6 agosto 1990

Acusa a la jefa de Gobierno de corrupción

El Presidente de Pakistán destituye a Benazir Bhutto como primera ministra disuelve el parlamento y convoca elecciones

Hechos

El 6.08.1990 el presidente de Pakistán, Ghulam Ishaq Khan destituyó a la primera ministra, Benazir Bhutto y ordenó elecciones para el 24.10.1990.

08 Agosto 1990

Un golpe de Estado

EL PAÍS (Director: Joaquín Estefanía)

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LAS MEDIDAS tomadas por el presidente de Pakistán, Gulam Ishaiq Jan, destituyendo a la primera ministra Benazir Bhutto, disolviendo el Parlamento y declarando el estado de emergencia, equivalen a un golpe de Estado, en cuya realización el ejército desempeña un papel decisivo. Por una decisión unilateral, a espaldas de la representación popular, el jefe de la oposición, Mustafá Jatol, ha sido nombrado primer ministro, encargado de dirigir el Ejecutivo hasta unas elecciones fijadas para el 24 de octubre. De entrada, cabe dudar de que ese plazo sea respetado, una vez rotos los cauces del sistema democrático y parlamentario. Todos los órganos de poder elegidos, el Parlamento y las asambleas provinciales, han sido disueltos, pasando todos los poderes a manos de personas designadas por el nuevo equipo. Y con el estado de emergencia, el poder del ejército aumenta.La eliminación de Benazir Bhutto era un objetivo en el que coincidían todas las fuerzas reaccionarias de un país en el que el fundamentalismo islámico, que ya consideró escandaloso el hecho de que una mujer presidiera el Gobierno, tiene un peso considerable. Las resistencias a las expectativas de modernización suscitadas por su elección, en 1988, no tardaron en manifestarse. La nueva primera ministra carecía de mayoría en el Parlamento y se encontró desde el primer momento cercenada en sus posibilidades de gobernar. Aspectos esenciales de política exterior, por no hablar de los asuntos mil¡tares, quedaron en las mismas manos que los habían dirigido en las etapas anteriores.

Por otra parte, el acierto no siempre ha acompañado a la gestión de Benazir Bhutto. No supo alejar de su Gobierno la corrupción, endémica en la política paquistaní. Los choques raciales en la provincia de Sind, de la que ella es originaria, contribuyeron asimismo a reducir su autoridad. Todo ello provocó escisiones en su partido y debilitó su base parlamentaria. En el plano exterior, y por presiones del propio ejército, Pakistán se comprometió en el apoyo a los grupos islámicos extremistas en el conflicto de Afganistán a la vez que las relaciones con la India se deterioraban por el contencioso de Cachemira. Esa debilidad ha sido utilizada como coartada por los mismos que en parte la provocaron, en coincidencia con las presiones de los militares por tener las manos libres para intervenir por la fuerza en las provincias afectadas por conflictos interétnicos. Es probable que, ante una coyuntura compleja, un conglomerado de fuerzas reaccionarias -militares y civiles-, que ya formaron parte de la dictadura de Zia y que nunca han abandonado ciertas posiciones decisivas de poder, hayan decidido controlar directamente la política del país, poniendo fin a la etapa democrática de Beríazir Bhutto. A la operación se han sumado políticos de otra procedencia, incluso antiguos miembros del partido de Bhutto que lo habían abandonado hace tiempo, como el nuevo primer ministro, Mustafá Jatol.

08 Agosto 1990

Pakistán imposible

EL MUNDO (Director: Pedro J. Ramírez)

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LA destitución de Benazir Bhutto, a los veinte meses de iniciar su mandato, es, por el momento, el último avatar de un ciclo infernal de golpes y contragolpes, extraordinariamente acelerado a partir de diciembre de 1971, cuando, tras una guerra sangrienta y ruinosa alentada por el vecino hindú, Bangla Desh, rompió el puzzle postcolonial, forzando la gestación de lo que se dió en llamar el «nuevo Pakistán». La política, en los países de tradición islámica, posee un grado de personalización tal vez difícil de comprender desde el occidente moderno. Benazir Bhutto ha sido, ante todo, para sus seguidores, la continuadora y heredera de su padre, el líder carismático del PPP tras la catástrofe del 71, Sulfikar Alí Bhutto, el hombre que durante siete años había podido proclamar con arrogancia que «en Pakistán hay tres fuerzas políticas: yo, el ejército y los demás». Sulfikar Alí fue el hombre que batalló por modernizar Pakistán, que manipuló los poderes constitucionales hasta concentrar atribuciones en los límites de una dictadura institucional, que desplegó una red compleja de corrupciones familiares y clientelismo, y que, al final, fue depuesto y brutalmente ahorcado por un dictador militar que fuera en tiempos su pupilo, el general Zia Ul Haq. Cuando en 1988, y en una operación de ajedrez político sumamente oscura, Zia anunció el retorno a un régimen de elecciones libres, para luego desaparecer con buena parte de su guardia pretoriana en un accidente de aviación nunca aclarado, la lógica paquistaní impuso que la sucesión del asesinado Bhutto recayese sobre su hija Benazir. Fueron precisos, eso sí, algunos ajustes para adaptar una imagen excesivamente occidental y aun progresista a las exigencias del gran país islámico protector de los muyahaidines afganos. Benazir fue, así, desposada conforme a la mejor tradición coránica, convenientemente embarazada, incluso, para la fecha de las elecciones. Se pretendió con ello suavizar la antinomia que suponía la presencia de una mujer al frente de un país musulmán de más de 100 millones de habitantes. Arrolló en las elecciones porque, tras once años de dictadura, la corrupción de Sulfikar Alí se recordaba casi como un paraíso. Pero la superación de la paradoja de su condición femenina nunca se logró por completo. Otras concesiones fueron muy pronto precisas. La autonomía de la estructura militar, ante todo. El abandono explícito de la «cuestión afgana» en manos de los generales. El mantenimiento también, en sus carteras gubernamentales, de algunos de los hombres claves de la dictadura que ejecutara a su padre. Durante algo menos de dos años, la política de Benazir Bhutto ha sido un calco débil de la de Sulficar Alí. Modernización más nepotismo. Corrupción económica más populismo ilustrado. Apertura a occidente más concesiones forzadas al integrismo islámico. Pero la situación iba deteriorándose. Milagrosamente, Benazir sobrevivió a dos mociones de censura de la oposición islámica que la dejaron, sin embargo, moralmente muy tocada. Al final, las acusaciones bajo las cuales se ha dado cobertura al golpe de mano son idénticas a las que se esgrimieron como coartada para derrocar a su padre. No es pensable, sin embargo, que la brutalidad vengativa del centurión Zia pueda repetirse ahora. Sólo político será el cadáver de este segundo miembro de la dinastía Bhutto.