este país siga. Es un premio, no a lo que Obama ha hecho -excepto las medidas contra las torturas y algunos pequeños avances en relación con Irán, Cuba o Rusia- sino a lo que Obama ha dicho que va a hacer. Y es, quizá por encima de eso, un premio a todo el país por haber puesto fin a la etapa de Bush y haber elegido al primer presidente negro. Estados Unidos es ahora un país popular. Una reciente encuesta del Instituto Pew señalaba que, incluso en países tan anti norteamericanos como Turquía, España o Francia, el porcentaje de personas con un punto de vista favorable al presidente norteamericano había ascendido un 20% o un 30%. El Nobel viene a ratificar esa opinión. Tal vez con ciertas sospechas y desconfianza de parte de algunos estadounidenses, que tienden a pensar mal de los elogios extraños. Pero, al mismo tiempo, como un anuncio del papel que Obama puede ocupar en la historia.

OTROS PREMIOS NOBEL A POLÍTICOS

Barack Obama es el cuarto presidente estadounidense que recibe el Nobel de la Paz. Es el tercero al que se le otorga en ejercicio tras Theodore Roosevelt, en 1906, y Woodrow Wilson, en 1919. Jimmy Carter, lo recibió en 2002.

– 1973. Henry Kissinger, Le Duc Tho. Los negociadores que terminaron la guerra de Vietnam.

– 1978. Anuar el Sadat, Menájem Begin. Por la firma de la paz entre Egipto e Israel.

– 1983. Lech Walesa. Líder del sindicato Solidaridad. Por su lucha para conseguir el derecho de sindicación en la Polonia comunista.

– 1987. Óscar Arias Sánchez. Por sus esfuerzos para pacificar América Central en una década de guerras civiles.

– 1990. Mijaíl Gorbachov. Por su papel de líder en el final de la guerra fría y la caída del Muro.

– 1991. Aung San Suu Kyi. Por su lucha por conseguir la democracia en Birmania.

– 1993. Nelson Mandela, F. W. de Klerk. Por terminar de manera pacífica con el apartheid en Suráfrica.

– 1994. Yasir Arafat, Simón Peres, Isaac Rabin. Por los Acuerdos de Oslo para la paz en Oriente Próximo, primer paso a una paz que aún no ha llegado.

– 1998. John Hume, David Trimble. Por sus esfuerzos para conseguir una solución pacífica al conflicto de Irlanda del Norte.

– 2001. Kofi Annan y la ONU. Por su trabajo para conseguir un mundo más organizado y pacífico.

– 2002. Jimmy Carter. Ex presidente de EE UU. Por su esfuerzo para resolver conflictos internacionales.

– 2008. Martti Ahtisaari. Ex presidente de Finlandia. Por 30 años de mediaciones en conflictos internacionales.

11 Diciembre 2009

La guerra justa

EL PAÍS (Director: Javier Moreno)

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Obama recibe el Nobel con una doctrina militar alternativa a la de los neoconservadores

En su emotivo discurso de aceptación del Premio Nobel de la Paz, el presidente norteamericano Barack Obama ha dado solemne cuenta de sus valores personales. Se ha mostrado humilde y sabedor de la «controversia» suscitada por su falta de experiencia en la lidia de los conflictos internacionales. Se ha interrogado por un Premio de la Paz al comandante en jefe de un país que lidera dos guerras, Irak y Afganistán. Y ha exhibido lo mejor de los símbolos estadounidenses de posguerra, de Martin Luther King a John Kennedy.

Pero la fuerza del discurso, y ya se sabe que Obama es el político que después de Churchill mejores textos sabe recitar, sobrepasa los símbolos y las confesiones personales. Sus palabras son el reflejo simétrico y contrario de la doctrina de seguridad de los Gobiernos neoconservadores, basada en la guerra preventiva y unilateral. Aunque nada definitivo ha realizado aún, todos los pasos emprendidos por Obama caminan en la misma dirección, contraria a la de Bush: de la recomposición de las relaciones con Rusia hasta el nuevo trato a Irán o Corea, pasando por una nueva exigencia, por el momento no atendida, a Israel.

El reverso de la agresividad imperial de George Bush radica en primer lugar en la reactualización del concepto de guerra justa, y las condiciones que comporta: que sea la última opción tras agotarse las demás; que la fuerza se use de forma proporcionada; que se proteja a los civiles. Nada nuevo en la doctrina de la guerra. Lo nuevo es que quien la recupere sea precisamente el inquilino de la Casa Blanca.

Con la firme responsabilidad que le atañe como jefe de la única superpotencia militar (frente a conflictos étnicos o violencias suscitadas por Estados fallidos) y esgrimiendo el desiderátum de una utilización sensata de esa fuerza, Obama ha recordado que la guerra, a veces inevitable, tiene sus propias reglas, y del mismo modo se ha comprometido a que EE UU las respete bajo su mandato. De la prohibición de la tortura al respeto a los Convenios de Ginebra. Y ha exaltado el multilateralismo, porque «América no puede actuar sola» prácticamente en ningún escenario.

Tan sugestiva como su idea de la guerra ha resultado su esquema de doctrina de la paz. Primero deben buscarse «alternativas» a la violencia en relación a los agentes internacionales que rompen las reglas, lo que exige por ejemplo que la política de sanciones sea tangible y eficaz. Pero luego conviene aclarar que la naturaleza del objetivo que se persigue no es sólo la ausencia de violencia sino una «paz justa», que respete los derechos humanos. Finalmente, la paz internacional debe asentarse en una seguridad real y en oportunidades económicas que desincentiven las falsas rutas que trazan los radicalismos.

La papeleta oratoria de Obama era difícil: recibir el máximo galardón de la paz con dos guerras a cuestas. Pero no son precisamente los discursos lo que puede fallar en esta presidencia.